domingo, 30 de junio de 2013

LA ÑUSTA (parte 1) (1984)

Esta historia surgió una noche en que me reuní con mis amigos  Fredy y Guillermo en  un bar del barrio de Pompeya (ver foto). Fredy tuvo la idea de ir allí simplemente   porque quería ver a una de las empleadas de ese bar. “Vamos a ver a la Ñusta*”, dijo él. Mientras Guille y yo charlábamos y comíamos, mi amigo seguía atentamente los movimientos de la chica, que por cierto estaba muy bonita.
Esta historia, La Ñusta,  transcurre en los años 80, cuando no había celulares ni internet, y la gente posiblemente haya sido un poco menos exigente con quererlo todo fácil y al instante.   Es la historia de Tony, un muchacho boliviano (que en realidad se llama Casimiro), que también va a este mismo bar interesado por una moza de allí, Juliana, que es  su compatriota.
 Este es sólo el comienzo...                                        

Este es el bar donde comienza la historia, pero a la noche...


Tony se ha ubicado de tal modo que tiene el mostrador del bar a su izquierda; a su derecha, una ventana da a la esquina del cruce de Sáenz y La Plata. Su amigo Félix, ubicado frente a él, tiene que soportar la ráfaga de aire frío que se mete cada vez que se abre una puerta que está a sus espaldas. Tony quiere ver su reflejo en el vidrio de la ventana, pero puede ver poco porque no hay buena iluminación sobre su rostro.
  ---¿Quéste(1) tu chica?—dice Félix mirando disimuladamente alrededor en el bar buscando a la chica que quiere ver su amigo Tony.
  ---Ahurita va a aparecer la ñusta(2).
  ---Ñusta –. Félix remeda a su amigo--. Quizás no ha venido: un chango más bien está atendiendo. ¿O será que no trabaja más…?
---No sé…. –. La cara de Tony se ensombrece un poco--. Cierto, ese carajo(3)  no estaba en denantes(4).
---Entonces vámonos nomaás. Aire en mi cuello me va a dar(5) si me quedo aquí.
---Un poco más nos quedaremos pues… Tal vez ha salido un momento a la calle…
---¡Yaaa(6), este Tony, carajo, siempre enamorado anda…! ---. Y la burla afectuosa de su amigo Félix le da a Tony el pequeño sosiego que está necesitando.
  La atención de Tony se dirige a la calle por un instante; trata de divisar a la chica que ha venido a ver en la confusión de luces de autos en movimiento y de otras sombras que se desplazan en la noche. No la ve, y su decepción va en aumento con el paso del los minutos. Empieza a sentirse un tonto por haber arrastrado a su amigo para nada más que otra cerveza; comienza a invadirlo una sensación parecida a la desesperanza cuando se encuentra solo.  Ha pensado mucho en esta chica -cuyo nombre aún no conoce- desde la última vez que la vio tres días atrás.
    Aquel día, Tony --que iba de regreso a casa —había entrado apresurado a este bar para pasar al baño. El dueño no le dio permiso porque lo estaban limpiando. Pero tan apurado estaba él que de todas maneras se acercó a la puerta. De pronto ésta se abrió y de adentro emergió ella con las manos enguantadas y llevando un balde con elementos de limpieza. Cuando sus ojos se encontraron Tony olvidó su urgencia de orinar. Ella era paisana suya, estaba seguro, quizás algo menor que él, de cuerpo menudo , negros cabellos largos (en ese momento recogido) y ligeramente ondulados; con una carita de bandida y ángel al mismo tiempo, como salida de sus obcecados sueños. El instante de la mirada duró apenas unos segundos pero suficientes como para crear alguna suerte de toque de atención entre ellos --o al menos eso creyó Tony--, aunque también podía tratarse del alerta natural que existe entre jóvenes de sexos opuestos.
---Disculpa. ¿Ya puedo pasar? ---dijo Tony con la voz súbitamente engolada.
---Puedes --- dijo ella, quitándose los guantes y poniéndolos en el balde que llevaba.
   Dentro del baño, que olía a lavandina, el reflejo de Tony en el espejo --con el cabello húmedo y peinado, y a pesar de su modesta ropa-- bien podría haber sido el de un joven que estaba de paseo por el barrio más que de alguien que regresaba de una obra de construcción. ¡Tengo que quedarme y pedir algo! se dijo, y  al salir se sentó cerca de la ventana, en el mismo lugar en que se ubicaría días después con su amigo Félix.
Para su decepción, le sirvió el dueño del bar; la chica permaneció la mayor parte del tiempo detrás del mostrador, al fondo. Estaba frente a la pileta lavando platos, de espaldas a él. Se había soltado el cabello, el cual caía primorosamente casi hasta la cintura. Tony repartía su vista entre el trajín de la calle, los reflejos sobre la botella oscura y la figura cabizbaja de la chica. En algún momento ella tendría que terminar su tarea y ocuparse de los clientes, o al menos darse vuelta y mirar hacia donde estaba él.  Pero la caprichosa elasticidad el tiempo hizo que Tony se bebiera casi toda la cerveza antes de que ella retomara su ir y venir, ocupándose de otras tareas. A pesar de sus veintidós años, el efecto de la cerveza en Tony luego de haber hombreado bolsas de cemento se hizo sentir. Y fue en esta mezcla de cansancio y leve volatilidad etílica que en el muchacho comenzó lo que le ocurre a los soñadores empedernidos… algo que para muchos empieza con el dulce sabor del entusiasmo y la esperanza entrelazados, cuando se quedan absortos en la contemplación de alguien que posee una belleza que crece con el pasar de los minutos, hasta que (y otra vez, no le pasa a todos sino a cierto tipo) el enamoramiento es sólo cuestión del tiempo que dura la canción más dulce del mundo.  
     Lo cierto es que el tiempo había volado y  alrededor comenzaron a colocar las sillas sobre las mesas. Y la chica de repente –cambiada ya— se estaba despidiendo de su patrón y compañeros, y se apresuraba a salir a la calle. Tony pidió que le cobraran, para lo cual tuvo que esperar una eternidad.
    Ya en la calle, Tony miró hacia todos lados. ¿Hacia dónde se habría ido? ¿Por Avenida La Plata? No, no parecía porque estaba muy oscuro y no se veía a nadie. Entonces por Avenida Sáenz, cruzando la barrera, en dirección a la iglesia. Ése era el camino que él tomaría para volver a casa en Charrúa. Comenzó a caminar de prisa tratando de ubicarla sobre las veredas, pero no la veía por ningún lugar. Vio pasar gente en los colectivos(7); algunos que viajaban en ellos parecían fijar fugazmente su atención en él. ¿Acaso ella había subido ya a uno? Caminó un poco más, ya sin prisa, sintiendo crecer el frío de la noche. Y abandonado por su entusiasmo y su afán decidió irse a casa.
      El recuerdo de aquel día de disipa y Tony está a punto de decirle a Félix que mejor se van de allí, pero como el muchacho que está atendiendo aparece ante ellos, tienen que pedir una cerveza.
 --- Cierto… a lo mejor la ñusta trabaja unos días sí y otros no… --dice Tony ya casi resignado.
 --- ¡Salud!--- dice Félix levantando su vaso.
   Repentinamente, una ráfaga de viento fresco entra de la calle junto con la chica que Tony  espera ver. Trae unas bolsas y se mete rápidamente en la cocina.
 --- ¡Ahistá ahistá!--- dijo Tony como si estuviera viendo a la policía en la época en que andaba indocumentado  ---A comprar la habían mandado…
Félix, sin la menor discreción, gira la cabeza siguiendo la atención de su amigo.
---Ah, ¿aquella es, no? Sí, pues, ya conocía a tu ñusta en denantes.
--- ¿Cómo pues la conocías?---Tony pasó del éxtasis a la alarma en un abrir y cerrar de ojos.
---Sí pues, ahí por donde trabajo a veces pasa ella. Boliviana es, de Tupiza creo.
--- ¿Y por qué no me has contado?
---No sé pues; yo ya casado estoy…
---Pero yo no pues…
---Ya, pero no creí que estabas tan desesperado. Además siempre andas tras una imilla(8), así ni te hei dicho pues…
---Ya vuelvo—, dice Tony acallando con un gesto a su amigo, y se  levanta como propulsado por un resorte al ver que la chica aparece de vuelta, nuevamente enguantada y llevando el balde con los elementos de limpieza. Se dirige al baño.  Félix ve a su amigo acercarse a ella tan presto y ahoga una carcajada con un trago.
     Tony intercepta a la chica justo antes de que ella entre al baño de hombres para hacer la limpieza.
---Primero pasaré un poquito ¿ya?
Frente a ella, Tony no se da cuenta que está despeinado y que la chamarra(9) con la que iba a disimular las manchas de su vieja camisa quedó colgada en la silla. La chica no contesta pero da a entender con una sonrisa tímida que no hay problema.
      Dentro del baño, Tony siente el vértigo de tener que enfrentar algo para lo que de pronto siente no estar preparado; como si fuera la primera vez que va a encarar a una chica. Tiene que hacer las cosas bien si es que quiere empezar a conocerla. Ahí está su cara de yuqalla(10) inquieto otra vez en el espejo. Se mira y quisiera que el del reflejo fuera como otros que ve en la calle. Se pasa el peine de nuevo, se lava la cara como queriendo sacar todo rastro de alguien que se siente solitario todo el tiempo. La ropa está más o menos bien, excepto la camisa. “Si yo fuera una imilla  ---se dijo para darse confianza--- me fijaría en mí.” Está por salir pero se da cuenta de que no ha orinado. Vuelve, hace lo suyo; vuelta al lavamanos y a toda la operación de aseo e inspección de su aspecto….
Sale y queda sorprendido ante la escena de su amigo Félix conversando con ella, que se ha parado junto a él.  No sabiendo qué esperar Tony se acerca a ellos.
---Hola ---dice Tony mirando a ambos como si acabara de llegar al bar.  
---Este es mi amigo Tony---dice Félix a la chica. ---Ella es Juliana….
---Ah, hola – dice Tony sentándose como en cámara lenta.
Callado, Tony escruta la cara de su amigo Félix como a un total desconocido, como si fuera a descubrir en él una personalidad distinta, sin la humildad y torpeza que lo caracterizan. Tony escucha a ambos, el resto de lo que pasa alrededor no existe.
--- ¿…y no te han pagado siempre?--- pregunta Félix a Juliana para retomar la conversación que la llegada de su amigo interrumpió.
--- No, no me han pagado. Hace dos meses que estoy yendo ahí para que me pague el hombre. Siempre me dice de mala manera “vení la semana que viene, la semana que viene; mal está mi negocio, muy endeudado estoy…” ---. Su voz se quiebra como la de una niña que se está por llorar. Sus manos se aferran a la bandeja que apoya en la parte delantera de su mandil rojo.
--- ¿En este bar no te están pagando?--- interviene Tony, de cuyos ojos se cayeron de pronto las escamas de soñador. Esta vez Félix acalla a su amigo con un gesto. La chica continúa.
--- También me dice, “Con mi mujer nomás arreglá. Ella te ha contratado”. Pero cuando voy a verla ¡vuelta su marido me manda! Así me tienen…
--- A estos carajos hay que denunciarlos. Pero difícil es…--- dice Félix mirando a través de Tony como si fuera el vidrio de una ventana.
--- ¡Juliana, vení!— La llama el dueño desde el mostrador. Ella se acerca, recibe instrucciones y sale otra vez a la calle.
    Ahora para Tony, su amigo Félix constituye el portador de los misterios resueltos del Apocalipsis. Lo mira fijamente, las preguntas son obvias.
---Ella ha trabajado limpiando la casa del patrón del bar donde yo trabajo--, comienza a explicarle el asunto; ---dos veces por semana durante seis meses ha limpiado. Con retraso le ha pagado dos meses nomás, pero el resto se están haciendo los cojudos. Se aprovechan que no tiene documentos y que sola está viviendo acá.
--- ¿Tu patrón?
--- Sí pues, ese miserable. A otro paisanito sin papeles que trabajaba en el bar en denantes igual ha hecho. Y le ha echado debiéndole un mes. Protegido está el carajo por la policía que allí siempre va. A mí no me lo hace porque yo todito el trabajo le hago en el sótano, donde los otros vagos no quieren bajar, aunque atrasado a veces me paga.
---Con tu patrón debes hablar. Dile que le pague…---le dice Tony con una indignación que hace que la cerveza no sepa a nada.
--- No, ¡bien saxra(11) es! A la chica feo le trata cuando va a reclamar.  Y cuando me he detenido a mirar me ha gritado “¡Vos que miras, andá al sótano!”
Tony, pensativo, levanta la botella para servir más pero queda muy poco. Mira a la calle. El frío apura a los transeúntes a volver a sus casas. Pronto van a cerrar el bar.
--- ¿Sola está nomás? ¿Tiene su chico?—pregunta Tony.
--- Si tendrá su chico no sé. No le pregunté.
--- ¿Dónde vive pues?
--- En Celina(12) alquila una piecita; ahí cerca nomás donde sabíamos ir a comer con vos.
     Tony pensaba esperar un poco a que Juliana regrese de la calle pero, como siempre, comprende que la realidad y sus ilusiones suelen no llevarse bien.
---Paguemos y vamos---, le dice a Félix.

(continúa en la parte 2 
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Referencias:
(1) Quéste.. ¿Dónde está?
*,(2)Ñusta:virgen, princesa o doncella; símbolo de la tierra no fecundada.
(3)ese carajo: equivale a "ese tipo"
(4) en denantes: antes, anteriormente
(5) aire en mi cuello me va a dar: el personaje cree que el viento de la calle le producirá una especie de contractura o tortícolis
(6) ¡Yaaa..! Interjección equivalente a ¡bueno! u ¡oh! 
(7) en los colectivos: vio gente viajando en los autobuses de circulación urbana
(8) imilla: Chica joven, niña.
(9) chamarra: campera, (a casual jacket)
(10) yuqalla: Niño, adolescente, muchacho joven
(11)saxra: Malo, demonio, tacaño
(12) Celina:  Se refiere a una localidad llamada Villa Celina(en el partido de la Matanza, Provincia de Bs As), que se encuentra a 20 minutos de Pompeya (donde sitúa Charrúa), cruzando el límite de la Ciudad de Buenos Aires. Una importante cantidad de residentes bolivianos vive en "Celina"
 Note la característica sintaxis en el discurso de estos personajes. El orden de sujeto y predicado con las frases adverbiales suele invertirse. Ej Mal está mi negocio, muy endeudado estoy.

jueves, 20 de junio de 2013

QUIÉN PUDIERA... (1975)


Es un lindo día de sol. Como es sábado, mi mamá está lavando ropa desde temprano, muy temprano. Antes lo hacía a mano y se pasaba toda la mañana en el lavadero de la terraza. Incluso seguía después de comer, al mediodía, hasta que  dejaba toda la ropa colgada de las sogas.  Ahora tenemos un lavarropas redondo que hace un ruido raro que escucho desde mi cama. Mejor para ella porque cuando hace frío, yo ni quiero lavarme las manos.
Los sábados por la mañana no hay mucho para ver en la tele, así que después de desayunar agarro las bolitas(0) que guardo atadas en un pañuelo y salgo a la calle. Mi mamá me grita desde la terraza que averigüe la hora. La verdad es que no sé bien cómo leer la hora en el reloj está en su cuarto. No entiendo cuando la aguja chica se adelanta pero hay que leer una hora menos. Regreso al comedor donde está la tele y la vuelvo a encender. El canal once es el único que muestra la hora en la pantalla, pero la imagen no se ve bien. Si estuviera papá subiría al techo a mover la antena. Como yo no puedo, salgo a la calle y voy directo al almacén de don Delmiro(1), que está en la esquina. Entro y miro hacia arriba, por sobre los estantes de botellas. Ahí tiene un reloj con una propaganda de Jugo Minerva. Pero claro, tampoco entiendo la hora en ese reloj.
   ---Don Delmiro, ¿me dice la hora por favor?
Él sonríe como si hubiese dicho algo gracioso.
  ---Las diez menos veintizinco--- , me dice con ese cantito que mi papá sabe imitar bien. Mi papá me dice “dile a don Delmiro: ‘Don Delmiro, ¡que salgan los toros y olé!” Una vez lo hice y don Delmiro se rió y me preguntó. “¿Quién te ha enseñado eso, niño?”
  ---Mi papá”
 ---Pues dile a tu papá: Papá, quiero que me lleves a Bolivia en barco---. Y don Delmiro se reía mucho más.
    Después de decirle a mi mamá la hora que me dio don Delmiro (aunque creo que después de que hablé con él me quedé un rato largo viendo los frascos de bolitas en el almacén) salí a la calle a ver si estaban los chicos.


    Ahora en el barrio estamos en la época de las bolitas. Hasta hace poco, todos andaban con los trompos. Eso fue durante el invierno, porque una vez que los tirabas para que bailen en el suelo te ponías las manos al bolsillo, por el frío. Como siempre,  en Charrúa hay alguien que es el mejor en todo. Por ejemplo, con los trompos el mejor era Manolo, el hijo de Pocha, el que reparte garrafas con su carrito. Manolo puede lanzar su trompo y hacerlo bailar en cualquier lugar, puede hacer que caiga bailando en su palma. Incluso en el agua si es que no es mucha.  Además dicen que su trompo tiene una punta especial que le puso él para rajar a los otros trompos.
    Pero la época de los trompos ya pasó. Ahora todos están jugando a las bolitas por todas partes. Sobre las vereda de Charrúa, desde avenida Cruz hasta la otra punta cerca de las vías, hay grupos de chicos agachados, jugando.  El que tiene mejor puntería es Pulga. Él anda con una bolsita repleta de bolitas que le gana a los demás. Justamente está ahí, a media cuadra, y varios chicos están mirando cómo juega. Cuando está agachado, a punto de tirar --después de hacer cuarta, si dicen que se pude hacer(2)--, apunta torciendo un poco la cabeza, con un ojo abierto y el otro cerrado. ¡No falla nunca! Las japonesas(3) que tiene son de colores raros, acá en Charrúa no se consiguen, dicen que las ganó en otros barrios, y que con ellas puede partir las bolitas de los otros. Por eso, ni los  bolones(4) ni las de acero de los rulemanes me importan. Yo lo copio, pongo la cabeza como hace él pero no me sale bien. No sé cómo hace este Pulga para tener esa puntería.
    Me acerco y me agacho un poco a su lado mientras está jugando.
 ---Pulga, te cambio estas cinco por una japonesa---, le digo apuntado a las famosas japonesas en su bolsita de nylon.
  ---¡Nah, ni loco! No las cambio por nada...
   Y de un tiro saca como cuatro bolitas del círculo dibujado en la tierra. Ahora tiene que matar a los demás. Y lo hace, una tras otra sin parar, porque nunca pierde el turno. Me voy sin haber podido conseguir una de sus japonesas. Un día me voy a ir a otros barrios para ver si consigo de esas para mí.
(….)


   Ya desde temprano veía desde la terraza de casa que pasaban muchas mariposas Ahora que por fin mi mamá me deja salir, voy al campito(5) donde deben estar los otros chicos. Veo que todos están corriendo con una planta arrancada del suelo y con una bolsita, cazando mariposas. ¡Y vienen volando un montón, no sé desde dónde pero hay cualquier cantidad, de todos los colores!   Me consigo una planta y me uno a ellos. Están todos como locos, corriendo de acá para allá. Es un hermoso día de sol. Algunos cazaron galerones y otros, lecheras(6). Dice el Quirchincho (un chico que vive en el tercer pasillo) que casi, casi atrapó una de San Lorenzo. ¡Sí, dijo que vio pasar una azul y roja! A él no le interesan las demás,  espera a que venga otra mariposa de San Lorenzo. Va y viene abriendo bien los ojos mirando por todos lados, y dijo que va a cruzar la avenida porque seguro que ésas pasan cerca del club, ¡claro, porque es del equipo de ellas!(7). Es raro lo que pasa este año, no me acuerdo de haber visto tantas mariposas como hoy. ¿De dónde vendrán?

(...)

    Todos vimos la misma película que pasaron en la tele esta tarde. Así que el auto del papá de Gustavo(8) es un barco antiguo. Y unos son de la tripulación del barco y otros venimos a capturarlo desde tierra. Nuestras espadas son ramas que cortamos de un árbol que un vecino podó en el campito. La que tiene Nico, en cambio, es un rifle, porque tiene culata y un gatillo chiquito en el medio, y es bastante gruesa. Lo guarda adentro del barco y cuando lo saca y te dispara, ya no podés seguir moviéndote por un rato. En realidad te mata, y entonces tenés que venir después como otro pirata. Peleamos como espadachines sobre el capó y sobre el techo. Cuando lo “atraviesan” a Leonardo, rueda desde el techo, pasando sobre el parabrisa y el capó, hasta llegar al piso. Y ahí se queda con los ojos cerrados, los brazos abiertos y con cara de muerto. ¡La batalla encima del barco se pone más brava! Alguno fue “herido” de verdad porque se pone a llorar. Enseguida le decimos que es de mentira y que siga jugando. Con los saltos que damos encima del auto, ¡causamos un ruido tremendo! El barco se mueve pero no avanza; en realidad hace mucho que tiene las ruedas pinchadas. Aparece la mamá de Gustavo y llama a sus hijos para que dejemos de saltar arriba del barco. No sé por qué pero todos salen disparando como locos; ¿por qué, si la mamá de Gustavo ya sabe que siempre le hacemos lo mismo al pobre auto? 
   Ahora sé porqué: apareció Lagaña(9) desde la esquina de Bonorino. Cuando viene corriendo enojado revoleando su botella nos morimos de miedo. Dicen que a veces se mete a dormir en el auto, por eso encontramos botellas ahí. Cuando lo veo acercarse, todos ya corrieron hacia el pasillo para ocultarse de él. Yo, que estoy todavía sobre el techo, tomo mi espada y salto desde ahí directo al suelo. ¡Es re alto! Al aterrizar  mis rodillas se raspan y unas piedritas chiquitas se clavan en mis palmas. Dejo mi espada en el piso y huyo como loco en dirección contraria del resto. Voy a llegar a casa después de dar la vuelta a la manzana...
(….)


   La próxima moda en el barrio es hacerse una gomera con un rulero y un globo de cumpleaños. Como municiones usamos unas pelotitas verdes que hay en unos àrboles que  te escupen. Son unas pelotitas que cuando se secan se ponen amarillas y arrugadas. Una vez me llevé uno a la boca para ver qué gusto tenía. Y no, ¡era horrible! Todos nos hacemos de esas gomeras y nos ponemos a apuntar a cualquier cosa. Algunos chicos se tiran entre ellos y después se ponen a pelear. Con los chicos de mi pasillo apuntamos a cosas como latas de aerosoles puestas sobre una pared, o si no, hacemos la prueba que les gusta a todos: pegarle al cartel de chapa azul con el nombre de la calle -Charrúa- que está bien alto en un poste de madera de los cables de electricidad. Pero no sólo hay que pegarle al cartel, sino que hay que hacer que el huesito de las municiones, disparado con fuerza, haga sonar la chapa y deje una marca ... 


(0) Bolitas (arg) o canicas: ver ilustración de la historia.
(1) Don Delmiro, el almacenero gallego mencionado en la historia El Fin del Mundo en esta colección.
(2) Hacer la cuarta: En el juego de bolitas o canicas hacer la cuarta era disparar desde cuatro dedos de distancia adelantado de la posición original.
(3) Japonesa: Una tipo especial de bolita o canica que es transparente y que tiene unas ondas de colores en el centro. Las japonesas cuestan más que las bolitas comunes.
(4) Bolón: Una bolita mucho más grande y pesada. Tambièn vienen en distintos colores y diseños.
(5) El campito es un sector que se encuentra en Avenida Cruz al 2000, a la izquierda de la entrada al barrio (Ver la historia ¿Qué Ocurre a la Noche...? en esta colección.)
(6) Galerones y lecheras: Distintos tipos de mariposas. El primero era de color predominantemente dorado, mateado de negro, y el otro era, por supuesto, de color blanco.
(7) San Lorenzo de Almagro: Un importante equipo de fútbol en Argentina, cuya camiseta tiene barras verticales  rojas y azules. El club se refiere a la Ciudad Deportiva de San Lorenzo que se halla enfrende del barrio, sobre Avenida Cruz (Ver las historias El Fin del Mundo, y Qué Ocurre en la calle cuando todos están durmiendo?)
(8) Este Gustavo no es el mismo de la historia 1985 sino el de ¿Qué ocurre en la calle...?
(9) Ver historia El Loco Lagaña en esta colección.

domingo, 2 de junio de 2013

LA NOCHE DE LA VISPERA (Una entrada del diario de Joaquín) (2012)



 Sábado 13 de octubre de 2012



La historia ocurrió en este mismo lugar pero de noche
Hace mucho que no me quedaba a merodear en Charrúa la noche de la víspera de la fiesta de la Virgen. Cuando era adolescente lo hacía casi siempre. Una vez por aquellos años, en el escenario que arman en la entrada de la capilla, tocó un dúo de cumbia que se llamaba Pedro y Juan. Hicieron una canción muy popular que se me quedó pegada hasta hoy; decía “nunca, pero nunca, me abandones cariñito”. Después vienen los fuegos artificiales, como siempre, que no son la gran cosa pero que para todo ese revuelo festivo de la virgen alcanza y sobra.
       La noche de la víspera es la previa –como se dice ahora-- de lo que pasa al día siguiente, porque en las veredas de la esquina central del barrio se instalan las vendedoras de anticuchos(1), bebidas y otras “comidas rápidas” de los paisanos; se arman bailes en la calle; la gente va y viene en grupos de amigos, familias; los paisanos se reencuentran; y hay muchos que se quedan en el barrio para estar el día siguiente desde temprano.
      Pero si a alguien se le diera por leer este diario (suponiendo que en plena era digital, puede concebir que todavía alguien lleve un diario como en la época de mi abuela) creería que hablo de la noche de la víspera como de un entrañable acontecimiento social que me conmueve y moviliza y bla bla bla.  Pero nada que ver. Ni la noche de la víspera ni la gran fiesta del día siguiente me mueven un pelo ya, para ser sincero. Al contrario. No soporto las multitudes ni el alboroto que generan. El barrio ahora está en decadencia, es casi tierra de nadie, las cloacas pronto van a convertirse en géiseres; el sentido comunitario es prácticamente inexistente; casi no me quedan amigos de los que solían vivir en Charrúa porque, lógicamente, se mudaron todos. Y lo bien que hicieron. Ah, y para colmo un nuevo elemento le da el tiro de gracia a lo poco que quedaba en el barrio por lo que yo tenía algún sentido de pertenencia: aparecieron unos travestis no sé de dónde, que se pasean alegremente por las veredas. Entonces, creo que está claro el porqué me he “alejado” bastante del barrio, vispera y fiesta de la virgen incluidas; aunque no he podido mudarme, que es otra historia. Y además, debo admitir, he cambiado mucho…
      
      Estaba en otro lugar ese sábado por la tarde cuando me llegó el mensajito(2)  de Guido proponiendo que nos juntáramos con Fabián -ambos viejos amigos del barrio- para ver la víspera en la plaza del barrio, en vez de ir a otro lugar como quería yo. Luego de bajarme del 6 (autobús), llegué al barrio por Erezcano, cruzando por debajo del puente del tren(3) y apurando el paso porque esos horribles travestis han hecho de este punto su cuartel general. Luego un poquito por Itaquí, y ya estaba en el centro de Charrúa, donde se emplaza la (ahora remodelada a nueva) capilla; donde está también la escuela (a la que asistí en séptimo grado) y la placita que tiene en el frente.
      Eran como las ocho de la noche, ya había bastante gente congregada haciendo bastante barullo. Habían armado el escenario habitual y escuché que para la ocasión se iba a reunir el grupo de cumbia de Pirincho después de mucho tiempo. Otra reunión más, pensé; pero la nuestra no se había producido aún habiendo pasado más de quince minutos de la hora convenida. Empecé a lamentar el haber cambiado de planes para esa noche de sábado. Iba a encontrarme con otros amigos de esta época en otro lugar. Pero vine acá, y ni señales de mis viejos amigos de Charrúa. Guido llegaba tarde para variar, ¿pero Fabián? El animador desde el escenario presentó unos grupos de baile, uno local y otro no sé de dónde, y anunció que después venían los infaltables fuegos artificiales. Todo muy lindo, pero ya me quería ir de allí.
       Me estaba por ir pero me quedé un poco más viendo cómo Pirincho y su grupo probaban sonido. Merodeaba al mismo tiempo resignado por entre la gente y los puestos de venta. Recordé la noche del dúo Pedro y Juan. ¡Cómo quisiera sacarme esa canción de la cabeza!
       De pronto escuché la voz de Fabián por detrás. Pensé que estaría con Guido pero estaba acompañado de otro chico. Nos saludamos: qué tarde que llegás, bla, bla, que dónde está el enano de Guido, bla, bla, que quedémonos que ya toca Pirincho, que bla, bla bla.  Y nos quedamos nomás porque Pirincho había largado el primer tema.
      Ah, por cierto, Fabián me presentó al chico que lo estaba acompañando. Con el sonido del grupo en plena actuación no escuché bien de quién se trababa; me pareció que ya lo conocía, o que era uno de los tantos sobrinos de Fabián. El chico me miraba con una sonrisa amigable, debía de andar por los veinte años. Luego dijimos de tomar una cerveza ahí mismo, y le compramos a una de las puesteras ubicadas al lado de la capilla. Me di cuenta de que hacía un montón que no hacía algo tan simple como tomar una cerveza con amigos del barrio en la vereda de la calle. ¿Tan distanciado había estado en estos años? Imité a Fabián e hice fondo blanco (4) . Al chico se lo veía también bastante canchero(5) con la bebida. Pasado el ruido del grupo de Pirincho, charlamos un poco más. ¿Es tu sobrino? le dije a Fabián. “No, boludo(6), te dije como tres veces que es un amigo de la familia,” me respondió.  Tenía razón, ya le había preguntado, pero ¿vieron cuando alguien se pone atolondrado y no sé da cuenta de nada?  Miré otra vez al chico: “Joaquín”, me volví a presentar extendiéndole la mano. “Gonzalo”, me dijo, y algo en la manera de mirarme me hizo sonreír. O debe haber sido la cerveza. Eso me pasa por no tomar muy seguido.
      Gonzalo le preguntó algo a Fabián y éste le señaló un rincón en el fondo de la placita del barrio, que se quedaba a oscuras cada cinco minutos porque el poste de iluminación funcionaba mal. El chico se fue allí entonces y yo me quedé con Fabián poniéndome al día con nuestras cosas, trabajo, estudio, familias, bla bla bla. Regresó Gonzalo y al ver la botella casi vacía pidió otra. Llenó el vaso de todos y ¡salud! Lo miré devuelta: su sonrisa me resultaba contagiosa;  después miré a Fabián, que se adelantó: “No, no es mi sobrino.”
      Bueno, después de todo, no lo estoy pasando tan mal, me dije. Había  ruido, sí, y mucha gente que no me importaba dando vueltas. Pero qué bueno era después de todo reencontrarme con un viejo amigo. Ah, ¿y Guido? Cierto, tenía que reunirse con nosotros. Andará por ahí, ya nos encontrará. Y también este chico, qué simpático. Tomaba cerveza como si fuera agua. Ahora que podía escucharlo dijo que era boliviano, de Santa Cruz de la Sierra, o eso me pareció entender. ¿O me dijo Tarija?   
       Fabián nos dejó un momento mientras se fue por ahí para ubicar a Guido. ¡Salud! Otro vaso más. Nunca me puse en pedo(7), no lo recuerdo. Tampoco ahora; sólo sentía un ligero mareo y una sensación de estimulante liviandad. Lo de estimulante es porque este chico me caía  bastante bien.  En estos momentos habría estado con Lucas y Silvina  -otros amigos de otro lugar- en algún Starbucks, charlando y envidiando el viaje de Silvina a Inglaterra, indiferente a la insípida música funcional del lugar. Todo bien, ojo. Pero en cambio estaba ahora de regreso en el barrio, redescubriendo este clima boliviano festivo y nada sofisticado en mi barrio, rodeando con mi brazo los hombros de esta nueva amistad, Gonzalo, a quien parecía no molestarle.
     Reapareció Fabián solo (Guido seguía desaparecido) y creo que me miró un poco extrañado. “Vamos en frente a pedir otra cerveza”, dijo, señalando la vereda de Itaquí.  Nos movimos porque estábamos entorpeciendo la circulación.  Una vez ahí, en la puerta del kiosko de los Claure, se vino la tercera cerveza. Brindamos, challamos(8), y seguimos charlando. A Fabián lo tenía casi descuidado como al desertor de Guido. Escuchaba en cambio todo lo que me contaba Gonzalo, y yo le preguntaba por detalles de cada cosa. Me sorprendí muy animado y popular como nunca antes, pero estaba lo suficientemente sobrio como para oír cuando Fabián dirigió nuestra atención al culo de una chica en shorts que caminaba con sus amigas por la vereda de la escuela. Gonzalo se dio vuelta y miró también, y dijo un piropo muy gracioso que debían de decir en su pueblo natal. Sentí que tenía que decir algo yo también. Lo que haya dicho, me pareció, pasó inadvertido.
     Vuelta a la charla entre nosotros. Y ocurrió algo bien charruano y apropiado para la fiesta: un tipo que andaba por ahí, ya bastante en pedo y a quien ninguno de nosotros conocía, se unió al grupo como la misma naturalidad con la que lo admitimos. Y empezó con desvaríos de embriaguez, proclamando el orgullo de ser boliviano, brindando, y cosas así. Sentí que debía interactuar también con el extraño, y no exclusivamente con Gonzalo. El paso de la chica del culo en shorts por la vereda de enfrente tuvo el efecto de poner las cosas en su lugar.  Es más, simulé estar más pendiente de las pavadas que decía el borracho que de mi nuevo amigo. Y todavía más: para enfatizar mi hombría, la próxima cerveza la invité yo. Así estábamos cuando Gonzalo nuevamente reclamó mi atención para contarme que en Santa Cruz de la Sierra supo jugar para cierto club de fútbol, pero que tuvo que dejarlo por no dedicarse como correspondía. Retomé entonces con él las interesadas preguntas y ¿bla bla bla…? mientras que a Fabián lo tenía ocupado el borracho. Entonces redoblé mi apuesta por mi inédita personalidad popular:
     Justo por la vereda por donde pasó la chica de los shorts, reconocí a Orlando, un compañero de séptimo grado de la misma escuela que teníamos enfrente. Debieron haber pasado fácilmente un par de décadas desde la última vez que tuve una charla con Orlando, pero igual levanté la mano para saludarlo como si acabáramos de egresar de la primaria. Para mi sorpresa, Orlando se detuvo y vino directamente a mí. Contento por el reencuentro, lo presenté al grupo. Orlando inmediatamente nos invitó a todos a brindar en su casa, que estaba a media cuadra en la calle Matanza. Realmente no estaba en mis planes ir a otro lugar para seguir bebiendo, así que le dije que lo dejaba para otro momento. Pero todos -todos, incluido el borracho- se prendieron con la invitación e insistieron en que me uniera. Gonzalo también: me estiraba del brazo, así que bueno, me hice de la partida.
     Encabezados por el anfitrión, irrumpimos en la casa como quienes llegan a imponer un estado de sitio. La mujer de Orlando no se vio para nada feliz de tener que desalojar la sala. Al festejo se sumaron algunas personas que estaban en la casa,  que luego me enteré eran inquilinos. Uno de ellos hizo de disc-jockey con música de videos de youtube reproducidos con unos parlantes tan grandes como heladeras familiares. Y comenzaron nuevas rondas de cervezas que Orlando nos puso en frente. El estridente sonido de la música de cumbia que salía de los parlantes comenzaba a resquebrajarme el cráneo, pero parecía el único que sufría. Traté de relajarme y no perder el estado de ánimo y sostener la personalidad que estaba explorando esa noche.
     Aparentemente los inquilinos de la casa de Orlando eran paisanos de Gonzalo porque pronto abrazados se pusieron a cantar los temas que ponía el disc-jockey. Le pedían tal o cual tema de fulanito de Santa Cruz de la Sierra, y los desbordes de emoción llenaron la casa. Miré el reloj y miré a Fabián. Él parecía estar disfrutando de la reunión. Le hice una seña de que me quería ir; él me hizo un gesto de que esperara. Mientras, Gonzalo y sus paisanos comenzaron a ejecutar graciosos movimientos de baile, dando saltitos y formando el número 4 con flexiones de una pierna y luego de la otra. También, arrebatados por la nostalgia de su pueblo, emitían unos tremendos gritos de algarabia que debían de escucharse cuadras a la redonda. Gonzalo ya no era tanto el que conocí en la calle, y con razón, a juzgar por la cantidad de cerveza que estaba tomando. Justamente, cuando Orlando advirtió que yo prácticamente no había tocado mi vaso me obligó a bajarme uno lleno. Le dije que ya debía irme a dormir porque tenía que levantarme al día siguiente temprano para estudiar. Me contestó que de ahí no iba a salir, y cerró la puerta de la sala dejando a uno de sus inquilinos como guardia. Gonzalo lo debió haber escuchado porque dejó a su paisano por un instante para pedirme que me quedara con ellos. “Lo que se empieza hay que terminarlo,” me dijo. Me lo pidió él, me iba a quedar entonces. Hice corazón de tripas(9), y acepté otro vaso de cerveza del anfitrión. Me asombró cómo el alcohol puede refrescar la memoria de las personas, porque Orlando de repente me dijo con una risa socarrona: “¿Estudiar? Me acuerdo que te eligieron representante para las olimpíadas de matemática en otra escuela y te fue mal”.
     Pensé que me iba a quedar pero no aguantaba más los gritos, la música ensordecedora, la sensación de estar como secuestrado; así que súbitamente me lancé hacia el picaporte de la puerta; pero Gonzalo –rápido como un felino -- me interceptó y me llevó de regreso a mi silla. Entonces se sentó a mi lado, y con una pierna suya flexionada prensó una pierna mía, sujetándome. Me miró a la cara y me dijo “No se vaya por favor. Pídame lo que quiera, pero no se vaya”. Me quedé paralizado, mirándolo, sin entender qué estaba ocurriendo. Gonzalo debió haber percibido mi confusión porque se apresuró en agregar: “pero no cosas de maricones”. Volteé al costado, en busca de alguna reacción de Fabián pero vi que estaba bastante ido con la cerveza porque sonrería como una oveja.
       No sé cuánto tiempo más pasó después de eso. Debió haber sido no más de media hora; pero, típico, la ansiedad distorsiona el sentido del paso del tiempo. Finalmente mi salvación llegó cuando dejaron la puerta libre por un momento para dar paso a la mujer de Orlando y -al que asumí que era- su hijo. Ella tenía cara de querer echarnos a todos a patadas; yo debo haber sido el único consciente de eso. Reaccioné y volví a lanzarme hacia la puerta para escapar. Me sentí como en la última escena de Expreso de Medianoche cuando, saliendo por el pasillo del  P.H.(10) donde vive Orlando finalmente traspuse la puerta de calle hacia la libertad. ¡Qué tonto! Creí por un momento que los del grupo me seguirían para capturarme y llevarme de regreso a ese pandemonio. Pensé que saldría Gonzalo para pedirme otra vez que no me fuera. Confieso que habría querido eso, pero nadie salió tras de mí.
       En esquina central del barrio ya no quedaba ningún vecino espectador de la víspera. Más tarde, a partir a partir del medio día no iba a caber un alfiler en este lugar, cuando la Fiesta de la Virgen lleguase al clímax. Me sorprendí cantando nunca, pero nunca, me abandones cariñito, y sonreí por lo absurdo de la situación y mi fallida adopción de una personalidad distinta. Al dar la vuelta por la esquina de Itaquí y Charrúa casi me choqué con dos travestis que venían por el otro lado. ¡Cómo odio a esa gente rara! (11)






1) Anticucho: un plato originario del Perú, también difundido en Chile y Bolivia, que es básicamente una brocheta de corazón de vaca, u otro tipo de carne, sazonado con una salsa picante. También puede estar acompañado con papas hervidas.

2) Mensaje de texto de celular.

3) Este es el mismo camino al que se hace referencia en la historia: "AYALA" en esta misma colección. 
4) Hacer fondo blanco: beber de un trago ininterrumpido bebida alcohólica del vaso.

5) Canchero: (En Argentina) demostrar habilidad para hacer algo o una personalidad segura.

6) Boludo: una manera de decir “tonto” en Argentina. Suele ser un latiguillo similar a un vocativo. Dependiendo de cómo se exprese puede ser un insulto, o una forma amigable de dirigirse a alguien.

7) Ponerse en pedo: embriagarse.
8) Challar : De origen quechua. Rociar el suelo con licor o alguna bebida alcoholica en honor a la Pachamama o Madre Tierra en una ocasión festiva. Los protagonistas son bolivianos, o argentinos hijos de bolivianos (Joaquín, Fabián, Guido...)  de manera que recrean esta costumbre.
9) Hacer un esfuerzo para disimular el cansancio, el miedo o la tristeza para seguir actuando con naturalidad.

    10) P.H.: Departamentos que dan a un pasillo central común a todos, que desemboca en la puerta que da a la calle.
         11) Se entiende que no hay ánimo de discriminar a estas personas en esta historia.