domingo, 21 de abril de 2013

CHARRUA, ODISEA EN EL FUTURO ( 2031 )

Ahora damos un salto de tres décadas... >>>>>>




--- ¿Y hay gente viviendo acá?---, preguntó uno de los visitantes del contingente, señalando una de las construcciones más altas. Yo seguí con la vista adonde apuntaba y traté de recordar si en la base de ese “rascacielos charruano” había vivido una señora que se llamaba Epica, que tenía un kiosquito. No estaba seguro porque para los últimos años en que viví en Charrúa los vecinos ya habían modificado mucho el original aspecto de las viviendas.
 ---Solamente viven unos pocos empleados de vigilancia y mantenimiento en el sector “C” -Fructuoso Rivera ---, respondió la guía a través de un sistema de speakers instalados en el pequeño vehículo en forma de trencito en el que recorríamos el barrio. En realidad, ya no era más barrio en el que viví, sino el Parque Temático Charrúa. La guía continuó: ---A través de los años todos los vecinos terminaron aceptando la propuesta de ser trasladados a otros lugares. Las viviendas están deshabitadas desde 2028, año en que la empresa Gualpa Suyo SA entró en posesión de los terrenos en su totalidad, comprándolas a la Ciudad y a los mismos vecinos.
      Sobre ese punto yo ya tenía unas cuantas preguntas que deseaba hacer. La guía, --una chica muy joven y hermosa, uniformada y utilizando casco al igual que todos en el contingente--- no tendría ni la remota idea de que el anciano que estaba sentado enfrente de ella (yo) había sido un real habitante de este barrio que ahora era una atracción turística, algo que me resultaba francamente una locura. La actitud y los movimientos de la guía, sentada en primer vagón del trencito de frente al resto, tenían el dejo mecánico de quien cumple con tareas harto rutinarias. Mientras ella leía su folleto orientativo, el resto de los visitantes sacaba fotos de todo lo que pasaba en frente de ellos. Me llamó la atención que hubiera muy pocos espacios en los que quedaban casitas como las recordaba. En los puntos donde éstas se encontraban las modernas cámaras de filmación (que no requerían de flashes) emitían la señal de que estaban grabando.
         La voz de la guía volvió a aflorar a través de los speakers del vehículo:
   --- Les comento que si lo desean, en el hall de recepción del Parque pueden adquirir todo tipo de souvenirs, incluidas fotografías del interior de estas viviendas.
      Con esto satisfizo mi curiosidad sobre qué era ese salón iluminado que encontré en avenida Cruz cuando ascendí en la estación de subte Perito Moreno(0), pues me había unido directamente al contingente que estaba por salir en el “trencito”.
      A medida que el vehículo avanzaba como un tren fantasma y la guía recitaba impersonalmente las características e historia de lo que observábamos, mi corazón palpitaba con fuerza porque nos acercábamos al punto donde yo había vivido hasta 2013. Mi sensación era extraña en realidad porque no recordaba esos "rascacielos" --casas de hasta siete pisos--  en las que aparentemente ya nadie vivía. Era como ver las escenografías de un estudio hollywoodense donde yo había actuado en un pasado remoto, sólo que ninguno de ese contingente lo sabía, por ahora. Pronto ese hecho se hizo evidente:
     ---Un momento. ¿Dónde están la capilla y la escuela?--- dije, levantándome del asiento con piernas temblorosas.
     ---Veo que el abuelo es un especialista en este lugar o un historiador…
     ---Yo nací y viví acá ---, dije con energía e insólito orgullo. Todos en el trencito voltearon para mirarme.
     ---Muy bien, señor. Primero, le pido que tome asiento por razones de seguridad, son normas del Parque. Y le ruego que tenga un poco de paciencia porque al completar el recorrido regresaremos al centro de recepción donde se proyecta una película con toda la información sobre la historia de este parque.
     --- ¡Esto es un parque ahora, pero fue un barrio! Se veía como los edificios tomados en Puerto Madero (3), si es que se animaron a darse una vuelta por allí --- dije, y no pudiendo contener mi indignación, agregué desafiante, mirando a los demás---: Y si los visitantes lo desean yo les puedo contar todo lo que quieran saber, porque yo viví aquí antes de que hicieran de esto algo ridículo.
         Al gesticular torpemente, desconecté el  auricular del sistema de traducción en tiempo real que estaba usando un visitante extranjero; éste señaló con su mano que no entendía qué estábamos diciendo. La chica me pidió por favor que guardara silencio, y le hizo una seña al turista extranjero de que esperara un segundo. Ella se acercó e intentó reconectar su auricular aunque sin éxito. Entonces le dijo directamente:
      --- I’m sorry; it appears that your audio-system’s stopped working. This gentleman here is requesting further information about the park. I’m begging him to wait until we get to the visitor reception, where you all will be shown an all-encompassing expository film.  (1)
   --- And I’m telling this girl that I can provide genuine information about this place. I  lived here, I was a real neighbour! (2) --- le dije al turista extranjero, que me miró preocupado.
        A través del speaker escuché una voz masculina que me pedía que me calmara o si no se verían en la obligación de hacerme abandonar el parque. Mientras tanto, la chica sacó algo parecido a un pequeño set de maquillaje de su cartera, y llevándoselo a la nariz aspiró de él. Esta acción era en otra época el  equivalente a cuando alguien encendía un cigarrillo para relajarse.
       Me senté nuevamente y traté de hacer como que nada hubiera ocurrido. Miré hacia donde había estado la capilla, ahora convertida en una especie de templo religioso con un altar elevado al aire libre y sin símbolos cristianos. Había frases en quechua e inscripciones del imperio pre-hispánico. Hacia la izquierda, ni placita ni escuela, sino algo que parecía una subestación de energía.
       Lo más triste ocurrió cuando la  marcha lenta del vehículo se detuvo justo en el lugar donde yo había vivido. El lugar estaba casi irreconocible. Desde la vereda la guía señaló hacia el fondo de mi pasillo, que se veía iluminado a la usanza del siglo pasado, es decir con simples foquitos de luz sobre los dinteles. Iba a decir: yo viví en este pasillo, pero decidí quedarme callado para no generar tensión otra vez. La guía habló:
   ---Bien, ¿Ven esa puerta de chapa roja sobre la que hay un foquito prendido? Bueno, ahí vivió durante su infancia Wilson Oropeza, el actual presidente de la República de Bolivia. En realidad, él nació en Cochabamba pero vino de muy pequeño a vivir a Buenos Aires, en el barrio que existió en este parque. Esa es precisamente la casa donde vivió hasta los dieciocho años, edad en la que regresó a Bolivia donde comenzó su meteórica y exitosa vida política, militando para el gobierno de Evo Morales al principio, hasta convertirse más tarde en el presidente de uno de los países más pujantes del mundo en la actualidad. Como sabemos, Wilson Oropeza fue el que llevó a cabo las exitosas negociaciones con Chile y Perú para la recuperación del litoral marítimo boliviano. También, se atribuye a él el despegue económico del país hermano gracias al impulso que su gobierno le dio a la explotación del litio, además del wolframio y el tungsteno, insumos fundamentales para las industrias informáticas del planeta. Este presidente tan exitoso, fue también el que revirtió la tendencia inmigratoria de los bolivianos a la Argentina, un fenómeno de muchas décadas, y que ha puesto a Bolivia entre los países más fuertes de la región. Bueno, él vivió ahí ---dijo la chica, señalando la casa número 146 y encogiéndose de hombros.
       Los flashes estallaron haciendo que el lugar se viera como a plena luz del día siendo ya el anochecer. Yo tenía ganas de acotar que yo vivía en la primera casa de ese pasillo, pero ¿a quién le importaría? Aunque estaba seguro de que a este contingente de visitantes les habría resultado interesante escuchar que yo conocí a Wilson Oropeza cuando vivió aquí, que había sido mi vecino. Pero ¿me habrían creído?
       En realidad, no es mucho lo que puedo contar de él. Wilson y su familia alquilaban una piecita en una casa al fondo de mi pasillo. Habían llegado al barrio alrededor de 2008.  Lo veía  ir y venir por la calle. Era un chico más, bien morochito y flaquito, con los pelos parados de tan lacio que eran. Se esforzaba por integrarse a los chicos del barrio, se rapaba el pelo como ellos y escuchaba también cumbia y reguetón. Nada hacía suponer que hoy en día gracias a él, de alguna manera, por fin los bolivianos hablarían de su procedencia con orgullo, e incluso que la fisonomía india  en el presente sería fashion en los medios de comunicación;  las modelos y los galanes más requeridos tenían facciones que en el pasado se catalogaban como de bolita(4).
      En una oportunidad, en la época de los primitivos colectivos, ambos nos bajamos del 143 una noche en avenida Cruz. Él se había adelantado, y al pasar por el toldo que hay en la esquina fue asediado por la barrita de Pekerman y los que andaban con el paco(5), le querían robar. Como lo conocía del pasillo, intervine para librarlo y nos fuimos caminando juntos. En el camino, me lo agradeció mucho y nos presentamos. Me contó que se iría a Bolivia porque su familia de allá estaba iniciando un cierto negocio, no recuerdo de qué tipo. Insisto, no encontré nada especial en él entonces, pero no había dudas de era el chico que con el tiempo se convertiría en presidente.
      La guía del paseo continuó en su tono rutinario:
     ---Lamentablemente, por motivos de mantenimiento, no podremos ingresar hoy a la vivienda en la que vivió el Presidente Oropeza, les pedimos disculpas por esto. Los invitamos, sin embargo, a que nos vuelvan a visitar pronto para completar la visita.
     Cuando terminó el recorrido, regresamos en el vehículo en forma de trencito al centro de recepción de Avenida Cruz. Nuestro contingente aguardó su turno a que unos empleados detrás de un mostrador nos identificaran y registraran para pudiéramos pasear por las instalaciones. Había un auditorio donde se proyectaba una película sobre la historia del Barrio Charrúa junto a otros promocionales de la gestión gubernamental de Wilson Oropeza. Aguardé a que empezara una nueva función mientras que me paseaba lentamente por una galería de fotos y donde estaba un puesto de… ¡merchandising charruano!  A mí, que había vivido y sufrido en el pasado en este barrio hasta el año 2013 me parecía todo un gran disparate. Pero otros visitantes, los extranjeros incluidos, compraban réplicas de la antigua capilla del barrio, fotos del pequeño Wilson en la vereda donde estaba nuestro pasillo, y chucherías como vasos o platos con el logotipo del Parque Temático Charrúa. (Había un cartel con la cotización del peso boliviano, reemplazando a la del dólar en el pasado.) ¿Sabría la gente que en algunos puntos del barrio casi no se podía respirar a causa de las cloacas colapsadas, ni podías ver la televisión en tu casa por la música fuerte que había en todas partes?
      Cuando nos tocó ver la película (para la cual nos proveyeron de anteojos especiales y auriculares para los que no hablaban español) lo que vi me dejó con la boca abierta. Gracias a la presente tecnología habían reconstruido imágenes tridimensionales animadas asombrosamente reales a partir de viejos videos y fotos de archivo. Me maravillé cuando en el documental vi las tolderías y casillas de cartón y chapas que formaron el original asentamiento del barrio a mediados del siglo pasado. Luego, escenas de dramáticos incendios en la década de los '60 con gente aterrorizada que trataba de apagar el fuego; incluso había tomas aéreas de las garrafas que estallaban y provocaban más estallidos en cadena. Vi la etapa de la construcción de las casas de material, vecinos cavando los cimientos y erigiendo columnas. Después, otra etapa posterior que coincidía con mi niñez en los ‘70s; y además, un largo segmento dedicado a la Fiesta de la Virgen de Copacabana a través de los años. Una de las secuencias me produjo un arrebato de emoción: debe haber sido a fines de los años ochenta. Alguien aparentemente había filmado al grupo de jóvenes que integramos un verano para hacer trabajos comunitarios en el barrio, me reconocí de unos veinte años, con mis amigos Guillermo y Fredy poniendo unas estacas para alambrar la placita del barrio; la escena fue muy breve, no sé qué es lo que estaba diciendo el relator del documental.
     Sentí que si bien todo ésto –me refiero a todo el complejo del parque temático-- era excitante de ver también era algo de algún modo grotesco e irónico: ¿cómo un rincón prácticamente marginal de esta ciudad había llegado a convertirse en un artículo de consumo turístico a la altura de Caminito o quizás más interesante? Esta transformación había ocurrido en los años en que me fui del país a vivir en Europa y en los Estados Unidos. Ahora, en los últimos días de mi vida quise darme una vuelta para ver el lugar donde había vivido y crecido, y me encontraba con esto… No sabía cómo tomarlo, el aspecto de las cosas distaba mucho de las imágenes que guardaba en mi memoria. De pronto presté atención al locutor del documental: “Gualpa Suyo SA, agradece su visita y lo espera pronto otra vez en el parque…”  Cuando salí del auditorio le pregunté a un empleado de la recepción sobre esta empresa. Me dijo:
  ---Gualpa Suyo es una de las empresas de los Oropeza en Bolivia. Cuando el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires estuvo por ejecutar el desalojo del barrio porque las construcciones empezaban a derrumbarse, Wilson Oropeza estuvo interesado en adquirir este lugar para convertirlo en un parque temático, así que pasó a ser propiedad de Gualpa Suyo, que restauró y apuntaló algunas construcciones; otros sectores fueron totalmente remodelados.
   --- ¿Qué pasó con la capilla?--- le dije, señalando una de las fotos de la galería.
  ---Bueno, después de la disolución de la Iglesia Católica ocurrida hace diez años, como todos sabemos, los templos fueron apropiados, destruidos o transformados. El caso de esa capilla, luego de que fuera vandalizada y destruida durante la jornada de la Gran Turba Apocalíptica, la empresa, a pedido de Oropeza, erigió allí una especie de templo/altar, que luego fue el centro de las festividades indigenistas que reemplazaron a la anterior Fiesta de la Virgen…---, el empleado detuvo su exposición y me dijo: ---pero, señor, todo esto que le cuento lo puede aprender viendo la película en el auditorio…
 ---No necesito ninguna película artificial. La verdadera historia está aquí ---, le dije, tocándome la frente, y me fui, dejando al empleado con cara de desconcertado.
      Volví a la estación de partida de los vehículos automáticos de paseo. Ya había tenido lugar la última vuelta, de modo que iban a guardarlos en el sector de la calle F. Rivera operándolos por control remoto. Sigilosamente me senté en un vagón y me agaché. El guardia de la entrada del parque no me vio porque estaba hablando con un proveedor que ingresaba en camioneta; y tuve la suerte de que aparentemente  la cámara de vigilancia de la estación no estuviera funcionando bien porque mis movimientos no fueron advertidos. Cuando el vehículo pasó a la altura de mi antiguo pasillo y el de Wilson, me bajé de un salto bastante inconveniente para mi estado físico.   Advertí que una de las cámaras de ese sector se movió para enfocarme. Apuré el paso mientras escuché un sonido como de sirena y una voz que salía de algún parlante oculto en el piso: “Señor, no está permitida la circulación sin guía. El parque está cerrando. Quédese donde está, un empleado lo acompañará en un instante.”
       Llegué a la vivienda que había sido mi casa. Habían hecho alguna remodelación, pero aparte de eso la fachada estaba bastante parecida a como la recordaba. Con mi bastón rompí la ventanilla larga de vidrio de la puerta de chapa y manipulé el picaporte interno. Estaba nervioso porque sabía que se acercaban para buscarme. Entré a la casa y me sorprendió que se viera casi como la última vez que había estado allí. El que nos compró la casa cuando nos mudamos casi no había hecho cambios; es más, ni siquiera había pintado porque en la pared del bañito todavía afloraba sobre una capa de pintura descascarada una inscripción que había hecho de niño con crayón, que decía  mi nombre y el nombre de una banda que me gustaba: The Blue Cave.
       Entré al pequeño comedor. Estaba totalmente vacío excepto por una caja con herramientas que habían dejado ahí. Me apoyé contra una pared para descasar de mi respiración agitada y me deslicé hasta quedar sentado en el piso. Con un tropel de recuerdos atravesando mi mente contemplé el comedor de casa y la puerta abierta de mi antiguo cuarto, también vacío; y mi visión borrosa por las lágrimas me impidió ver a los guardias que entraron a llevarme de los brazos.
 


(Música de cortina característica de noticiero)  
       Hace instantes, un anciano se escabulló en el Parque Temático Charrúa burlando la vigilancia. El mismo fue capturado y estaba por ser entregado a la policía local, cuando ocurrió algo inesperado. El Presidente boliviano, Wilson Oropeza,  que fue avisado sobre el incidente, se comunicó a través de los sistemas de video con el parque desde La Paz para ordenar que dejaran libre al anciano. Vamos a ver la nota…

Wilson: ¿Joaquín, eres tú? Déjenlo hablar conmigo…
Anciano: Wilson, ¡que me suelten estos robots! ¿Qué le hiciste al barrio?
Wilson: Lo rescaté de su total demolición. Espero que lo hayas disfrutado. Cuando lo compramos hice que te buscaran para hacerte un ofrecimiento especial. Pero no te hemos encontrado.
Anciano: Así de cambiado y vacío está feo; es mejor que lo hubieras dejado que se destruyera solo… Aunque veo que ya no hay problemas de cloacas, ja ja ja…
Wilson: Tampoco hay chicos drogándose en las esquinas, de los que una vez me salvaste. Bueno, ve tranquilo a tu casa. Si necesitas algo, ponte en contacto con la administración de parque. Adiós, Joaquín… [No signal]

     Recuerdo que dejando atrás a los periodistas con sus cámaras que habían llegado en un abrir y cerrar de ojos, llegué a la boca del subte de la estación Perito Moreno y vi que ya estaban pasando en las pantallas gigantes del andén el video de la conversación que tuve con el sobresaliente premier boliviano. Sólo una persona me reconoció en el andén y comentaba con otros sobre mí, señalándome.
     Vino el tren, y ya ubicado en un asiento lamenté haber pretendido reencontrarme con algún vestigio entrañable de mi pasado en el barrio Charrúa. ¿Quién iba a pensar que el barrio del que me fui un día por no soportarlo más se convertiría en un centro de recreación que reclamaría la atención del mundo…?





(0) En la actualidad probablemente falten muchos años para que alguna línea de subterràneo (metro o underground) llegue a este lugar. Allí se encuentra la villa 1-11-14 (shanty town), mencionada tambièn en la historia Indiana Jones y el Amor... en esta colección.
(1) (translation) Disculpe pero parece que sus auriculares se estropearon. Este señor está solicitando más información sobre el parque. Le estoy diciendo que aguarde a que regresemos al centro de recepción, donde para todos se proyectará una pelìcula en la que se muestra todo sobre el parque.
(2) (translation) ¡Y yo le estoy diciendo a esta chica que yo puedo darles información genuina sobre este lugar. Yo he vivido aquí, soy un vecino real !
(3) Puerto Madero: Se refiere al barrio màs nuevo en la Ciudad de Buenos Aires. Este barrio se localiza pròximo a la zona porturaria cruzando el canal del río. Se caracteriza por estar apartado del resto de la ciudad en varios sentidos: todos los edificios de departamentos son lujosos; se dice que allí solamente vive gente poderosa. En el cuento, este barrio se convierte de alguna manera en una zona de viviendas tomadas y en un àrea de decadencia. (Innercity)
(4) Manera despectiva y racista de referirse a las personas con rasgos étnicos del altiplano en Sudamérica; personas decendientes de los pueblos originarios provenientes de los actuales países de Argentina, Bolivia, Perú.
(5) Se feriere a un grupo de adolescentes que se drogaban con el paco, es decir, un tipo de droga muy comùn en los barrios marginales y empobrecidos.. Ver la historia "Dani" click acá
Obviamente, el título se refire a la magnífica película de Stanley Kubrik




domingo, 7 de abril de 2013

LA MARGOT (1978**; 2008)



Ramiro, el hijo de la Margot, vaga de aquí para allá por las calles del barrio. Va cantando alguna canción romántica conocida; casi a los gritos canta, como un burdo vendedor ambulante. Anda sucio, tanto la cara como la ropa. Revuelve la basura del contenedor, se junta con la barrita de los paqueros* de la esquina de Cruz.  Ahora con ese gorrito que usan todos los adolescentes, cada vez se lo reconoce menos. Pero no siempre se lo ha visto así. Hace diez años más o menos alguien lo debe recordar caminando por Charrúa medianamente bien vestido, con su cara de entrador y su figura, por qué no, también atractiva. Si no recuerdo mal, tiene ojos verdes. No puedo confirmar esta impresión porque no quiero acercarme mucho a él cuando me lo cruzo. Sacó los ojos de su madre, la Margot, dicen algunos. Sin embargo, con el recambio de la población en Charrúa cada vez menos gente se debe acordar de la Margot. Decían que ella era la puta del barrio.
     Y es cierto que uno no hace más que repetir lo que dicen los demás. Cuando yo era chico y jugaba en la calle con mis vecinitos, fue con referencia a la Margot que aprendí qué significa la palabra puta. Sobre la Margot los chicos contaban historias, con esa excitación que producen las cosas del sexo, permitido sólo a los adultos, y apenas vislumbrando el futuro uso de los genitales aún sin desarrollar.
      La Margot se deja cojer por plata.”
   “¿Viste el Isidro? Dicen que se la cojió a la Margot en año nuevo...”
   “…fulanito se fue a garchar con la Margot atrás de la vía de noche (en la canchita de Crespo)”
    
   Y por supuesto, no puede faltar su descripción. Pero lamento decepcionar al lector si es que espera que hable de una mujer fatal, un ángel caído de tentaciones pecaminosas, dueña de una voluptuosidad de perdición. Aunque, sí: voluptuosa era.  Yo la recuerdo en la última parte de su vida, no porque fuera vieja sino porque luego murió, no sé de qué, a una edad menor que la que tengo yo ahora. Era corpulenta, los cachetes de la cola  al caminar se le movían en un rítmico y conspicuo zig-zag; el borde de la falda que cubría estas escandalosas protuberancias móviles nunca llegaba hasta la rodilla, de manera que si se veía a la Margot de atrás, por debajo de la falda se revelaban las masivas y rollizas carnes de sus muslos traseros y la concavidad de las rodillas. Ahora bien, se podría decir que en la Margot se daba una paradoja de la sensualidad: ¿Hay algo  menos sexy que andar como un saurio en ojotas? Sin embargo ella demostraba que se pueden burlar los estereotipos de lo indeseable. De hecho, todas esas habladurías de quiénes y cuándo se acostaron con ella denotaban vagamente algún sentido de proeza por parte de los involucrados.

      Como dije, la recuerdo en su última época. Y otra vez: no era linda de cara, pero uno podría imaginar cierta otrora belleza. Un día, la Margot venía del almacén con su bolsa de pan. Iba como siempre arrastrando las ojotas. Unos muchachos que pasaron le gritaron algo. Ella se dio vuelta y los desafió a que concretaran al instante lo que le proponían. Ahí la vi lanzar una carcajada por salir airosa del momento. Le faltaban los dientes de adelante, pero algo en esa cara, ese pelo corto con flequillo hacía creíble las habladurías sobre los ansiosos debutantes del barrio en el pasado. 
    
     Creo que la última vez que la vi, estaba sentada en el pasto en la gran vereda de la ciudad deportiva de San Lorenzo, sobre avenida Cruz. Yo acababa de bajar del 150 (autobús) y estaba por cruzar la avenida. Miré por sobre el hombro y ahí estaba, sola, al sol, con las rodillas gordas flexionadas a un costado y apoyándose en un brazo. Cuando llegué a la puerta de mi pasillo, me crucé con el hijo de la Margot, Ramiro. Era la época en que todavía era un adolescente de menos de veinte años al que no le debería faltar levante**. En realidad en ese momento yo no sabía que Ramiro era el hijo de la Margot. Lo supe poco después. Ese día me pareció que Ramiro estaba por cruzar la avenida para ir hacia ella; en su cara había esa rabia con lágrimas que experimenta uno por indignación insoportable o impotencia.    Me pregunto hoy ¿qué habrá ocurrido entre ellos?  Lo cierto es que, tiempo después, de algún modo,  uno de ellos tomó el lugar del otro, en el sentido de que este chico no pudo quitarse el estigma de indecencia ante los ojos de los demás.
    ¿Cómo poder romper las cadenas del destino? ¿Quién es nadie para oprimir a otros con esa cadena?



*paqueros: adictos al "paco", una droga muy en boga entre los adolescentes de las áreas urbanas empobrecidas.
**  (tener o faltar) levante: atractivo  físico que da éxito (especialmente a un muchaho) con las mujeres.