jueves, 29 de abril de 2021

LA HUMANIDAD ESTÁ ACORRALADA












SALMO 64


Señor, escucha mi queja. Protégeme del temor a mis enemigos. 

2 Escóndeme de la conspiración de los malvados, de la intrigas de perversos. 3 Afilan sus lenguas como espadas; lanzan como flechas sus palabras amargas. 4 Desde su emboscada tiran contra el inocente. Lo hacen sin aviso, y no tienen temor. 5 Unos a otros se animan a cometer el mal. Planean cómo poner sus trampas. «Aquí jamás las descubrirán», dicen. 6 Maquinan sus perversidades, y dicen: «Hemos tramado el plan perfecto». ¡Sí!,  ¡los pensamientos y el corazón humano no se pueden comprender!

7 Pero Dios mismo les disparará y caerán. Sin aviso las flechas los herirán. 8 Sus propias palabras se volverán contra ellos y los destruirán. Cuantos los vean se burlarán de ellos. 9 Entonces todos sentirán temor, proclamarán las poderosas obras de Dios; por fin reconocerán las admirables cosas que él hace. 10 Y los justos se regocijarán en el Señor, y encontrarán refugio en él. Y los de recto corazón lo alabarán. 


Versión Nueva Biblia Viva

 

















Este salmo es porque estamos a la de Dios. 

Ello$  tienen en marcha el plan perfecto, 

y nosotros andamos con desinformación e ironías útiles para ello$. 

¿De qué lado estamos? 

Pensá un poco antes de esa reacción previsible.

 Informate.





















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domingo, 4 de abril de 2021

LA TORRE DE NIMROD

 






Vamos, vamos nosotros también a destruir la torre de Nimrod y a mostrar al mundo en quiénes se ha posesionado en estos días aquel antiguo rey, aquel perverso que, en su codicia, nunca ha dejado de acechar. Los hijos de Nimrod amenazan con llegar a lo más alto, aunque nunca alcanzarán las alturas del Altísimo. Proyectan contra la bóveda celeste sus hechicerías engañosas, envían sus maleficios para provocar a ira al mar, a la tierra y a los vientos, mientras claman que para apaciguarlos deben oprimir  a las gentes. En las moradas de los incautos, a través de sus espejos negros, hunden los cuchillos oxidados de sus mentiras, seducción agradable de hombres y mujeres que han ganado el mundo.  ¿No ves que se han hecho de arcos y de flechas que esta vez pueden llegar realmente lejos en la Tierra, lejos como nunca antes habían logrado los de su estirpe imperial en el pasado?


Vamos, vamos nosotros también a destruir la torre de Babel, a correr las cortinas para que entre el sol del alba y los deje chamuscados sobre el piso antes de que —envanecidos del mañana— vuelvan a esconderse en sus sarcófagos . A la verdad, no habrá más oportunidad ni tiempo para nadie. 


No podrás enfrentarlos sin la armadura necesaria, la única que te salvaguardará, la que llevas en la mente cuando está despejada y en el corazón cuando queda aligerado, ambos bajo dominio propio mientras la potestad del aire ruge y la confusión de las aguas que corren de aquí para allá arrasa con todo. 


Vamos, vamos, como palomas en medio de serpientes, como los que saben cuándo habrá que huir a las montañas en la víspera del fuego y del azufre, como los que están avisados del ejército de las criaturas venenosas que emergieron del abismo y que al abismo volverán luego de sus victorias efímeras.


Vamos, vamos nosotros a destruir la torre de Babel, pero no como los hijos de Nimrod destruyen la Tierra y extravían a sus moradores. Y no temamos porque el fin —así como ha sido escrito— así será.







                                                                                    Eusebio Natanael

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jueves, 1 de abril de 2021

MY LIFE AS I KNEW IT WAS ABOUT TO END

 





MY LIFE AS I KNEW IT WAS ABOUT TO END

 

      Ever the sentimental, that very last class of my whole secondary school era, I was the only one to be fussing about having to say goodbye. “What will become of us?” I kept wondering aloud in the classroom, as if our fates ahead would entail being sent to the enemy lines. “Shut up, or you’ll find out soon,” went the mildest reaction. But my apprehension was stronger than my mates’ indifference: I could not help butting in with  my school-sick remarks, until the wimpiest of the guys grabbed me by my tie, pulled me close to his face and hissed “Stop it. We’re talking about having it off, don’t you see?”

 

      It took me two or three more shoves to realise that the boys weren’t in the same mood, so I left them alone and found myself meandering along the corridor. There I found William, the guy who, in the teachers’ opinion, epitomised the industrious student, though at the same time, just a disgusting swot, depending on which side you were. He was slouching on his own, his eyes apparently lost in foreshadowing melancholy. I went straight to cry on his shoulder. Promptly, however, I was proved wrong: actually, he had been daydreaming of his University life and couldn’t wait for the following year to begin. “I might have known that you would miss this assembly-line of losers,”  William snorted, leaving me speechless.

 

      My life as I knew it was about to end in a couple of periods. The only reason why most of us remained at our desks those last moments was our English teacher. Many had a crush on her, especially a certain guy who had been bluffing about a special goodbye kiss. But she wouldn’t turn up to give us the last laugh. In her place, a mere list with our final marks arrived only.  Then, upon returning to the classroom from the toilet, I found that everybody had disbanded for good.

     Depending on who my interlocutor is, I pretend to concur with the coming-of-age pieces of wisdom. However, deep inside, I readily toss them into my cliché dustbin and secretly wish I could somehow recapture the feelings from my halcyon days at secondary school.






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