jueves, 6 de abril de 2023

20-20 Y DESPUÉS (Capítulo 13)

 

Este relato es FICCIÓN



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13

 

       —¿Seguís yendo a terapia? Cuando me enteré, te digo la verdad, me puse contenta porque, bueno, siempre fuiste de decir que ir a los psicólogos es una pérdida de tiempo y de plata. ¿Y cómo sabés si nunca fuiste? Sinceramente yo veo que a veces hace falta confiar un poco en un profesional capacitado, no está mal, vos sabés, vivimos en una época en que todos andamos…

     Eusebio se esperaba este tipo de reacción de Paula cuando hablaron del tatuaje que quiere hacerse Nuria y el por qué él no quiere saber nada con permitírselo. Y eso que como motivo solamente comentó que, según dicen por ahí, se proponen convertir a los tatuajes en una especie de antena para controlar la mente de las personas. Mientras lo escuchaba decir esto, Paula se apretaba las sienes con los dedos de una mano y movía la cabeza mirando hacia abajo. Era predecible, no deja de pensar él: los noticieros se ocupan de la punta del iceberg, no de la deep reality, y las mentes de la gran mayoría de las personas están suficientemente modeladas por cientos de películas de ciencia ficción de Hollywood. No menos considerable es el efecto “normalizador” de los entornos cotidianos: los compañeros en el trabajo, los familiares, los amigos, el aula, las parejas y cónyuges… Enseguida se rechaza con burlas todo lo que huela a teorías de la conspiración, o denuncias de cuando se usa a la gente como conejillos de india, principalmente si el dedo apunta a la sacrosanta Ciencia y a sus sacerdotes egresados de los elevados templos del saber académico.

    Es mejor abandonar el tema por el momento, piensa Eusebio, antes de dar pie a que la típica racionalidad precipitada de Paula lo reduzca a la condición de un pre-psiquiátrico. De todas maneras, no puede evitar el disgusto de enterarse de que hace media hora Silvio se llevó a Nuria en auto al cumpleaños de una compañera.

         ­—Ni me llama ni nada esta chica ya.

        —Pasa que siempre estás ocupado con tu facultad. Nuria dice que siempre estás frente a una pantalla escribiendo. Un sábado a la mañana  te encontró en un bar ahí por donde vivís, dale que te dale en tu compu. Había subido con una amiga al piso de arriba, estuvo por acercarse, pero se fue. Dice que vos ni te enteraste. Estabas con la mirada perdida.

     ¡Con la mirada perdida! Eusebio sonríe avergonzado. Sabe que es muy posible que haya ocurrido lo que le dice Paula.

    —No le costaba nada acercarse a saludar a su papá.  No, pasa que estas chicas ahora son así —, protesta y sin proponérselo le cuenta de cuando fue a buscar a Nuria al McDonalds.

     —¿Ahora son así? Siempre lo fueron, todos hemos sido así. Igual, la reté, quedate tranquilo.

    “Todos hemos sido así”. Es la misma reflexión que había hecho Eusebio en algún momento; correspondía darle la razón a Paula.  O mejor no, para que se involucre como antes en discusiones por cualquier cosa, porque su manera de hablar hoy suena businesslike por momentosUna parte de su mente parece ocupada en asuntos en los que él no tiene arte ni parte. De ahí el duelo que él debe hacer según le sugirió Mirta en una sesión, al margen de que en otra tomó nota de que él es propenso a las digresiones lingüísticas cuando no vienen al caso. Y es cierto, porque Eusebio se pierde en el hecho de que ella haya empleado el pretérito perfecto en lugar del pretérito perfecto simple, análisis que, por encontrar por demás interesante, trata de abandonar así se encuentra en condiciones de sostener una conversación coherente. Sin embargo, esta clase de extravagancia suya en particular suele ser más fuerte que su voluntad porque, cuando Paula se va a la cocina, no puede deshacerse de las palabras que ella dijo hace un par de minutos. Por ejemplo, también se enfoca en la diferencia de que haya dicho la reté y no la cagué a pedos, como él cree que se hubiera expresado de haber seguido con él juntos en la vida. En un trabajo práctico al comienzo de la carrera, Eusebio puso unas opciones muy parecidas como ejemplos de registros diferentes en la oralidad sin estar seguro de cómo clasificarlos.  Incluso justamente el verbo dudar --porque él duda todo el tiempo--: no recuerda en este momento de si es de complemento régimen solamente. De lo que no tiene dudas es de que la fonación de ella ahora es menos estridente, de que sus movimientos son más delicados,  es decir, desprovistos de la tosquedad deliberada con la que en el pasado ella declaraba que no quería tener nada de "cheta". Otro contraste del presente es que su lenguaje corporal es tan espontáneo como inexpresivo. Quizás lo más notorio para Eusebio sean los espacios de silencio en la conversación, que ya no percibe cargados de cosas que ella quiere decir; sus silencios ahora no sugieren nada y le duelen a él.

     Paula vuelve con una bandeja en la que trae las tazas, las cucharitas y lo demás, y la deposita sobre la mesita del living. Callado, Eusebio está estudiando los movimientos de ella. Creyendo que Paula no se da cuenta porque está buscando algún sabor en una caja de saquitos de té, él mira la sala alrededor y nota que hay detalles de refinamiento en la decoración, en la iluminación; algún objeto adquirido en un anticuario, cuadros en las paredes que hablan de una persona que no solo incorporó otro sociolecto sino que también logró que al fin su cintura luzca más delgada de como la recuerda. El cliché de la reinvención se puede aplicar, admite Eusebio, aunque es de rechazar esos lugares comunes. En esta misma casa,  después de darse una ducha, Paula solía andar con el cuerpo envuelto en una toalla colorinche y en unas ojotas ordinarias; era algo rutinario que entonces se acercara al centro musical para adecuar la música. Una vez cambió un CD de Los Piojos por uno de Ricardo Montaner, o mejor de Arjona, creyendo que sus gustos se iban haciendo más sofisticados; música como para preparar el ambiente, puesto que ellos iban a quedar solos en la casa, como están ahora, sin Nuria o algún otro. Mientras se vestía, aquella chica le pedía gritando a Eusebio que pusiera la plancha sobre la hornalla así se iban haciendo los patis. ¡No te olvides de abrir la ventana de la cocina!, decía con una entonación algo campechana a la que a veces le faltaban las “eses”. Y después en el cuarto, ¿no lo pasaban genial, ella totalmente entregada, como actuando una de esas melodías sensibleras que se escuchaban de fondo?  

    La reinvención, en la opinión de Eusebio, es claramente influencia de Silvio, un hombre con un perfil sin dudas diferente al suyo. No quiere pensar que mejor, no, porque a Eusebio se le antoja que ambos son como el agua y el aceite. Y acá sí desea que el dicho popular se aplique. No tiene sentido hacer comparaciones, pero no las pudo evitar la noche en que se unió a Paula, Nuria y Genaro a la salida en el auto de Silvio. No se habría sumado al grupo, lo hizo para evitar que Paula lo viera en una situación incómoda en caso de que a su vecina Paz se le hubiera dado por acercarse a él para disculparse por el botellazo en el ojo. Genaro había  sugerido ir al patio de comidas de un shopping cercano al barrio, considerando la ropa demasiado de entre casa que llevaba Eusebio en ese momento. De no haberse metido al auto para ocultarse, quién sabe, los otros se habrían ido a un restaurante acorde con alguien de la apariencia de Silvio. Todas conjeturas, innecesarias y vergonzantes.

      

        —¿A qué se dedica Silvio?

      La pregunta tiene el efecto de un resonante y tácito a qué viene eso. Eusebio se la espeta a Paula de repente en un instante en que ella mantenía su taza de té en los labios, pensativa.

        —Es ingeniero…  ¿cómo se dice…?

    —Ingeniero social — dice Eusebio y toma un sorbo de su pocillo de café  remedando ese estar ausente en los propios pensamientos.

        —Civil.   Ingeniero Civil se dice. ¿Cómo social? ¿Es una nueva especialización de la ingeniería?

      Esta reacción está en línea con el vacío de conocimientos o información (para no usar la palabra ignorancia, que puede tener un sentido ofensivo) que demostró Paula cuando él le habló sobre los tatuajes y de que aparentemente existe una tecnología que los puede usar como le contó; intuye además que ella está demasiado "normalizada" como para conocer otra acepción del término ingeniería social que no sea la vinculada a los ataques informáticos. 

       En algún rincón de la memoria de Eusebio titila una conversación que tuvo lugar en una actividad introductoria de la clase de Filosofía de las Ciencias a la que asiste con Esteban. El profesor tenía un texto de Kafka, de quien hizo una breve reseña biográfica, comentó que el autor de "La Metamorfosis" era judío, y se quedó un instante en silencio mirando a los alumnos, como aguardando la reacción de ellos. Nadie manifestó nada, excepto Esteban, que solamente dijo programa de gobernanza mundial. Eusebio notó la sorpresa en la cara del profesor y cómo se puso su inquieto compañero, "cual si hubieran contado un chiste del que no estaba bien reírse". Cuando terminó la clase le preguntó a Esteban qué quiso decir con eso de la gobernanza. Así comenzó la “asociación política”, por así decirlo, entre ambos. La respuesta de Esteban, compleja e hinchada de información y datos históricos, fascinó a Eusebio, tanto, que no se dieron cuenta de que habían caminado juntos casi la mitad de la distancia de regreso a casa [ambos viven bastante cerca]. Che, ¿sos antisemita?, le preguntó Eusebio sin rodeos, y Esteban respondió categóricamente que no, que por ejemplo, una rama de la familia de Lara, su esposa, era de la colectividad judía, una colectividad que él admira por diversas razones. En todo caso, dijo, si se habla de ser antialgo hay que pensar solamente en una minoría de peces gordos de la élite, que según había leído, no son necesariamente semitas sino posiblemente ashkenazís . Es curioso cómo en determinados momentos las piezas de un rompecabezas fall into place. Una vez Eusebio había inquirido a su amigo Darío sobre qué significa eso de la “sinagoga de Satanás” que una vez encontró en el Apocalipsis. Darío le contestó que en las Escrituras no hay excusas ni justificaciones falsas para alentar el odio, porque la explicación está ahí mismo: la sinagoga de Satanás son los judíos que dicen serlo pero que no son porque mienten. 

       Sin embargo, volviendo a la visita a la casa de Paula, el que Eusebio haya deslizado lo de ingeniero social tiene una razón de ser, y se basa en la breve conversación que mantuvo con Silvio aquella noche en el patio de comidas durante los más o menos diez minutos en que quedaron solos. En determinado momento, Eusebio fingió ver algo en su celular aunque en realidad buscó la aplicación grabadora de voz. Cuando regresó a casa esa noche, se quería matar porque encontró que no había activado la grabación como creyó. Una verdadera pena: se hubiera quedado con unas declaraciones por demás interesantes de este modelo masculino sostenible, por quien Paula ya no era la misma. Lamentablemente, lo que después pudo recordar Eusebio fue mayormente una aproximación. Es que también estaba concentrado en actuar una personalidad inmune a la actitud sobradora de Silvio. Un sutil aire de hostilidad ya se había generado desde el momento en que Eusebio lo vio por primera vez y le mostró los pulgares hacia arriba. Pero ¿qué tan genuinamente corteses podían ser entre sí dos hombres que competían por la misma mujer? En realidad, Eusebio debía resignar la competencia, como señaló Mirta. A propósito, a falta de la “evidencia concreta", como Eusebio iba a llamar a la grabación, era mejor que a su terapeuta se limitara a referirle cómo se sintió al conocer a Silvio en el plano convencional de los celos y cosas así.

 


     Soy Natanael. Eusebio Natanael, el agente 0,07 y no 007 porque como espía me moriría de hambre. No pude hacer algo tan pelotudo como tocar en la pantalla el botón play de la grabadora de mi celular. Resulta que Silvio empezó a hacer ciertas declaraciones (o bien puedo decir, a revelar su mentalidad) y sentí que tenía que hacérselas escuchar a Esteban. En realidad al principio había pensado en Mirta. Pero mejor no, me dije, me va a dar con un palo: ¿qué clase de hombre anda grabando las conversaciones que mantiene con otros? ¿Un obsesivo neurótico/paranoico? Capaz que cosas así. Tiro esos términos pero nunca trabajé con el glosario de su área terapéutica.  No importa ahora.  Como dije, no se grabó un carajo. En fin, ahora trataré de escribir lo que puedo recordar de Silvito durante esos minutos en que quedamos solos a la mesa. Me propongo no acomodar sus palabras más de lo necesario por un tema de escritura. Quiero decir, no podré ser literal pero sí trataré de ser fiel a la esencia. Voy a reprimir al editor ceñudo que creo que llevo dentro, de todas maneras no lo estoy haciendo trabajar mucho últimamente. Lo que vuelco a continuación es lo que hay.



         —Voy con Nuri. El baño debe estar por allá. Ya volvemos — dijo Paula levantándose de la mesa y mirando a Silvio a los ojos. Tal vez quiso besarlo, pero se abstuvo por estar yo ahí. No lo sé en realidad. Mi hija también se levantó.

     Con otra mirada y un gesto muy significativo de ella que procuró que Silvio no advirtiera, entendí que Paula me pidió que me comportara. Estando Genaro con nosotros no podía prometerle mucho. Pasó que este muchacho dijo que también iba al baño y, después de anunciar su intención de participar en la cuenta que pagó Silvio, se alejó, hasta perderse como ellas entre la gente que circulaba por los pasillos del shopping. (Yo pagué mi propio gasto solamente, Paula me había ganado de mano con el de nuestra hija, según me dijo). 

     Entonces quedamos solos. Fue una situación incómoda, al menos para mí. Silvio Mazzini se veía muy seguro de sí mismo, yo no estaba seguro de si a mí lo propio me saldría bien. Vi que agarró su iPhone y, diría que divertido por sus pensamientos, se puso a pasar pantallas con el dedo. Por mi parte comencé a tamborilear con los dedos de una mano sobre la mesa al ritmo de la música que pasaban en el patio de comidas simulando mirar nada en particular alrededor. En realidad procuraba estar preparado para cualquier conversación que surgiera.

    Seguramente habían pasado apenas un par de minutos sin que ninguno dijera algo, pero el silencio empezaba a ponerme nervioso. Yo giraba la cabeza de un lado al otro y estaba pendiente de si él levantaba la vista de su celular y se dignaba a comentar algo. Nada. Sentí que no podría evitar preguntarle cómo conoció a Paula. Me había enterado por casualidad de que él existía a través de mi hija como conté en una de las entradas de esto que escribo, sin embargo, no me pareció muy apropiado que digamos preguntar algo así. De hecho no me considero tan superado como los personajes de esas comedias adultas que no llego a ver cinco minutos al hacer zapping. 

     De pronto la música se cortó y se activó el audio de un televisor plasma gigante que estaba funcionando mudo sobre una pared cercana. Estaba un periodista conocido de nuestro medio haciendo de cronista de guerra en Ucrania, mostraba la destrucción que dejaron las ofensivas rusas en una población. Lo seguía otro periodista en el estudio del informativo que hablaba sobre las tensiones que se estaban generando entre Estados Unidos y China debido a la gravitación de esta última potencia sobre Taiwán y las implicaciones para la paz mundial. Ese podría ser un punto interesante para conocer la percepción de Silvio sobre estos acontecimientos. Era mejor comenzar con algo así que metiéndome en la vida privada de mi ex y la de él, o hablar sobre el pronóstico del tiempo.

    —El mundo está al borde de algo terrible y todos esperando el mundial de Qatar...

   Asumiendo que Silvio había escuchado lo que decían en el informativo, hice que el Mundial de Qatar sonara como algo lamentable, como el mayor pan y circo de la actualidad.

    Silvio echó una mirada fugaz al televisor y volteó en la dirección por la que se había ido Paula. Me miró con una sonrisa condescendiente y al fin abrió la boca:

  —La gente necesita esas cosas también, las pide. No puede ser todo destrucción, muerte. Necesita un cierto equilibrio en lo que consume.

   —Al equilibrio se lo dan ya preparado. No es algo que la gente logre —. Hablé con esa forma monocorde de Paula en su era Mazzini.  Sin dejar de mirar su pantallita, desmereció mi opinión frunciendo levemente el ceño. Ahora deseo haber esperado a que él añadiera algo porque seguí—: Es más, me da la impresión de que los medios no le están dando a la gente precisamente un equilibrio sino lo contrario…

    —Hay quiénes se están ocupando de que las cosas mejoren en el mundo. Es necesario ordenar el caos que se genera en todas partes. Lo mejor es no complicarse con algo tan abundante como el mal. O con causas perdidas dijo, la sonrisa condescendiente todavía en su cara.

    Acá tenía dos opciones para explorar su cabeza: cuáles eran para él las causas perdidas y quiénes son los que se ocupan de que las cosas mejoren en el mundo. Desde ya que me irritaba su manera muy genérica de referirse a los grandes problemas  del mundo, como si le hablara a un pibe al que le importa más las redes sociales. Ahora pienso que hubiera sido más interesante llevarlo a lo de las causas perdidas porque, siguiendo la información de Esteban, sospeché que tendría que ver con la libertad que debemos defender y la necesidad de que la gente despierte.

    —Se ve que muy buenos no son…— le dije.  Procuraba verme relajado. Silvio levantó las cejas inquisitivo, el iPhone le teñía la cara de un resplandor frío  —. Los que se ocupan de que el mundo mejore— aclaré.  Me acuerdo de que di por obvio lo de quiénes para que lo chequeara él, sin embargo, no lo hizo. Ahí estuve mal, pero bueno, el que estaba hablando más era yo.

    —Todo lleva tiempo… —. Y se quedó con la voz suspendida, como queriendo decir mi nombre y no recordarlo. No lo ayudé. Prosiguió—: Si bien arreglar lo que tomó mucho tiempo en mal formarse necesita de una cantidad de tiempo razonable, creo que hay que pisar un poco el acelerador. 

    Sentía que él hablaba con convicción. Como dije, se expresaba en forma muy genérica, difusa. A ese paso yo no podía hacer que revelara el rationale detrás de esas soluciones que él debe conocer. Y por supuesto que quería que él hablara de quiénes son los agentes transformadores. Fue en ese punto que intenté activar la grabadora de voz.

     En ese momento se acercó a nuestra mesa una adolescente cargando a un nenito en los brazos y tomando de la mano a otra nena en edad escolar. Nos pidieron plata. Estas situaciones suelen ser incómodas para todos. Y la verdad que fue terrible: vi que en mi billetera solo tenía billetes de mil y vacilé (fui un imbécil en olvidarme de que tenemos una inflación galopante). Silvio en cambio no vaciló, sacó uno de $500 y lo entregó rápidamente. La chica le dijo Que Dios lo bendiga, y se fue a otra mesa. La nena que iba de la mano caminaba dando saltitos. Como yo me había quedado callado procesando lo que se podría interpretar como una inacción contradictoria, él volvió su atención a las imágenes que iba pasando con el dedo, la discreta sonrisa de seguridad/satisfacción la tenía instalada. Tal vez cualquier otro hombre en mi lugar se hubiera levantado de esa mesa para hacer algo sin avisar, no sé, salir a fumar.  Y, al margen, no lo digo como si lo viera con los ojos de Genaro sino imaginando cómo lo haría Paula (No aclares que oscurece, me diría Genny): Silvio tiene el atractivo que entre mis amigotes solíamos admirar de algún pibe fachero al que le es fácil cojer con las minas que quiera. Recuerdo que por mi mente pasaron cómo sería este tipo con Paula en la intimidad y si ella me comparaba. Menos mal que no me gustaban los clichés.  

    Y Silvio habló de golpe, señalando con la cabeza a otros chiquitos que también andaban alrededor pidiendo plata. Se ve que ya los había advertido. Giré para ver. 

   —Estos problemas requieren de soluciones prácticas. Políticas de Estado para controlar cuestiones que se desbordan fácilmente. Es necesario prevenir el crimen y los malestares en la sociedad. La ausencia de una planificación racional de los recursos humanos y naturales provocan estos problemas. 

    ¿Recursos humanos? Si estuviéramos hablando de una empresa tendría sentido. Este debe ser más Malthusiano que el mismo Malthus. 

   —¿Planned parenthood? ¿Las políticas Kissinger de su NSSM 200, o Bill Gueits y su ecuación para culpar a la gente por la enfermedad del planeta? — le respondí mirando la pantalla del plasma en la pared. En ese momento mostraban una inundación que causaba terribles estragos en alguna ciudad asiática.

     Silvio hizo un gesto de que se sorprendió gratamente con lo que dije. Y sin verla, señaló la pantalla con un dedo, como diciendo que la inundación probaba que yo había dicho algo correcto. Ni en pedo lo tomé como un halago. Detecté sarcasmo. El "debate" ahora podía avanzar rápidamente.

    —Cuando las cosas en el mundo empeoran hasta alcanzar un punto de no retorno, hay que empezar de nuevo— dijo, mirándome. Los lugares que mostraba el noticiero cambiaban de un país a otro. En todas partes sobrevenía el caos y la destrucción. Silvio gesticuló un poco con las manos —. Para empezar de nuevo, hay que demoler lo que no sirve. Y los que no quieren entenderlo deberían quedarse callados. Sería bueno que se entienda eso, que se enseñe en las escuelas que debemos entrar a una nueva era. 

    —Ya lo están haciendo, quedate tranquilo

    —¿Y Paula y Nuri? —, oímos decir a Genaro que apareció junto a la mesa. Ambos lo miramos.

    La música del patio de comidas volvió y se muteó el televisor; deben haber arreglado el audio del patio. Empezó un tema bailable, muy pegadizo; me acuerdo de que la letra decía we’ll be together again, I’ve been waiting for a long time; la cancion le inspiraba unos movimientos poco [bueno, no quiero ser una basura] y por demás graciosos a mi ex cuñado. Quisiera que no se ofenda algún lector: tómese lo de Genaro a los efectos narrativos, y comprendiendo que necesito ser fiel a los hechos. Además él es así.

    —Ya estarán por volver— le respondí. 

    —Ahora vengo — dijo, dando a entender que iba a buscarlas.  Quedé solo otra vez con el otro. 

    Cuando llegó el par de chicos que pedían plata por las mesas, esta vez les di yo, y se fueron en pos de Genaro; la forma en que caminaba este era hilarante. Me hizo recordar un videoclip ochentoso que ahora no viene al caso.

   Cómo quisiera que lo que dijo Silvio a continuación hubiera quedado registrado con esa grabadora del orto.

   —Este Genaro… Parece un buen muchacho. —. Habló con la expresión más empática que alguien puede tener —.  ¿Sabés? Planned Parenthood y lo otro que mencionaste no son las únicas soluciones para los problemas del desborde demográfico no deseado.

     Me quedé mirándolo fijo, estoy seguro de que no con la boca abierta.

    —¿Cómo es eso? — fingí no entender.

    Silvio se puso otra vez con su bendita pantallita.  Divertido, sacudía levemente la cabeza. Y justo cuando Paula y mi nena aparecieron junto a nosotros, Silvio levantó la vista y me dijo como si estuviera actuando para una publicidad:

    —Las grabadora de voz en estos funciona perfecto.  Alzó un poco su celular como para que yo viera bien que él también tenía la aplicación, y agregó— : En realidad no sé, yo no la uso. Igual, sé que nadie escapa de estas cosas... 

     Y sonrió como Dean Paul Martín Jr.  ¡Qué estoy diciendo! Le estoy dando la razón a Paula cuando dijo que le alegra que esté yendo a terapia. Visualicé a Mirta dándose toquecitos en los labios con su birome y mirándome satisfecha por lo acertado del diagnóstico que hizo sobre mí. 

    Sobre el verdadero Dean Jr, digo que él y su entrañable padre descansen en paz, pero lejos del lugar del que se escapó este tizón escapado del fuego que tenía enfrente en la mesa. Me acuerdo de que me hice el boludo con la recomendación de la grabadora pero me sonrojé igual.

 

    








                                                                                             To be continued...






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