[...]
…eh, te estás durmiendo--, le dije a Gustavo, dándole un golpecito en el
hombro. Él dejó de cabecear y me miró con los ojos
entrecerrados por un instante, como si no me reconociera. Me reí y le dije
---Estás cagado de sueño. Tenemos que terminar de resumir sí o sí.
--Es que anoche salí a bailar y
casi no dormí.
--¿A dónde fuiste?
--Sein Tomas.
Saint Thomas era el boliche de
moda. Todos hablaban de ese lugar en el colegio. Yo nunca había ido, sólo
conocía la entrada, que era en Avenida La Plata al 700.
--Ah. ¿Y… qué tal?--. Creo que se
notó que el tono de mi voz había decaído un poco: eso de ir a un boliche era un mundo
extraño para mí.
--Me levanté una mina. ¡No sabés
cómo me dejó!-- dijo, sacudiendo un poco la cabeza como si no lo creyera. En sus manos
las dos hojas de carpeta con nuestro resumen para dar una clase oral en equipo al día siguiente se maltrataron un poco. Se las arrebaté
y traté de alisarlas con el canto de la mano. De repente, Gustavo se dio un
golpecito en la frente: --Uuh, la tengo que llamar.
Lo miré como si
me acabara de confesar que había matado a alguien. Levantó la vista hacia el reloj sobre la pared de la sala y dijo como para sí: --Ah no, a esta hora no está.
Volvió al estado de
modorra que tenía antes de que me contara lo de St Thomas, el boliche al que
había ido la noche anterior donde conoció a una chica. Pero ahora inquieto estaba yo.
--Y…che… contame… --le
dije. Gustavo me miró a la cara
después de lo que me pareció todo el tiempo que nos llevó hacer el resumen. Tenía una sonrisa insólita, seguramente por la cara que yo estaba poniendo.
--Me parece que vive cerca
de acá, por lo que me dijo. En la calle Cabaret de Pompeya-- me dijo,
simulando recuperar el interés por las hojas del resumen que ahora era lo más aburrido del mundo.
--¿Cabaret?-- dije
escandalizado-- ¡A dónde fuiste anoche!
--Sí, es lo que me dijo.
Después averigüé y me enteré de que es cerca de acá. ¿No estamos cerca de la
Iglesia de Pompeya?
--Sí, más o menos.
¡Ah...! ¡Pero debe ser la calle Tabaré!
--Claro, tenés razón...
Y le escuché esa risita que tenía cuando hacíamos boludeces en el aula.
-- Che, y… ¿qué… qué pasó?
--Esa canción que te
gusta a vos, la de UOM… o “uan”, o no sé cómo carajo se dice…---.
Por los gestos o la postura, Gustavo parecía ahora haberse trasladado a la noche
anterior, que era sábado, a ese boliche.
--¿Cuál..?—le pregunté ahora con
voz casi exasperada. UOM me sonaba a la Unión Obrera Metalúrgica, así que no
tenía la menor idea de a qué canción se estaría refiriendo. Presioné: ---Me gustan muchas canciones, no sé, boludo. ¿Cuál? ¿Qué…pasó?
En situaciones
normales, en decir, en el aula, me hubiera cagado de la risa por la forma en
que este movía la cabeza y arqueaba las cejas mientras tarareaba le melodía de saxo de Murmullo Descuidado de Wham
--Había un grupito de tres minas— comenzó por fin a contar con el ademán de leer y releer las dos miserables
hojas de carpeta que teníamos--- que estaba enfrente de la barra,
donde estaba yo. Dos de ellas se fueron por ahí y una quedó solita en la barra. Un par de
flacos se le acercaron para sacarla a bailar pero rebotaron. Creo que esta ya me
había visto. Yo estaba parado ahí enfrente, como te dije, en las gradas… ¿Conocés
el boliche?
--No, nunca fui…
--Y ahí
comenzaron los lentos. ¿Sabés qué son los lentos, no?
Por supuesto que sabía pero debí haber reaccionado como si me hablara de la marcha fúnebre. Gustavo se tapó la cara con las hojas de carpeta y sacudió la cabeza; las bajó y continuó la historia.
--Bueno, cuando empezaron los
lentos, que son las cancioncitas
románticas (dijo esto con una vocecita burlona), yo me fui a sentar. Viste, no es tan fácil.
Los que se mandan a bailar son pocos, los que se tienen confianza. En mi ciudad, que no es un pueblo como vos decís, en cambio, te mandás y ahí nomás bailás.
--Claro, pero ¿qué pasó?
--Ahí vuelven las otras dos amigas. Las tres ahora se reían, se abrazaban, bailaban entre
ellas… ya sabés cómo son---. Se interrumpió e hizo un gesto con la mano como
diciendo “¡qué vas a saber vos!”, y continuó: ---No sé qué habrán cuchicheado
pero a partir de ese momento, la que había quedado sola que te dije, la de la barra, me empezó
relojear, y yo a ella. A las otras, vino un flaco y se llevó a una, después otro se llevo a la segunda, y
ésta quedó otra vez solita.
--¿Cómo se llamaba?
--Pará, pará. Y ahí empieza
la canción esa---, y tarareó de nuevo la misma melodía; esta versión fue más
desorejada que la primera--- ¿Cómo se llama esto?--- me preguntó entusiasmado.
---Murmullo Descuidado, del
dúo Wham. Cuando te la hice escuchar en la división me dijiste que era música
de putos--- dije, un poco acusador [me acuerdo de que le había pedido prestado el walkman al
gordo Pablo].
---En general. Pero en un boliche es
otra cosa. A las minas les encanta. Bueno, esta se puso a cantarla. Ahí me
acordé de vos, bah, es que también la están pasando siempre en la radio. ¡Me la
tenés que grabar!
--Yo la grabé de la radio. ¿Y...?
Pero ¿qué pasó?— me desbordaba la curiosidad.
--Me acerco y… ¡ya estábamos en la
pista!
--¿Pero qué le dijiste?
--¿Qué le voy a decir? ¡Uf, qué
pregunta! ¿Nunca fuiste a bailar?
Respondí con un gesto qué
pretendía decir “¡Vamos, cómo no voy a ir a bailar!”. Mi compañero de división
no inquirió al respecto pero eso significaba seguramente que no me creyó. Giró
un poco sobre la silla, tomando de la cintura a alguien imaginario, cerró los
ojos y canturreó nuevamente la canción. Parecía mi mi mamá cuando imitaba lo que yo escuchaba en casa.
--Mirá, creo que esa canción ahora me
gusta menos. ¡Contáme qué carajo pasó de una vez!
Gustavo quedó con los ojos
cerrados en un ademán de que empezaba a dormitar otra vez.
--Bueno, sigamos con esto entonces.
No nos falta mucho--, dije agarrando las hojas de carpeta.
--Che, ¿me puedo tirar a dormir un
rato, en tu cuarto? Boludo, no doy más del sueño. Después seguimos o… no sé.
Para mí este resumen de mierda ya está. Con las láminas y lo demás ya está…
--Sí, no hay problema, total mi
hermano vuelve como a las diez. Pero se va a hacer tarde…
--¿Es peligroso el barrio?—preguntó, mirando
otra vez el reloj sobre la pared.
--Para nada [en 1985, no lo era]. Vamos. Tirate en mi cama, pero antes contame algo de anoche, guacho.
--Bueno, descansemos un poco y te
cuento--. Se desperezó--. Después terminamos esto y me acompañás a la parada.
--Listo, dale. ¡Pero contame, eh!
Entramos al cuarto. Tanto la cama de mi
hermano como la mía estaban deshechas. Como mi mamá estaba de viaje en su
pueblo en Bolivia, teníamos las cosas desordenadas, las camas desarregladas.
Gustavo señaló el pequeño radiograbador que teníamos sobre la mesita de luz
entre las dos camas.
--¿Tenés la canción esa?—preguntó después de hacer gemir el catre de mi cama aterrizando de
espalda.
--¿La de Wham?
--Y, sí. De Maiden no creo
que tengas.
--Mirá-- le dije y señalé un
poster del disco “En vivo después de la
muerte” de Iron Maiden pegado en la puerta por mi hermano.
--Claro, de tu hermano. Se me hace
que él y vos son el día y la noche. Decile que te lleve a bailar.
--Es dos años menor —le dije, y le contaba de otras bandas que escuchaba mientras, sentado sobre la cama de mi hermano, revolvía el cajoncito del
velador para encontrar un cassette TDK. Lo puse en el grabador y busqué la canción
de Wham con las teclas de avance y retroceso. Apreté play y se escuchó una canción que se
interrumpía abruptamente por la pisada de otra grabación con la voz de un
presentador que decía “descuidado”; y la canción de la historia de Gustavo inundó el cuarto. Este se cubrió la cara
con los antebrazos cruzados y me pidió que apagara la luz. Le
hice caso. Me recosté sobre la cama de mi hermano e insistí por enésima vez:
--Ahora sí, ¿podés contar de una
vez por todas que pasó con esa chica?
Pero
no había caso, Gustavo se empecinó en canturrear la canción en un inglés
infernal. Algunas partes las decía con unas frases en "spanglish" desopilantes que rimaban de
algún modo con las palabras en inglés. Lo poco que yo sabía de este idioma era
lo que aprendíamos en clase. En cambio, este pibe... Me gustaba tanto esa canción que había buscado la letra
por todas partes, hasta que la encontré en el número de julio de 1985 de la
revista Toco & Canto; luego la
traduje palabra por palabra con un pequeño diccionario bilingüe que era todo
con lo que contaba en esa época. ¡Quién sabe cómo habrá sido el resultado! Pero
al menos tuve una idea de lo que decía la canción.
--Ya veo que llega tu hermano y nos encuentra en la oscuridad escuchando UOM--- dijo Gustavo riéndose. Yo ya estaba resignado, este no iba a largar
prenda de su noche en St. Thomas.
--Se
va con los amigos, siempre vuelve tarde.
Antes de que terminara
completamente la canción de Wham, empezó pisándola “Perdiendo el control” de Miguel Mateos/Zas también con el resto de la presentación del locutor.
---Y
vos Joaquín, ¿por qué no tenés novia?
Fingía que no lo escuchaba. Acostado
con una pierna flexionada, me puse golpear mi rodilla al
ritmo de canción de Miguel Mateos.
---Eh, ya tenés 17, me parece
que…¿no?---. En la “o” de ese “¿no?” se marcó la ondulación
del tono de su pueblo. Su ciudad, perdón. El cuarto no estaba completamente
oscuro porque entraba un poco de luz de los últimos rayos del sol de la tarde
atravesando la cortina de la ventana que daba al patiecito de casa. Distinguí
la cara de Gustavo, acostado como estaba en la otra cama, mirando hacia
mí, esperando a que respondiera. Pero yo me puse a cantar imitando a
Miguel Mateos: “Perdiendo el
control…oh oh oh…”
---Contame, está todo bien conmigo.
---Si
te dibujo sin rostro / es porque amo tu interior, sí, lo amo…
Mi imitación era también terrible.
---Porque nunca contaste…¡ hmm!
Y
con la canción empecé a pisarle cada palabra que intentaba decirme,
cantando cada vez más alto.
---¡Ah,
la venganza! ¿no guachito?—dijo, incorporándose.
Yo
seguía tapándole lo que decía y me cagaba de la risa al mismo tiempo. Hasta
que, un segundo antes de que Miguel Mateos cantara “¡Una puerta más que hay que abrir a
golpes!”, Gustavo voló hacia mí desde la otra cama y se me puso encima
a horcajadas, al tiempo en que me pegó repetidamente en el pecho como si yo
fuera la puerta que mencionaba la letra. Yo me atajaba y me retorcía de la risa
por los golpes en broma. Tengo cosquillas en todo el cuerpo, por lo que el
juego era como una tortura feliz.
---Basta, boludo— le decía,
deshaciéndome de la risa.
---Ah sí, ¿eh?
---¡Basta, por favor, basta!
Intentaba
quitármelo de encima pero sus represalias recrudecían. Me acribillaba con la
punta de los dedos en las axilas y en las costillas laterales rápida y
aleatoriamente. Ya me empezaba a acalambrar de la risa pero Gustavo no escuchaba mis
ruegos. Para sacármelo de encima le hice una de las barbaridades que los del
aula le hacían a un chico que era amanerado.
---¡Uh!
¡Qué hijo de puta!
En
eso, de pronto se encendió la luz del cuarto. Los dos miramos hacia la puerta. Desde la posición/situación en que me
encontraba, distinguí la confusión en la cara de mi hermano cuando habló,
asomando la cabeza:
--Che, me quiero cambiar…
[…]
Cuando cruzaba la avenida vi que una mujer venía caminando a media cuadra de distancia en sentido contrario. Tenía un
parecido a una chica que conocí en el pasado. A medida de que esta mujer se
acercaba, recordé a quién se parecía: Julia, la chica con la que
salía Gustavo, un compañero del secundario; estoy hablando de hace unos treinta años. Lo poco que podía ver del rostro de esta mujer extraña
que caminaba mirando hacia el piso hizo que se revelara una especie de película
en negativo que permanecía en un rincón de la memoria, o en mis retinas, por
haber observado largamente a Julia en una ocasión en que había acompañado a
Gustavo a la casa de ella, en la primavera de 1985, un poco después de la
fiesta de la Virgen de Copacabana de mi barrio. Este Gustavo había empezado a salir con
ella hacía poco, y para poder ir a su casa inventaron que los tres éramos compañeros del mismo colegio y que teníamos que estudiar juntos y demás.
Cuando esta transeúnte pasó a
mi lado, la miré a la cara sin disimulo, como si hubiera querido confirmar que se tratara de aquella Julia. Pero no era ella, o al menos no
parecía. Creo que la novia de Gustavo no habría envejecido así, con con los ojos hundidos y la expresión de haber transitado un camino
de vida plagado de sinsabores. No era esta mujer de seguro; sin embargo, algo
en su forma de moverse, luciendo una blusa que exponía sus brazos blancos al sol
insistió en traerme la imagen de la novia de Gustavo, como la recuerdo de la tarde en que nos
juntamos los tres en la terraza de su casa, en la calle Tabaré, que yendo desde mi casa, estaba tras las vías del Belgrano Sur, cruzando el gran campito de la cancha de
Crespo.
---Espérenme un poquito, ya
vuelvo--, nos había dicho Julia. Y estando ella de pie detrás de Gustavo,
que estaba sentado, inclinó el cuerpo hacia adelante para besarlo en la
boca, para lo cual él tuvo que echar la cabeza hacia atrás. Miré cómo los
cabellos ondulados de ella cayeron hacia delante, cubriendo la cara de
ambos durante el beso; miré con una mezcla de fascinación y ansiedad
por no ser yo el besado.
--¿Y tus viejos?
--Están viendo la tele, no van a venir acá. Ya le dije a mi vieja que yo llevo la ropa de la soga más tarde.
Cuando quedé solo con Gustavo en la terraza, este se levantó y se acercó a la baranda, y miró abajo, hacia la calle. Por entre las copas en crecimiento de
los árboles de la vereda, se recortaban las figuras de las casas más
altas de Charrúa del sector C (el que linda con las vías del tren).
Gustavo alzó la vista y miró también hacia el barrio, y se quedó contemplando
en esa dirección, apoyado contra la baranda con los antebrazos sobrepuestos.
Sentí curiosidad por saber en qué estaba pensando. Miré hacia la escalera para
ver si Julia regresaba y volví la atención hacia mi amigo, quien rompió el
silencio:
--Che, el otro día te decía que quiero mudarme acá, a la capital. ¿Te acordás? Venirme desde Lomas todos los días es un
quilombo. Me cuesta levantarme temprano. Tengo tantas medias faltas [en el colegio por llegar
tarde a clase] que en cualquier momento voy a quedar libre…
--¿Ah si? ¿Y a dónde te mudarías?
--Por acá no estaría mal. Al colegio
tenés media hora o un poco más, si no me equivoco.
--¿Por acá?
--Sí, y además está la Ciudad
Deportiva de San Lorenzo, no tendría que viajar para venir a las prácticas. Y
también ahora porque…--. Se interrumpió: Julia había regresado con una jarra
enorme de jugo de naranja que retintineaba por los cubitos de hielo y con unos vasitos.
--¡Eh, genia! --, exclamó Gustavo.
--Esperen que falta algo más— dijo
Julia, depositando estas cosas sobre un cajón de manzanas cubierto con un mantelito que hacía de mesita. “¡Vaaamos!”, festejó mi amigo. Ella volvió a dejarnos por un momento, y pareció que habíamos olvidado el tema del que hablábamos.
--Me decías de mudarte por acá, para
que te quede más cerca el cole, por lo de las prácticas en San Lorenzo… -- dije.
---Ah. Y bueno, quisiera estar cerca
de Julia también
Gustavo vertió jugo en los vasos, tratando de que no cayeran muchos cubitos.
---Va en serio el asunto…
---Estoy re metido. De verdad.
---Sí, es buena idea. Por acá te
quedaría todo más cerca--, dije con la mirada perdida en los vasos, creyendo
que el sol intenso de la tarde fundía rápidamente los cubitos de hielo.
--Además, no me estoy llevando bien
con mis parientes con los que vivo en Lomas.
Hubo un silencio largo, en
el que se intensificó el canto de los pajaritos en los árboles próximos; era un
silencio raro, como premonitorio, aunque que no sabía entonces de qué.
Pasó el tren por adelante de las casas de mi barrio con su inexorable y rítmico
traqueteo, y el bocinazo que lanzó nos rescató de ese momento.
Intentamos retomar
la conversación; nos superponíamos pero se
impuso Gustavo:
---Acá nos falta música nomás y estamos
como queremos, ¿no?
Yo asentí, forzando una
sonrisa. Dios sabe que treinta años atrás, las cosas más simples y sencillas,
como la música, una presencia entrañable, un día de sol, todo me alcanzaba y
sobraba para ser feliz. Y como si Julia nos hubiera escuchado, reapareció
con una bolsita de galletitas Variedades y un radiograbador AIWA que enchufó a
un toma cerca de la entrada a la terraza. A más festejos de mi amigo, siguieron
más besos entre ellos y el feroz ataque al refrigerio que Julia puso sobre la
mesita de cajón de manzanas. La primera canción que sintonizó Julia en la radio
fue “Duele estar enamorado”, de Gino Vanelli, tal como lo anunció
el locutor, pero Gustavo dijo “Sacala, sacala, ¡es muy bajoneante!” “Ay,
¿por qué? A mí me gusta…” protestó Julia. La siguiente canción que salió tras girar el dial fue “Relax” de Frankie Goes to Hollywood. Julia y
Gustavo se pusieron a bailar y a cantar, aunque lo único discernible que repetían era el
título. Yo miré hacia mi barrio por un instante y se me ocurrió que no
solamente me encontraba como en otro país sino que era una especie de polizón en
un mundo que seguía entonces siendo extraño para mí. La pareja interrumpió el
baile con un beso y un abrazo que duró incluso hasta que a "Relax" le siguió
otra canción totalmente distinta, más apropiada para los arrumacos de ellos.
---¿Puedo pasar al baño?-- le pregunté a Julia mientras ella tenía soldada la cara en el cuello de mi compañero. Ambos se mecían en un
lento giro; las manos de él reposaban en las caderas de Julia, y las de
ella en los hombros de él. Bueno, esa canción era de ellos ahora. ¿Y
acaso no era también una canción bajoneante? Tomé el último anillo glaseado del
paquete de las Variedades y lo partí en la boca; creo que si esa galletita
hubiera sido de metal se habría partido lo mismo. Insistí con la pregunta del
baño. De un hombro de Gustavo --al que el giro lo tenía de
espaldas a mí--, Julia despegó la mejilla para mirarme. Estaba extasiada. Me dijo
casi en un suspiro que el baño estaba abajo, al pie de la escalera. Mientras bajaba oí el solo de saxo de “Murmullo Descuidado”. Tal vez si insisto en escucharlo cuando esté por quedarme dormido pueda volver a percibir la melodía de la misma forma.
Mientras orinaba litros de jugo con los
cubitos, obsesionado como soy con las canciones, con las letras, pensé en la
traducción que yo había hecho de este tema, "Murmullo Descuidado", que llegaba
hasta donde estaba:
“Me siento tan inseguro/ al tomarte de la mano para llevarte a la pista / Y mientras la música muere/ algo en tus
ojos/ me recuerda los tristes adioses de las películas…”
Todavía hoy –me refiero al presente,
en el que dejé a esa transeúnte atrás mientras seguía caminando hacia mi
trabajo--, no entiendo por qué en ese momento creí que esa canción de Wham era
como un presagio sobre lo que vendría después, un después que se ha extendido
hasta el hoy. Sí, ya sé que es algo absurdo, como cuando el lunático de Charles
Mason creyó escuchar macabras instrucciones en las canciones de Los Beatles.
Del mismo modo, yo creí entender a qué se refería la canción; aunque los
hechos me desconcertaban un poco. Porque este Gustavo, inseguro no era, si no
¿cómo se habría animado a acercarse a Julia, ahí en St Thomas, para sacarla a
bailar? Ah, pero estaba con las amigas, así tal vez se sentiría observado. ¡Y
bailar un lento no era una ciencia! Si la mina acepta es porque ya la ganaste en la parte de las miradas. No sé, lo imagino así; yo nunca había ido a bailar hasta poco
después.
Y cuando en mi delirio continuaba
extrayendo revelaciones del resto de la letra, salpiqué un poco de orín en una pierna del vaquero. ¡Qué me importa! ¡Total
estos dos están en otra!
Cuando volví a la terraza, Gustavo y Julia
estaban de pie junto a la baranda, como contemplando la formas desparejas de las casas de
mi barrio, que se asomaban por sobre el terraplén del tren a dos cuadras de
distancia, cruzando la canchita de Crespo. Ella le estaba diciendo con una cara de
desencanto:
--¿A ese barrio de bolivianos tenés
pensado ir a vivir?
Gustavo no pudo disimular la seña de
advertencia que le hizo; yo había reaparecido por detrás de Julia. Ella debió darse cuenta
porque se apresuró en continuar hablando para dejar la cuestión atrás. Mi amigo
la interrumpió, un poco nervioso:
--No, es una idea por ahora. No sé
bien dónde, pero sería por aquí, para que estemos cerca.
Ahora entendí por qué Gustavo se
había detenido a leer un cartelito que había en uno de los kioscos de mi barrio cuando salimos de casa para venir a la de Julia en la calle
Tabaré aquella tarde. También, al bajar por la ladera del terraplén, cuando veníamos por un senderito en el pasto, él me había preguntado sobre
los cuartos que estaban en alquiler en el barrio, si estaban buenos. Habló de
cómo podría utilizar el dinero que le depositaba su familia desde su pueblo en
el interior.
[…]
Nota: Debido a los comentarios que me hicieron algunos lectores,
que son fans de la serie argentina "Graduados", retiré el comentario original que
aparecía en este espacio. No quise despreciar a aquella serie, sino decir que
quería evitar su influencia al momento de escribir puesto que ya que tenía la idea del
proyecto 1985 dándome
vueltas en la cabeza. El proyecto no está terminado aún. Y aclaro una vez más
que aunque está narrado en primera persona no es necesariamente mi biografía.
Vaquero:
pantalón de jean.
El sector C del barrio que asoma por sobre el terraplén de las
vías se menciona en la historia CHARRUA, ODISEA EN EL FUTURO en esta colección. Otro cuento relacionado: AYALA (hacer click en los títulos)
Escuche (click sobre los títulos)
"Relax"de
Frankie Goes to Hollywood