sábado, 2 de noviembre de 2019

LA NUBE




Primero, no pienses en nada. Poné tu mente en blanco por unos segundos. Una vez que lo logres, convertí al lenguaje escrito el primer concepto (o pensamiento) que se te ocurra dentro del minuto. Como no es fácil trasladar un fenómeno psicológico al código lingüístico con fidelidad, no importa si se pierden los matices, los detalles, las precisiones, o las ideas implícitas en otras ideas. Escribí de la manera más simple. Hacelo a partir de este momento…



tengo que limpiar la pantalla de mi celu




Ahora intentá lo mismo pero esta vez sin fijar la vista en algún objeto en particular. Por ejemplo, podés cerrar los ojos: …


abajo están hablando todos juntos, el sonido de las voces me envuelve, es insoportable, es una pared llena de cosas que se mueven, no puedo escuchar esto mucho tiempo



Ahora escribí ampliando esta idea. Podés cambiar/editar o reformular los pensamientos:


Las voces de las personas que están en el piso de abajo se escuchan como si formaran una pared llena de objetos adheridos a ella que se mueven. Entran en mis dos oídos desde todas las direcciones. No podría soportar por mucho tiempo la manera en que esa pared está envolviendo mi mente.


Ojalá fuera como la Nube. Esa solía envolverme pero de otra forma.

                                                                                                                             * * * * * * *


La última vez que los vi en este lugar, el chico parecía dos o tres años más joven. Ahora no estaba seguro de si era el mismo. Ese día la madre me preguntó si yo iba a usar el toma corriente que estaba entre nuestras mesas. Le dije que no y ella enchufó el cargador de su celular. Apenas charlaban entre ellos.

Esta vez, también estaban ubicados en la mesa de al lado. No sé si el chico es su hijo porque no le decía mamá, que sería lo más común. Por la forma de hablar el chico debe de tener algún tipo de retraso madurativo. Le pidió algo a ella y ella le respondió con un rotundo no y siguió concentrada en su celular. Aunque el chico debe tener unos 15 o 16 años hizo un berrinche, estuvo punto de llorar de la rabia. Basta, basta, le decía ella. Lo llamó por su nombre, pero se me escapó. Volví a las notas que había tomado pero ninguna me decía nada. Cuando levanté la vista, la mujer y el chico ya se habían ido.

Más tarde crucé la avenida y entré al parque por la puerta que está próxima a la boca del subte. Encontré  un asiento a la sombra y me dispuse a pasar un rato ahí. Estaba pensando en la letra de una canción que escuchaba por el celular  cuando una de las dos personas que pasaban frente a mí dijo casi gritando: "¡Viste que iba a estar acá el señor!".   Y alcancé a escuchar que lo retaron por lo bajo. Eran la misma mujer y el chico; ahí escuché su nombre, se llama Elías. Ella lo llevaba de la mano hacia el centro del parque. El chico se dio vuelta, me miró brevemente, y siguió adelante, dando pasos torpes. Me dio un poco de pena. 



Estoy escapando rápidamente por la puerta del colegio con algunos de mis compañeros y compañeras antes de que aparezca la profesora de Geografía por la esquina de Independencia. Son más o menos las 10 de la mañana. Avenida Entre Ríos: el río del tráfico y de la gente que por siempre va y viene en el trajín de un día hábil.


Historia autoboicoteada y luego rescatada de la papelera de reciclaje porque tal vez resulte interesante lo de la Nube.


La Escuela Nacional de Comercio ya quedó varias cuadras atrás. Alcanzamos rápidamente la avenida Callao y pronto dejamos atrás también Corrientes y después Córdoba, y seguimos, seguimos caminando por Callao más allá de Santa Fe. Las baldosas ya no parecen barras de chocolate, ahora son de un gris sucio como el de la luna llena. Aunque yo pretenda ser parte del grupo en nuestro escape sin rumbo, la Nube fija mi interés en alguien en particular de nuestra división, que va con su grupito varios metros adelante del resto. Hasta en una rateada  va adelantado ese grupito.  El próximo semáforo me va a poner su lado. 
Listo, ahora voy caminando codo a codo. Aumenta el volumen de la canción que lleva mi Nube; es la canción que suena en mi cabeza cuando abrazo mi almohada o beso mis pobres bíceps.  Cada tanto, disimuladamente, le miro la cara, y como si se diera cuenta, hace muecas.  Me doy cuenta de que le molesta.
Estamos a punto de doblar por una esquina. Veo mis cabellos revueltos en la ventanilla de un auto que paró por el semáforo. Trato de acomodarlos en una vidriera. Uno del grupo me acaba de pasar el cigarrillo prendido que está circulando. Hace un tiempo cuando probé uno por primera vez, fingí que era genial, creí que empezaba a ser parte de los demás. Pregúntenme ahora:  estoy aspirando el humo de la colilla que sus labios tocaron. La canción que lleva mi Nube pasa a una versión instrumental. ¡Es una creación mía! Es la Nube, que me está envolviendo como una bufanda.

Según los que dicen saber de física cuántica o de esas cuestiones esotéricas, todos los momentos de nuestras vidas siguen ocurriendo y se encuentran disponibles en algún repliegue de las tantas dimensiones que coexisten con el ahora;  no es que se han ido para siempre. 


Estamos ahora en ese parque; la avenida que acabamos de cruzar creo que era Figueroa Alcorta. Arrecian las bromas, las cargadas y los juegos de mano. Veo una carpeta lanzada como un frisbee que se desintegra en decenas de hojas rayadas  de tres agujeros contra el verde de los árboles. Su risa me está derritiendo pero la parte crítica comienza cuando noto que mis payasadas por fin logran captar su atención. ¡Me miró! Bueno, un segundo apenas pero me desconcierta la frialdad de esa mirada porque, estoy seguro, se estaba riendo. El cambio es por mí; siento que debo estar preparado.

Con una de las plagas que castigó a Egipto, los súbditos del Faraón se vieron envueltos por una oscuridad tan cerrada y aterradora que hasta era posible palparla. Creo que con eso se puede explicar qué es la Nube. Además, a los israelitas que marchaban hacia la Tierra Prometida también los seguía una Nube maravillosa.

El banco debajo del árbol. Mi amor se sentó ahí en medio de dos. Echó la cabeza hacia atrás como si quisiera inspirar mejor el aire del lugar, disfrutar de los árboles, de la brisa. Desalojan de un empujón a uno que estaba  sentado a su derecha, pero el derribado atrapa del brazo al empujador y ambos terminan luchando sobre el césped. Me lanzo a ocupar ese lugar en el banco a su lado. Nuestros cuerpos se tocan (por supuesto que a veces hago algo más que abrazar la almohada y besar mi brazo). Me inclino hacia delante, miro al costado hacia la chica que está a su izquierda y pongo cara de interesado en lo que le está diciendo. Tengo que llamar su atención, estoy jugado. Estiro un brazo por detrás de los  hombros de mi amor para pegarle despacito en la cabeza a esa chica. Mi amor gira de golpe hacia mí y esta vez su mirada me dice de todo. Duele un poco. No importa, nunca había estado tan cerca de un abrazo en un parque. Por unos minutos más, no tengo ni la más remota conciencia de que todos envejecemos, de la realidad  que tendremos que enfrentar cuando egresemos del secundario. No sé realmente si necesito plata, no sé ni me importa lo que pasa en el mundo, ni siquiera alrededor, no sé de la existencia del sida o de cualquier otra enfermedad. No sé mucho de mi amor ni parezco darme cuenta de que los demás tienen sus propios pensamientos y voluntad.  No sé para qué acaba de levantarse de mi lado. Ah, va hacia ese teléfono público anaranjado de Entel que está a unos metros sobre la vereda. 

Momentos después paré la oreja para enterarme de a quién había llamado. No importa. Nadie me preguntó a donde me iba. No importa. No importa,  es algo que digo ahora como si nada. Que esa parte quede archivada en uno esos repliegues cuánticos del tiempo para siempre. 

Ese chico, Elías, el del retraso madurativo, tiene edad para su propia Nube. Ojalá lo envuelva como lo hacía conmigo pero que le dure mucho tiempo.


                                               

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