jueves, 21 de marzo de 2013

¡PIDO LA PALABRA! (Reunión de la Comisión Vecinal) (1989)

  

 —Vas a ir a la reunión vos – me ordenó mi mamá mientras de la olla subía el irresistible aroma del saise.

 —¿Otra vez? —, me quejé con terrible fastidio. La vez pasada fui yo. Son muy aburridas esas reuniones. Nunca queda algo en concreto.

   Mi mamá había decidido que yo sería el representante de la familia en las reuniones de la Comisión Vecinal. Ya tenía diecisiete años y podía asumir esa responsabilidad. Ella insistía también porque la firma de los presentes quedaba asentada en los registros (bah, en realidad se trataba de un cuaderno) . No quería que se dijera que los Castillo éramos de esos vecinos irresponsables e indiferentes a las reuniones en las que se trataban asuntos vitales para el barrio.

 

  “Señores vecinos, en el día de la fecha, a horas 10 AM,  la Comisión Vecinal celebrará una reunión para tratar el siguiente orden del día: a) Marcha de los trámites de la adjudicación de las tierras ante la Municipalidad; b) Problemas de la luz ante Sejba, c) Construcción del Polideportivo y el Centro de Salud; d) Informe de las distintas carteras de la Comisión, e) Varios.

Por tratarse de temas de suma importancia para la vida de nuestro barrio, ¡insinuamos que no dejen de asistir!

 

    El propio presidente de la Comisión –don Rodolfo Domínguez–, repetía esto una y otra vez  a través de las bocinas instaladas en las esquinas.  Su apremiante voz distorsionada se metía por todos los rincones del barrio.

    A pesar de mis berrinches de adolescente, terminaba cediendo al pedido de mi mamá e iba a "La comisión" en nombre de la familia. No podía decirle que no; ella me lo daba todo y además, ¡tenía que preparar el almuerzo del domingo!

    Así que marché hacia la “escuelita” –como le decían al local de la Comisión Vecinal— que estaba a dos cuadras de casa, a la hora indicada por la convocatoria, lo cual resultaba innecesario porque, salvo dos o tres vecinos que esperaban dentro del salón, el resto caía como una hora más tarde.

   —¡Ay, pues, cómo no vienen éstos! ¡La ropa tengo que lavar! –se quejaba doña Dorotea, que asistía con su delantal de cocina manchado.

   —¡Ni se mosquean! Digan que van a dar trago gratis ¡y corriendo van a venir!— Este era Anselmo, con toda la sorna que alguien puede expresar, las manos al bolsillo del pantalón,  flexionando las rodillas.

   —Mirá pues al Lautaro. Primero está su verdulería. Nunca viene a la reunión— se indignaba don Sejas, mirando al verdulero a través de una de las ventanas del local. El tal Lautaro bajaba cajones de frutas de su F-100 con sus hijos a media cuadra del local de la reunión.

  —Don Rodolfo, ¡el domingo más bien debe hacer la reunión, pero…! — le dijo don Sejas al presidente de la comisión. Éste respondió que no era conveniente superponer la reunión con la misa de la capilla del barrio.

     —¡Qué misa ni misa! Al cura también lo dejan plantado — se reía Anselmo.

   —Es distinto: el cura dice su misa y se va, y el barrio sigue igual—, contestó don Rodolfo Domínguez con una seriedad que apartaba las humoradas—. Esto es otro asunto—, agregó sentencioso—:  La comisión trabaja en cosas que ni Dios ni la virgencita pueden hacer.

      Pensé que si mi mamá hubiera escuchado a don Rodolfo hablar así de la virgencita se habría escandalizado, tan religiosa que era ella. Tal vez pudiera usar esta conversación para zafar de la carga de ser el representante de la familia.

 

     Por fin a las once y cuarto más o menos,  una docena de vecinos se apiñó en la puerta del local. Algunos, viendo que la reunión no comenzaba, se alejaron para no volver nunca más. Yo lamentaba no haber hecho lo mismo, pero mi mamá luego me inquiriría sobre los temas tratados. La adjudicación de los terrenos y el progreso del barrio eran asuntos demasiado importantes como para  que yo me escapara por mis afanes de adolescente.

    —¡A ver, pasen por favor, vamos a comenzar la reunión de una vez. Nosotros también estamos ocupados y no podemos pasar toda la mañana aquí! —. Batiendo enérgicamente las palmas, Don Rodolfo Domínguez instaba a la gente que se asomaba a tomar asiento en los bancos dispuestos en el local.  Luego se ubicó en la posición del Presidente detrás de las mesas para los miembros de la Comisión Directiva, la mayoría de los cuales recién llegaba en ese momento.

    El tesorero, don Velázquez, se me acercó de pronto y me pidió que tomara la función del secretario de actas, ya que nada se sabía de aquel desde que viajara a Bolivia para carnaval. Yo iba a negarme rotundamente pero ya me estaba arrastrando del brazo para ubicarme detrás de la mesa de la comisión directiva.

    —Mire, yo no sé nada de esto— le dije a Velázquez.

    —Fácil es, joven. Todito lo que se diga, escríbalo—, me alentó el tesorero dejando el libro de las actas en mis manos. Lo abrí para ver cómo anotaba el secretario  desaparecido para que yo hiciera lo propio. Velazquez me miró de vuelta para asegurarse de que hubiese entendido: "Todito escríbalo".

     Observado esto, don Rodolfo anunció ceremoniosamente que “el joven Castillo asumirá las funciones del secretario de actas”. Levanté la vista del cuaderno para ver la reacción de la concurrencia ante semejante honor que se me encomendaba.  Sólo noté caras de aburrimiento e impaciencia en los vecinos sentados enfrente que –no sé cuándo habían llegado— ya eran un número considerable.

     En las dos ocasiones en que había asistido anteriormente suplantando a mi mamá, me había causado gracia la ceremoniosidad con que se celebraban estas reuniones. Don Rodolfo dirigía el desarrollo, pidiendo que el secretario leyera el orden del día. Luego uno a uno los miembros de la comisión iban presentando los informes de las actividades y gestiones que se llevaban a cabo.  Los vecinos participantes escuchaban pacientemente por todo lo que duraban las deliberaciones y discusiones. Cuando intervenían levantaban la mano y decían. “¡Pido la Palabra!”  Y una vez concedida la palabra, había realmente que estar preparado para lo que venía.  El secretario de actas asentaba las mociones que se presentaban y el resultado de la votación, y aparentemente todo lo demás.

      En aquella oportunidad me tomé en serio la función, ¡cómo me maté por dejar asentadas las trascendentales intervenciones en la reunión! La gente hablaba más rápidamente que lo que podía escribir, así que abreviaba arbitrariamente. Si tuviese que transcribir lo que anotaba se leería algo así:

 

Presidente: Hemos ido el mierc pasado a la comis munic de la vivnda. Nos recibio el arqto Scatini, elevo a intendencia planos aprob p/catastro. Prox semana reun con secret de XXxxx (completar) Necesit tener pers juridica, tramite ante Insp gral..xxxx(completar) necesitamos dos voluntarios para gestionxxxx    ¿ quiénes se anotan para ir…?

 

Vecino Justiniano Careaga: dice q no sabe qué es person jurdica

 

Vecino Demetrio Apaza: Propone a su mujer p/  gestion de pers juridic

 

Vecino Anselmo dice q Apaza quiere librarse de su mujer  x  eso la manda….

 

Presidente pide orden, silencio!!!!  Explica que  signifc. Persr jurid—--

 

(garabato)

 

       Me daba la impresión de que la explicación de don Rodolfo utilizaba un vocabulario demasiado técnico (con todo el respeto que me merecen aquellos vecinos presentes) –y hasta diría yo— con un matiz intimidatorio. De esta exposición que hizo el presidente se concluía  que, vaya a saber en virtud de qué requerimientos legales, el trámite de la personería jurídica para la Comisión Vecinal era un requisito ineludible para avanzar en las gestiones con miras a la adjudicación de las viviendas. Por supuesto, no pude escribir todo lo que el presidente explicó. Completaría esa parte preguntándole a él más tarde. Y por cierto, ¡el hijo de puta del secretario de actas estaría pasándola muy bien en Bolivia mientras yo estaba aquí clavado cubriéndolo!

  —Necesitamos a otra persona más para ir a la Inspección General de Justicia— dijo don Rodolfo, y mirando al costado de pronto me espetó —¿ A lo mejor usted, joven Castillo, pueda sumarse este lunes?

  —Sí, usted nomás vaya pues, joven— dijo una señora que estaba sentada en la primera fila. Otros opinaron que los jóvenes estábamos mejor preparados para tal misión; hubo un gran murmullo de aprobación.

     En ese momento me dije ¡ya me va a escuchar mi mamá! Pero también recordé que ella inspeccionaba cómo me iba en el colegio, lo cual me inspiró la respuesta que estaba necesitando.

  —Lamentablemente tengo mucha tarea del colegio atrasada... —dije, sin levantar la vista del libro de actas. ¡Nunca le había dado tanta importancia al estudio!

 

    Ya llevábamos casi dos horas de agonía en esa reunión. Ya sentía mucha hambre y seguramente los demás vecinos también por la forma en que se revolvían en sus asientos. Una señora, emponchada en su manta a pesar de que no hacía frío, ya había sucumbido al sueño. Cuando algún ruido la sobresaltaba, automáticamente levantaba la mano dando su voto a la moción que se estaría planteando en la realidad interna de su sopor.

 

 Presidnt  pasa al sgte pto: Fiesta d virgen copacb, faltan 2 seman, se pide voluntar p/ la marcación puestos, tamb colaboradores cobradores, recalc important la organizac p/ evitar caos

 

Vecino Ortuño dice: fiesta es solo negocio, No hay respeto por virgencita—hay que suprimir fiesta, solo misa….

 

 Vecino (Nombre?) dice q Ortuño debe encerrarse en la capilla c/ virgencita c/ cura y  monja y no salir a disfrutar.

 

 Vecino Ortuño responde q algunos ya compraron mercad q piensan vender x eso quieren joda xxx

 

  Presid: pide orden, explica porquè es neces organr fiesta virgenxxxxx  (garabato)

 

    Don Rodolfo nuevamente en su tono de prócer de la madre patria (el país hermano, Bolivia, claro está) dio un elocuente –y extenso-- discurso en el que ponderó el gran acontecimiento cultural que significaba la Fiesta de la Virgen de Copacabana, y consideró la manera en que la enorme multitud de visitantes de la colectividad afectaba al barrio; para concluir en la necesidad de que la Comisión vecinal debía tomar cartas en la organización del gran evento.

 

   Vecino Anselmo:  Basta Rodolfo, terminá de una vez!!!, resto vecinos pide terminr reunion tamb-xxx

 

      De pronto, a través de una de las ventanas sin vidrios (aunque cubierta con lo que alguna vez fue una colorida cortina colgada de un piolín)  alguien desde afuera gritó “¿De qué vive Rodolfo? ¡Dejá de robar con la fiesta!”

 

 Presid:   golpea mesa, dice  Borracho carajo  vaya a chupar  la esquina!!! xxxx

 

 Vecino Anselmo: Pide rendic de cuentas de la fiesta dl año anterior…

 

 Presid dice   Anselmo ud critica y apura pero nunca se anoto p/ comis de audit..

 

 Vecino Sejas, dice: don Rodolfo siempre convoc  revisar ctas, pero nadie se calienta p/ com de audit. xxxx

 

  Vecina Dorotea   no sabe qué es auditoria—-

 

       Por fin, alrededor de las dos de la tarde, la reunión llegó a su fin. Al salir por la única puerta del local los vecinos tenían que firmar el mismo libro en el que yo había asentado las deliberaciones. Yo bostezaba de hambre. Mi mamá y mis hermanos menores ya habrían terminado de comer. Me mordía diciéndome que era la última vez que cubriría a mi mamá. No sé: lavaría yo mismo mi ropa, aprendería a cocinar, lavaría los platos…

     Luego de estampar mi firma en el cuaderno con la satisfacción del deber cumplido, justo cuando estaba a punto de abandonar el local, siento que un dedo me toca el hombro por detrás: “Joaquín, ayúdenos pues a ordenar los bancos antes de irse”. Al darme vuelta vi que era doña Lourdes, la jefa del grupo de madres del barrio. Cómo decirle que no: a esta señora mi mamá le hablaba tan orgullosa de sus hijos.

      Cuando entré a casa, mi mamá me esperaba con la comida en la mesa. Debió haber calculado el tiempo porque el plato estaba calentito. Debo haber comido como Esaú el potaje de lentejas. Me preguntó de qué se había hablado en la reunión.

      —¡Pido la palabra! —dije con la boca llena, tentado, levantando la mano a la usanza de aquellas benditas reuniones. A mi mamá pareció no hacerle gracia. Esas reuniones eran realmente importantes.

 




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