Tengo un sueño recurrente y, esta noche,
no, mejor dicho, hace unas pocas horas, durante la madrugada, lo volví a tener.
No es que lo tenga muy a menudo, sino cada tanto, desde que era niño; ocurre
separado por intervalos de meses y hasta años. Para que tengan una idea de
cuántas veces hasta ahora, ya he comenzado la década cincuenta de mi vida (y
claro, aún diciendo esto, no se puede saber la cantidad de veces que lo he tenido).
No debe ser algo exclusivo de mí.
Supongo que muchos deben tener algún tipo de sueño recurrente. En el mío tengo la habilidad de despegarme del piso y desplazarme volando, pero no como Superman u
otros personajes fantásticos de las películas. Todas esas maravillas del mundo
del espectáculo, además de entretenerte por un rato reduciéndote a un
espectador pasivo y cada vez más difícil de sorprender, despojan el valor de tu
propia imaginación, anulan tu propia capacidad creativa y matan lo genuino que
hay en ella.
En mi sueño recurrente puedo moverme por el
aire así: por ejemplo, voy caminado por la calle, y de pronto se me ocurre que,
para llegar más rápidamente a un lugar o para escapar de algo o de alguien, lo
que tengo que hacer es tomar un poco de carrera, ni siquiera largarme a correr
sino caminar más rápido para darme impulso, y me empiezo a desplazar por el aire en la
dirección que haya elegido, como si continuara caminando, incluso puedo quedarme
quieto mientras floto hacia adelante. Después vuelvo al suelo al paso normal
del caminar, nunca me precipito de golpe. En este tipo de sueño, esta capacidad
no es ilimitada, ocurre dentro de un instante breve después del cual, a veces
me sobreviene la frustración de no poder lograrlo una vez más, o bien
simplemente me despierto, y si sigo soñando, lo que viene a continuación es totalmente diferente.
¿Sos de contar tus sueños? ¿La gente que conocés te cuenta los suyos? Algunos
lo hacen para “sacárselos” de encima o para procurar alivio o para indagar en
el significado que encierran, como le pasó al temible Nabucodonosor en el libro
de Daniel. ¿Serán importantes los sueños? ¿Significarán algo que nos conviene
descubrir? No lo sé. Lo cierto es que,
como dije, esta hermosa sensación de desplazarme
por el aire viene a mí cada tanto, naturalmente, sin aviso. De todos los sueños
que he tenido, ahora quisiera contar dos.
Uno alrededor de cuando tuve nueve años.
Había visto una película de Drácula en la televisión. No recuerdo si trabajaba
Bela Lugosi o Christopher Lee, pero en la escena final el vampiro se desintegra
con la entrada de la luz de la mañana al correr las cortinas de un castillo. Esa
noche no pude dormir del terror que me habían dejado los alaridos del vampiro
mientras se chamuscaba, su cara espantosa y esos colmillos en primer plano. Al
ratito de que había apagado el televisor se cortó la luz y para colmo llovía.
En algún momento me dormí y soñé que la silueta de Drácula se dibujaba en el
marco de la puerta de mi pieza. Gritaba en vano para despertar a mi hermano y llamar
a mi papá, hasta que abrí la ventana corrediza de la pieza para escapar al
patiecito de mi casa, donde estaba lloviendo. Entonces, seguro de que Drácula iba a salir a
atraparme, corrí hacia la escalera que conducía a la terraza de mi casa, y entonces
comencé a subir sin tocar los peldaños, y llegué a elevarme lentamente hasta que pude ver mi casa y las de
los vecinos desde el aire. Recuerdo que sentía las gotas de la lluvia y el viento contra
mi cara, mientras la visión desde el aire era fantástica. De pronto dejé de elevarme
y empecé a caer suavemente, meciéndome como una hoja de árbol. No recuerdo qué
pasó después. Siempre recuerdo ese sueño entre muchos otros (por ejemplo, en esta colección cuento varios, entre ellos "Desvelo" y "Lúcido").
El sueño de anoche (en realidad, durante la
madrugada). Mi hermano me dice que nos invitan a pasar
el año nuevo en la casa de un conocido suyo que vive en Laferrere. Le contesto que no, que prefiero
quedarme en casa, que si él quiere que vaya. Me advierte que en casa no habrá nada para
comer porque no hizo ninguna compra y que mis otros hermanos también van a
pasar el año nuevo con él en la casa de ese conocido suyo. Le repito que no y él se va. Cuando me quedo solo
en casa, me arrepiento porque pienso en varias cosas, entre ellas, tengo la
extraña premonición de que si no me reúno ellos como quiere mi hermano, no tendré
la posibilidad de encontrarme con alguien en quien estoy interesado. Quiero
comunicarme con mi hermano por celular pero no puedo. Salgo a la calle, veo a
la gente que va y viene en el trajín de los preparativos para la noche del 31.
Miro hacia el horizonte, en dirección a donde se supone está Laferrere, y
empiezo caminar hacia allá sin proponérmelo. Empiezo a caminar más rápido y, como si hubiera dado un salto con garrocha, cruzo lentamente la avenida que pasa a metros de mi casa, por encima de los autos y colectivos que vienen y van. Estoy
emocionadísimo y reboso de entusiasmo por lo que puedo hacer. Al llegar a la altura de
la otra vereda, donde se encuentra el predio gigantesco de una ciudad
deportiva, empiezo a descender. Me dispongo a intentarlo de vuelta. Empiezo a
caminar rápidamente, mis pasos se alargan y vuelvo a desplazarme por el aire
hasta que sobrepaso el alambrado perimetral de la ciudad deportiva (que en
realidad hoy en día ya no es un alambrado sino una pared al estilo The Wall de Pink Floyd). Puedo ver las copas de los árboles en derredor y veo cómo el sol se va
poniendo en el horizonte. En ese momento, me doy cuenta de que muchas veces he podido
elevarme y desplazarme así aunque no discierno entre la “realidad” de este
sueño y esos recuerdos que corresponden a sueños del pasado, que efectivamente
he tenido. Estoy en suelo dentro del predio de esa ciudad deportiva. Hago otro
intento de elevarme y lo vuelvo a lograr, y cuando me encuentro otra vez en el
aire, esta vez más alto que las veces anteriores, distingo que allá a lo lejos
hay unas casitas y unos árboles que se ven como las miniaturas de una maqueta.
Estoy convencido de que la casa a la que se fue mi hermano se encuentra allí. Desciendo,
tomo carrera, mucha carrera como para elevarme una distancia mayor pero me
detengo porque decido que mejor vuelvo a casa para traerme alguna
campera, porque “no vaya a ser que me dé frío”. Doy media vuelta y me lanzo
para volver volando a casa. Los que pasan en auto por la avenida y los que
esperaban en la parada del Metrobús miran asombrados cómo paso por sobre sus cabezas al cruzar la avenida. ¡No! ¡Por qué me tuve que despertar de esto!
Algunos sueños me perturban, y cuando despierto,
la realidad tarda unos segundos en darme alivio. Hoy me desperté contento,
entusiasmado. Te lo vuelvo a preguntar: ¿te cuentan sus sueños la gente que conocés?
Estoy seguro de que sí. Hoy te acabo de contar el mío. Ojalá que los de este
tipo nunca me dejen de ocurrir y que vos los tengas parecidos.
¡Feliz Año Nuevo!
1º de
enero de 2020
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