miércoles, 27 de marzo de 2019

EL INTRUSO




        --Bueno, Pablo. Andá a dormir que ya es tarde,  si no mañana vas a parecer un zombi en el laburo.  
       --¿Vos decís que es estrés? No sé, Clau. Yo veo que todo el mundo está estresado…
        --Mirá, cuando me separé de ese guacho, pasé un mes de mierda. No pude dormir bien por una semana. No me podía concentrar en nada…
        --¿Pero veías cosas raras en tu casa, como si alguien…?
        -- Y me puse peor cuando los vi juntos por la calle. Desde ese día dejé de tener apetito. Empecé verme como un palo.
        -- Bueno, a mí no me pasa nada de eso, por suerte, pero estoy empezando a dormir con la luz prendida…
        --Ay, perdón. Bostezo porque no doy más. Y bueno, como te decía, con estas cosas los nervios… te empieza a pasar de todo. Y justo vos sos el tipo…
       -- Hace dos días escuché un ruido que venía de la cocina. Como si abrieran y cerraran las puertas de la alacena…
      --- Pablo, te voy a tener que dejar. Ahí escucho que se despertó el gordo y está llorando. Mirá, tranquilizate. La gente en general anda muy nerviosa. Agarrá un libro y leelo hasta que te duermas. O sí no, te recomiendo unos audiolibros muy buenos, están en Youtube… ¡Ya voy, ya voy! Te dejo, Pablito, después charlamos. Hacé lo que te digo. Besos, besos.

          Empecé a dejar encendida la luz del cuarto de baño a la hora de ir a dormir, para que al apagar la lámpara del velador la oscuridad no fuera total. Anoche me acomodé del lado acostumbrado y no tardé en quedarme dormido.  A eso de las tres me desperté y, por si acaso, levanté un poco la cabeza, y miré hacia el comedor  a través de la puerta entreabierta. La parte de la mesa y una de las sillas que son visibles desde la cama, a la luz débil que provenía del baño, parecían existir en la atmósfera de otra dimensión.  Haciendo un esfuerzo por explicarme mejor, diría que la mesa y la silla resplandecían por sí mismas con un halo fosforescente, muy pero muy tenue.
         Me parece que vino otra vez, me dije, y me volví a acomodar de costado para conciliar el sueño. Al instante quedé dormido. Hasta que un golpecito que sentí por los pies me hizo despertar. La vez pasada, cuando ocurrió lo mismo, lo atribuí a la estela de confusión que deja un sueño, pero ahora no lo podía relacionar con ninguno. 
    Antes girar la cabeza e incorporarme lentamente, me comprometí a aceptar la explicación que me dio Claudia: estoy bajo el efecto de una situación de estrés extraordinaria. Trabajo, estudios y problemas varios. La gente somatiza estas cosas de diferentes maneras.
        Durante un rato largo pasaron por mi mente una cantidad de pensamientos inconexos. Eran como el humo cuando se apaga una fogata. Y me volví a quedar dormido.

      “¡Pablo!”

       Pero no estaba seguro de si el susurro pertenecía a un sueño. Imposible que alguien se metiera en mi departamento. La puerta tiene cerraduras múltiples; por el balcón tampoco porque no está próximo a otros; vivo en un cuarto piso; sobre la calle no hay árboles que se puedan trepar. Me encogí como un feto y me tapé hasta la cabeza.
       Nada.
       Silencio.

       Cuando volví a levantar la  cabeza  después de varios minutos y miré hacia el comedor, debajo del borde del mantel distingui que asomaban la parte baja de las piernas y los pies de alguien que estaba sentado. Por el tipo de zapato era un hombre. Era lo único que podía ver a través de la puerta entreabierta de mi cuarto. Como pasaron varios segundos y esa persona seguía allí sentada como esperando que le sirvieran, algo así como una descarga eléctrica pasó por mi cuerpo. No era exactamente una descarga eléctrica sino un estremecimiento que me recorrió de pies a cabeza, acompañado por una especie de implosión que solamente mis células podían escuchar: un azul y chispeante rrsssss.
                     
       Me sepulte de nuevo con los cobertores y me quedé inmóvil y rezando hasta que me volví a quedar dormido. Cuando desperté y miré hacia el comedor, ahora estaba un poco más iluminado por la luz del amanecer que entraba por la ventana que da a la calle. No había nadie sentado a la mesa.
      Más tarde cuando me levanté para ir a trabajar, inspeccioné todos los espacios y rincones del departamento.  Me bañé con la cortina de la bañadera descorrida. El agua y la espuma caían por mi cara pero mantenía  los ojos mirando a través de la puerta abierta del baño hacia el comedor.   Puse la radio con volumen alto; los programas matinales suelen ponerse animados a pesar de las noticias. Cuando volví a mi cuarto para vestirme tuve miedo de agarrar los zapatos de debajo de la cama. Fui a la cocina, desenrosqué el palo de la escoba y volví al cuarto empuñándolo como un garrote. Me arrodillé no tan cerca de la cama para ver qué había debajo.
     Me puse los zapatos.  Me terminé de vestir. Cerré la puerta con llave y salí al pasillo.

     El ascensor pasó de largo hacia arriba. Mientras esperaba a que llegara, estuve en silencio con la vista fija en la puerta de mi departamento, que estaba a solo un par de metros de la puerta del ascensor. Estuve a punto de  asegurarme de que había cerrado bien pero el ascensor se detuvo frente a mí y entré. Ni bien comencé a descender escuché el ruido del palo de escoba que caía estrepitosamente sobre el piso de cerámica de mi departamento, y el cuerpo otra vez me hizo rssssss.
          





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sábado, 16 de marzo de 2019

ANTOLOGÍA


Esta es la lista de títulos de "La Aldea de Cuatro Nombres" siguiendo un orden cronológico para las historias. La Introducción solo se refiere a la primera mitad de los títulos.  Los comentarios/presentaciones que quedaron afuera de la introducción se pueden encontrar usando el navegador que está a la derecha, arriba del contador de visitas (disponible solo en la versión página web - non-mobile phone)




Para leer haga CLICK (o toque) en los títulos:

























martes, 5 de marzo de 2019

ANDEN





Siempre que estoy parado en el andén del subte miro alrededor, a la gente que espera conmigo. Tengo el temor absurdo de que algún desquiciado de repente a va empujarme a las vías justo en el momento en que el tren está por pasar por donde estoy.  No sé cómo ni cuándo se originó ese miedo, no creo haber visto semejante cosa en una película, ¿o sí? En todo caso no fue una escena de alguna de mis muy pocas películas favoritas.

Ahora voy sentado en un vagón de la línea B, en los que tienen la fila de asientos contra la pared. No puedo evitar sonreír por el momento ridículo que pasé hace unos instantes en el andén. Cuando giré disimuladamente para ver quién estaba esperando detrás de mí, me llamó la atención un tipo pelado que tenía tatuajes ¡en la cara! Sí, hoy en día todo el mundo se tuatúa, pero ¿en la cara? No exagero: si bien era un Aryan type, tenía como unas guardas indígenas en las mejillas y en la frente. Los ojos celestes, grandes y penetrantes intimidaban. Mi mal disimulada inspección de un par (literales) de segundos fue terrible porque esos ojos se fijaron en mí con hotilidad. Y cuando vi que apareció la luz en la oscuridad del túnel me moví unos buenos veinte metros hacia el centro del andén, cerca de los molinetes. Desde ahí vi que el navajo amenazante se dio vuelta para llamar a un nenito que estaba sentando contra la pared con un vaso gigante con pochoclos en la mano.  No sé si es más raro un tipo grande que no tiene ningún hijo que mira desconfiado a los que están a su alrededor.

Me consuela un poco saber que no debo ser el único que tiene algún tipo de miedo extraño. Como decía, voy sonriendo, sentado en la fila de asientos, y ¿qué creen? Justo enfrente, una hermosa veinteañera que va mirando el piso, estoica. Si la mujer de Lot se hubiera comportado igual que esta chica jamás habría merecido el castigo de convertirse en una estatua de sal. Es entonces cuando se ve qué útiles pueden ser los celulares.  Ella no tiene. Levanta la cabeza y mira hacia afuera de la ventanilla que tengo detrás. Pasea rápidamente la mirada, pero yo me siento como un agujero negro. ¡Tan solo voy sonriendo, no quiero llamar tu atención! Voy a dejar de hacerlo. No sé para qué.

Acabo de llegar a este otro andén, tengo que combinar con la línea H. No tengo a nadie alrededor. Ahora me imagino a mi mismo en la situación de un suicida. Imagino ver al conductor que viene en la cabina de adelante cuando llega la formación. Estoy contando: uno …dos… ¡zas! El salto con el que acabo con una vida espantosa que llegó a un callejón sin salida. Yo, sin ganas de soportar un día más, ansiosos por terminar con todo. Pero antes imagino que la famosa película veloz con el resumen de la vida de uno se proyecta en uno de los carteles de publicidad que hay en el medio de las dos vías. Veo al maquinista, con la cara deformada por el horror ante el suceso repentino del que siempre temió que fuera a pasarle.

El tren se detiene, se abren las puertas, gente entra y se apodera enseguida de los asientos libres. Yo, en cambio, abandono la combinación y subo la escalera hacia la calle, sonriendo.