domingo, 15 de diciembre de 2013

DESVELO (2013)


Mi sueño acaba de interrumpirse por algún ruido que provino de la calle. Ahora, mis los ojos abiertos en la oscuridad atraviesan el espesor indefinido del cielo raso.   Confundido por un instante breve a causa la estela de disparates del sueño que se esfuma, distingo en el cuarto algunos objetos que mi mente tarda apenas segundos en identificar. Me doy cuenta de que acabo de iniciar otro fastidioso lapso de insomnio. Me revuelvo molesto en la cama y maldigo el día que me espera
 ahora, con una hora o dos menos de descanso.

No puedo volver  a conciliar el  sueño;  cada pensamiento jala otro, como los pañuelos atados que un mago saca de su boca. Es como si durante el día esos pensamientos estuvieran diluidos, pero cuando me desvelo, como ahora, se convirtieran en una especie de jarabe espeso, oscuro, y embotaran mi conciencia. Mejor enciendo la lámpara de la mesita de luz.

Para estos casos siempre tengo a mano algún libro en el cajoncito. Estiro  la mano y encuentro una biblia Reina Valera.  Aparto el grueso cuerpo  color rojo de sus hojas delgadas (algunas maltratadas porque a veces suelto el libro al quedarme dormido) y mi vista encuentra al azar:

No tendrás temor de espanto nocturno,
Ni de saeta que vuele de día;
Ni de pestilencia que ande en oscuridad,
Ni de mortandad que en medio del día destruya.

Me quedo pensando un momento en estas palabras. Cuando yazgo en la oscuridad de la madrugada, se abren las compuertas de un mundo de temores que queda soterrado durante el día, cuando tratamos y negociamos con la gente en el imperio de la practicidad, persiguiendo nuestras metas y ambiciones. Pero ahora mismo, me siento como en el medio de una inundación.

Pero, ¿qué fue ese golpe contra la pared que acabo de sentir detrás de la cabecera de mi cama?  Qué raro: la casa de al lado, donde vivía doña Sabina, está deshabitada hace muchos años. ¿Será que sus hijos finalmente se dignaron a aparecer, aunque solo para disponer de la casa de su difunta madre?  Me habría enterado de alguna forma de que tengo nuevos vecinos, pero nunca supe nada al respecto.

La biblia Reina Valera que estoy sosteniendo me obliga a pensar en ella, doña Sabina, la anciana evangelista que vivía sola con su perrita, que giraba en dos patas al son de un canturreo  que la escuchaba hacer y que era así (...). Ella tenia en la terraza de su casa un  jardicito de plantitas crecidas en latas de leche Nido o las cuadradas de aceite. Esas plantitas tenían flores o, simplemente eran aromáticas; creo que una de ellas era de ruda. Mi mamá solía pedirle a esta anciana unas hojitas gruesas de cierta planta que, al apretarse, destilaban unas gotitas para calmar el dolor de oídos. 

¿Hace cuánto que no pensaba en esta mujer solitaria, doña Sabina? Creo que murió sola como había vivido la mayor parte del tiempo mientras fue nuestra vecina. Nunca salía de su casa excepto cuando iba a su culto evangelista los sábados. Entonces se la veía bien vestida, con el cabello trenzado y recogido en un rodete. Lucía su blusa blanca de encaje, su falda bordó de pliegues y unos zapatos humildes. Nadie más en el mundo podía irradiar tanta dignidad como doña Sabina en tales circunstancias. 

Unas pocas veces mi mamá le había pedido a esta señora que nos tuviera a mi hermana y a mí en su casa por unas horas mientras ella tenía que salir a hacer algo. Estar en el jardincito de su terraza, con todas esas latas y otras cosas arrumbadas de tal forma que el espacio parecía un laberinto, era como estar en otro planeta. Yo recién aprendía a leer y relacionaba arbitrariamente  lo que decían las latas con sus ilustraciones y las plantas que crecían en ellas, y después sacaba mis conclusiones. Y ni qué decir de lo maravillados que estábamos mi hermana y yo con la perrita que bailaba. Se llamaba Cuqui. Cuando nos cansábamos de las plantas y de Cuqui, nos escurríamos por los rincones de la casa, en la que flotaba un olor como de naftalina, y levantábamos cualquier objeto para inspeccionarlo. Doña Sabina nos dejaba tranquilos mientras se quedaba en su silla mecedora con su biblia. Fue por ella que tomé una biblia completa en mis manos por primera vez; fue el día en que la levanté de la mecedora mientras ella estaba en la cocina. Al abrirla encontré al azar el nombre RUT en las letras grandes de un título. Pensé que era por la nieta que vivió con ella por un tiempo corto y que la hacía renegar seguido. Esa chica se llamaba así pero le decíamos Ruti. 

Mis ojos vuelven a las páginas de la Reina Valera que estoy sosteniendo, pero por más que paso las innumerables hojas hacia atrás y hacia delante, no puedo encontrar el nombre Rut. Acaso los recuerdos se estén entremezclando como los caprichos de las visiones nocturnas y puedan no haber ocurrido en la realidad.

Pero sí, Rut existió  (o existe en algún lugar). Estuvo en la casa de la viejita el día en que murió Perón. Como ese día no hubo clases, doña Sabina nos cuidó a mi hermana y a mí durante la tarde. Quisimos ver los dibujitos en su prehistórico televisor Panoramic pero en todos los canales mostraban el sepelio. Así que nos quedamos jugando por los rincones de la casa con Rut.
Por un momento, dejé a las dos y entré solo al cuarto de doña Sabina. La encontré sentada como siempre en su mecedora, con sus antejos de marco grueso, sosteniendo su biblia. El cuarto estaba oscuro excepto por la escasa luz que provenía del velador a su lado, exactamente como estoy yo ahora...
    ---Doña Sabina ¿qué está leyendo?
      Pensé que no me había escuchado porque no se inmutó, pero un ruido estrepitoso que debió haber provocado Rut o mi hermana le hizo dar un respingo. 
Asumiendo que era Rut la responsable, gritó:
    ---¡Rut! ¡Ay, esta bandida, pero!
Y luego, volviendo a su biblia, protestó con una voz que parecía sollozar, ---: Esta chica poseída por Satán parece…

Me quedé mirándola, pensando en lo que acababa de decir. Si bien yo tenía una idea vaga de quién era Satán, no entendí por qué había dicho eso. Lo que me fascinaba era que sólo el borde de las delgadísimas hojas su biblia fuera de color rojo. Pero ¿qué decían esas páginas? ¿Por qué doña Sabina estaba siempre enfrascada en su lectura, y las únicas veces en que se la veía bien arreglada llevaba ese libro con ella?  Ya a esa edad me hacía esas preguntas.

En un sueño que tuve una vez --uno en el pasado cercano-- ella alzaba la vista de su Reina Valera y, mirándome a través de aquel armazón aparatoso y negro con sus ojos como de vidrio mojado, me contaba lo sobre lo que leía. Lo que me decía era como una revelación maravillosa, como la pieza que faltaba en un rompecabezas existencial sobre la vida y el mundo. Lo terrible es que el sueño de pronto se cortó y con él se iba todo ese conocimiento que acaba de obtener, por más de que trataba de retenerlo. En momentos como en este desvelo, cuando estoy en esta frontera, vuelven esas inquietudes y los recuerdos; hasta que me despierto del todo o me duermo otra vez.

Vuelvo a sentir un golpe leve en la pared de la cabecera de mi cama. Siento que empiezo a hundirme en ese estado o realidad misteriosa que es el sueño. 
  ¿A dónde iré esta vez? Si pudiera reencontrar a doña Sabina en su mecedora quizás me quiera repetir aquello que me contó y responder a parte otras preguntas. Pero también quisiera decirle que Rut no está poseída por nadie, que es sólo una niña traviesa, como mi hermana. ¡Recién ahora han aparecido sus hijos! ¿Es usted la que golpea la pared a estas horas?  Ay, mis hijos no creen que conocí a Evita cuando ella no era nadie, me repetiría ella. Creo que esos que entraron son ellos. –¡Usted no se meta con nosotros ni con nuestra madre, ella vive sola porque quiere!…. Hola Rut, ¿estos son tus hijos? ---Sí, Eusebio, ¿y vos tenés hijos? ---Sí, están en casa, acá al lado. El mayorcito se parece a mí. Ah, Rut, voy salir por un par de horas, así que le quería pedir a tu abuela que me los cuide un ratito… ---¿Y tu mujer?.. ---No... no sé… Y le voy a pedir esas hojitas que sirven para el oído…---Eusebio, es que mi abuela no va a poder cuidar tus hijozz zz z