domingo, 7 de abril de 2013

LA MARGOT (1978**; 2008)



Ramiro, el hijo de la Margot, vaga de aquí para allá por las calles del barrio. Va cantando alguna canción romántica conocida; casi a los gritos canta, como un burdo vendedor ambulante. Anda sucio, tanto la cara como la ropa. Revuelve la basura del contenedor, se junta con la barrita de los paqueros* de la esquina de Cruz.  Ahora con ese gorrito que usan todos los adolescentes, cada vez se lo reconoce menos. Pero no siempre se lo ha visto así. Hace diez años más o menos alguien lo debe recordar caminando por Charrúa medianamente bien vestido, con su cara de entrador y su figura, por qué no, también atractiva. Si no recuerdo mal, tiene ojos verdes. No puedo confirmar esta impresión porque no quiero acercarme mucho a él cuando me lo cruzo. Sacó los ojos de su madre, la Margot, dicen algunos. Sin embargo, con el recambio de la población en Charrúa cada vez menos gente se debe acordar de la Margot. Decían que ella era la puta del barrio.
     Y es cierto que uno no hace más que repetir lo que dicen los demás. Cuando yo era chico y jugaba en la calle con mis vecinitos, fue con referencia a la Margot que aprendí qué significa la palabra puta. Sobre la Margot los chicos contaban historias, con esa excitación que producen las cosas del sexo, permitido sólo a los adultos, y apenas vislumbrando el futuro uso de los genitales aún sin desarrollar.
      La Margot se deja cojer por plata.”
   “¿Viste el Isidro? Dicen que se la cojió a la Margot en año nuevo...”
   “…fulanito se fue a garchar con la Margot atrás de la vía de noche (en la canchita de Crespo)”
    
   Y por supuesto, no puede faltar su descripción. Pero lamento decepcionar al lector si es que espera que hable de una mujer fatal, un ángel caído de tentaciones pecaminosas, dueña de una voluptuosidad de perdición. Aunque, sí: voluptuosa era.  Yo la recuerdo en la última parte de su vida, no porque fuera vieja sino porque luego murió, no sé de qué, a una edad menor que la que tengo yo ahora. Era corpulenta, los cachetes de la cola  al caminar se le movían en un rítmico y conspicuo zig-zag; el borde de la falda que cubría estas escandalosas protuberancias móviles nunca llegaba hasta la rodilla, de manera que si se veía a la Margot de atrás, por debajo de la falda se revelaban las masivas y rollizas carnes de sus muslos traseros y la concavidad de las rodillas. Ahora bien, se podría decir que en la Margot se daba una paradoja de la sensualidad: ¿Hay algo  menos sexy que andar como un saurio en ojotas? Sin embargo ella demostraba que se pueden burlar los estereotipos de lo indeseable. De hecho, todas esas habladurías de quiénes y cuándo se acostaron con ella denotaban vagamente algún sentido de proeza por parte de los involucrados.

      Como dije, la recuerdo en su última época. Y otra vez: no era linda de cara, pero uno podría imaginar cierta otrora belleza. Un día, la Margot venía del almacén con su bolsa de pan. Iba como siempre arrastrando las ojotas. Unos muchachos que pasaron le gritaron algo. Ella se dio vuelta y los desafió a que concretaran al instante lo que le proponían. Ahí la vi lanzar una carcajada por salir airosa del momento. Le faltaban los dientes de adelante, pero algo en esa cara, ese pelo corto con flequillo hacía creíble las habladurías sobre los ansiosos debutantes del barrio en el pasado. 
    
     Creo que la última vez que la vi, estaba sentada en el pasto en la gran vereda de la ciudad deportiva de San Lorenzo, sobre avenida Cruz. Yo acababa de bajar del 150 (autobús) y estaba por cruzar la avenida. Miré por sobre el hombro y ahí estaba, sola, al sol, con las rodillas gordas flexionadas a un costado y apoyándose en un brazo. Cuando llegué a la puerta de mi pasillo, me crucé con el hijo de la Margot, Ramiro. Era la época en que todavía era un adolescente de menos de veinte años al que no le debería faltar levante**. En realidad en ese momento yo no sabía que Ramiro era el hijo de la Margot. Lo supe poco después. Ese día me pareció que Ramiro estaba por cruzar la avenida para ir hacia ella; en su cara había esa rabia con lágrimas que experimenta uno por indignación insoportable o impotencia.    Me pregunto hoy ¿qué habrá ocurrido entre ellos?  Lo cierto es que, tiempo después, de algún modo,  uno de ellos tomó el lugar del otro, en el sentido de que este chico no pudo quitarse el estigma de indecencia ante los ojos de los demás.
    ¿Cómo poder romper las cadenas del destino? ¿Quién es nadie para oprimir a otros con esa cadena?



*paqueros: adictos al "paco", una droga muy en boga entre los adolescentes de las áreas urbanas empobrecidas.
**  (tener o faltar) levante: atractivo  físico que da éxito (especialmente a un muchaho) con las mujeres.