domingo, 2 de junio de 2013

LA NOCHE DE LA VISPERA (Una entrada del diario de Joaquín) (2012)



 Sábado 13 de octubre de 2012



La historia ocurrió en este mismo lugar pero de noche
Hace mucho que no me quedaba a merodear en Charrúa la noche de la víspera de la fiesta de la Virgen. Cuando era adolescente lo hacía casi siempre. Una vez por aquellos años, en el escenario que arman en la entrada de la capilla, tocó un dúo de cumbia que se llamaba Pedro y Juan. Hicieron una canción muy popular que se me quedó pegada hasta hoy; decía “nunca, pero nunca, me abandones cariñito”. Después vienen los fuegos artificiales, como siempre, que no son la gran cosa pero que para todo ese revuelo festivo de la virgen alcanza y sobra.
       La noche de la víspera es la previa –como se dice ahora-- de lo que pasa al día siguiente, porque en las veredas de la esquina central del barrio se instalan las vendedoras de anticuchos(1), bebidas y otras “comidas rápidas” de los paisanos; se arman bailes en la calle; la gente va y viene en grupos de amigos, familias; los paisanos se reencuentran; y hay muchos que se quedan en el barrio para estar el día siguiente desde temprano.
      Pero si a alguien se le diera por leer este diario (suponiendo que en plena era digital, puede concebir que todavía alguien lleve un diario como en la época de mi abuela) creería que hablo de la noche de la víspera como de un entrañable acontecimiento social que me conmueve y moviliza y bla bla bla.  Pero nada que ver. Ni la noche de la víspera ni la gran fiesta del día siguiente me mueven un pelo ya, para ser sincero. Al contrario. No soporto las multitudes ni el alboroto que generan. El barrio ahora está en decadencia, es casi tierra de nadie, las cloacas pronto van a convertirse en géiseres; el sentido comunitario es prácticamente inexistente; casi no me quedan amigos de los que solían vivir en Charrúa porque, lógicamente, se mudaron todos. Y lo bien que hicieron. Ah, y para colmo un nuevo elemento le da el tiro de gracia a lo poco que quedaba en el barrio por lo que yo tenía algún sentido de pertenencia: aparecieron unos travestis no sé de dónde, que se pasean alegremente por las veredas. Entonces, creo que está claro el porqué me he “alejado” bastante del barrio, vispera y fiesta de la virgen incluidas; aunque no he podido mudarme, que es otra historia. Y además, debo admitir, he cambiado mucho…
      
      Estaba en otro lugar ese sábado por la tarde cuando me llegó el mensajito(2)  de Guido proponiendo que nos juntáramos con Fabián -ambos viejos amigos del barrio- para ver la víspera en la plaza del barrio, en vez de ir a otro lugar como quería yo. Luego de bajarme del 6 (autobús), llegué al barrio por Erezcano, cruzando por debajo del puente del tren(3) y apurando el paso porque esos horribles travestis han hecho de este punto su cuartel general. Luego un poquito por Itaquí, y ya estaba en el centro de Charrúa, donde se emplaza la (ahora remodelada a nueva) capilla; donde está también la escuela (a la que asistí en séptimo grado) y la placita que tiene en el frente.
      Eran como las ocho de la noche, ya había bastante gente congregada haciendo bastante barullo. Habían armado el escenario habitual y escuché que para la ocasión se iba a reunir el grupo de cumbia de Pirincho después de mucho tiempo. Otra reunión más, pensé; pero la nuestra no se había producido aún habiendo pasado más de quince minutos de la hora convenida. Empecé a lamentar el haber cambiado de planes para esa noche de sábado. Iba a encontrarme con otros amigos de esta época en otro lugar. Pero vine acá, y ni señales de mis viejos amigos de Charrúa. Guido llegaba tarde para variar, ¿pero Fabián? El animador desde el escenario presentó unos grupos de baile, uno local y otro no sé de dónde, y anunció que después venían los infaltables fuegos artificiales. Todo muy lindo, pero ya me quería ir de allí.
       Me estaba por ir pero me quedé un poco más viendo cómo Pirincho y su grupo probaban sonido. Merodeaba al mismo tiempo resignado por entre la gente y los puestos de venta. Recordé la noche del dúo Pedro y Juan. ¡Cómo quisiera sacarme esa canción de la cabeza!
       De pronto escuché la voz de Fabián por detrás. Pensé que estaría con Guido pero estaba acompañado de otro chico. Nos saludamos: qué tarde que llegás, bla, bla, que dónde está el enano de Guido, bla, bla, que quedémonos que ya toca Pirincho, que bla, bla bla.  Y nos quedamos nomás porque Pirincho había largado el primer tema.
      Ah, por cierto, Fabián me presentó al chico que lo estaba acompañando. Con el sonido del grupo en plena actuación no escuché bien de quién se trababa; me pareció que ya lo conocía, o que era uno de los tantos sobrinos de Fabián. El chico me miraba con una sonrisa amigable, debía de andar por los veinte años. Luego dijimos de tomar una cerveza ahí mismo, y le compramos a una de las puesteras ubicadas al lado de la capilla. Me di cuenta de que hacía un montón que no hacía algo tan simple como tomar una cerveza con amigos del barrio en la vereda de la calle. ¿Tan distanciado había estado en estos años? Imité a Fabián e hice fondo blanco (4) . Al chico se lo veía también bastante canchero(5) con la bebida. Pasado el ruido del grupo de Pirincho, charlamos un poco más. ¿Es tu sobrino? le dije a Fabián. “No, boludo(6), te dije como tres veces que es un amigo de la familia,” me respondió.  Tenía razón, ya le había preguntado, pero ¿vieron cuando alguien se pone atolondrado y no sé da cuenta de nada?  Miré otra vez al chico: “Joaquín”, me volví a presentar extendiéndole la mano. “Gonzalo”, me dijo, y algo en la manera de mirarme me hizo sonreír. O debe haber sido la cerveza. Eso me pasa por no tomar muy seguido.
      Gonzalo le preguntó algo a Fabián y éste le señaló un rincón en el fondo de la placita del barrio, que se quedaba a oscuras cada cinco minutos porque el poste de iluminación funcionaba mal. El chico se fue allí entonces y yo me quedé con Fabián poniéndome al día con nuestras cosas, trabajo, estudio, familias, bla bla bla. Regresó Gonzalo y al ver la botella casi vacía pidió otra. Llenó el vaso de todos y ¡salud! Lo miré devuelta: su sonrisa me resultaba contagiosa;  después miré a Fabián, que se adelantó: “No, no es mi sobrino.”
      Bueno, después de todo, no lo estoy pasando tan mal, me dije. Había  ruido, sí, y mucha gente que no me importaba dando vueltas. Pero qué bueno era después de todo reencontrarme con un viejo amigo. Ah, ¿y Guido? Cierto, tenía que reunirse con nosotros. Andará por ahí, ya nos encontrará. Y también este chico, qué simpático. Tomaba cerveza como si fuera agua. Ahora que podía escucharlo dijo que era boliviano, de Santa Cruz de la Sierra, o eso me pareció entender. ¿O me dijo Tarija?   
       Fabián nos dejó un momento mientras se fue por ahí para ubicar a Guido. ¡Salud! Otro vaso más. Nunca me puse en pedo(7), no lo recuerdo. Tampoco ahora; sólo sentía un ligero mareo y una sensación de estimulante liviandad. Lo de estimulante es porque este chico me caía  bastante bien.  En estos momentos habría estado con Lucas y Silvina  -otros amigos de otro lugar- en algún Starbucks, charlando y envidiando el viaje de Silvina a Inglaterra, indiferente a la insípida música funcional del lugar. Todo bien, ojo. Pero en cambio estaba ahora de regreso en el barrio, redescubriendo este clima boliviano festivo y nada sofisticado en mi barrio, rodeando con mi brazo los hombros de esta nueva amistad, Gonzalo, a quien parecía no molestarle.
     Reapareció Fabián solo (Guido seguía desaparecido) y creo que me miró un poco extrañado. “Vamos en frente a pedir otra cerveza”, dijo, señalando la vereda de Itaquí.  Nos movimos porque estábamos entorpeciendo la circulación.  Una vez ahí, en la puerta del kiosko de los Claure, se vino la tercera cerveza. Brindamos, challamos(8), y seguimos charlando. A Fabián lo tenía casi descuidado como al desertor de Guido. Escuchaba en cambio todo lo que me contaba Gonzalo, y yo le preguntaba por detalles de cada cosa. Me sorprendí muy animado y popular como nunca antes, pero estaba lo suficientemente sobrio como para oír cuando Fabián dirigió nuestra atención al culo de una chica en shorts que caminaba con sus amigas por la vereda de la escuela. Gonzalo se dio vuelta y miró también, y dijo un piropo muy gracioso que debían de decir en su pueblo natal. Sentí que tenía que decir algo yo también. Lo que haya dicho, me pareció, pasó inadvertido.
     Vuelta a la charla entre nosotros. Y ocurrió algo bien charruano y apropiado para la fiesta: un tipo que andaba por ahí, ya bastante en pedo y a quien ninguno de nosotros conocía, se unió al grupo como la misma naturalidad con la que lo admitimos. Y empezó con desvaríos de embriaguez, proclamando el orgullo de ser boliviano, brindando, y cosas así. Sentí que debía interactuar también con el extraño, y no exclusivamente con Gonzalo. El paso de la chica del culo en shorts por la vereda de enfrente tuvo el efecto de poner las cosas en su lugar.  Es más, simulé estar más pendiente de las pavadas que decía el borracho que de mi nuevo amigo. Y todavía más: para enfatizar mi hombría, la próxima cerveza la invité yo. Así estábamos cuando Gonzalo nuevamente reclamó mi atención para contarme que en Santa Cruz de la Sierra supo jugar para cierto club de fútbol, pero que tuvo que dejarlo por no dedicarse como correspondía. Retomé entonces con él las interesadas preguntas y ¿bla bla bla…? mientras que a Fabián lo tenía ocupado el borracho. Entonces redoblé mi apuesta por mi inédita personalidad popular:
     Justo por la vereda por donde pasó la chica de los shorts, reconocí a Orlando, un compañero de séptimo grado de la misma escuela que teníamos enfrente. Debieron haber pasado fácilmente un par de décadas desde la última vez que tuve una charla con Orlando, pero igual levanté la mano para saludarlo como si acabáramos de egresar de la primaria. Para mi sorpresa, Orlando se detuvo y vino directamente a mí. Contento por el reencuentro, lo presenté al grupo. Orlando inmediatamente nos invitó a todos a brindar en su casa, que estaba a media cuadra en la calle Matanza. Realmente no estaba en mis planes ir a otro lugar para seguir bebiendo, así que le dije que lo dejaba para otro momento. Pero todos -todos, incluido el borracho- se prendieron con la invitación e insistieron en que me uniera. Gonzalo también: me estiraba del brazo, así que bueno, me hice de la partida.
     Encabezados por el anfitrión, irrumpimos en la casa como quienes llegan a imponer un estado de sitio. La mujer de Orlando no se vio para nada feliz de tener que desalojar la sala. Al festejo se sumaron algunas personas que estaban en la casa,  que luego me enteré eran inquilinos. Uno de ellos hizo de disc-jockey con música de videos de youtube reproducidos con unos parlantes tan grandes como heladeras familiares. Y comenzaron nuevas rondas de cervezas que Orlando nos puso en frente. El estridente sonido de la música de cumbia que salía de los parlantes comenzaba a resquebrajarme el cráneo, pero parecía el único que sufría. Traté de relajarme y no perder el estado de ánimo y sostener la personalidad que estaba explorando esa noche.
     Aparentemente los inquilinos de la casa de Orlando eran paisanos de Gonzalo porque pronto abrazados se pusieron a cantar los temas que ponía el disc-jockey. Le pedían tal o cual tema de fulanito de Santa Cruz de la Sierra, y los desbordes de emoción llenaron la casa. Miré el reloj y miré a Fabián. Él parecía estar disfrutando de la reunión. Le hice una seña de que me quería ir; él me hizo un gesto de que esperara. Mientras, Gonzalo y sus paisanos comenzaron a ejecutar graciosos movimientos de baile, dando saltitos y formando el número 4 con flexiones de una pierna y luego de la otra. También, arrebatados por la nostalgia de su pueblo, emitían unos tremendos gritos de algarabia que debían de escucharse cuadras a la redonda. Gonzalo ya no era tanto el que conocí en la calle, y con razón, a juzgar por la cantidad de cerveza que estaba tomando. Justamente, cuando Orlando advirtió que yo prácticamente no había tocado mi vaso me obligó a bajarme uno lleno. Le dije que ya debía irme a dormir porque tenía que levantarme al día siguiente temprano para estudiar. Me contestó que de ahí no iba a salir, y cerró la puerta de la sala dejando a uno de sus inquilinos como guardia. Gonzalo lo debió haber escuchado porque dejó a su paisano por un instante para pedirme que me quedara con ellos. “Lo que se empieza hay que terminarlo,” me dijo. Me lo pidió él, me iba a quedar entonces. Hice corazón de tripas(9), y acepté otro vaso de cerveza del anfitrión. Me asombró cómo el alcohol puede refrescar la memoria de las personas, porque Orlando de repente me dijo con una risa socarrona: “¿Estudiar? Me acuerdo que te eligieron representante para las olimpíadas de matemática en otra escuela y te fue mal”.
     Pensé que me iba a quedar pero no aguantaba más los gritos, la música ensordecedora, la sensación de estar como secuestrado; así que súbitamente me lancé hacia el picaporte de la puerta; pero Gonzalo –rápido como un felino -- me interceptó y me llevó de regreso a mi silla. Entonces se sentó a mi lado, y con una pierna suya flexionada prensó una pierna mía, sujetándome. Me miró a la cara y me dijo “No se vaya por favor. Pídame lo que quiera, pero no se vaya”. Me quedé paralizado, mirándolo, sin entender qué estaba ocurriendo. Gonzalo debió haber percibido mi confusión porque se apresuró en agregar: “pero no cosas de maricones”. Volteé al costado, en busca de alguna reacción de Fabián pero vi que estaba bastante ido con la cerveza porque sonrería como una oveja.
       No sé cuánto tiempo más pasó después de eso. Debió haber sido no más de media hora; pero, típico, la ansiedad distorsiona el sentido del paso del tiempo. Finalmente mi salvación llegó cuando dejaron la puerta libre por un momento para dar paso a la mujer de Orlando y -al que asumí que era- su hijo. Ella tenía cara de querer echarnos a todos a patadas; yo debo haber sido el único consciente de eso. Reaccioné y volví a lanzarme hacia la puerta para escapar. Me sentí como en la última escena de Expreso de Medianoche cuando, saliendo por el pasillo del  P.H.(10) donde vive Orlando finalmente traspuse la puerta de calle hacia la libertad. ¡Qué tonto! Creí por un momento que los del grupo me seguirían para capturarme y llevarme de regreso a ese pandemonio. Pensé que saldría Gonzalo para pedirme otra vez que no me fuera. Confieso que habría querido eso, pero nadie salió tras de mí.
       En esquina central del barrio ya no quedaba ningún vecino espectador de la víspera. Más tarde, a partir a partir del medio día no iba a caber un alfiler en este lugar, cuando la Fiesta de la Virgen lleguase al clímax. Me sorprendí cantando nunca, pero nunca, me abandones cariñito, y sonreí por lo absurdo de la situación y mi fallida adopción de una personalidad distinta. Al dar la vuelta por la esquina de Itaquí y Charrúa casi me choqué con dos travestis que venían por el otro lado. ¡Cómo odio a esa gente rara! (11)






1) Anticucho: un plato originario del Perú, también difundido en Chile y Bolivia, que es básicamente una brocheta de corazón de vaca, u otro tipo de carne, sazonado con una salsa picante. También puede estar acompañado con papas hervidas.

2) Mensaje de texto de celular.

3) Este es el mismo camino al que se hace referencia en la historia: "AYALA" en esta misma colección. 
4) Hacer fondo blanco: beber de un trago ininterrumpido bebida alcohólica del vaso.

5) Canchero: (En Argentina) demostrar habilidad para hacer algo o una personalidad segura.

6) Boludo: una manera de decir “tonto” en Argentina. Suele ser un latiguillo similar a un vocativo. Dependiendo de cómo se exprese puede ser un insulto, o una forma amigable de dirigirse a alguien.

7) Ponerse en pedo: embriagarse.
8) Challar : De origen quechua. Rociar el suelo con licor o alguna bebida alcoholica en honor a la Pachamama o Madre Tierra en una ocasión festiva. Los protagonistas son bolivianos, o argentinos hijos de bolivianos (Joaquín, Fabián, Guido...)  de manera que recrean esta costumbre.
9) Hacer un esfuerzo para disimular el cansancio, el miedo o la tristeza para seguir actuando con naturalidad.

    10) P.H.: Departamentos que dan a un pasillo central común a todos, que desemboca en la puerta que da a la calle.
         11) Se entiende que no hay ánimo de discriminar a estas personas en esta historia.