domingo, 4 de febrero de 2024

20-20 y DESPUÉS - Capítulo 18

 


Este relato es FICCIÓN



LINK AL CAPÍTULO ANTERIOR👈




  Nota del autor: El tratamiento que le doy a la pasión de multitudes es solo a los efectos dramáticos de esta ficción. Por favor, no se me ofendan ni me manden a los muchachos. 


                                       18


         —Tranqui, tranqui. Debe estar viendo a otra persona que está enfrente de ustedes. Genny, vos ni lo mires al tipo —le dice Esteban a Genaro bajando la voz —. ¿Estás seguro de que es?

        —¡Es él, es él!

    Salvo la cara de sus amigos, Esteban no mira hacia ningún otro punto, menos hacia donde está el supuesto cazador.  Genaro, en cambio, está mirando hacia el sector del bar a espaldas de Esteban, y distingue a otra persona. Del miedo pasa a la sorpresa. 

      —Euse, a que no te imaginás quién está por allá adelante — exclama Genaro en un murmullo exaltado y bastante audible.

     —¿Eh? Bajá la voz, boludo, calmate. ¿No decís que detrás nuestro está el que te persiguió?  

     —Como te conozco, vamos a ver quién se tiene que calmar —le contesta Genaro—. Mirá en línea recta detrás de Steve.  Está de espalda a nosotros.  

    —Pero los televisores están para aquel lado — dice Esteban y toma un trago de cerveza; le hace una seña al mozo, pero este se acerca a la mesa del hincha con gorrito de joker. 

      —Pasa que no veo porque él [Esteban] me tapa — dice Eusebio. 

     —¡Pero no te levantes! Si se da vuelta vas a quedar como el orto. 

       —¿Quién carajo es? — dice irritado Eusebio.

       —Se ve que estamos rodeados — dice Esteban y vuelve a hacer una seña al mozo. En vano, porque ahora este se dirige al mostrador.

       —¿Quién es? Hablá — dice Eusebio.

       —Silvio.

      — Capaz. ¿En serio? 

      —¿Pensás que estoy con ganas de joder? Detrás nuestro está el que me persiguió con un chumbo. A lo mejor lo trajo. [chumbo =  arma]

      —No perdamos la calma. Apenas me vea el mozo, le pido que nos cobre y nos vamos —dice Esteban, y señalando con la cabeza a uno de los televisores del bar—: Además, se ve que el partido empieza en minutos, miren, se llenó de gente.

      La sola mención de Silvio Mazzini ahora hizo que Eusebio se olvide del hincha.

       —¿Está con Paula?

      —No, está solo, metido en el celular. ¡Vámonos a la mierda, como dijo Steve!

      —Vayan ustedes.  Yo me quedo un poco más — dice Eusebio estirando un poco el cuello como para ver por sobre la cabeza de Esteban.

      —Este no puede de los celos. Dejalo en paz a ojitos claros.  Si vino con Paula a ver el partido y no te invitaron por algo será… Con ese carácter que tenés no sé qué tanto… 

        —¡Vos cerrá el culo!

      Esteban mira a Eusebio algo sorprendido y comenta:

      —Genny, él no es de hablar así. Mejor no lo hagas enojar.

      —¿Eso aprenden donde estudian? Steve, vos y yo nos vamos. Lo que acabamos de escuchar ¿sería un equivalente de iú fáking sharáp! no? — Y a Eusebio —: Vos quedate con ojitos claros, porque a Paula no la veo. Chau.

       Eusebio pide disculpas, no muy sentidas, a decir por la mueca que hizo. De todas maneras, Genaro no le presta atención, pretende lucir sus conocimientos con Esteban aventurando una frase para aplicar a su ex cuñado: "iú kant tich ior dog iour old prik”.  Esteban le aclara que en realidad es "you can’t teach an old dog new tricks”, y reprime la risa. 

        —Che, me alegra que estén relajados. Se ve que el que está ahí atrás no es al final. ¿Por qué no van yendo? Le pago al mozo yo y los alcanzo —dice Eusebio —. Bah, no sé, a lo mejor quieren ver el partido…

        Pero Genaro le está ahora proponiendo a Esteban un canje de clases de inglés especializadas de estudiante de traductor por sus sesiones de armonización energética, o bien, masajes descontracturantes, “ideal para lingüistas que están todo el día encorvados frente a una odiosa pantalla”. 

      —Euse, mejor nos vamos los tres… — dice Esteban; es que también reparó en que el hincha que está ubicado enfrente suyo tiene cara de sicario de la saga de El Padrino (la cara nomás) a pesar del gorrito ridículo que tiene puesto.

     Genny, de pronto, se acuerda del perseguidor. 

     —¿Sigue ahí? ¿sigue ahí?

     —Está. Pero quedate tranquilo, la transmisión acaba de comenzar, el tipo está re atento como todos los demás — dice Esteban. En efecto, el gran bar comienza a vibrar por la creciente expectativa y algunas voces ¡vamos Argentina carajo! ♪ Vamo' vamo' Argentina, vamo'   vamo'  a ganar, que esta barra quilombera... 

      —Vayan, vayan. Yo pago y los alcanzo. Aprovechen, debe estar distraído — insiste Eusebio.   

      —Igual que aquel—, cabecea Genaro hacia Silvio. 

        En ese momento, ticket en mano, aparece el mozo junto a ellos, frustrando la intención de Eusebio de quedarse solo en la mesa un poco más. Qué carajo estará haciendo aquel por este barrio se lee en la cara de Eusebio. Una vez le sonsacó a Paula que él vive por Barrio Parque, así que algo especial lo debe haber traído por acá. Además, en caso de no estar esperando a Paula, Eusebio quisiera descubrir si no se tratará de otra persona, preferiblemente… otra mujer…  

      —Che dije que invito yo — dice Eusebio dejando billetes sobre la mesa y levantándose. Al ponerse de pie, la gente del bar pensaría que Eusebio lo hizo por el Himno Nacional que acaba de comenzar. En realidad, lo que quiere es que sus amigos salgan a la calle para que no presencien algún incidente que pudiera ocurrir con Silvio —. Voy al baño. Espérenme afuera, en la puerta. — Eusebio no es consciente, pero, a medida que avanza lentamente hacia al baño, tiene la cara transfigurada por la intriga. 

       Esteban, disimuladamente, gira hacia atrás, como siguiendo a Eusebio, para ver a Silvio.     

      —Genny, ¿tu otro cuñado es el de la chomba clara? 

     —Sí, es ese onda New Man. Se ve que está viendo Tik Tok. El fútbol no le interesa como a Euse y como a vos. No sé por qué no se harán todos amigos.

    —No lo quieren, ¿eh? —sonríe Esteban—. Para Euse debe ser difícil… Che, Genny… ah, pero… nada, es tu cuñado. Me refiero a New Man.

    —Todavía no, y espero que a mi hermana se le caigan los corazoncitos intermitentes de los ojos.

     —Vamos, salgamos a la calle.

       Antes de pasar cerca de la mesa del perseguidor con el gorrito de joker, Genny se apega a Esteban y recuesta tiernamente la sien contra un hombro de este (“Eh, ¿qué hacés?). La idea de Genny para ocultar su cara resulta contraproducente porque desafía a algunos “machirulos” en el bar, incluido al perseguidor, que los sigue hasta la calle con una mirada de rayos galácticos, y los observa a través de la pared de vidrio. Mientras tanto, al pasar cerca de donde está Silvio [música del himno nacional de fondo], Eusebio no puede evitar los ojos escrutadores sobre el agua mineral y el jarrito del americano vacíos que tiene sobre la mesa; la verdad es que Eusebio podría andar con luces estroboscópicas y música de carnaval carioca como un trencito de la felicidad y, aun así, el otro no se enteraría, tan metido que está en su Wasap.  Se diría que los únicos sobrios en el bar en ese momento son Eusebio y Silvio, mientras el resto de la gente está hechizada por el partido de la selección, como si hubieran sido marcados con un tatuaje diseñado hace muchos años ya, de un dragón escarlata con una pelota, y que tal tatuaje los mantuviera bien alejados de lo que no te cuentan los empáticos y simpáticos presentadores de los noticieros.  ¿En qué taberna de cierta urbe neblinosa/lluviosa habrán pergeñado esta ingeniosa pantallita (léase: deporte bestialmente popular que ha cautivado a todos)?  ¿A todos, todos…?  No, a todos, no. 

     Al llegar Eusebio a la entrada del pasillito donde están los baños, se esconde ahí y asoma cautelosamente la cabeza parando las orejas. Los dale dale, uuhhh, nooo, eeehh que generan las jugadas del equipo de Messi dificultan la audición. De pronto, Eusebio ve que Silvio deja dinero sobre su mesa, se levanta y gira hacia donde se encuentra él; y aunque cree que metió la cabeza a tiempo, no está seguro de si Silvio advirtió que alguien lo está espiando.   Tanto que a Eusebio le irritan los movimientos torpes y nada viriles de Genaro, y ahora él mismo se ve dando medios giros vacilantes a la derecha y a la izquierda en el pasillito donde se encuentran enfrentados los baños de hombres y de mujeres. Ya casi lo tiene encima al ojitos claros que, mirando al piso, se acerca con el celular al oído escuchando un audio. Eusebio atina a lanzarse al baño de las mujeres, “espero que no haya nadie”.

       —¡Ay! Me parece que te confundiste.

         Eusebio gira y se topa con una chica que sonríe divertida como si estuvieran en una publicidad de los años ochenta. El encuentro neutraliza el papelón. Papelón, pero tal vez solo para tipos como Eusebio, a quien Paula solía repetirle un dicho de su madre, que él es alguien chapado a la antigua porque él no acepta que ahora los baños son compartidos en muchos lugares. 

       —Perdón, perdón. Tanta cerveza y emoción con el partido me hizo… — miente Eusebio.

      La chica del baño frente a él ahora abre bien los ojos y amplifica la sonrisa porque el bar se acaba de estremecer con un rugido tremendo, ¡GOOOOOL!  Ella es bastante atractiva, no tanto como Tamara. De hecho, Eusebio cree que Esteban tuvo más suerte en el incidente tentador de la hipnosis que experimentó aquella. Esta del baño es algo gordita, clasificable dentro del tipo de su vecina Paz, aunque, aparentemente, sin aires combativo-feministas, borcegos o mechitas de colores, y, si se basara en odiosos e injustos prejuicios del tipo portación de cara, para Eusebio sería improbable que la del baño sepa de la existencia de Angela Davis o Chimamanda Ngozi Adichie, entre otras personalidades que reciben gran admiración por parte de más de una profesora de la carrera que cursa con Esteban. Y bueno, si la palabra patriarcado se encuentra pronto en los syllabi, ¿quién podría sorprenderse? 

       —No pasa nada — dice la chica y señala graciosamente con el dedo hacia el salón —, debe ser un gol de Mac Allister, ¡ay, el más lindo!

       —Para mí, lo hizo Batistuta. 

       — Jajajaja

       —Andá, que te perdés el partido — le dice Eusebio sonriente mientras sale del baño de las mujeres caminando hacia atrás; es que sigue mirando la cara divertida de ella en el reflejo del espejo del lavatorio. La gordita responde con una mueca  “no le doy bola al partido” y agrega:

      —En realidad, me voy a casa, me pasé todo el día trabajando acá…

       Eusebio le devolvió otra mueca simpática, “ah, trabajás acá”, y estuvo a punto de preguntarle qué es lo que hace, pero decide simplemente despedirse. En este minuto de su existencia, averiguar qué está haciendo el Dean Martin Jr argentino por este barrio y en este bar parece acaparar eso que se conoce como  libido (?). 

         {Hablando de muecas, el tipo de comunicación no lingüística podría ser de especial interés para los ingenieros globalistas especializados que se plegaron al proyecto de un mundo c_rb_n - free, puesto que los gestos pueden comunicar tanto como las palabras habladas y, lógicamente, cuando se habla menos, ¡la producción de dióxido de carbono debería ser menor! En realidad, es el monóxido de carbono el gas del que hay que cuidarse, el que se genera en esos misteriosos incendios forestales y en las enormes áreas agrestes, o en aquellas áreas cultivables para el  sustentento de la población. Volviendo a la comunicación no verbal, en realidad, CanÉlon Máscara ya tiene ideas superadoras para el tema.  ¿Quién quiere apostar que no es verdad que los experimentos de CanÉlon son ignorados por la gran masa de hinchas, para quienes, por ejemplo, el aguante a muerte al Pan y Circo mundial insume... [comentario/digression bloqueado por el cybercomando] ... porque, así como una vez Esteban leyó cierta pintada en una pared desde la ventanilla del colectivo, también Eusebio un día encontró otro grafiti que rezaba “Coma mierda. Miles de moscas no pueden estar equivocadas”. [¡alarma! ¡sirenas de inminente bombardeo 🤯 🤐 😱!  bring the cyberpatrol!]} 

     —Ah, qué bien. ¡Que descanses!  —le dice Eusebio sonriente antes de cruzar backwards el umbral. Si Genaro viera el chaucito con la mano que le hizo a ella tendría con qué gastarlo; por ejemplo, más que a Clint Eastwood, me recordás a... [completen ustedes].

     La buena onda de esta chica que trabaja en el bar tiene el efecto de infundirle determinación y de neutralizar el temor al escándalo que puede suscitar el andar espiando a Silvio. Al entrar al otro baño, encuentra a su [digamos] competidor de espaldas contra el mingitorio, sosteniendo con una mano el celular al oído y ejecutando con la otra sendas acciones de sacudida y acomodo, escena que le produce a Eusebio una punzadita de envidia y especial desprecio por este New sofisticado Man. ¿Acaso Silvio sea el “Super Hombre” de Nietzsche que mencionó el profesor de Filosofía de las Ciencias, quien, cabe recordar, tenía también la figura de un búho en una carpeta de tres solapas que encontró Esteban en el aula, figura de búho  sorprendentemente parecida a la que ha visto Genny en L. A., y a otra en versión estatuilla que registró en aquel local de tatuajes donde se metió buscando que le hicieran un tatuaje igual al de Paz? No es aconsejable escribir una pregunta tan larga y compleja/compuesta como esta, señalarían los profesores de Redacción en español donde estudian estos muchachos.  ¿Y por qué no? 

       La mención del búho se decanta en la memoria de Eusebio cuando nota que la parte superior de este pájaro rapaz asoma en una carpeta delgada que Silvio sostiene contra su cuerpo bajo el brazo involucrado en la micción. Las ramificaciones interneuronales de Eusebio le traen la imagen de otra carpeta, la del disco multicolor con el nombre del marido de Mirta. En este momento en que necesita actuar agazapado como un gato cuando está cerca de una paloma, estas imágenes pasan fugaces y confusas por la mente de Eusebio, y debe ahuyentarlas de inmediato al ver que el New Friedrich Man se está dando vuelta lentamente para ir, seguramente, al lavatorio. En ese momento, sin embargo, se pone a contestarle al que le está hablando por el celular, así que se queda quieto, parado de costado; todavía no se entera de que detrás suyo está Eusebio, quien, tras volver a vacilar, ya sin medios giros, se lanza a uno de los boxes del baño y cierra la puerta. “¡Cuántas veces vi esta escena en esas comedias baratas! Es como un karma, las escenas me terminan tocando a mí también. Me estoy convirtiendo en un Adam Sandler cualquiera”. Y ahora sí que Eusebio para bien las orejas y procura no hacer el menor ruido ahí donde se metió.

        “Ya sé que les dimos instrucciones claras, pero a ese que acabaste de ver por ahora dejalo. Es un putito muy cagón, no creo que vuelva a meterse en nada. Me enteré más bien de que un pariente de ese anduvo averiguando por el nuevo local. ¡A ese más bien podría interesarme que lo hagan mierda…! [Si bien no distingue las palabras, Eusebio puede escuchar la voz del que está del otro lado en la comunicación] ….  Sí, sí, ya sé que viven juntos, y también sé dónde viven. Es otro caso especial [...] no, no, no preguntes mucho, solo tenés que hacer lo que te mandamos y cuando demos una orden, ¿entendiste bien? … [sonido de la voz del otro] … no tengo idea de quién es  ... ”

           Mientras tanto, dentro del box, Eusebio también oye que alguien más acaba de entrar al baño, lo cual hace que Silvio baje un poco el tono de voz. Lo que acaba de decir New Man le provoca una montaña rusa de sensaciones perturbadoras. He aquí, otra venganza del universo en el que cree Genaro, porque mientras ata cabos frenéticamente y se horroriza con las presunciones, Eusebio abre los ojos como si fuera uno del palo. ¡El putito del que está hablando Silvio no puede ser otro más que Genny! Y el otro que le interesa que hagan mierda… no puede ser otro que él mismo, pobre estudiante de traducción devenido en circunstancial espía.  Todo parece encajar y confirmarse a la vez.  Lástima que no hubo tiempo para contarles a los otros dos en la mesa sobre las cosas que estuvo investigando y descubriendo relacionadas con esta gente de los tatuajes el día que se dio una vuelta por el local del que habló el portero del edificio. Es que también la facultad y la proximidad del cierre de las notas alejó su preocupación por este asunto misterioso, maquiavélico  y canélonmásquico/biligatesco de los tatuajes. 

        Eusebio vuelve a oír la voz que sale del celular de Silvio y este le pide a su interlocutor que baje la voz, seguramente a causa del otro que entró al baño, aunque este se mete rápidamente al box de al lado. Observando una parte pequeña de su sombra en el piso a través del tabique, que deja 30 cm de comunicación, Eusebio nota que el de al lado se bajó los pantalones y se sentó en el inodoro. “Tengo que hacer lo mismo, si no, este forro se va a dar cuenta de que acá hay alguien parado escuchándolo”.         

       “¿Y al otro que viste cómo es? [...] Ah …morocho, sí…sí. Ese es el pariente. [...] No, no, el otro no sé quién es, pero hacé lo que te dije con cualquiera que se ande metiendo. Ahora, me interesa el negro de mierda… [...] ¿¿¿Estás seguro…???”

       Después de hacer esta pregunta, Silvio de pronto se queda callado. Ahí dentro, Eusebio advierte el repentino silencio y se da vuelta para bajar sigilosamente la tapa del inodoro, así se sienta encima para mayor credibilidad de que él está haciendo lo suyo. Increíblemente, tan atento está a la conversación del otro, que recién es consciente del olor repugnante que hay dentro del box. Lo que encuentra dentro de la taza más los ruidos flatulentos que produce el de al lado le provocan arcadas y ganas de salir corriendo, pero atina a apretar el botón, y lo horroriza ver que las fétidas heces (bah, los soretes) en diferentes estados de solidez apelmazadas en toneladas de papel higiénico comienzan a ascender peligrosamente a causa de la potente descarga de agua, amenazando con rebalsar el inodoro.  Entonces, Silvio ve a alguien salir del box de espaldas como si lo hubieran empujado de ahí dentro, y advierte que se apresura a abandonar el baño sin darse vuelta. Silvio quiere confirmar si se trata del meroreador ex de Paula, así que reacciona con unas zancadas vigorosas para bloquearle la salida del baño. El ímpetu de la colisión es tal que el celular de Silvio termina bajo uno de los urinarios, y al soltar la carpeta, una decena o más de hojas tipeadas en ambas carillas se desparrama sobre el piso. ¡Otra vez unas hojas que se desparraman en esta laaarga historia! Debe ser la profunda y poética noción del eterno retorno de Kundera que, a su vez, engancha un componente Nietzscheano! Solo que esta vez el texto que se lee en las hojas cae en un espacio donde normalmente se encuentra la  mierda, que es a donde pertenece. 

      Eusebio se hace el boludo [come on, no other lexical choice would fit best!] y, para no huir como una rata cobarde, tiene el genial impulso de agacharse para levantar algunas hojas, como  queriendo enmendar la torpeza de chocar al otro. Silvio emite un chasquido de fastidio y comete el craso error de rescatar primero el celular. Craso error, porque Eusebio, luego de confirmar que hay una figura de búho en la tapa de la carpeta delgada con elásticos, mete unas tres o cuatro hojas debajo del pulóver de hilo que lleva puesto. Y para asegurar que las hojas se queden ahí, mete el borde el pulóver en el pantalón. ¡Volvió a la moda de los ochentas sin querer! No hay escapatoria. Se enfrentan cara a cara, Eusebio rojo como un tomate. 

     —¡Silvito querido! No creía que te interesaba el Mundial. Bah, a los que quieren destruir lo que "se" construyó mal para construir lo nuevo, capaz les interesa… o… les sirve… — atina a decir Eusebio sin poder controlar el cinismo. A cualquier persona le sonaría ridícula la manera en que acentuó el elemento pronominal de esa voz pasiva que produjo, pero para Eusebio, la asignación del  agente que correspondería con el "se" no es tan imprecisa.

      En un arranque impulsivo, casi temblando de los nervios, Eusebio amaga a alcanzarle la carpeta al otro, pero la revolea como un frisbee contra la pared y sale disparando del baño.  Las hojas se desparraman oootra vez. Silvio se apresura a rescatarlas velozmente, no sin antes proferir un tipo de puteada que desmiente lo cheto de su personalidad refinada. Una vez que las volvió a meter en la carpeta, aunque quedaron desordenadas, Silvio nota que hay hojas que faltan, así que baja al piso de rodillas y manos  para ver si cayeron dentro de los boxes. Justo en ese instante, el otro tipo que estaba cagando, abre la puerta y lo encuentra agachado y con la mejilla casi rozando el piso, como si quisiera espiar a la gente cuando está haciendo sus necesidades.

     En realidad, segundos después, al salir casi atropelladamente del bar, Eusebio lamenta haber deslizado ese sarcasmo. Es que fue un liso y llano “saquémonos las caretas, pedazo de basura...”.  Quizás haya dado en el clavo pero, a medida de que corren los segundos, mientras busca a Esteban y a Genaro en la calle, también cree que haberse expuesto así con… ¿el jefe de esta tecnomafia maquiavélica?... ha sido ligeramente imprudente….