A la salida del taller
de guitarra del Centro Cultural del barrio encontré a Tito –que era uno de la
clase- sentado en un banco de la placita tocando la introducción de Nada Personal. Me detuve
con la vista fija en el movimiento de sus dedos sobre el diapasón. Le salía
igual que el disco, o eso me pareció. Cuando alzó la vista para mirarme, él
sonreía complacido, yo estaba impresionado.
--Che, ¿qué me decías ahí
adentro?— me dijo Tito, refiriéndose a algo que le había dicho por lo bajo
minutos antes, mientras estábamos en el taller de guitarra.
--Sí, dije que si querías formar una banda--, le contesté mientras desenfundaba
mi criolla--. Una banda en la que toquemos nuestros propios temas.
Tito reaccionó con la sonrisa de alguien que oye un disparate y retomó esa
intro de la canción de Soda; se interrumpía para hurgar el clavijero de su
guitarra, que tenía calcomanías y una rajadura. Se puso serio y me dijo:
--¿Banda?
Pero si vi que vos recién estás aprendiendo a tocar. ¿Con qué instrumentos? Yo
solo tengo ésta.
--Me
estás mostrando que sabés hacer eso, que no es fácil. Yo no sabré hacer esos
punteos ni esos trucos pero puedo juntar acordes y componer una canción--, le
dije mientras yo también retocaba la afinación de "mi" criolla (en
realidad me la había prestado mi padrino). Me senté a su lado en el banco de la
plaza. Me encantaba que otros que andaban alrededor nos vieran con nuestras
guitarras.
--A
ver, hacé algo--, me dijo.
Carraspeé
un poco y empecé a rasgar una cancioncita que había escrito el año anterior, en
1985. Hoy diría que era algo realmente ingenuo y rudimentario, aunque tenía un
germen de melodía. Por la mitad decía la letra: …Ahí están nuestros lugares, son
tan extraños / y ahí están las huellas que hemos dejado. // Me he convertido en
un necio, todo por esto. / Yo también te ignoro y me siento peor…
Cuando terminé, estaba preparado para
recibir cualquier crítica, pero Tito ya estaba reproduciendo lo que hice (que
se llamaba Escenas). Había
sacado los acordes enseguida, aunque apenas una línea del estribillo.
--Está
bueno, pero parece una canción de Los Panchos que escucha mi vieja.
--Noo,--me
reí---, capaz un poco por el rasgueo. Los Panchos tocan como la puta
madre. A ver ¿vos tenés algo tuyo, algo que hayas hecho?
--Mhm… Tengo
pedacitos de cosas pero no…
--Bueno, mostrame
algo, lo que sea…
--No, no sé.
En realidad yo no sé componer canciones, no tengo ninguna completa—dijo Tito, retomando
el arpegio fabuloso de Nada Personal.
--Dale...
"¡Ah, Cerati de
Charrúa!" se rió otro chico del taller que recién acababa de salir del
Centro Cultural y que pasó cerca de
nosotros alejándose rápido.
--¿Pero te copa la idea de formar
una banda?-- Insistí haciendo que la propuesta sonara como la oportunidad de su
vida. Tito parecía ahora muy concentrado en otra parte de la misma canción que tocaba.
En ese
momento apareció junto a nosotros otro chico a quien yo apenas conocía de vista
del barrio y que aparentemente resultó ser amigo de Tito; le decían Cuatrochi.
Me saludó levantando las cejas y acalló con una mano la vibración de las cuerdas
de la guitarra de Tito.
--Che dejá de
joder con eso, Gustavo Soreti.
Haceme la gamba a la casa de mi hermano en los monoblocks, ¿vamos?
Cuatrochi me miraba curioso. Era una
oportunidad para conocernos, pero yo le tenía un poco de miedo, tenía fama de
bardero y peleador.
--No, ahora no,
quiero ir a mi casa a cagar… --respondió Tito. Con la guitarra hacía ahora
sonidos sin sentido.
--Dale, no seas puto. Es un toque nomás. Vamos en el coche. Llevo una
pilcha que me pidió mi hermano y después nos vamos por ahí.
Tito hizo un chasquido de
fastidio con la boca.
-- Nooo, dejá…
--¡Dale Tito, qué
puto que sos!
Yo comencé disimuladamente
a poner mi guitarra en su funda. Me iba a ir a casa con mi idea de la banda. Pero Tito levantó de pronto la vista
y, mirándome, le dijo a
Cuatrochi:
--Boludo, con éste
queremos formar una banda. Dejame que justamente estábamos hablando de eso.
Yo estaba
desconcertado. Cuatrochi hizo ese gesto de impaciencia en el que uno se muerde
el labio inferior. Y su figura desgarbada de piernas chuecas giró con un
movimiento de su melena y se alejó caminado rápido para perderse detrás
de la esquina de la capilla. Tito entonces me dijo:
--Tanto como
banda, no sé… ¿Y encima que hagamos canciones? Mirá, nos seguimos viendo en el
taller y después nos juntamos a tocar un poco; eso puede ser. ..Yo componer no
sé…
--Para la próxima clase
traeme una letra y vas a tener tu primera canción--, dije muy seguro de mí
mismo.
(...)
La
siguiente vez que lo encontré, recién a la salida del taller de guitarra
(durante la clase hice como que me había olvidado de la propuesta de su
letra), Tito sacó de un bolsillo una
hoja doblada de cuaderno que contenía unas pocas palabras escritas con
birome.
--Tengo esto, no
sé. Pero ahora me voy porque tengo que salir. Fijate si te sirve. Nos vemos
otro día.
(...)
Reproduzco la letra que encontré en el papelito. El autor se llama Tito (su apellido coincide con el nombre de una provincia argentina).
Yo no sé qué me está pasando hoy
que te miro
y te vas
alejando
hacia el destino.
Un
encuentro, una salida para hablar,
sin pensar
que es un dolor que va creciendo.
En la vida
hay dos cosas para amar:
el amor muy
personal y el amor hacia otra vida.
(Un
encuentro, una salida...)
Dos Cosas Para Amar (1986)
Cuando le
mostré la canción a Tito simplemente le gustó. Le pasé los acordes y la
aprendió enseguida; la cantábamos cuando nos reuníamos. No me animé a decirle
que su letra coincidía con el duelo que tenía que hacer (lo de “duelo” lo digo
ahora como se usa en la psicología) por tener que resignar la dicha de ir todos
los días al secundario; todo eso acababa de terminar para mí. Le mostré también
otras de las cosas que había compuesto; Tito no pudo aportar ninguna canción.
La banda, a la que nunca pusimos nombre, duró apenas unas pocas reuniones durante
los últimos días de 1986 y los primeros días de 1987, nada más.
Pero pasó algo inesperado
en ese tiempito: Cuatrochi se había interesado mucho y hasta demostraba más entusiasmo que
Tito por participar, venía a las reuniones, y hasta se compró una batería
usada de un muchacho que tocaba cumbia en el barrio. Me dijo Tito que trataba
de aprender en su casa, hacía un ruido infernal. Yo no lo podía creer; me daba
pena saber que no contaríamos con una guitarra eléctrica. La idea era hacer
canciones, no armar una banda de rock como las que escucharía este
Cuatrochi.
Como dije,
en realidad la banda nunca ocurrió. No sé qué habrá hecho después Cuatrochi
con su batería. Fue un sueño breve que duró lo que un suspiro. Lo que
quedó de esta historia es esa canción que todavía puedo tocar casi treinta años
después y algunos recuerdos más, entre los cuales está el día en que me uní a
estos dos cuando salieron en el desvencijado 404 de Cuatrochi sin que nadie
tuviera registro ni papeles. El baterista loco manejaba a tal velocidad que
casi se me meo encima del miedo. Esa noche recorrimos la avenida Perito Moreno
a lo largo de la famosa villa 1-11-14.
(...)
Dos años
después de la fugaz banda sin nombre, este Cuatrochi fue protagonista de
un caso policial en un partido de fútbol que trascendió en los medios. Fue
acusado de un homicidio con las pruebas que presentó un canal de televisión.
Dicen los vecinos que él era inocente, que el del video no era Cuatrochi, que
lo usaron de chivo expiatorio. Lo cierto es que estuvo preso varios años y que poco
después de que quedó en libertad por falta de méritos (nunca supe realmente los
pormenores del caso), falleció en un accidente de tránsito cerca del barrio
cuando andaba en su scooter. A Tito
no lo volví a ver sino hasta el 2012. Estaba deambulando por la plaza de
Charrúa la Noche de la Víspera de la Fiesta de la Virgen. Al día siguiente, el
Cardenal Maroglio visitó el barrio.
(...)
Algunas de los comentarios de los lectores abajo se refieren a partes que saqué de esta historia para abreviarla.