jueves, 28 de marzo de 2013

UN 8 EN UNA MAÑANA DE DOMINGO





El hombre llegó al centro de la plaza y buscó un banco a la sombra.  Encontró uno cerca del cantero central frente al mástil de la bandera y se acomodó allí.  La plaza a esa hora de la mañana de domingo estaba casi desierta; sin chillidos de niños ni otra fuente de ruidos.  Se dispuso a retomar su novela; la página  estaba señalada con un boleto de colectivo. Cuando se acomodaba en el banco,  con un movimiento torpe quitó sin querer el boleto y perdió la página.  Como solía no prestar atención a la  señalización de los capítulos, trataba de ubicar el párrafo por alguna frase en particular; recordó que andaba por la descripción de Salvatierra, un personaje que le hacía pensar cuánto de psicópata podría haber en él. Así estaba, avanzando y retrocediendo, leyendo párrafos ligeramente y tratando de evitar hechos desconocidos para no comprometer la novedad
    De pronto, sobre la mano que iba pasando las páginas, cayó un enorme y pesado chorro de excremento de pájaro.  La parte sólida, de un verdor oscuro mateado de gris claro, quedó untada a lo largo de su pulgar, y un poco de lo acuoso le había salpicado la bragueta. Puteó y alzó la vista hacia las ramas del árbol debajo del cual estaba sentado, como si quisiera ubicar al pájaro responsable. Sacudió su mano vigorosamente y,  aunque también la frotó contra el banco, aún le quedaba restos de excremento.  Buscó alrededor sobre el suelo; cualquier cosa le serviría para limpiarse. Pero nada, excepto unas hojas de álamo a los costados y sobre el sendero. Levantó un par de ellas; tenían tierra húmeda adherida. Mientras su vista escrutaba ahora el piso al otro lado ---pasto y más hojas caídas---, sintió que alguien se acababa de sentar junto a él. Giró su cabeza para ver al recién llegado y….

        No, no, ¡esto no sirve! Me estoy repitiendo con este comienzo, estoy seguro. Ya había escrito sobre algo que ocurría en alguna plaza anteriormente, en una situación no muy distinta. ¿Qué era lo que pasaba? Ah, creo que el personaje encontraba a un viejo o un loco que después lo desconcertaba con algún disparate. Algo que escribí hace mucho, ahora lo recuerdo. Así que esta media hora de improvisación ha sido en vano, tiempo miserablemente perdido. Pongo el cursor sobre la X del ángulo superior del procesador de texto; y a la pregunta  “¿desea guardar los cambios?” respondo con un golpe de mi índice en “No”.  A este archivo ni siquiera nombre le puse, así que ¡adiós!
     Me levanto y tomo mi saco del perchero.  No creo que hoy pueda escribir algo rescatable, así que salgo a la calle. Un poco de aire fresco me hará bien, una caminata a esta hora de la mañana de domingo, después de haberme encerrado en mi departamento durante el sábado por la lluvia odiosa que no paraba.
      En la entrada, el portero me saluda amablemente a pesar de que con respuestas secas suelo frustrar sus intentos de entrar en confianza. Dicen que el fútbol es capaz de poner a conversar a dos personas totalmente desconocidas en cualquier lugar. ¡Ya lo creo! Donde trabajo, nuestro recalcitrante  gerente de área es de los que prefieren las formalidades; mantiene celosamente la distancia con los subalternos, así que nada de tutear; pero, gracias al fútbol, un cadete que puede haber comenzado apenas hace un par de meses, palmada de por medio, puede decirle al gerente que su equipo “la tuvo adentro”. Sí, el fútbol acerca a la gente y rompe barreras, pero en un nivel inocuo, si se piensa un poco, porque el cadete seguirá con su sueldo de cadete y el gerente seguirá con su sueldo de gerente; mientras que en las sintonías que no son de fútbol, todos siguen compitiendo y odiándose. Ah pero eso sí: todos contentos y prendidos a la pasión de multitudes.

   ---Buenas.  Lindo día, eh— dice el portero, escoba en mano. Sobre su mesita está desplegada “La Nación”.
     Sorprendo al portero con un tono bastante amable para de nuestro trato habitual: 
   ---Ah sí.  Por fin paró de llover.       
       Mientras digo esto, con una cara que no disimula   mi extrañeza,  dirijo la vista al enorme diario sobre su mesita. Él lo advierte, estoy seguro.  Siento que está a punto de referirse a esta circunstancia, pero prosigue con el asunto del tiempo.
  --- Sí, ta lindo pa’ salir. ¿Se va a pasear?
  --- Mhm, sí, salgo un rato…
    En realidad con las respuestas reservadas lo sigo alienando como siempre.  Finalmente, emerge el detalle del cambio de diario.
 ---¿Quiere llevarlo después? Yo no leo este diario. Lo compré porque trajo unos talones para el cine con descuento, que si no…
  ---Ah, gracias, pero ando con poco tiempo.  Qué bueno que los vouchers puedan ser aprovechados por todo el mundo–. Y agrego consciente de que mi tono simpático es falso ---: El que está “firme junto al pueblo” debe ser más entretenido, ¿no? Con toda la sangre y los cola-less de las modelos... ¿O es el otro, El Diario Popular?
    A pesar de que el portero mantiene la sonrisa ahora hay una sombra de hostilidad en su cara. Su respuesta es directa.
 --- En realidad a La Nación ni la leo aunque me la regalen. Me gusta el fútbol, así que leo el Olé o Crónica.
   Los intentos de empatía se empiezan a evaporar.  Su vista ahora está dirigida hacia lo que pasa más allá de la puerta de entrada al edificio, sobre la calle.  De repente y sin mirarme me dice ---Bah, creo que la mayoría de los hombres normales piensan lo mismo en cuanto al fútbol y los diarios…
     No pienso contestar esa barbaridad como se merece. Que siga con su escoba. Yo salgo a la calle.  Al pasar veo mi reflejo en el espejo de la entrada. Algo en mi aspecto confirma que nada tengo que ver con el portero o la gente como él.  ¿Acaso tomarme unos minutos diariamente para enterarme la situación del eterno campeonato me hará calificar para ser un hombre "normal"?

     Voy por la calle con andar despreocupado.  El cielo se está limpiando hacia el sur.  El resplandor del sol está empezando a bañar los pisos altos de las  casas. Después de que ha llovido hay que andar pisando con cuidado. Pero es tarde porque una baldosa floja eyecta un chorro barroso que ensucia mis zapatos.  Sigo caminando sin rumbo. Aunque no son las ocho todavía hay bastante tránsito en el barrio. Un grupo de adolescentes que se acerca por la vereda parece regresar de una noche entera de baile. Vienen en dirección opuesta y, al ser cuatro, ocupan casi toda la vereda. Avanzo ahora con paso resuelto en línea recta, asumiendo que uno de ellos cederá su lugar.  No sólo nadie lo hace sino que debo atajar a uno de ellos que camina tambaleándose; cuando paso a su lado, su cuerpo cae sobre mí. El contacto de mi mano contra la manga de su camisa me produce una arcada porque está embarrada con vómito.  Sus compañeros se burlan del ebrio y lo jalan del brazo. Siguen de largo ignorándome por completo.
     Me detengo frente a la ventana de uno de esos bares que son cada vez más raros, esos que tienen ceniceros cuadrados de metal Cinzano y que no han sido todavía reformados por esa tendencia que hay ahora de pintar una pared de rojo fuerte, de instalar luces dicroicas y colocar plantas. No, éste se encuentra prácticamente en penumbras, aprovecha la luz exterior. Detrás del mostrador se ve a alguien que debe ser el patrón, un tipo con cejas de una sola pieza que se mete el dedo en una oreja. Detrás de él, sobre la pared, hay un reloj con la propaganda de Minerva, toda una reliquia.  Decido entrar para tomar un cortado mientras leo el diario si lo tienen. Llamo al mozo, otro tipo cuya actitud entona perfectamente con aquel mundillo en extinción.
  --- Qué tal. Tráigame un cortado. ¿Tiene el diario?
      Pasan unos largos segundos antes de que me conteste, durante los cuales pasa una rejilla húmeda y rancia sobre la mesa desnuda. Lo miro a la cara aguardando la respuesta. Él, esquivándome, mira por sobre su hombro hacia una mesa que está cerca de la entrada. Allí hay sentado un anciano inclinado sobre un diario; parece estar escribiendo algo en él.
--- ¡Celestino! ¿Me da el diario? Lo están pidiendo por acá.
 ---Ah no, no.  Si hay uno solo, déjelo---, le digo al mozo.
 ---Siempre hace el Claringrilla ---.  El mozo hace un chasqueo de fastidio con la boca---. Está con eso desde que abrimos.  A ver, péreme…
     Lo detengo, casi tomándolo de la manga del delantal rojo.
--- Mire, mejor déjelo.  Me voy.
--- No, no. Si no le prendo el televisor…  
  Saca un control remoto del bolsillo y enciende el televisor que está por encima del viejo del Claringrilla. Hay un partido de fútbol que obviamente no es en vivo. El mozo ahora parece más pendiente del partido. De pronto se une al anciano y al gallego detrás del mostrador en un grito al unísono: ¡GOL! Creo que si yo fuera a sacar la plata de la caja registradora nadie se daría cuenta.  Me levanto y salgo del bar.

     La mañana se está poniendo un poco más radiante. Para ser otoño y teniendo en cuenta la hora, el tiempo está nada fresco. Pesado en realidad. Cruzo la avenida Caseros y voy en dirección a la plaza. Ahora que la han enrejado está mejor cuidada. Voy a atravesarla. Una pena que no haya traído mi block para anotar algunas ideas. Quiero escribir un cuento sobre personas… digamos…  no tan convencionales; un poco solitarias. Sé que no es muy creativo escribir sobre uno mismo.  Es un recurso bastante trillado. El tipo que se escapa de donde vive y va en busca de algún suceso inesperado…    
     Me empiezo a aburrir, a frustrar por no haber conseguido escribir algo aún desde que empezó el fin de semana. Y esto de crear historias a contramano del bullir del hombre ordinario, del que se motiva con su ambición/necesidad lógica de dinero, sazonada con esa pasión fascista y controladora que ejercen los comportamientos y rituales masivos (y secretos), el celo por mantener la hegemonía machista… me haría sentir más frustrado aún. En definitiva, ¿quién va a leer mis cuentos? ¿Cuántos se interesarían por mis historias…? ¿Cómo es que me llamó el portero del edificio…?

  Ya me encuentro en el centro de la plaza. Suena la llegada de un mensaje a mi celular,  o debe tratarse de una de esas promociones que a nadie interesan. Al sacar el celular del bolsillo interno del saco lo suelto sin querer; rebota en el sendero asfaltado de la plaza y termina debajo de un banco que está ocupado. Me dejo caer sobre el mismo banco para rescatarlo de entre unos pastos crecidos. El hombre que está sentado al lado se está limpiando la mano con una hoja seca de árbol. Ya sé: es excremento de pájaro. Le han estropeado un momento de lectura al pobre. Me ha pasado también: la mierda que me había caído de las ramas altas me dejó una mancha embarazosa, como si me hubiera orinado un poco.  
    Ya agarré mi celular, estoy por levantarme para continuar mi paseo sin rumbo.  Sin querer mi mirada se encuentra con la del lector perturbado. Nos miramos en silencio por un instante. Mi primera reacción es como la de alguien cuando encuentra en el espejo una lamentable imagen de sí mismo con una espantosa resaca. Pero enseguida me inquieta que mis sentidos me estén confirmando que estoy despierto y que todo alrededor es real. Aparecer en mi cama liberando un grito aterrador es todo lo que deseo en este instante.
       A los que viven pendientes del campeonato de fútbol y todo lo demás --la gente normal, según el portero--, supongo no le pasarán estas cosas.




   


1)  Expresión humorística inventada por Maradona. La idea es que alguien "te penetró", si lo decimos en lenguaje neutro. Se podría parafrasear como que " te embromaron     o te ganaron". For English speakers' sake: This humorous expression was coined by Maradona. It means you`re fucked.

 (2)   La Nación es un diario orientado a los intereses de la clase media, clase media alta. (A spreadsheet type of paper)

 (3)  Slogan del diario "Crónica",  similar al tabloid The Sun de Inglaterra.




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MIRE ATRÁS AL BAJAR


¿Y si hoy llega el fin del mundo?  No tengo mucho por perder aunque todavía no cojí con ella. ¿Y si ocurriera justo en ese momento…? Mejor: no quisiera dejar hijos en este mundo. No sufriría en mi vejez tampoco.  ¡Pero con un día así de lindo a quién se le ocurriría!
   
      ---¿Bajás?
      ---No sé. Ah, sí.