jueves, 11 de julio de 2013

LA ÑUSTA (Parte 3)

(Viene de la  Parte 2) Viendo que Chiche, su patrón, necesita que le hagan un trabajo de albañilería en su casa, Félix concibe una idea para que su amigo Tony pueda ayudar a Juliana.  Pero alguien más aparece en la escena para ayudar…  Si hubieran existido los celulares como hoy, quizás las cosas habrían sido más fáciles….

 
      Era otro momento en que la única persona para atender a los clientes en el bar era Juliana. El otro mozo estaba atendiendo a un proveedor. Habiendo servido y lavado los platos, Juliana se sentó por un momento en una banqueta adelante del mostrador. Afuera, un joven rubio de cabellos ondulados se paró a observar el interior del bar a través de una de las ventanas, bloqueando con una mano el reflejo del sol sobre el vidrio. Juliana lo reconoció y se puso de pie, espectante. Era el hijo de Chiche Guzzano. Ella lo había conocido al principio de su trabajo en la casa de ellos un día que lo encontró dormido en un sofá del living que iba a limpiar. Para no despertarlo, trabajó a su alrededor. Su madre –Estela de Guzzano— lo despertó de todas maneras cuando, entrando de golpe, dio órdenes a Juliana sobre dónde continuar su tarea (Ay estos argentinos mucho gritan, se dijo Juliana).    
    ---Federico, andá a otro lado, que tienen que limpiar–, dijo Estela, golpeando suavemente la cabeza a su hijo. Éste se desperezó y al mirar al costado descubrió  a una chica que  pasaba una gamuza a los muebles.
   ---Después seguí por el cuarto de éste–-, continuó la dueña de casa refiriéndose a su hijo, que se había quedado mirando el trasero de la chica—, y después seguís por nuestro dormitorio---. Dicho esto, la mujer salió a un patio interno por un largo rato.
     El joven esperó a que la chica se diera vuelta para verle la cara. Cuando lo hizo, pensó: “Debe ser del interior o de un país limítrofe; de acá no es, pero está re buena.”
    ---Hola. Ya te dejo trabajar, eh ---, dijo el muchacho con visible interés levantándose del sofá.
    --- Ya, gracias.
     ---En realidad, ya no vivo acá, estoy de visita. Pero claro, igual el cuarto hay que limpiarlo…---, decía él buscando que ella lo mirara a la cara.
       Ella seguía con su tarea sin pausa y sin mirarlo, contestando apenas “ya”. Cuando hubo repasado debajo del sofá que estuvo ocupado se fue al cuarto del muchacho. Éste al momento la siguió y se movía a sus espaldas mientras  ella desempolvaba el cuarto.
  ---Tu nombre es…
  ---Juliana.
  ---Bueno, Juliana, me mudé hace poco a un departamento. Y veo que necesito limpiarlo bien porque nunca estoy. ¿Te puedo pedir que vengas? Vemos qué días y cuánto te pago. ¿Tenés un teléfono?
     Juliana se alegró de que le surgiera otra oportunidad más para trabajar; era justo lo que estaba necesitando, pero tendría que ver qué pasaría con un nuevo empleo que había conseguido en un bar para limpiar y ayudar en general. Había empezado en ese bar por unas pocas horas, aunque después, según el patrón, podría trabajar más tiempo ya que una de sus empleadas renunciaría pronto.
  --- No tengo teléfono yo; de un bar donde trabajo te puedo dar --, dijo ella tímidamente. Los ojos claros del muchacho la estaban escrutando con interés.
      Días más tarde Juliana lo volvió a cruzar en esa casa,  y le pareció que el interés por ella era más evidente aún. La seguía por la casa y se ofrecía a correr los muebles para que hiciera mejor su tarea. La madre del chico –Estela de Guzzano- en un momento le gritó “Che atorrante (1), ¡vos por mí no movés ni un dedo! Luego de eso Juliana no lo había vuelto a ver por el resto del tiempo en que había trabajado para los Guzzano. Ahora, el hijo de esa familia  estaba mirando desde afuera a través una ventana del bar.  Cuando  la distinguió  sentada descansando sobre la banqueta entró a su encuentro.
   ---Hola Juliana. No te llamé hasta hora porque no terminaba de acomodar mi departamento y tenía otros quilombos (2), pero más que nada porque perdí el número que mediste.  Mis viejos me decían que vos te habías ido a Bolivia---, le dijo sonriendo Guzzano hijo, mirando brevemente alrededor del bar, que era más modesto que el de su familia.--- No les entendí a mis viejos por qué te fuiste. 
     Juliana le contó todo sobre el dinero que le estaba debiendo su familia y la manera en que la trataban cuando ella iba a reclamar.  El dueño del bar los escuchó detrás del mostrador; se había desentendido del problema de su empleada extranjera sin documentos para no sumarse otro él, así que la dejó hablar tranquila. Ese muchacho deber haber sido el que preguntó por teléfono por la dirección del bar y por Juliana, pensó el patrón del bar.
      Lo que le dijo ella hizo indignar al muchacho; estaba compungido.
   ---Decime cuánto te deben; yo me voy a encargar de que te lo paguen. Después quiero que trabajes donde vivo yo---, dijo él cambiando la cara. Pero se dio cuenta de que la propuesta era precipitada, considerando el perjuicio aún sin subsanar sufrido por la chica. Siguió prometiendo, sin embargo. ---Te voy a dejar un mensaje acá cuando esos dos avaros de mis viejos larguen la plata. No van a tardar mucho, yo me voy a encargar…
    ---Ya, gracias… —. Y la voz de ella quedó suspendida porque no recordaba el nombre de este muchacho apuesto que la estaba mirando casi como lo hacía Tony (¿o Casimiro?) cuando iba por allí.
     ---Federico me llamo--, dijo él.
      Estaba por despedirse pero Juliana le preguntó de repente.  --- ¿Cómo has conseguido el número de aquí? ¿Tu mamá te lo ha dado?
      Federico puso cara de intrigado. No sabía cómo explicarlo.    
   ---Mirá, evidentemente mi vieja no está bien. Ella, como mi viejo, se negó rotundamente a darme el teléfono. Incluso ocultó su agenda adivinando que la iba a revisar. Pero al final parece que me lo puso en el bolsillo de la campera porque apareció ahí después. Y eso que me sacó a los gritos. Gritaba tanto que un albañil bolita que estaba trabajando ahí tenía más cara de asustado que yo---. Federico enseguida le pidió disculpas por haber dicho bolita, aunque esto no ofendió a Juliana. ---Bueno, te dejo--, dijo él, y tras vacilar, desistió de despedirse con un beso en la mejilla.             
      Cuando se hubo ido, Juliana estaba doblemente contenta: contaba ya con dos perspectivas de solución para esa deuda de Guzzano; y también por… No estaba nada mal el tal Federico, aunque era la versión joven y sin barba del hombre que la echaba groseramente del bar cuando iba a verlo. 
 
    
        Era sábado, un poco después de la hora del almuerzo. Estela Guzzano había recibido en su casa de Parque Patricios(3) a un albañil que venía a arreglar el problema de la humedad: Tony Claros (o Casimiro). Para entonces el plan de Félix ya estaba más o menos definido. Él supo, por los comentarios que hacía su patrón del bar, Chiche Guzzano, que su esposa padecía de una fuerte jaqueca recurrente. Ella lo llamaba seguido para quejarse de esta dolencia o por cualquier cosa que perturbara su cómoda existencia de ama de casa al estilo de las de antes. Además, de la mera observación de su comportamiento -cuando Estela Guzzano venía por el bar de vez en cuando- Félix advirtió que ella era escandalosamente supersticiosa: entre otras cosas, derramaba sal en los rincones para bloquear maleficios de los envidiosos,  y les sacaba las ristras de ajo a los cocineros para colgarlos aquí y allá. La esposa de su patrón era de la gente que evita nombrar a ciertas celebridades de quienes se creía que eran “mufa” (4) y chistaba a los que lo hacían. Por ejemplo una vez, para desencanto de los clientes –y de Félix en particular por ser admirador— Estela apagó el televisor del bar porque estaban pasando un show de la cantante Tormenta. Y a causa de estas manías supersticiosas, incluso cruzaba barreras culturales con toda naturalidad: un día vino toda excitada al bar para mostrarle a Chiche un ekeko(5) que había conseguido quién sabe dónde. Codiciosos ambos, estaban fascinados por los conjuros mágicos del muñeco andino para obtener posesiones materiales, aunque de no concretarse eso ya tenían un motivo para pelear pues Chiche no largaba un peso sin expectativas de lucro. De manera que el plan de Félix tendría que considerar estos hechos.
    ---Esto hay que picarlo. Ceresita hay que echarlo después, y recién se revoca)---. Le explicó Tony a  Estela Guzzano en su casa, señalando la pared en cuestión.
    ---Ay, bueno, yo no sé. Empezá de una vez, hacé lo que haya que hacer. ¿Cuánto tiempo te va llevar?
    ---Chiquita nomás es la mancha. Hoy capaz lo terminaré. Y usted lo hace pintar cuando quiera después.
      Cuando Tony empezó a picar, el ruido fue insoportable para la dueña de casa, que estaba viendo a Mirtha Legrand(6) en su habitación. Apagó el televisor y pasó por el living para huir al patio, apretándose las sienes a causa de otra jaqueca aparentemente por los mazazos.
     Tony se dijo “había tenido razón el Félix.” Siguió su trabajo, intensificando deliberadamente los golpes. Luego de barrer el escombro, venía el siguiente paso que le había explicado a la dueña de casa. Sin embargo, parecía que el plan no estaba yendo según lo previsto. La duración del trabajo debía ser suficiente como para dar tiempo a Tony a que entrara en confianza con ella y pudieran charlar. Además esta mujer no estaba observando atentamente el trabajo del albañil –como había previsto Félix por experiencias suyas—, sino que se retiraba a otros espacios de la casa. Pero la aparición de la terrible jaqueca sí facilitaba el curso del plan…


       El mismo sábado en que Tony trabajó en la casa de los Guzzano, el hijo de aquellos –Federico-- se había dado una vuelta por el bar de su padre para pedirle el teléfono de Juliana. Molesto, Chiche lo evitaba y no le llevaba el apunte. El hijo sospechó  que algo andaría mal con esa chica, a quien no había visto las pocas veces que fue a visitarlos desde él que se acomodó en su nuevo departamento. Y viendo que no convenía empeorar el humor de su padre, tomó su campera y se fue a ver a su madre a su casa.
     Félix, que escuchó lo que pedía el hijo, pensó “este carajo nos puede ayudar.” Era una situación imprevista que Félix aprovechó inmediatamente: tuvo el genial impulso de deslizar en el bolsillo de la campera de aquél, un papelito doblado con el teléfono requerido y el nombre de la chica. Por eso Tony decía de su amigo. “A este Félix, facha nomás le falta.”
    

        Federico Guzzano entró a la casa de sus padres con su propia llave. Al pasar por el living vio a un muchacho extranjero barriendo el escombro proveniente de la pared en la que estaba trabajando.  Lo saludó, colgó su campera en un perchero y buscó a su madre en las habitaciones.  Después de un rato, Tony escuchó que se pusieron a discutir. Entrando del patio donde estaba confinada su madre, Federico venía diciendo:
   ---Y mirá, fijate si Juliana ya volvió de su país, ¡porque la que te limpia ahora no lo hace bien!
      Tony quedó inmóvil por un instante cuando escuchó que nombraron a su ñusta. (¿Por qué pues  este carajo a mi Juliana la está nombrando…?)

  
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-1- Atorrante: una manera de decir, vago, perezoso en Argentina.
-2- Quilombos: en este contexto significa problemas, contratiempos     (arg.)
-3-Parque Patricios: Un barrio en la Ciudad de Buenos Aires, próximo al barrio       de Pompeya que es donde están ubicados los bares donde trabajan Juliana y Félix.
-4-Mufa: se les dice así en Argentina a las personas de quienes se cree traen mala suerte. La creencia es tan fuerte que incluso se evita con vehemencia nombrarlas ya que incluso pronunciar sus nombres provoca infortunios.
-5-Ver ilustración.
-6-Mirtha Legrand. Se refiere a un  clásico y longevo programa de la televisión argentina donde M. Legrand es la anfitriona de almuerzos diarios con el desfile de invitados famosos de la cultura o la farándula argentina.