jueves, 5 de febrero de 2015

¿QUÉ VENDÉS?


Personajes:

FABRICIO MASSERA (tambén llamado Fabito)  El Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires

FABIÁN ROTUNDO secretario del Jefe de Gobierno

AARON KLEIMAN  empleado de Fabián Rotundo

IGNACIO PERRETA "el pelado de Harvard"  jefe de Gabinete

JOAQUIN CASTILLO vecino del barrio Charrúa

      

                                                 

PARTE 1

Ese viernes por la mañana, Fabricio Massera miró con aprehensión la carpeta que había encontrado sobre su escritorio cuando regresó del toilet. Levantó el teléfono y llamó a su secretario — Fabián Rotundo— al despacho.  Éste entró y tuvo que esperar durante casi un minuto a que Massera terminara de leer de esa carpeta que había preparado Ignacio Perrera, el jefe de gabinete. Massera leía en silencio, los anteojos le acentuaban el entrecejo fruncido, hasta que por fin dejó caer la carpeta con desdén y alzó los ojos para clavarlos en su secretario. Todavía sin decir palabra, se acomodó contra el respaldo del sillón e hizo ese gesto universal de las personas que detentan poder, que consiste en juntar las manos por las yemas de los dedos abiertos, mientras se apoyan sólo los índices en el mentón.  El frío metálico de esos ojos claros le anticipó al secretario que lo que vendría no sería nada grato.

    ---Fabián, ¿Qué chances hay de que un día encuentre en estos planes que me traen uno  que realmente me ayude con la campaña? ---. Fabricio señaló despectivamente la carpeta, en cuya tapa decía: Barrio Charrúa. Domingo 12/10/12,  y empezó a  mover la cabeza de un lado a otro---: Primero, la inauguración del Megabús en Lugano y la gente que estaba enfurecida por cómo quedó un boulevard de mierda. Si no era por Perreta, me revientan la cabeza con una piedra. Después, la inauguración de ese comedor mugriento en… en
   El secretario, que escuchaba resuelto a demostrar que nadie podría estar más relajado que él, estuvo apunto de recordarle de qué villa se trataba pero el Jefe lo acalló con la mano para proseguir:
  ---Tuve que levantarme de la mesa de Mirtha Legrand en cámara para salir corriendo al baño. Y decí que llegué a tiempo. ¡Quién sabe lo que me habrán puesto en esa sopa!
    ---¿En la mesa de Mirtha ahora sirven sopa?
   ---¡En ese comedor popular de mierda que me programaron para visitar, pelotudo!
   ---Pero Perreta también estuvo ese día en el comedor, comió junto a vos y no le pasó nada.
  ---Porque el pelado ése no tomó la sopa, comió otra cosa. ¡Pero no importa ya! –Alzó la carpeta y la agitó con desprecio--. Y otra vez acá me planean... ¿un spot en otro barrio de por ahí? Churruca, Chahurra…o ¿qué mierda dice acá?
   --- A ver... dice: Charrúa.
   ---No sé, che. Yo ahí no voy. ¿Quién tuvo la idea, me querés decir?
   ---Perreta mismo se está ocupando de esos asuntos, aduciendo que no estabas conforme con los que diagramaban la campaña hasta ahora. No les renovó el contrato.
  ---Ese tendrá un máster en Harvard como economista, pero de publicista no sabe un carajo.
  ---Bueno, él te sugirió que te sacaras el bigote y no sólo le hiciste caso sino que le elogiaste la idea.
  ---No importa. ¿Dónde está, me lo llamás por favor? ¡Tengo mucho para atender y no puedo perder el tiempo con un spot de mierda en Cachurra… o qué se yo!

      Fabián Rotundo salió del despacho y fue directo al suyo para ejecutar prioritariamente la orden del Jefe de Gobierno. Tomó el interno, pero la línea estaba muerta.  Todavía no arreglaron los teléfonos, la puta madre, pensó. Golpeó molesto sobre el escritorio. Ya sentía la necesidad de descargarse sobre sus empleados 
(selectivamente, como era típico en él).  A través de la pared de vidrio hizo señas a dos de ellos, quienes, en la oficina externa, participaban de las cargadas con los resultados del torneo clausura. Mientras éstos se acercaban mudando la algarabía de sus caras, Rotundo ya preparaba -como también era su costumbre- los regaños en su mente, regaños que debían sonar mordaces e ingeniosos y que invariablemente involucraban frases que había ido copiando durante su carrera aquí y allá, principalmente de su jefe, Massera, entre las cuales sus favoritas eran “¿Qué chances hay de…?"  y otra, no menos famosa, la de los “apuros relativos”.

   ---Che, ¿qué chances hay de que funcionen los teléfonos cuando los necesitamos, es decir en cualquier momento? ¡Ubíquenme a Perreta ya mismo! No sé, usen sus celulares, lo que sea, pero que venga urgente, que Fabricio lo quiere ver.
  ---Yo me quedé sin crédito… --dijo uno de ellos, Aaron, el empleado funcional de Rotundo, confiado en que su excusa feliz y escueta lo eximía del asunto.
   ---Yo tampoco tengo--, falló en improvisar una excusa diferente el otro.
     “No tenés nada que me sirva,” respondió Rotundo en su mente a este último; y este "que me sirva" no se refería precisamente a su desempeño como servidor    público.   Estalló:
  ---Bueno, ¡salí y hacé lo que sea, pero traé a Perreta ya!—ordenó al empleado disfuncional. ---Gou gou gou gou! 
    El repertorio de Rotundo cuando perdía la paciencia incluía expresiones en inglés de graciosa pronunciación, sacadas de las películas que devoraba con avidez para crearse un perfil útil para su cargo.

     Cuando quedaron solos Rotundo y el empleado funcional (a propósito, úsese aquí el término funcional en la manera en que suele hacerlo la-por-siempre-indignada Lilita Carrió), el primero comentó recuperando instantáneamente la calma:
    ---Pasa que Fabricio no quiere saber nada con la filmación del spot que ideó Perreta  en el barrio bolita ese, si es que no leí mal en la diagramación. ¿Se olvidó de la orden que dio? Había dicho que hasta el cierre de campaña no tenía que quedar un barrio o villa de esas características que no lo viera desembarcar. Ese lugar, Charrùa, parece ideal; casi no nos exigía preparativos de seguridad ni nada. ¿Y ahora qué hacemos? No podríamos improvisar otra cosa sin tener quilombo....
   Aaron puso su mejor cara de circunstancia y fingió consultar información en su smartphone. Rotundo se quedó pensando con la vista fija en el nuevo celular de su subalterno;  era de la misma marca y modelo y color que el del Jefe de Gobierno. Y dijo sin abandonar la fijación en el celular:
   ---Ahora, yo no sé, este pelado de Perreta está más progre que los discursos diseñados para Fabricio que tengo que supervisar y retocar. ¿No se hizo suficiente  por esa zona de la ciudad?  ¿No pudo sugerirle un cambio de estrategia?
   ---Tengo entendido que el criterio de Perreta para la campaña del  ProReC [Proceso de Reorganización de la Ciudad] es intensificar la movida inclusiva de los barrios y villas de la zona sur de la ciudad. Lo de ese barrio Charrúa responde justamente a una movida especial. Es lo que recuerdo de cuando tipeé la fundamentación que el pelado adjuntó a  la diagramación. 
   ---¡Fundamentación! ¡Qué cosa más ridícula! Son boludeces de Fabricio que el pelado explota para lucir sus aires académicos. Para mí que Fabricio ni las lee. Yo casi no tuve tiempo de leer nada. A ver, ¿tenés una copia acá?
    Aaron le pidió permiso a Fabián para abrir desde la  PC de este  la  bandeja de correo de la Secretaría, así bajaba el archivo de texto en cuestión. Lo dejó abierto en pantalla para que Fabián lo leyera. 
   Aaron Kleiman era un ambicioso joven con fama de ser un verdadero radar humano; tenía la sorprendente capacidad de manipular el entorno con adecuada diplomacia, de tal forma de que siempre lograba ventajas de las circunstancias, tanto si involucraban a sus pares como, incluso, a sus superiores, porque de algún modo lo que ocurría terminaba llevando algo de su intervención. Al igual que los demás empleados de la comuna allí, su razón de ser era el ascenso en las estructuras del Gobierno de la Ciudad. Y trágicamente para los ciudadanos de Buenos Aires, este tipo de talentos tenían excluyentemente una motivación individualista y codiciosa de dinero más que una genuina voluntad de trabajar a conciencia por la comuna, accionar que proyectado a gran escala se traduce en… ¡Uf! ¡No nos ocupa ahora el análisis del país del que nos quejamos tanto!  
   Mientras Rotundo leía de la pantalla el texto que le había facilitado su empleado, bizqueando un poco a través de sus anteojos y mordiéndose levemente el labio inferior en señal de desaprobación sistemática, Aaron decía con su vocecita convincente:
  ---Se trata de un barrio de la colectividad boliviana. No sé si sabés que los bolivianos son una colectividad enorme en la ciudad… en el país...
    Rotundo lo interrumpió a la vez que acomodó su peinado de mechas largas aplastadas hacia atrás con gel y de costados rapados:
  ---¿Y qué? Son bolivianos, no son un target para el ProReC. ¿Por qué siquiera ocuparnos de ellos?
   ---Claro...
    Y era cierto que ambos compartían ese sentimiento para con las nacionalidades vecinas.  Sin embargo, al  margen, la entonación de ese "claro" había quedado suspendida porque este empleado de Fabián Rotundo ya había captado los designios del Pelado Perreta, y  ahora notaba que Rotundo era incapaz de ir más allá de los usuales prejuicios. Aaron especuló privadamente entonces con cómo  hacer que esa disparidad de visiones redundara en su propio beneficio.
    De pronto, la voz de alguien muy seguro de sí mismo los sacó del ensimismamiento. Evidentemente, estuvo escuchando la conversación:
  ---Es que veo que no te das cuenta, Fabián...
    Ambos miraron hacia la puerta, que se encontraba abierta, y vieron entrar la cabeza calva de Ignacio Perreta, el “pelado de Harvard”. Aaron atinó a levantarse rápidamente del escritorio de Rotundo sobre el cual estaba sentado. No era conveniente para él que Perreta advirtiera una relación estrecha entre los dos. Pero tal vez era un poco tarde puesto que el recién llegado demoraba en explayarse sobre el asunto, lo cual daba a entender claramente que no quería hacerlo con el empleado presente. Al colgar su saco en el perchero, Perreta dijo significativamente que había mucho trabajo por hacer, y Aarón los dejó solos en la oficina. 
  ---Fabricio te está esperando--- dijo Rotundo al recién llegado---. Mirá, tenemos que ver qué hacemos con la campaña el finde; lo del spot en ese barrio boliviano que pensaste no va---. Rotundo sonreía obcenamente. Y creyendo que el asunto quedaría concluido,  hizo click en la X roja del documento de texto con la fundamentación que tenía en su pantalla.
   ---Evidentemente, no leyó lo que le preparé. No entiendo cómo es que Fabricio no ve que estamos en una competencia contra el Gobierno Nacional por conquistar terrenos sociales, estrategia que puede rendirnos un rédito político substancial para la campaña--- dijo Perreta presuntuoso. 
  ---¿Rédito político? ¿Cuánta gente que vota al ProReC quisiera que se cierren las fronteras y se deporten a unos cuantos negros a sus países?---.  Rotundo iba a mechar aquel famoso chiste de Crónica TV: "murieron dos personas y un boliviano" pero Perreta agregó:
   ---No son sólo extranjeros. Se reprodujeron; la mayoría ya son argentinos.  
      Rotundo respondió con un gesto de desdén, pero Perreta insistió en la relevancia de sus planes para la campaña proselitista:
  ---¿Sabías que este domingo va a haber una festividad en ese barrio Charrúa, al que va a asistir nada menos que el próximo Papa de la Iglesia Católica?
  ---El próximo Papá de la Iglesia Catolica... Parece que te pegó la insolación en la pelada… ---, le respondió Rotundo con su risa grave y rasposa, como la de un estereotipado villano.
     El pelado decidió entonces cerrar el tema y sacó de un bolsillo su celular. Aquí se confirmaban las especulaciones de Aarón: si había algo que diferenciaba a Ignacio Perreta de Fabián Rotundo en sus sendas e íntimas expectativas de ascenso en el ProReC era que el primero tenía la inteligencia de no subestimar o ignorar tendencias, informaciones o actitudes en todos los niveles y espacios posibles del campo de acción en la política. En otras palabras, Aaron sabía que el anillo que lucía el pelado era masónico, y que tanto él como Massera habían recibido educación jesuita. 
    No sea que el pelado me aventaje de algún modo, pensó Rotundo. Entonces abrió otra vez el texto con la fundamentación en su pc y lo dejó minimizado para leerlo apenas quedara solo. Y como Perreta se había quedado unos segundos mirando los mensajes de su Whatsapp, Rotundo le recordó a este con un movimiento de su cabeza que el Jefe de la Ciudad lo estaba esperando.
  ---Creo que se trata de otro apuro relativo--, le respondió Perreta, sonriendo aparentemente por algo que leía en su celular.
    A Rotundo no le hizo mucha gracia que el Pelado de Harvard  también se apropiara de una de “sus” frases más efectivas para conducción del trabajo. Vio entonces salir al pelado con una envidiable seguridad hacia el despacho de Fabricio Massera. 

   El pelado prácticamente ya había convencido al Jefe sobre la conveniencia estratégica de realizar el spot para la campaña en ese barrio, Charrúa. Para que Fabricio Massera diera el OK, sin embargo, como se ya se vio, siempre era necesario respaldar las decisiones con algún tipo de documentación que Massera prefería que tuviera el carácter de fundamentación.  El Jefe la usaba luego para proclamar la seriedad de su gestión.  El requerimiento le daba a Perreta la oportunidad de demostrar lo pertinente de su labor y lo acertado de que él se ocupara de dirigir la campaña proselitista.
    ---Fabricio, habrás visto en la carpeta el informe de ese barrio. ¿te fijaste?       
     Fabricio miró hacia el cesto de basura que tenía debajo del escritorio:
    ---¿Informe?
    --- La fundamentación.
     En ese momento justo entraba Rotundo fingiendo estar ajeno a lo que estaban diciendo, pero escuchó que era otra vez ese asunto de las fundamentaciones. Estas cosas que pedía Fabricio lo irritaban casi tanto como cuando alguno de sus subalternos, sin proponérselo, proyectaba la más trivial de las sombras competitivas en el caprichoso plano de la frivolidad, en el cual Rotundo era tan sensible como una mujer que leía Para Ti. Cuando una mañana Rotundo había aparecido, a la edad de 46, con un corte propio de un veinteañero,  Perreta le preguntó si iba a adjuntar la correspondiente fundamentación, lo cual inició una moda pasajera de chistes entre los empleados sobre tener que presentar fundamentaciones para todo.
    ---Mirá, yo tenía la carpeta pero la tiré a la mierda. Y creo que el de la limpieza ya se llevó…---dijo Fabricio, levantando la vista del cesto.
  ---No importa. Te hago imprimir una copia.
   Fabián Rotundo escuchaba en silencio, abrigando  la esperanza de que Fabricio rechazara el asunto del spot y de esa manera disfrutar de una derrota del pelado de Harvard. Su burbuja, sin embargo, hizo pssst cuando Fabricio lo involucró:
   ---Fabian ¿me traés una copia de esa bendita carpeta sobre el spot? 
    Perreta aclaró con innecesario énfasis: “La fundamentación, Fabián”.
    Por una cuestión de orgullo competitivo, Rotundo mismo no imprimía o archivaba el material generado por el pelado. Así que pensó en llamar a Aaron Kleiman, que sí estaba en el tema. Pero, no sabiendo el paradero de éste (logró abstenerse de decir algún cliché del cine como que estaba “desaparecido en acción”) Rotundo regresó a su oficina  porque recordó que tenía una copia en su Pc. Estaba encendiendo la impresora cuando, apurado por retirarse, Fabricio quiso leer el documento desde la pantalla.
   ---Esperame un minuto, que yo…---dijo nervioso Rotundo, tratando de impedir que el Jefe de Gobierno tocara su pc.  Éste no hizo caso y se sentó casi de prepo frente a la pantalla.
     ---A ver, de una vez. Quiero leer ésto e irme.
  ---Andá, que yo te lo mando por mail---, insistió Rotundo presuroso, parándose casi pegado al Jefe, enfrente de la PC.
  Perreta observaba curioso el comportamiento de Rotundo. Una mueca de triunfo anticipado se estaba formando en su cara.  Y Fabricio maximizó el archivo equivocado de la barra de estado de la pantalla. Hubo unos segundos de silencio que sonaron como un estampido…
  ---Mejor abrilo vos, Fabián ---, dijo gravemente el Jefe, volteando a un costado en una actitud conspicua de necesaria discreción ante las imágenes de la pantalla.
     Rotundo obedeció, su cara ardiendo de bochorno, mientras Perreta (que solo veía la espalda de la pantalla) se regodeaba adivinando que la situación embarazosa tenía que ver con las extrañas preferencias sexuales del secretario de las que se comentaba en el piso.  Y ya  se advertían la sonrisa de satisfacción y la pose característica de excesiva confianza del pelado de Harvard, ésa por la cual algunos ponen las manos al bolsillo del pantalón y se mecen casi imperceptiblemente como queriendo realzar la entrepierna. Hasta que Fabricio hubo leído finalmente la fundamentación:
   ---Pero… Ignacio… Esto lo pudo haber hecho mi hijo de 12 años haciendo copy/paste de Wikipedia.  [léase con entonación cheta:] Esta fundamentación no me dice nada. Necesito más precisiones, datos, historia y nombres de líderes de ese barrio, imágenes. Datos concretos sobre esa festividad, ¡no un resumen turístico…!
      Perreta dejo de mecerse, retiró las manos de los bolsillos y su cara también se descompuso. Esta última reacción del Jefe, al mismo tiempo, tuvo un efecto face saving para Rotundo.
    Fabricio  había  accedido a filmar el spot el siguiente domingo –-el cual, en definitiva, podría tomar mucho menos que media hora---, pero de mala gana. En realidad, ése era el motivo de su fastidio y de sus exigencias respecto del barrio. Sonó su celular y se puso a hablar paseando en la oficina, con un mal humor creciente que le alteraba la cara, mientras Rotundo y Perreta intercambiaban miradas de falsa solidaridad. Si había algo que "unía" a ambos era cuando ocurrían este tipo incidentes y, por supuesto, cuando ganaba Boquita.
     Entonces,  con el celular al oído y el saco bajo el brazo, el Jefe salió a la oficina externa y fue a sentarse sobre el escritorio de Aaron Kleiman. Y evidentemente a causa de ese llamado, ahora sí que perdió realmente la calma. Golpeó sobre el escritorio, se levantó y regresó donde estaba su secretario para ordenar, tronando como para que quien estuviese del otro lado en su celular oyera:
   ---¡Antes de ir a filmar el domingo quiero un informe como la gente de ese barrio! 
      Acto seguido, volvió al escritorio de Aaron para agarrar el saco que había dejado sobre el mismo y se fue sin poder dar el portazo porque casi todo allí era de cristal. Y concluía así tan sólo un acto de una puesta en escena cotidiana cuya temática giraba en torno del celo del ethos profesional de la clase media/alta dominante del país. 





Mientras este tipo de pasiones sofisticadas bullía entre las paredes de cristal de la sede del Gobierno de la Ciudad, otros afanes borboteaban como una cloaca colapsada de difícil solución entre los habitantes de ese barrio, Charrúa, el cual se encontraba ya en las fechas de la famosa Fiesta de la Virgen de Copacabana. ¿Sería cierto que el Cardenal Maroglio, que oficiaría la misa central de la festividad, se convertiría en el futuro Papa de la Iglesia Católica?

      Por la mañana del sábado (es decir, al día siguiente), Joaquín Castillo, un vecino del Barrio Charrúa, estaba ubicado en uno de los asientos de la placita del barrio. No podía concentrarse en la lectura de un libro debido al ruido ensordecedor de música de reguetón proveniente de las viviendas alrededor y de los  vehículos que lavaban en las veredas. No advirtió que de un auto que acababa de estacionar  a sus espaldas, bajaron discretamente dos jóvenes extraños para el barrio.
       A la noche de ese sábado tendría lugar la víspera de la Fiesta de la Virgen, así que el trajín de los preparativos en el barrio crecería gradualmente conforme avanzara el día, con el cierre de fuegos artificiales, grupos de baile y otras atracciones. El epicentro de todo esto era esta misma placita. La noche de la víspera  era tan solo la previa para la fiesta del día siguiente. Cómo ya percibía que aumentaba la agitación, Joaquín decidió que era hora de irse de allí.
    Al levantarse del asiento vio el par de visitantes extraños sentado en uno de los bancos unos metros a su derecha. Fumaban y conversaban entre ellos, y miraban algo tensos el entorno “charruano”, con viviendas que se erigían desafiantes hasta la cuarta planta, con sus pasillos estrechos y tenebrosos, su gente de idiosincrasias que parecía llevar una existencia que podría interesar  como objeto de estudio a los realizadores de documentales para la National Geographic, para que a su vez fueran revelados a un totalmente ajeno mundo WASP.
       A la izquierda de Joaquín, por la vereda venía un par de chicos con gorrita de visera y  de aspecto que metía miedo; daba la impresión de que ya habían advertido con inquietante interés la presencia de los extraños.  El ir y venir de agentes de la gendarmería afectados al patrullaje las calles del barrio, sin embargo, hacía suponer que la seguridad de todos estaba garantizada. De todas maneras, el par de las gorritas con visera al pasar cerca de Joaquín y los extraños dejó una estela de aroma a marihuana, cual si un perro marcara territorio con su orín.
     Joaquín ya se estaba levantando para ir a su casa, cuando uno de los visitantes, sonriente, apareció frente a él extendiéndole la mano:
  ---Hola, me llamo Aaron. Estoy haciendo un trabajo de campo con el tema de la fiesta de mañana. ¿Te puedo hacer unas preguntas sobre el barrio?
  ---¿Para la facultad?
     Tal vez porque aquel lugar no fuera su cotidiano hábitat natural, como las oficinas del Gobierno de la Ciudad donde con su jefe Rotundo actuaban perfectamente complementados, compartiendo un concepto controvertido de la inteligencia y  la eficiencia, Kleiman vaciló en su respuesta:
  ---Es un trabajo de investigación que estoy sumando… llevando a cabo… para el… sí, para… la facu.   
      “Sumando.”
    Joaquín también vaciló unos segundos. De un tiempo a esta parte, misioneros de distintos partidos políticos (desde la atomizada izquierda con sus improbables discursos, pasando por utilitaristas y demagogos punteros del partido oficialista,  hasta la  impredecible y también demagógica cosmética social de partidos como el ProReC) estaban muy interesados en hacer pie en el barrio,  un barrio que en los últimos tiempos no hacía más que hundirse en todos los sentidos. Nadie de afuera realmente podría resolver sus problemas internos ni revertir la decadencia, pensaba Joaquín.
 ---Mirá, justo ya tengo que irme. Te sugiero que vayas al local que hay en el final de esta calle. Ahí debe haber gente de la Comisión Vecinal--, le respondió, incorporándose e iniciando la marcha. Aaron emitió por lo bajo un insulto racista que Joaquín alcanzó a oír y que decidió pasar por alto. Y apenas alejado unos pasos también oyó que el otro que estaba con Aaron proponía averiguar dónde vendían porros por ahí.




                                                                       PARTE  2

Suena el celular de Rotundo. El que lo llama es un Aarón Kleiman agitado:



Fabián Rotundo: ¿Aaron? ¿Cómo te fue, papá?
Aaron Kleiman: Mal, ¡no sabés lo que me acaba de pasar, la puta madre!
F.R.: No me digas que te violaron.
A.K.: Por suerte no, pero acabo de perder el celular con todo lo que recogí.
F.R.: ¡No me digas, qué cagada! ¿Pero, perdiste todo? ¿Estás todavía por ese barrio?
A.K.: Estoy cerca, y sí,  estaba todo en el celu. Estaba hablando con el de la comisión del barrio y entró un pendejo a robar y entonces por esconderlo lo perdí…
F.R.: ¡Puta madre! ¿Estás en un locutorio?
A.K.: Pero... ¿Cómo? ¡Lo acabo de encontrar en la mochila! ¡Sí! éste es mi celular... ¿Y de quién es el otro...?  
F.R.: No te escucho bien, ¿qué pasó?
A.K.: ¡Noooo! [segundos de tenso silencio]¡Ya sé, la puta que lo parió!
F.R.: No entiendo qué pasa. ¿Hola? ¿Hola?
A.K.: ¡Con razón recibí ese llamado de una mujer que estaba enojada! Pidió con un tal Fabito y yo le dije ‘equivocado, pelotuda’. ¡Debía de ser la esposa… o no sé !
F.R.: No entiendo nada…
A.K.: Me parece que el celular que perdí ¡era de Fabricio!
F.R.: ¿Vos me estás cargando? ¿Cómo el celular de Fabricio?
A.K.: Ayer a última hora cuando volví a la oficina encontré un celular sobre mi escritorio que pensé que era el mío, lo agarré y me lo llevé.
F.R.: Pará, pará, explicame que no entiendo. ¿El celular que agarraste es el del Jefe?
A.K.: El nuevo que tengo ahora es idéntico a uno que tiene él. Cuando volví a la oficina para agarrar mis cosas e irme a la mierda, creí que el celular que estaba sobre mi escritorio era el mío.

   En ese momento, Fabián Rotundo recordó que el Jefe había estado sobre el escritorio de su empleado, discutiendo irritado a través de su celular ordinario. Al mismo tiempo  buscaba algo en el bolsillo del saco. Y Rotundo recordó también que Fabricio miró también su Smartphone blanco sin dejar de hablar por  el otro, y dijo a quien hablaba "si vos no podés dejar de romperme las pelotas, apago ésto y no me volvés a llamar, así vuelvo a casa tranquilito...". También recordó que en una ocasión Perreta habló de que Fabricio estaba adoptando la tendencia global de los hombres de poder de centralizar todo tipo de informaciones en un Smartphone con la tecnología más avanzada en comunicaciones celulares. Debía de tratarse entonces de ese aparato.

F.R.: Pero ¿pero sos boludo? ¿No reconocés tu propio teléfono?
A.K.: ¡Es que es casi nuevo, y había olvidado que lo tenía guardado, sin batería…!
F.R.:  Y éste [por el Jefe] no se dio cuenta de que se lo olvidó ahí; claro, a esa hora de un viernes y con la calentura que tenía… Pero no va a tardar en llamar desesperado a todos para que le devolvamos ese celular. ¡Andá a donde lo perdiste y recuperalo ya!
A.K.: Podríamos disponer de un operativo policial… discreto… aunque… eso levantaría …
F.R.: ¡No! [hurgando compulsivamente con una mano su peinado aplastado hacia atrás con costados rapados] ¡Quedaría todo en manos del pelado hijo de puta! (¡Y todo por competir con ese guacho!) ¡Hacé lo posible por recuperarlo vos primero! Si no podés (dijo desahuciado), ya veremos qué se hace.  Se perdió un aparatito con información del Jefe de Gobierno de la Ciudad, no es conveniente generar kilombo! ¡Recuperalo ya!  ¡No demoremos lo indemorable!




      Era casi medianoche de ese mismo sábado cuando Joaquín volvía a su casa de una reunión con unos amigos en  la calle Matanza, a tan sólo una cuadra  de la placita en el centro de Charrúa que ya a esa hora se encontraba desierta. Venía canturreando una canción y sonriendo por sus propios pensamientos. Al doblar por la esquina sin ochava de Itaquí y Charrúa, que está en diagonal respecto de la Capilla, debió atajar a dos travestis que venían del otro lado y que en el contacto le dijeron algo que lo hizo voltear hacia ellos cambiando el tipo de sonrisa. [Esta parte está conectada con el cuento “La Noche de la Víspera”]. Y al mirar nuevamente hacia adelante --ya sobre la vereda de Charrúa--, pasó de largo a un muchacho extraño al que creyó haber visto anteriormente. No tardó en reconocerlo: era el que a la mañana temprano le había pedido responder preguntas sobre el barrio o la fiesta. Joaquín estaba a una cuadra de su casa y quería llegar a ella rápidamente.
   --- ¡Flaco, flaco!--, el extraño llamó a Joaquín.
       Éste se detuvo y volteó hacia atrás nuevamente para ver qué ocurría. El extraño avanzó y se puso delante de su camino.
  --- ¿Todavía por acá? La fiesta empieza como a las diez, no te recomiendo que te quedes---,  le dijo Joaquín,  reanudando la marcha lentamente.
  --- Mirá, necesito que me ayudes, ¡por favor!--, dijo Kleiman, con la excitación de alguien que acabara de escapar de la cárcel.
  --- ¿Pudiste ver a la gente de la Comisión Vecinal del barrio?
  --- Sí, pero un pendejo entró a robar cuando alguien de ahí me mostraba unas fotos de archivo del barrio---Aaron señaló el local de la institución, de la que estaban a una cuadra de distancia, en la esquina de Fructuoso Rivera---. Dejé el celular ahí dentro. Cuando volví, estaba cerrado. No pude ubicar al que me atendió.
   --- ¿Estás seguro de que lo dejaste ahí?
  --- Lo oculté entre unos papeles sobre una mesa que había ahí cuando vi que entraban unos pibes con pinta de chorros.  Lo estaba usando para grabar la información del barrio. Mientras el de la comisión forcejeaba con uno de los  pendejos, que tenía un fierro, yo salí corriendo al auto que me esperaba cerca ¡pero el celular quedó dentro del local!
   ---Mirá, no sé quién será el de la comisión. Los de ahí son varios. ¿Sería el presidente?
  ---No sé, dijo que era un líder barrial; no le entendía mucho cuando me hablaba. Yo confiaba en que me quedaría todo grabado en el celular. 
   ---No sé qué decirte. ¿A qué hora pasó esto?
   ---Un poco después del medio día.
   ---Averiguar a esta hora es complicado. ¿Fuiste a decirles a esos gendarmes que andan dando vueltas?
   ---Es que prefiero solucionar este problema sin hacer mucho bardo. Lo del celular es un asunto complicado, realmente. Pertenece a alguien…---vaciló-- …importante.
  ---Mirá, podría ayudarte a averiguar quién te atendió de la Comisión, no mucho más. Es tarde y necesito irme a dormir.
   ---Por favor, ayudame. Te pago. Por favor.
       La cara de consternación de Aaron Kleiman prevaleció sobre el recuerdo del insulto que éste le había dirigido por la espalda esa mañana en la placita del barrio. Lo miró indeciso unos segundos en silencio y le respondió:
   ---No quiero plata, pero sí que pongas en tu trabajo de investigación que esto no es una villa, porque no lo es ---. Esto fue parte del insulto ---. Acá pagamos impuestos. Bueno, yo al menos pago; y además, si le hubieras dicho a otra persona lo que me dijiste a mí hoy a la mañana, te ibas con algún recuerdo en la cara…
       Con cara de no comprender la acusación, Aaron le contestó en su mente: “sí, pagás impuestos y esto es Barrio Parque…”
   ---A ver, esperá, dame un minuto---dijo Aaron, sacando un celular del bolsillo de la campera para llamar. Y mientras esperaba comunicarse, le ganó de mano a Joaquín que lo observaba atentamente para aclarar: ---Éste es otro celular. El que quiero recuperar es idéntico a éste---. Y llamó a alguien que lo esperaba en las inmediaciones.
   Mientras Aaron concentraba su vista en la pantalla resplandeciente, que hacía que todo en derredor se tornara aún más oscuro, Joaquín se adelantó unos metros para meterse en uno de los pasillos. Tal vez por allí alguien supiera de la gente de la comisión. En eso, como Aaron no podía contactar a su jefe, guardó el celular puteando y alzó la vista. Cuando el entorno se hizo visible nuevamente, el que estaba junto a él no era Joaquín sino un hombre que estaba borracho. Kleiman se sobresaltó.
    ---¿A qué has venido, quién te ha llamado ¡hic! Verbenita…?--- el borracho, con una voz acuosa y casi ininteligible, cantaba tambaleándose frente a Aaron que, dominado por su cerebro reptiliano, puso rápidamente a resguardo sus pertenencias y giró nervioso buscando a Joaquín. Este emergió del pasillo más próximo:
   ---Estaba viendo si hay alguien por acá, pero no. Ya te digo, es tarde…---se interrumpió al ver al borracho: ---Pero ¿vos no estabas conmigo en la casa de Orlando?
      El borracho se recostaba contra una pared, seguía cantando. En efecto, aunque no se conocían, ambos locales habían estado en la casa de un amigo tomando unas cervezas minutos atrás. Joaquín le dijo a Aaron:
   ---Capaz que éste nos puede ayudar---. Y le preguntó al borracho---: Eh, amigo ¿sabés donde vive alguien de la comisión del barrio, el presidente?
   ---Sí, ¡viva Evo Morales, carajo! Hic
 ---No. El de la comisión vecinal. ¿Sabés adónde vive?
   ---Abre ya la puerta hic verbenita, que no soy ladrón….
   ---No puede con el pedo que tiene---dijo Aaron---. A lo mejor esos pibes que andan por ahí nos dicen algo.
   ---No. Justamente a ésos no.
  ---Gringos, cabrones, hic…no nos van a dominar nunca jamás… la constitución del estado plurinacional… ¡yanquis, gou jom…!
   ---O podríamos acercarnos al local… ---dijo Joaquín, mirando preocupado su reloj.
   ---Yo sé dónde vive ese carajo, el Argarañaz, de la hic comisión vecinal. Ese cojudo no quiso informar las cuentas de la comisión---. El borracho casi se cae contra  Kleiman.
   ---Llevanos por favor a su casa---, le dijo Joaquín.
   ---Sí, por favor, llevanos a donde vive. Te compro un vino.
       El borracho miró al extraño con cara de enojado:
   ---Carajo, ¡he dicho yanquis gou jom!  hic
  



     El pasillo estaba prácticamente a oscuras cuando entraron  a él los que querían rescatar el celular guiados por el borracho. Este lugar se hallaba a la altura de la entrada a la escuela al otro lado de la calle que le da nombre al barrio, a poco más de cincuenta metros del lugar en donde se habían encontrado Aaron y Joaquín. Pero debido al  paso tambaleante y por momentos errático del borracho, para Aaron, llegar hasta el pasillo fue casi como una travesía. Se produjo un alboroto infernal de ladridos que parecía provenir de todos lados. Un perro negro y aterrador corrió hacia ellos desde las profundidades oscuras del pasillo mostrando sus terribles colmillos y descargando todo su acecho particularmente en el borracho. Este avanzaba dando  patadas torpes al aire para espantar al animal aunque lo ponía más agresivo aún. Aaron tuvo el impulso de aferrarse al brazo de Joaquín. Algunas cabezas se asomaron fugazmente desde los pisos superiores, algunas ventanas se encendieron y apagaron.
    ---¿Cuál de estas casas es?---le preguntó Joaquín al borracho.
    ---Una cervecita me estoy queriendo comprar….hic
  ---No. Llevanos a la casa de ese tal Argarañaz, el de la comisión.
     Aaron, mientras tanto, tuvo la iniciativa de preguntarle a alguien que había estado observando desde la ventana de su casa pero no tuvo éxito.
    ---¡Nadie sabe nada! ¡Qué pasa en este barrio de mierda!--- refunfuñó Kleiman por lo bajo, alcanzando a los otros dos.
   ---Acá es-- dijo el borracho. Y como si lo estuvieran esperando, la puerta se abrió---. Pasen, jóvenes.
   ---No, gracias, gracias. Solo queremos hablar con el de la comisión--- dijo Aaron.
    ---No creo que sea acá, debe ser  la casa de él; pero igual preguntemos, a lo mejor saben.
     Siguieron al borracho al interior de la humilde vivienda.  Quien había abierto la puerta, ahora visible, le dijo al borracho en tono de agudo regaño:
   ---¿De dónde pues se está recogiendo a estas horas este doctor?
   ---Pasen, pasen jóvenes—los invitaba el borracho y ordenó a la mujer que lo retaba---: Santusa, ¡unas cervecitas poné en la mesa!
 ---Permiso, doña ¿Usted podría decirnos dónde vive alguien de la comisión del barrio?  ¿Alguien de apellido Argarañaz, tal vez?
   ---¿Argarañaz? No, no conozco--- dijo la mujer, ahora curiosa observando en particular al extraño invitado de su marido: un joven blanco y alto, definitivamente no del lugar. Era alguien bastante llamativo para la circunstancia. Y notando la expresión poco simpática que éste tenía al escrutar el ambiente, definió instantáneamente sus sentimientos respecto de él.
   Entonces Joaquín le explico a la mujer la situación.  Esta le contestó no muy entusiasmada que si esperaban un poco llegaría uno de los hijos quien podría ayudarlos.
  ---¿Te animás a quedarte? Yo ya me tengo que ir, es muy tarde--, le dijo Joaquín a Aaron.
  ---¡No! ¿Después cómo sobrevivo? Afuera me morfan los perros y acá…
 La mujer fingía que no escuchaba, estiraba del brazo a su alcoholizado marido quien se había sentado.
 ---¡Siéntense,  pues, jóvenes!---ordenó el borracho y encendió un centro musical que llenó la casa de música a un volumen muy alto para la hora---. Santusa, ¡quéste las cervezas, carajo!
    Joaquín pensó que ese había sido el día en que más cervezas, música e invitaciones forzadas había tenido durante toda su vida.  Cuando la mujer contestó molesta que no tenían cerveza en la casa, a Joaquín se le ocurrió una maldad y dijo en voz alta a causa de la música, levantándose:
   ---Yo las traigo. Voy a la ventanita…
  ---No, esperá que vamos juntos---, se alarmó Aaron, poniéndose de pie y gritando también.
     Cuando miraron al borracho, éste se hallaba dormido en su silla; la mujer se había retirado a una cocinita que estaba cerca de la entrada. Los dos visitantes estaban allí sin saber qué hacer.
    ---Yo te diría que te vayas a tu casa. Volvés a la mañana  y continúas la búsqueda.
   ---Te juro que es importante, no puedo regresar sin el celular esta noche---. Al ver que el otro revolvía fastidiado los ojos, le tentó decirle a quién pertenecía el celular.
    En eso entró un jovencito, que quedó desconcertado ante los visitantes y el alboroto de la música (Aaron se dijo que la empresa de limpieza de las oficinas los reclutaría de por ahí). La madre le contó la situación y minutos después, el joven los conducía hacia otro pasillo en medio de las intimidantes penumbras del barrio Charrúa.
    


     Mientras tanto, Fabián Rotundo consideró que convenía ir poniendo al tanto a Ignacio Perreta sobre la pérdida del celular del Jefe así que lo llamó a su casa. Fabricio pronto advertiría la falta del mismo y de seguro pediría que alguien fuera a rescatarlo de la oficina para devolvérselo inmediatamente.
      De no haber sido por una red de intereses creados que existía en la relación laboral con sus empleados, Rotundo se habría abierto de gambas respecto del asunto. Decidió, sin embargo, procurar una solución para que la cagada de Kleiman no lo salpicara. Y no pudiendo controlar su ansiedad además de tener que reprimir el soberano fastidio que le causaba otra derrota sufrida ante su competidor, primero empezó por contarle a Perreta solamente sobre la misión de periodista de Kleiman a ese barrio.
  ---Pero Fabián, ¡vos también!---, le respondió falsamente conciliador el pelado--. Pudimos haber aunado nuestros esfuerzos si se trataba de mejorar el informe del barrio. Después de todo, el asunto estaba en mis manos.
   ---Claro, claro ---. Rotundo falló en guardarse el pensamiento ---: Pero si era por zafar del momento con la ayuda de Google, en realidad el más indicado para el trabajo ¡era yo!
   A pesar de ese palo casi involuntario, Perreta,  para darle una lección de compañerismo, reveló cuál era entre tanto su curso de acción para los designios del ProReC. Y la verdad es que lo que tenía en mente resultó impredecible:
    ---¿Recordás que te dije que va a haber una gran fiesta religiosa ahí? Bueno, ¿quién te dije que va a decir la misa?
    ---No sé, San Pedro.
 ---Tratemos de concentrarnos seriamente, Fabián. La misa la va a decir el Cardenal Maroglio. Tengo un contacto allegado a él que también estuvo en contacto con los de la parroquia de ese barrio y demás. Según me informa este contacto, la presencia de Maroglio obedece a que es el aniversario número 40 o 50, o no sé, de esa fiesta. Va a ser muy importante, se espera una asistencia mayor a la que se da todos los años; mirá que estamos hablando de decena de miles, eh... ¿Me seguís?
    ---Sí.
   ---Como sabrás, Maroglio está casi de nuestro lado en términos de postura política frente al Gobierno Nacional. De manera que estoy especulando con un acercamiento conjunto a ese barrio: el Cardenal y nosotros ¿Me seguís? Bien. Desde nuestro punto de vista, el acercamiento operaría posicionándonos políticamente con un impacto de mediano plazo. Entonces, abonando el espacio vital que nos proporciona la susodicha festividad, y articulando de esa manera una creciente gravitación por parte de nuestros cuadros del ProReC, la coyuntura que de la convergencia con el poder jesuita…
    ---Ignacio, no me des un seminario que perdí la libreta universitaria.  La filmación es mañana. ¿Podés ir al grano?
    ---[Resoplido] Escuchá: el contacto que te decía me acaba de informar que esta noche el Cardenal va a hacer una visita anticipada a ese barrio. Una visita de carácter “secreto”.  Se trata de una oportunidad especial para charlar con él con toda tranquilidad en el espacio de una institución barrial importante (considerando que no accede fácilmente a darnos entrevistas). Claramente es nuestra oportunidad  para sintonizar espiritualmente con el Cardenal en estos asuntos sociales y anticiparnos para al día siguiente. Desde ya que lo que surja de esta  movida es un tipo de información que  de seguro va a interesarle mucho a Fabricio… La cosa no se limitaría al barrio y la fiesta esa, sería un verdadero pie de desembarque del ProReC, uno como Grosso en su momento nunca pudo capitalizar….
   ---Creo que entiendo —, lo interrumpió para que dejara de teorizar con su estilo pedantemente ambicioso---. ¿Esta noche?
   ---Sí, esta noche. La visita secreta se lleva a cabo un poco después de  las doce.
   ---¡Qué cosa más rara, a esa hora! Visita secreta. ¿Y quién va a ir a cubrirla?—. Fabián sonaba totalmente desconcertado.
  ---Se trata del Cardenal, así que pienso ir yo personalmente, con algún colaborador tal vez. ¿Me acompañás?

      Rotundo ahora dudaba si convenía contarle sobre la pérdida del celular del Jefe. Si lo hacía, el pelado abandonaría inmediatamente el plan de la entrevista/cobertura del Cardenal, para abocarse de lleno al operativo del rescate del aparato. Ello significaría un  knock-out rotundo (valga la redundancia). En cambio, prenderse a los planes del pelado, al menos le permitiría compartir el mérito. De todas maneras, el que Fabricio llamara a todos reclamando su Smartphone era sólo cuestión de tiempo. 
 ---Dale, te acompaño. ¿Cómo hacemos?
   ---Quedate donde estás que paso a buscarte.
     Y el pelado cortó sin despedirse, al estilo de las películas norteamericanas, para marcar  inmediatamente otro número.  




      El hijo del borracho los condujo de regreso hacia la entrada del pasillo donde el visitante había interceptado al local rogándole por ayuda. Finalmente dieron con un tal Argarañaz, que no tenía nada que ver con la comisión vecinal sino que, por el contrario, resultó ser un ardiente opositor de la gestión de esa institución charruana. Antes de lograr que ese vecino atendiese el caso de ellos, tuvieron que escucharlo despotricar implacable sobre pormenores internos de la vida comunitaria del barrio y los errores de la comisión. Mientras el vecino Argarañaz gesticulaba indignado y hablaba sin detenerse para respirar, Joaquín nuevamente intentó zafar del asunto para irse a dormir:
    ---Bueno, viejo. Ahí te dejo con el hombre. Que te lleve con alguien a buscar el celular. Y mucha suerte, eh. Yo me voy…
    ---Pero…
   Le había dado una palmadita y comenzado a caminar cuando escuchó que Argañaraz dijo en su irritado monólogo:
    ---Igualito también pues, cuando el viejo Castillo ha sido el tesorero, no ha querido rendir las cuentas en el debido momento. Una camioneta más bien se había comprado al tiempito…
      Joaquín volvió sobre sus pasos y demandó a Argarañaz que aclarara a qué Castillo se estaba refiriendo. Y entonces se trenzaron en una acalorada discusión porque aparentemente el Castillo involucrado era el difunto padre de Joaquín, o eso parecía sugerir el otro vecino. El tono de las voces se elevó a gritos y los gritos se tornaron en insultos con empujones desafiantes y más alboroto de perros.
   ¡Cómo lamentó Aaron haber querido ostentar el mismo tipo de celular del Jefe de Gobierno entre los compañeros de la sede! Argarañaz, ocupado en la rencilla con Castilllo, no escuchaba sus ruegos de que lo condujera al local para buscar el aparato. Y en eso sonó el celular del gringo:
    ---¿Alguna novedad?
    ---No, es imposible. Y ya me quiero ir de acá.
   ---Puta madre ¿Qué es todo ese alboroto?
    ---No importa. Mirá, yo le digo a Fabricio que me llevé su celular y que me asaltaron en la calle. Me hago cargo, no te preocupes….---. Y gritó más fuerte que los otros dos que discutían a su lado---: ¡Cállense, la puta que los parió, que no puedo escuchar!
   Los otros dos se callaron y se quedaron mirándolo, sorprendidos. Y la hostilidad de los vecinos pareció cambiar de target.  Aaron no se quedó para averiguar cuál sería la reacción de ellos porque se alejó caminando rápidamente hacia la calle, en dirección al local de la comisión en F. Rivera y Charrúa. “Fabricio me va a colgar de las bolas, qué más da,” se dijo mientas veía que a la altura de la placita venían en sentido contrario una chica y un chico que también parecían disputar entre ellos. “Y después me va a pinchar los teléfonos de por vida…”

     ¡Esto me pasa por ayudar a basuras que jamás vi en mi puta vida! Se reprochó Joaquín, apurando el paso en dirección a su casa.
       Justo antes de entrar al pasillo donde vivía, un auto que venía por Avenida Cruz giró en la esquina de Charrúa. El auto era muy llamativo por su aspecto inmaculado, si bien no era uno de gran porte ni mucho menos una limousina. Se diría que en el interior viajaba la mismísima presidenta. Algunas personas que se habían propuesto quedarse toda la noche en la calle para ir preparando sus puestos de ventas de comidas o lo que fuera para la gran fiesta horas más tarde quedaron como suspendidas ante la irrupción de este vehículo. Incluso el grupito de adictos al paco que paraba debajo el toldo de la esquina pareció de pronto comportarse sobriamente, al tiempo que observaban aquel notorio arribo desde el suelo sobre el que se hallaban despatarrados.
      Curioso, Joaquín retrocedió hasta alcanzar el lugar a donde había estacionado el auto. Junto a otras personas quedó expectante observando sobre la vereda. Segundos después no podía creer que del auto emergió el cura párroco del barrio escoltando a… ¡el Cardenal Maroglio! No había dudas de que era él, con su cara de abuelito bonachón, era una figura inconfundible. El cura junto y otro vecino lo condujeron rápidamente al interior del mismo pasillo a donde había estado peleando con Argañaraz.
      Joaquín se quedó allí, próximo al auto casi codo a codo con Argarañaz. A su espalda alguien le habló. Era uno de los del toldo de los paqueros al que decían Pekerman [Nota: existe en esta colección un cuento relacionado, Dani], que se había acercado aparentemente a pedirle plata. Pero Joaquín lo tapó:
     ---Créeme que no necesitás fumar porquerías para ver cosas raras…

  
  



                                                                              PARTE 3   



      Más relajado ahora que había logrado aplacar el enojo de su esposa debido a las interminables horas de trabajo como Jefe de Gobierno, por un lado, y entonces libre ya para atender las histerias caprichosas de su amor furtivo, Fabricio Massera se disponía a disfrutar junto a esta última el su nidito de amor puesto recientemente en algún lugar de la ciudad. Esta era una de las movidas de incógnito del Jefe de Gobierno, para las cuales su apretada agenda servía de pantalla. Por ejemplo, para este sábado a la noche ---que era la víspera de la filmación del spot en Charrúa--- había dicho en casa que iba a tener una reunión extraordinaria en la Sede para tratar la marcha de la campaña proselitista, y  para tratar otros problemas de su gobierno que estaban retrasando mucho su agenda.  Para evitar el uso de su smartphone blanco, usado para las comunicaciones secretas, Fabricio había resuelto no usarlo cuando estaba en su hogar junto a la familia (a menos que se tratase de una catástrofe política). Por ello, durante el fin de semana tenía siempre a mano su celular ordinario. Cuando en casa hizo el ademán de partir apurado “rumbo a la Sede” para conducir una reunión extraordinaria, tomó del perchero el mismo saco que había usado en la oficina la noche anterior. Fabricio creía que el smartphone blanco estaba aún en uno de los bolsillos como la billetera y otras cosas.
   
     ---Ay Fabito, podríamos quedarnos varios días acá, hacer un Bed-In como John y Yoko--- dijo  soñadora su amante, y comenzó a desvestirse para entrar a darse un baño.
    ---Tonta, en el Bed-In se invitó a toda la prensa pero nosotros ahora queremos estar solitos, ¿o no? Necesito a la prensa bien lejos de este lugar. Estoy en vísperas electorales. Pero, claro, vos no entendés de estas cosas...
   ---¿Cómo, tonta? Más temprano ya me dijiste ‘pelotuda’ cuando te llamé al celular. Dejá de tratarme así…
   ---Vos estás loca, no sé a quién habrás llamado. Yo no vi en ningún momento que… ---. Pero Fabricio percibió el click que transformaba a esa nena caprichosa que difícilmente le prestaba suficiente atención, en la mujer que le hacía perder la cabeza.
   ---Sí, me dijiste…--- le recriminó ella haciendo pucherito. Y, dejando caer el vestido, quedó completamente desnuda frente a él. Se dio vuelta y se inclinó para encender un centro musical. La habitación se llenó de los acordes y el ritmo del hit del momento, Sunset  de la banda The Blue Cave.
     Y así, inclinada y de espaldas como estaba, ella inició una electrizante danza sensual en la que se asemejaba a un pimpollo que se iba irguiendo y  se abría girando, lentamente, incitando con las suaves ondulaciones de sus pétalos y acariciando sus propios pezones erectos. Fabricio se arrancó la corbata y se comenzó a desabrochar frenético la camisa; los ojos le relampagueaban. En momentos así él se sentía poseedor del Obelisco de Buenos Aires (aunque su amante consideraba que era poseedor de la Pirámide de Mayo).
     Y Justo cuando Fabricio iba a echar mano a un timbrado más estimulante que el de millares de  papeles que pasaban por su escritorio día tras día, sonó el celular de la flor danzante.
    ---Viste que sos una tontita. Te dije que apagues el celu.
    ---Ay cierto---. Y distinguiendo un determinado indicador luminoso en el aparato dijo---: Pero… ¡si sos vos…!
    ---¡Cómo yo!
     La mujer le mostró que la pantalla informaba “Fabito”. No puede ser, dijo Fabito alarmado; y abandonando el timbrado, incapaz de explicarse cómo sería posible esto, atinó a efectuar en medias y calzoncillo algo parecido a un salto con garrocha a través de la gran cama para agarrar su saco al otro lado de ésta.  Palpó desesperado todos los bolsillos del saco. En uno estaba su billetera; en otro, su celular ordinario y algún otro objeto; pero el smartphone blanco no estaba; prácticamente había olvidado de que existía desde que abandonara la sede de gobierno la noche anterior.

    ---Mi mujer, no puede ser… ---, razonó para no perder la calma. Y empezó a devanarse los sesos para recordar cuándo fue la última vez que había visto el famoso celular.
    ---Fabito, está sonando de vuelta. Alguien que no sos vos me quiere hablar---, tartamudeó ella, pensando también que se tratara de la esposa.
      Fabricio se acercó a ella para tomar su celular; tenía que ser alguien de las oficinas, se dijo, concluyendo que el Smartphone debió haber quedado allí.
   ---Contestá pero no digas nada… y prendé el altavoz---, dijo susurrando innecesariamente,  y ella obedeció.
      Se escucharon unas voces extrañas; eran como risas atolondradas de adolescentes, malas palabras y sonidos guturales que parecían emitidas por gente insana. Fabricio miró tenso y expectante a su amante cruzándole los labios con el dedo índice. Y con el fondo de una música de ritmo machacante se escucharon unas voces desagradables: “¡Eh, gatooo, son todo hijo de la gorra… traé acá loco, yo lo encontré… cha tu madre, gatoo… te vamo a trabá caño, eh…!





     ---¿Y qué clase de visita secreta es ésta?---, preguntó Rotundo en el auto en el que viajaba junto a Perreta rumbo al barrio Charrúa. En el cruce de Perito Moreno y Avenida Cruz ---unas cuadras antes de llegar--- observaba las viviendas de la villa 1-11-14 que, pintadas de distintos colores, se alzaban como un nuevo… ¿¿¿Caminito???  Recordó que para que aprobaran los gastos de maquillaje de esa villa, Fabricio había exigido que se adjuntara la correspondiente fundamentación.
     ---Y justamente como es secreta, no sé. Estimo que el Cardenal está muy interesado por el barrio, motivo sobre el cual ahora estamos yendo a averiguar. Fabricio quería información rica, bueno, se la vamos a dar.
     ---Ya son las doce y cuarto.
   ---Sí, no creo que lleve mucho tiempo. Bajamos, vamos a la capilla del barrio, aportamos nuestra presencia comprometida con el cinturón del tercer mundo de la ciudad y nos volvemos con una flor de fundamentación. Ya llegamos, es ahí.
   “Ojalá fuera todo tan fácil,” se decía Rotundo, observando a unos hombres que instalaban una calesita sobre la esquina de Cruz y Charrúa. “Lo del Smartphone va a explotar en cualquier momento…”
       El contacto de Perreta los esperaba según lo arreglado en ese mismo punto. Perreta bajó la ventanilla,  le habló y esta persona se adelantó trotando unos cincuenta metros para señalar el lugar de la reunión secreta. Al detener el auto justo detrás del que había traído al Cardenal minutos atrás, el pelado de Harvard comentó perplejo a Rotundo, cuyo rostro era la representación misma del desasosiego:
     ---Qué raro. Yo creí que la reunión se haría en la capilla. Aquella,  a media cuadra ¿ves?
     ---Sí, es muy raro. Todo es muy raro. Yo quisiera salir vivo de acá…
     Cuando los funcionarios se bajaron fueron recibidos por el cura párroco de la capilla y un líder barrial;  todo ante la curiosa mirada de unos pocos vecinos que circulaban allí a esa hora. Luego de breves presentaciones, el grupo fue conducido rápidamente al interior de una de las casa casi al final del pasillo. 
    ---¿Qué pasa en esa casa, usted que es del pasillo?---, preguntó Joaquín a Argarañaz.
    ---No sé. Muchos argentinos han entrado.
   ---Sí. Antes entró el Cardenal Maroglio y ahora gente del ProReC de Massera…¿Sabe algo usted?
   ---No, nada. Por la fiesta debe ser… Lo que sea: ¡tienen que rendir cuentas!








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                                                                  Fin de espacio publicitario







      Los dos hombres de la plana mayor de ProReC ya estaban sentados en la salita de la humilde vivienda, escrutando el recinto con expresión desabrida y esperando que apareciese el Cardenal quien, según dijo el párroco local, se estaba preparando en una habitación contigua. Los dos recién llegados se miraron intrigados.
      ---Perdón---. Perreta rompió el extraño silencio: ---, pero pensé que la entrevista especial con el Cardenal iba a hacerse en la capilla del barrio…
          El párroco local, desconcertado, miró al líder barrial y al contacto de Perreta:
     ---No. Creí que quedó claro: esta misión no es precisamente para entrevistar al Cardenal. Es para acompañarlo. Entrevistas se pueden hacer mañana, tal vez, antes de la misa central de la Fiesta. Y además, necesito insistir en que lo que pase aquí esta noche no debe trascender por ninguna razón. Es se-cre-to. ---. Y preguntó al líder barrial---¿Se encargó usted de aclarar a los señores funcionarios la naturaleza de esta visita?
   ---Yo hablé con este señor nomás….--- dijo el local, señalando al contacto de Perreta---, no sé si me habrá entendido.
       Para entonces, los hombres de Fabricio ya habían percibido que la temperatura del ambiente era llamativamente muy baja, mucho más baja que la del exterior.  De hecho, de la boca de todos en la salita salía vapor cuando hablaban. Rotundo, frotó sus manos  y se abrazó frotando las mangas de su “sencilla campera para la circunstancia”.
      Perreta se inclinó hacia su contacto para exigirle en voz baja que se explicara. Pero callaron porque se abrió la puerta de entrada a la salita y entró una señora trayendo una bandeja cargada.
    ---Sírvanse cafecito con su pancito, caballeros.---, dijo con acento boliviano una señora,  envuelta  en un grueso chal oscuro.
     El cura y el líder local alzaron sendas tazas y los discos de sabroso pan casero elaborado en el barrio; e invitaron a los visitantes a que los imitaran.  Perreta, enajenado, prestaba atención a la explicación que le susurraba su contacto. El que aceptó el café  fue Rotundo,  y al llevarse la taza a la boca comentó por lo bajo:
   ---¡Qué frío que hace acá adentro! Es muy raro este frío, ¿no tendrán una estufita?
     En ese momento, un grito demasiado grave para ser un alarido pero igual de penetrante que provenía de una de las habitaciones contiguas petrificó a todos en la sala. El sobresalto hizo que Rotundo lanzara la taza de café al aire, mojando su ropa y salpicando a los otros.
   ---¡La puta que lo parió! ¡Qué fue eso!--- dijo Perreta, asiéndose fuertemente sin darse cuenta de la rodilla del líder barrial.
      Por toda respuesta, el párroco tomó su rosario y comenzó a rezar.
      En ese momento, todos voltearon hacia una de las puertas que había en la sala. De allí al fin había emergido ataviado con sotana blanca y estola, el Cardenal Maroglio. Su característica expresión de abuelo bonachón estaba totalmente transformada en otra de solemnidad y preocupación; parecía estar en una especie de trance piadoso. Apenas dijo buenas noches a los presentes casi sin mirarlos. Estaba claro que no era momento para ningún tipo de conversación y menos de entrevista.  Maroglio avanzó lentamente hacia el párroco, quien, levantándose, alzó un maletín negro, y ambos ingresaron a otra habitación que también daba a la salita.
     ---Ignacio, ¿esto es una cámara oculta o algo?--- dijo Rotundo, su peinado en estado calamitoso.
    ---No, Fabián. Y si no le acabo de entender mal a éste hombre [por el líder barrial]…Vos que sos de ver películas… ¿te acordás de Linda Blair?
     ---¿La mu-mu-mujer ma-ma-ra-villa?---, contestó Rotundo, que  apenas podía hablar por el frío que se había intensificado en extremo cuando el Cardenal y el párroco abrieron la puerta de la habitación.      
    --- No, El Exorci… ---balbuceó el pelado,  pero se quedó mudo porque se volvió escuchar aquel horripilante y extraño alarido que heló la sangre de todos.
    ---Ya,  señor, mi rodilla me está haciendo doler, largue pues…---, se quejó el líder barrial.




Las dotes de radar humano atribuidas a Aaron Kleiman esta vez salvaron su cabeza  y posiblemente también la de su jefe inmediato, el cual supuestamente –según le acababa de decir por celular--- estaba en camino a ese horrible barrio. No entiendo para qué carajo está viniendo, pensó.
        Ahora Kleiman se dirigía rápidamente hacia el local de la comisión para hacer su último intento. Al ver a un gendarme a media cuadra de distancia adelante, pensó en recurrir a él para meterse en el local. Apuró el paso, casi corría a su encuentro, cuando notó que una parejita de chicos que se acercaba en dirección opuesta venía disputándose algo… ¿un celular?…  ¡Sí, un celular! … Y por la cara que tenían parecían haber encontrado el tesoro de Jack Sparrow. Tenía que tratarse del Smartphone de Fabricio.  ¡Claro, lo encontraron donde lo había ocultado! Y cuando aquellos chicos pasaron tan solo a unos metros de él, su radar demostró no haberse equivocado. Era nomás.
    Descartó involucrar al gendarme para mantener confidencial el asunto. Kleiman trató de recordar cuánto dinero llevaba encima y se apresuró en pos de la parejita, la cual se encaminó hacia uno de los asientos de la pequeña plaza, más cerca de la pared  del lado de la calle Matanza, donde estaba el poste de luz que funcionaba mal. Un nuevo llamado para chequear que su acompañante en auto todavía lo esperaba estacionado en las inmediaciones le dio la confianza y el empuje para actuar en forma contundente.
      Ya estaba casi junto a la parejita cuando volvió a sonar su celular:
      ---Aaron, venite a Charrúa 2750… a ver… ah, departamento 669. Estoy ahí con Perreta---, dijo Fabián Rotundo con voz apagada [Esto ocurrió cuando recién estaban entrando a la vivienda para la entrevista secreta].
      ---Listo, listo, ahora voy---, le contestó y cortó enseguida; pensó que eso no estaba en el plan. ¿Para qué carajo habría venido Perreta a este lugar?
      Volvió a sonar el celular. Pero la reputa que lo parió, exclamó Aaron. Nuevamente era el acompañante en auto:  
     ---Che,  me dijiste que te espere listo en Matanza es aquí  y me cortaste. No entiendo. ¿ Es aquí dónde? Vámonos ya que estoy cansado de esperar por estos lugares. Tengo miedo de que me pase algo…Recién pasó una bandita de pendejos falopeados y me miraron feo… Arranqué y huí hasta la avenida…
    --- Boludo, te dije Matanza e Itaquí.  I-ta-quí.  ¡Metele, tenés  que estar listo ya!   
       Cuando alzó la vista hacia la parejita, se alarmó al ver que había detenido a un chico que pasaba al lado proveniente de la calle Matanza. Aaron se acercó sigilosamente y nuevamente sus cálculos probaron estar en lo correcto: intentaban vender el celular.
   ---Tre’ gamba. ¿No tené tre’ gamba?
      El aparato, un formidable y casi flamante Smartphone blanco, era realmente una tentación irresistible. Pero aquel chico, aunque había estado tomando bastante cerveza en una reunión cerca de allí, recapacitó:
  ---No, no, gracias, ya tengo celular.
  ---Tre gamba, loco, ¿no tené tre gamba? Mirá lo que e’ loco…
  ---No, gracias. Chau.
  ---Eh, gato, ya vas a ver….   ¡Y vo’  no lo miré mucho al pibe, eh, que te voy a cajcar eh!
  ---Cashate y dame el celu que quiero shamar--, le respondió la chica.      
  ---Te doy la plata. ¡Dámelo!
    La parejita miró al extraño como si fuera un extraterrestre y enseguida ocultaron el celular. Aaron metió la mano al bolsillo y sacó dos billetes de cien y algunos billetes de 10 y de 5 (no había previsto necesitar mucho dinero ese día). Contó el dinero reunido y ofertó:
    ---Tengo… 240.
    ---¡Eh…! Tre’ gamba gato…si no ¡chau…!
   ---240. Dale.
       Los dos se rieron; sus facciones recordaban vagamente a The Walking Dead.
   ---Te doy además… esta camperita. Está buena, está de moda…
      Los otros se miraron y sonrieron pero aún mantenían el aparato dentro del bolsillo del chico.
    ---Y el reló ese que tené ahí.
   ---Listo, dale… ---Aaron fingió no escuchar y se despojó de la campera “también apropiada para la circunstancia” y la extendió con los billetes. La chica le miró además las zapatillas.                
      Y sonó el preciado Smartphone desde de un bolsillo del chico local. La cara de pánico de Aaron asustaba más que las de la parejita, cual si una corrida cambiara estuviera acechando sus intereses comerciales y financieros personales.
     ---¡Dejá! No conteté, no conteté.
     ---Boludo, apagalo así no jode este gato que ta shamando…
     ---Dame, yo sé cómo se desactiva el teléfono. Tomá la plata y la campera. Dale.
     ---Qué hacé gato, dame acá loco, todavía no te lo vendí….
     ---¡Largá gato, el celular es nuestro….!
Aaron corrió por la medalla de oro de las Olimpíadas2012. Fue en línea recta hacia el lugar convenido con su chofer. En su trayectoria derribó a un hombrecito que llegaba con sus bártulos con pochoclos y otros productos para vender. La parejita venía persiguiéndolo y vociferando pero la suerte de Aaron hizo que el derribado se interpusiera también en el camino de sus cazadores. Arrebatado por una mezcla de excitación y frenesí triunfal, apenas podía recobrar la respiración cuando entró al auto aferrando con su vida el aparato.
    ---Boludo, salí ya… dale dale dale…¡Por qué no estacionaste mirando a la avenida!
       Unas piedras impactaron en el parabrisas cuando este giró en U en el cruce de Matanza e Itaquí para salir como un bólido hacia avenida Cruz. El bendito celular –el del Jefe de la Ciudad--- volvió a sonar:
   ---¿Aaron? ¿Sos vos?
   ---Sí, Fabricio, me llevé su celular por error. Voy directo a alcanzárselo. Dígame dónde se encuentra ahora. ¿Está en su casa? ---Kleiman hablaba como un pez que agoniza fuera del agua.
    El auto cruzó la intersección con la Perito Moreno por el carril del Megabús a tal velocidad que, de no maniobrar a tiempo, casi se estrella con un colectivo del que descendían pasajeros.
   ---¿Qué adonde estoy ahora? ¡Ni se te ocurra preguntar eso! No, no. Quedate adonde estás que envío a buscarlo ya mismo. Ya vamos a hablar sobre este asunto de que te llevaste mi teléfono. Ahora apagalo y no lo vuelvas a tocar.
   ---Si, señor…como usted diga.
   ---Ah y algo más.
  ---¿Sí? dígame.
   ---Fundamentame por escrito las razones por las que no te debería llegar el telegrama a tu casa. Para el lunes a primera hora.




      ---Ay caballeros, gracias por venir a acompañar al Cardenal en este momento difícil para nosotros por nuestra hijita--- dijo consternada la señora que había traído el café.
     ---Mirá yo hablé con este señor boliviano [por el líder barrial] y me dijo que Maroglio venía acá pero no le entendí que era para ésto. Mejor vámonos…--- le dijo el contacto a Perreta con voz casi sollozante por el miedo.
    ---Disculpame Ignacio pero yo me voy--- dijo Rotundo con la cara morada del frío.
      Los ojos de los funcionarios del ProReC se desorbitaron cuando oyeron como un tumulto de distintas voces de origen indeterminado mezclado con de un tropel de impactos violentos en las paredes y más alaridos espeluznantes; todo provenía de la habitación a la que habían entrado Maroglio y el párroco. Por momentos se cortaba la luz, y cuando regresaba lo hacía en forma intermitente. Los retratos sobre la pared parecían cobrar vida y las personas retratadas gesticulaban en la luz intermitente. Los objetos de la casa, adornos, vajilla, se agitaban y vibraban hechos sonajeros en intervalos de segundos, cual si ocurriese un temblor.
      En ese momento, la puerta de esa habitación se abrió con un estampido, como si alguien la hubiese abierto de una patada; y los que estaban en la sala alcanzaron a ver la espalda del Cardenal Maroglio y parcialmente al otro cura, que miraba hacia afuera con la expresión de alguien que está por ser asesinado. Y  por detrás de ellos, algo parecía flot... sljfsi’dv jkdjvv+qwivinkfvknq`0r+        f`0iqh ckckdnc kdkjchdivhifh´weigh´q3084ç’28yfç2f çigç               ‘84y4 çew´       ´666    e08r´*-$               8yfíhçi´sh ondkokelolls77777777c777777655777777<//////oiosiofoldfll`j                ·3 == ¬ &        545F GGG'¡`+*¨Çx9833···33#        {{´´////
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Fragmentos del diario de Joaquín:



 (… ) y de repente veo al que siempre aparece con Massera en los afiches del ProReC (el pelado, ahora no recuerdo el nombre) que sale corriendo de la casa, pegando unos gritos como si lo estuviera persiguiendo el asesino de la Masacre de Texas. Cuando alcanza la entrada del pasillo tropieza con una pila de las barandas de metal que van a colocar en la calle durante la fiesta, y del tropezón pega una vuelta de carnero, para quedar tendido en el medio de la calzada. Nos acercamos para levantarlo pero ni bien lo tocamos salta del suelo como un resorte humano y dispara hacia la avenida, agitando las manos. No nos recuperamos del estupor cuando el otro funcionario, apareció también corriendo a nuestras espaldas, y casi nos derriba como si fuéramos palos de bowling, pero en su desquiciada huida se lleva por delante a la misma pareja de travestis que ya había visto en Itaquí y Charrúa, con los que termina por el piso, encima de uno de aquellxs, que dice  “Ay, se me dio”. Pero el tipo se levanta y sale corriendo también hasta alcanzar la avenida, solo que éste agarra para el lado de Avenida Varela. Me parece que ambos terminaran usando el Megabús porque considerando la hora por acá no pasa un taxi ni por casualidad.
(…) Después me acerqué a la placita porque vi que se había juntado gente también, los gendarmes habían acudido (…) Encontré otra vez a Gonzalo, que seguía por ahí. Y por lo que me contó debe haberse cruzado con ese Aaron y debe haber visto el celular que ese flaco estaba buscando. Y Gonzalo me dice: “¡No sabés qué bonito que estaba el celular! Si estabas  por aquí te pedía prestado plata para comprarlo”, a lo que le contesté “pedime lo que sea ¡pero no que me involucre en cosas de chorros!” Pero creo que sólo lo dijo para probarme, no lo creo capaz de meterse en esas cosas. ¿Cómo carajo hacés para mantenerte bien después de haber chupado tanta cerveza? le pregunté, y se me quedaba mirando; y le dije ¿Qué tengo en la cara? ¿¿De qué carajo te reís?? […]


[Este parte que involucra a Joaquín y a Gonzalo (además del borracho) está relacionada con un cuento que se llama “La Noche de la Víspera”]


                                                       

    CONCLUSION


Para las dos de la mañana, la tranquilidad había vuelto a la noche del Barrio Charrúa, que se preparaba para las próximas horas a ver  sus calles repletas de una incontable cantidad de visitantes a la Fiesta de la Virgen de Copacabana. Joaquín ya no podía mantenerse en pie del cansancio que tenía.  Habiéndose enterado de que el Cardenal Maroglio estaría presente horas más tarde en la fiesta, abandonó el afán de averiguar  el motivo de  su misteriosa presencia allí, y finalmente se fue a dormir a su casa.





(convesación por celular----¡uf!):

Fabián Rotundo:
 ... sí, Aaron, estoy bien, estoy bien, pero después te cuento. La verdad necesito descansar. Es re tarde y mañana… No, yo no creo que pueda ir. Qué vaya el pelado de mierda ése a acompañarlo para el spot. ¡Él y sus estrategias sociales…! Tengo que cortar, Aaron estoy cansado y me siento muy raro.
Aaron Kleiman: Yo también estoy que no doy más pero tengo que redactar lo que me pidió Fabricio. Espero que el material que reuní del barrio me ayude a salvarme. Lo rescaté antes de devolverle el celular y lo estoy preparando para dárselo en una carpeta acompañada por un pendrive… Creo que es buen material.
F.R.:  Y si yo le cuento del material que tenemos… no sé si nos raja a la mierda por locos o …
A.K: Mirá Fabián, no sé si sos consciente pero en la oficina nos damos cuenta: vos mirás demasiadas películas. Últimamente se te dio por decir al final del día, “caballeros, ha sido un gusto trabajar con ustedes,” que es de Titanic.  Eso que me contaste de Charrúa anoche… Mirá, deberías largar Netflix… ¿nos vas a empezar a cagar a pedos, con el bate  de Alcapone o con el Exorcismo de Emily...? ¿Hola?...   ¿Hola?




“En esta oportunidad tan especial, en el marco del 40 Aniversario de esta Fiesta tenemos el enorme honor de ser visitados por el Cardenal Jorge Maroglio…“ (Aplausos  y vítores de la multitud que asiste a la misa central celebrada sobre el escenario montado a la entrada de la capilla)



Filmación del spot:

 ---Listos para grabar. Pongan gente al lado y por detrás de Fabricio. Justo ahí, con la fachada  de la capilla como fondo.
 ---Hay mucho ruido, ¿qué micrófono usamos?
[explosión de pirotecnia de la fiesta]   
 ---Ay ¡Puta madre! ¡Qué fue eso! ¿Nos atacan?
  ---No, pues, Fabricio. Para la Virgencita, cohetecitos son…[una vecina del barrio]
 ---Probemos con el corbatero entonces… ¡Preparados!....  Toma 4…       ¡Acción!
 ---Queremos sumar también a estos vecinos que aportan a Buenos Aires sus vistosos colores y sus costumbres. [sonriendo y haciendo un gesto abarcador hacia los vecinos que están a su lado]. Ellos son de la colectividad boliviana …
 ---No, Fabricio, ió soy de Perú…[Fabricio mira al costado al vecino "extra" del spot como si  aquél le hubiera tocado el culo.
---¡Corte! ¡No hable señor, por favor! ¡Nadie diga una palabra!



La grabación se intenta ahora en el interior de la capilla…

  ---A ver… Fabricio, párese justo ahí. Rápido, rápido. De acá tengo a Maroglio en perspectiva. Pronto, antes de que se vaya. ¿Listo?
  ---¿Y la gente?
  ---No, hagamos rápido esta toma, sin gente… ¿Listos? ¡Silencio! Toma 9… ¡Acción!
  ---El ProReC  está junto a los que se preocupan por las colectividades que habitan nuestra ciudad… [breve  gesto hacia atrás, al Cardenal, que charla con el párroco].
   ---Fabricio, perdón por llegar tarde. Le traje un documento sobre el barrio que le va a interesar mucho….
 ---¡CORTE!
 ---¡Salí Aaron! ¡No ves que estamos filmando![Perreta]
 ---¡Pero qué increíble! No podemos hacer una toma de segundos…¡una toma!
 --- ¡Y eso que ahora no están en la altura de La Paz! [el borracho de anoche que ahora estaba casi sobrio].




  ---¡Una fotito sáquese nomás con nostros, Don Fabricio, pues! [otra vecina "extra"]
 ----Bueno, que sea rápido que tenemos que irnos…¿Qué pasa? ¿Qué me puso en la cabeza? ¡Por Dios!
 ---Misturita es.
 ---Ah, ¡pero mire como me dejó! Me llenó el pelo de éso...  
  ---Después se sacude nomás. Nuestra bienvenida a la Fiesta es.
  ---Qué suerte,  yo me sacudo la ropa y listo [Perreta].






El lunes siguiente en la oficina de Rotundo en sede del Gobierno de la Ciudad.

   ---(…) y Aaron me dijo que Fabricio ni leyó la carpeta. Más bien, como hacía calor en la capilla, la usó para abanicarse…--- dijo Rotundo, sonriendo con malicia.
  ---Está bien pero este fue un caso especial. Mirá que Fabricio siempre pide este tipo de cosas. Creo que igual podemos presentarle ese material que reunimos.
   Vos no reuniste un carajo, pelado hijo de puta, pensó Fabián, lanzándole una mirada de rabia.
  ---La campaña electoral continúa… ---, prosiguió Ignacio Perreta, levantándose y rengueando un poco hacia un dispenser de agua.
    ---Ignacio…
   ---¿Qué?
   ---¿Pasó realmente lo del sábado a la noche en ese lugar?
  ---Mirá, yo lo prefiero olvidar.  Creo que no suma para mi carrera política…---. Dijo esto mirando de reojo a Rotundo---. Además, ese asunto fue algo secreto, confidencial. Ni una palabra jamás de eso. Nos lo pidieron de parte del Cardenal Maroglio, no te olvides.

     Quedaron callados. El pelado se puso a repasar sin verdadero interés la  carpeta  con la fundamentación tipeada por Kleiman mientras se decía que el peinado o corte de Rotundo no era realmente apropiado para alguien de su edad. El otro se puso los anteojos y se puso a navegar en internet. 

  Y luego de un instante de silencio, como si se hubiera acordado de algo, repentinamente Rotundo miró por sobre la pantalla de su PC justamente hacia usted, querido lector, como si estuviese mirando a una cámara que hubiese estado captando todas las escenas de esta historia.
   ---Ah, le pregunto a usted, señor Eusebio Natanael. ¿En qué quedó aquello de que el Cardenal Maroglio se va a convertir en el Papa? ¿no, Ignacio?
   ---¡Eso! ¿Por qué lo dije?

  Tienen razón… Será por eso que esta historia tiene por título “¿Qué Vendés?”



























  
  











                                                                          
                    ¿...y acá qué hay.......? clic