sábado, 23 de marzo de 2013

AYALA 197? >>>>






Dicen que Ayala perdió su pierna en una peligrosa aventura con sus amigos de Charrúa hacia el final de su infancia hace ya muchos años, no sé decir cuántos. El que me contó la historia dijo haber recibido la versión directamente de uno de los protagonistas.
      
     En los años setenta, el interminable 
convoy de vagones de carga de la fábrica Alba —hoy abandonada— recorría regularmente los rieles inferiores, paralelos a las del tren de pasajeros de la línea Belgrano Sur, que corren sobre un terraplén. Los rieles del convoy de carga se extendían a lo largo del "desfiladero" que se formaba entre este terraplén y las paredes de fondo de una sucesión de fábricas y depósitos. Así que, para los de inquieta imaginación, la vista de aquellos formidables vagones grises que se movían lentamente por el desfiladero debió haber evocado alguna aventura como en las películas.  
    
    Me contó esta persona que Ayala y sus dos amigos venían de sus correrías en la comarca de los fantásticos pinos de la Avenida Roca, de los cuales caía un preciado fruto comestible que debían recolectar antes de que los guardias de la comarca  llegaran para capturarlos y expulsarlos de allí.
    Dejada aquella aventura atrás ese día, el trío de aventureros volvía a Charrúa por la calle Erezcano, a diferencia de otras veces, en que lo hacían escalando el terraplén de las vías del tren a la altura de la calle Bonorino.  Esta vez para llegar al barrio por la calle Itaquí debían cruzar por debajo del puente del tren por donde corren las mismas vías del terraplén.
     
    Llegando entonces por Erezcano al cruce con las vías inferiores, encontraron que la imponente marcha de los vagones grises en dirección a Villa Soldati les bloqueaba el paso avanzado casi a paso de hombre. De pie frente a este gigante que gemía ruidos pesados, Ayala y sus amigos se miraron entre sí sin decir palabra. La contemplación del monstruo cuyo largo parecía no tener fin hizo que se enervaran nuevamente sus espíritus heroicos. Ayala fue el primero que se puso a caminar por el desfiladero la par de esta gran serpiente, buscando el punto y el momento en que la abordaría. Debía hacerlo pronto antes de que se terminara la pared y comenzara el campo de la cancha de Crespo (Una verdadera llanura como de tres manzanas de extensión, en la que cabían varías canchas de fútbol  marcadas e improvisadas, a esa hora desiertas. Este campo estaba separado de las vías del ferrocarril por una malla alta de alambre).
     Los amigos de Ayala lo siguieron en fila india apurando el paso por este mismo espacio angosto, aplastando pastos crecidos y plantas que exhalaban un aroma frío, además de montículos de basura que se acumulaba junto a aquella gran pared continua de las fábricas. Tenían que caminar con paso resuelto para no quedar lejos de Ayala.
      De pronto, uno de los amigos dio aviso de que un guardia de la enorme serpiente se estaba acercando desde Erezcano, blandiendo la bandera del reino de donde  provenía la serpiente.

      
— ¡Eh! ¡Salgan de ahí pendejos de mierda!—, gritó el guardia.

       Ayala fue el primero que trepó por una escalerilla del vagón en uno de sus extremos. Uno de los amigos lo imitó en el vagón de atrás. La ambición de Ayala era subirse al techo del vagón y desde allí contemplar glorioso la gran llanura de la cancha de Crespo.
     Otro guardia de la gran serpiente apareció desde la otra punta. También les gritaba y se acercaba corriendo hacia ellos. El tercer amigo, viendo al guardia aproximarse amenazante, decidió resignar la proeza y huir trepando el alambrado que cercaba la cancha de Crespo. Si no se hubiera asustado tanto habría entrado al césped de la cancha a través de un agujero que había en el alambrado.

       Colgado de la escalerilla del vagón, Ayala luchaba por llegar al techo. La estirada sombra del tren en movimiento ya se proyectaba sobre la gran llanura. Quizás  Ayala estaba deseando que el amigo que había escapado lo viera pasar glorioso a él sobre el techo. Pero un falso movimiento de la trepada y el miedo de fracasar, sumado a un sacudón de la gran serpiente hicieron que perdiera el equilibrio y quedara asido a la escalerilla pataleando en el aire, desesperado por llevar nuevamente un pie a un peldaño. Casi lo lograba pero su propio peso o algún golpe doloroso de la maniobra lo hizo descender bruscamente. Sus manos no pudieron agarrar dos o tres peldaños. Más desesperado ahora porque iba pataleando no tan lejos del suelo, con un pie tanteaba algún apoyo en el otro lado de la esquina del vagón. Trató de asirse de las cadenas y uniones con el vagón de atrás, pero estaban lejos de su alcance. Finalmente, todo despatarrado, su cuerpo descendió aún más hasta que sintió el calor del riel en movimiento en el suelo, incluso el golpe sucesivo de los durmientes. Uno de los amigos que había trepado al vagón de atrás dijo que escuchó un alarido breve, desgarrador, por sobre el ruido de la pesada marcha y que hubo otro leve sacudón.
  

     A Ayala yo lo he visto cuando él tendría treinta y tantos. Es posible que fuera la persona que más velozmente se desplazara por el barrio. Andaba en su bicicleta desde Avenida Cruz hasta Fructuoso Rivera casi más rápidamente que un auto. Creo que todos se maravillaban de su habilidad con la bicicleta a pesar de tener solo una pierna que, por cierto, había desarrollado gran robustez. Cuando no andaba sobre ruedas, se movía saltando vigorosamente y aun así era muy ágil.
  Aclaro que yo nunca he tratado directamente con él; solamente lo he visto pasar decenas de veces.  Me causaba curiosidad qué le había pasado realmente, cómo era esa leyenda que se contaba en el barrio.

   
Y de este muchacho Ayala, ¿cuál es su nombre de pila? —, pregunté al que me refirió la historia.
    
No. Ayala no es su apellido. Le decían Ayala por “hallala a tu pierna”.

    Aunque el chiste era cruel, no pude reprimir la sonrisa. Quizás sin este remate la tragedia hubiera sido demasiado fuerte como para tomarla dado cierto estado de ánimo. Por algún motivo, sin embargo, nunca pude saber cuál era el verdadero nombre de aquel personaje mítico de nuestro barrio Charrúa.