domingo, 22 de enero de 2023

20-20 y DESPUÉS (Capítulo 10)

 

Este relato es FICCIÓN



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    10


Me acerqué al reluciente Peugeot (creo que era un 308) y me agaché un poco para hablar a la altura de la cara de Paula. Me di cuenta de que yo estaba vestido demasiado de entrecasa, tenía puesto un jogging con las rayas de las piernas deshilachadas; es que había estado cómodo en casa estudiando con Esteban; ni siquiera calzaba zapatillas, andaba en unas crocs. Y para completar la estampa, estaba usando una remera de The Ramones, banda que no me interesa en absoluto; me la habían dado por falta de vuelto cuando compré un CD hace aaaños en Parque Rivadavia. 

     La sonrisa que tenía Paula era la de otra persona, la de alguien que se sentía realizada. No sé si era el corte de pelo o el peinado lo que le realzaba la forma de la cara. Recuerdo que a veces yo le decía que ella me gustaba más con menos maquillaje, es decir, esos colores que se ponen en los párpados o la excesiva delineación de las pestañas. No me gustaba mucho cuando sus labios pintados le contrastaban mucho con la piel, o usaba un tipo de uñas largas que me impresionaban un poco. Paula me daba el gusto y se producía menos, no sin quejarse a veces. En cambio, ahora que la observé, el otro aparentemente no la desalentaba en esas cosas; ella tendría más libertad para ser ella misma, a explotar su belleza y seducción con las que disfrutaría más que conmigo.   En cuanto a mí, se estaba cumpliendo algo que yo llamo una ley de Murphy banal: siempre cuidás tu aspecto, pero cuando llegue el momento en que necesites verte bien vas a lucir como un croto. O me estaba pasando lo que alguien siente cuando lo que posee no es tan lindo o deseable hasta que lo ve en manos de otra persona (nota mental para discutir con Mirta en la próxima sesión). En un segundo me prometí a mí mismo que no permitiría que mi orgullo o mi autoestima decayera un ápice, no. ¿Acaso para mí, todo lo que se ve alrededor no es más que un mundo de apariencias? Cuando miramos a la gente, solemos atribuirle estados/logros que carecemos y deseamos para nosotros, cuando la realidad puede ser muy distinta. Paula conocía mi filosofía, no digo que la compartiera. OK, me daba cuenta de que también me estaba mentalizando por si se daba la contingencia de tener que entablar un mano a mano con el tal Silvio. Mucha de esta determinación, sin embargo, se evaporó cuando una sonrisa inesperadamente intimidadora de mi ex desde el interior de ese auto me provocó el impulso reflejo de mirar al piso. Entre los agujeritos de las crocs vi mis medias. Si bien Paula es casi diez años menor que yo, a lo mejor recordaba a un personaje cómico de la televisión que vestía así de pintoresco. El daño ya estaba hecho. 

    ¿Daño? ¿Qué daño? ¡Por favor! 

    —¿Cómo andás, Eusebio? Ah, él es Silvio.

   Me agaché un poco más y vi la sonrisa autosuficiente del que estaba al volante. Solamente le devolví ese tipo de sonrisa junto con mis pulgares para arriba. Dicen que las imágenes y los gestos dicen más que las palabras. Bueno, el gesto que le hice a Silvio debió haber aumentado la impresión que le estaría dando, y desde ya que no me representaba. 

   —Sí, sí. Ya me contó Nuri— le respondí a Paula, tratando de mostrar la reacción más aséptica posible—. ¿Quieren pasar? La nena estaba jugando con el videojueguito ese. Ah, todavía no sé qué voy a regalarle. Algo útil, claro, cuando llegue el día de su cumpleaños.

   Paula, siempre hábil para manejar los momentos incómodos, pasó por alto mi tono sobrador haciéndose la boluda. 

   —Che, te veo bien. Te veo menos panza.— Por toda reacción le guiñé un ojo, no sé por qué, nunca fui de hacer eso. Paula fue por más—: Mirá, ya que estoy con Silvio, si te parece me llevo a Nuri a casa. ¿No te avisó que quedamos así? Me dijo que habías salido acompañando a alguien y que no le respondías el Wasap. Yo también te estaba avisando que pasaba por acá. 

   —Es que justo dejé el celu. Ahora iba a ver qué comemos.

   —No te preocupes, yo me ocupo.

   —Venite con nosotros, nos vamos todos juntos a comer — se atrevió a proponer el Dean Martin Jr del subdesarrollo. 

    Bueno, si bien estaba resuelto a no darle demasiada entidad a la situación que, obvio, me resultó odiosa, al final la estoy contando acá como parte de la tarea que me encargó Mirta, y porque se relaciona directamente con lo que me pasa con mi ex, tema principal de nuestra próxima sesión. Tanto que detesto esas pseudo comedias románticas copiadas de la sociedad yanki que hace Adrián Suar (Mirta: ¿Pero vos viste sus películas? - Yo: ¡Ni en pedo, pero me imagino!), y resulta que parecía que de pronto me vi envuelto en una. En realidad, lo que resultó tener tanto o más interés para mí, es lo que descubrí más tarde sobre el perfil de Silvio Mazzini cuando tuve la oportunidad de "conversar" con él. 

    Iba a deletear lo que sigue, pero en fin, queda como continuidad de lo estuve escribiendo.

    Le dije a Paula que definitivamente Nuria se quedaba a comer conmigo y que después la llevaba yo. Creo que quedé hasta un poco sobreactuado con mi cortesía irónica, la verdad es que quería evitarme otro escandalete; pero era demasiado tarde porque mientras hablaba, nuestra hija salía del edificio de la mano de su tío, que le llevaba la mochila. La cara de entusiasmo que tenían todos por el paseo en auto sería difícil de contrariar. Qué carajo me importa, pensé, yo iba a hacer como acababa de decir y punto. Confiaba en que ella no se prestaría a generar un momento tenso teniendo al pulóver de wachiturro al lado.

    Y no sé cómo veo que Genaro se queda atrás y se da vuelta para saludar a Paz, que aparece en el palier de planta baja. Enseguida abrí la puerta trasera del Peugeot, me metí raudamente estirando de la mano a Nuria para que se sentara en el medio, y esperamos a que subiera el otro personaje. 

     —¿Saben qué? Está linda la noche, qué tanto drama, ¡vamos! — dije.         

  Paula me miró sobre el hombro con una sonrisa desconcertada.  Genaro entró y se quedó mirando a mi vecina a través de la ventanilla. Era imposible que este se abstuviera de comentar algo sobre la desgracia de ropa que yo tenía puesta. Ya me conocía, incluso de aquel tiempo en que vivimos juntos, así que atinó a decir que la noche estaba más para ir a los choripanes de atrás de Puerto Madero que a no sé dónde. Pero estiré una mano por sobre Nuria hasta alcanzar la cabeza de Genaro por esto:

    —Che, Euse, te mandó saludos tu vecina, preguntó cómo estabas del ojo. ¡Áyy-ia! ¿Qué te pasa? 

    Este cuñadito mío era astuto todo el tiempo menos cuando era necesario. 

    —Pa, ¿esa no era Paz?

  —Genny tiene razón. Podríamos ir a los choripanes— dije alarmado porque vi que la curiosa de mi vecina se quedó mirándonos detrás del cristal de la puerta del edificio—. Ma sí, ¡vamos a cualquier lugar! ¡Aaayyy! 

  —¿Viste cómo duele?— dijo Genaro en un susurro que hasta debe haber escuchado Paz donde estaba.

    Lo miré como diciendo después arreglamos. Mi nena se tentó y no pudo quedarse callada; Paula miró para atrás y se contagió al vernos. Solo faltaba que dentro de ese auto todos quedáramos congelados riendo felices y aparecieran sobre la pantalla los créditos y la música.

    Aunque tapadas por la sonora algarabía, aislé las frecuencias graves de una risa de tres sílabas de Mazzini. A través de su apoyacabeza, cual Superman con visión de Rayos X, creí ver su expresión. Ya lo odiaba siendo que apenas me lo habían presentado.

 

   Estoy escribiendo esta entrada en casa. Es el sábado siguiente de estas cosas que cuento arriba. Por fin pasó el mid term exam que me preocupaba tanto; no que para mí fuera muy difícil sino que no lo estaba preparando como debía. De todas maneras, aprobé con un 7, nota que pudo haber sido inferior de no haber contado con Esteban, que me ayudó a enfocarme en medio de las distracciones y los incidentes que estuve atravesando. Las tareas de las otras materias están casi al día porque antes de escribir para este diario — obviamente, fuera de mi horario laboral— generalmente me ocupo de ellas o al menos las comienzo con la idea de completarlas en cualquier momento propicio. 

    Tengo que admitir que soy bastante raro: si bien ahora estoy más relajado y dispongo de más tiempo, no tengo muchas ganas de escribir ni de editar. Y eso que disfrutaría de al menos tres semanas antes de que tenga nuevos parciales. Pasa que la aparición de este tipo insumió bastante mis energías y dejó atrasadas, al parecer, las cuestiones que más me interesaban e inquietaban originalmente. 

 

    El jueves estuve en el consultorio de Mirta y hablamos de Paula, del otro, y de lo que pasó la noche del paseo en auto. Le mostré lo que escribí y después analizamos juntos todo sobre mi actitud/reacción. Mirta sugería implícitamente que debía aceptar las cosas como eran. ¿A qué otra conclusión se podría llegar? Supongo que estaba necesitando que alguien me confirmara que soy posesivo, inseguro, egoísta y claramente celoso. En realidad, por ahora no dijo nada de eso, la veía pensativa, como elaborando internamente su feedback; solamente me preguntó que cómo me sentí en el momento del encuentro con Silvio, la impresión que me causó, y lo que ocurrió después en la salida. Aunque noté que miró un reloj que tiene sobre una pared detrás mí, no pude evitar hacerle, además, un resumen sobre los incidentes con Paz, sobre al cual no pude explicarme como correspondía porque finalizaba la sesión. Un rictus en los labios de Mirta me adelantó su reacción para el siguiente encuentro. Me dije que tendría que hacerme cargo de mi falta de autodominio y prudencia (mantener la boca cerrada cuando debería). Ya la estoy escuchando la próxima vez que nos encontremos. Si tradujera su terminología terapéutica a un lenguaje lego — a un lenguaje de cualquier muñequito lego que camina por la calle—, lo que pasó con mi vecina expone al insufrible machirulo retrógrado que hay detrás de mi pretendida urbanidad para los tiempos que corren. Pero ¿por qué me adelanto? Si estoy tomando terapia no es precisamente para agregarme otra perturbación.

    Llegando al mediodía le pregunté a Genaro qué íbamos a almorzar. Abrió la alacena para ver lo que había y dijo que quería probarme cuán ingenioso podía ser él en tiempos posplandémicos. De todas maneras, repliqué que había que hacer las compras porque ya estábamos casi sin provisiones. En ese momento sonó la llegada de un audio a mi Wasap. Era Esteban contándome que tenía más novedades sobre la compañera amnésica de su mujer. Le contesté también con audio que qué tal si nos encontrábamos  a la tarde para tomar algo así me las contaba. 

  —Invitalo acá, trabajé de barman en Miami por un tiempo— dijo Genaro con entusiasmo mal disimulado. 

   —Lamento pincharte el globo, pero está casado y tiene un hijo.  

    Me salió así de directo. Creí que me iba a retrucar por ejemplo con el consabido y harto predecible en él yo no soy celoso. En cambio me respondió Cuándo despertarás a la realidad. Lo miré como diciéndole tomátelas, un argentinismo que supongo ya debe sonar arcaico si lo dijera. Al mismo tiempo me pregunté qué tan equivalente podía ser a la expresión get a life!

    Antes de pasar a las novedades de la otra amnésica, todavía no referí lo que me contó Esteban el domingo que estuve estudiando con él en casa:

     Tamara es una de las compañeras de la mujer de Esteban en la escuela de yoga a la que asisten ellas más o menos regularmente. Tamara es de quien me contó Esteban (que a su vez le relató su mujer) que está atravesando un problema en su matrimonio debido a que no recuerda, mejor dicho, desconoce haber hecho algo serio. Y no es para menos: el marido encontró que un día ella extrajo de la caja de ahorros del matrimonio casi la totalidad del dinero que ambos venían juntando con esfuerzo durante los dos últimos años, y que incluía la venta de unas joyas familiares. Esta cuenta de ahorro, por razones de conveniencia o comodidad, está solamente a nombre de Tamara. Cuando el marido le preguntó por el dinero extraído, ella respondió que no tenía idea de lo que estaba hablando, por lo cual él se puso a investigar.  Al principio él creía que habían sido perjudicados por un error de gestión del banco o bien habían sido víctimas de un hacker u de algún otro tipo de delito. Lo que averiguó el marido de Tamara es que ella misma se presentó un día en el banco y retiró el dinero a través de la caja, y que la operación quedó normal y formalmente registrada. La operación se efectuó el último día en que funcionaba la sucursal, puesto que el banco en cuestión procedió al cierre de la gran mayoría de sus sucursales, siguiendo la política mundial de que todas las consultas y operaciones bancarias pasan a efectuarse excluyentemente de manera virtual, como lo marca la actual tendencia post-plandémica (sic).

  —¿Y Tamara no se hace cargo entonces? — le pregunté a Esteban. 

  —Lo desconoce, totalmente. El marido al principio quería creerle. La mujer jura y perjura que ella no sacó nada, pero el banco presentó la filmación de las cámaras de seguridad, presentó el comprobante de la extracción, y tiene el registro de que Tamara usó la contraseña confidencial. No queda lugar para duda alguna. A pesar de eso, ella desconoce todo. Se le armó un flor de quilombo a la mina, imaginate.

  —Me pregunto por qué Tamara haría eso. A lo mejor lo quiere joder al marido, ya vendrían con problemas.

   —Según Lara, no (Lara es la mujer de Esteban). Mirá, Tamara se hizo confidente de Lara, viste, se ven seguido en esa escuela de yoga. Tamara dice que no recuerda que lo haya hecho, y le asegura a Lara que no tenían problemas con el marido, que son un matrimonio que se han llevado siempre bien. Con este quilombo de la guita, las cosas se fueron al carajo. El tipo le dijo a Tamara que en vez de ir a hacer yoga debería ir a un psiquiátrico. De hecho, le pidió que se sometiera a un estudio. Tamara aceptó. El resultado indica que ella está en normal uso de sus facultades mentales, y que no tiene tendencia a la mitomanía. Muy raro todo, muy raro.

   —Decímelo a mí, Esteban. Paz no me afanó guita, pero el incidente que te conté para mí es igual de raro.

  — Mirá, yo lo veo un poco distinto. Vos creés que ella quería algo con vos, lo que pasó. No sé si con eso ella pretende atraparte sentimentalmente, no sé…

  —En cierta forma, me atrapó. La emboscada no deja de darme vueltas por la cabeza.

  —Digamos que quiso sacarse las ganas y bueno, lo hecho hecho está. 

  —¡Qué prágmatico!, me reí . Pero no sé, no creo. Paz actúa como si realmente no hubiera hecho nada conmigo. Y mirá lo que me pasó en mi intento de investigar —, me señalé el ojo, el moretón todavía estaba, ya menos visible.

  —Lo raro con Tamara, según le aseguró a mi mujer, es que no tiene antecedentes psiquiátricos que dé algún tipo de explicación para lo que hizo —dijo Esteban mirando su reloj, tendría que volver a su casa. Hablamos de esto, palabras más, palabras menos, cuando estuvo en casa estudiando conmigo.

 

    Más tarde, cuando volvía de hacer las compras en el supermercado, encontré a Genaro y a Paz charlando en la puerta del edificio como si fueran graaandes amigos de toda la vida. Ella le mostraba el brazo, y el caradura le miraba algo ahí. Este cuñado mío siempre tuvo esa cosa de hacerse amigos por todos lados. Ojalá yo tuviera esa facilidad para acercarme a una mujer y ponerme a charlar así, de una, con esa espontaneidad; cojería más seguido. Bah, muy subjetivo lo mío. Me estoy riendo mientras escribo porque no estoy filtrando mis pensamientos. Pero, claro, a este por ser como es no le cuesta que hasta las minas más lindas le den bola. Me acuerdo de un compañero de trabajo hace años que tenía fama de mujeriego. Cuando nos contábamos nuestras andanzas de fin de semana, aquel compañero me cargaba diciéndome que yo era un "arbolito de navidad" porque tenía las bolitas de adorno. Esto era porque, en comparación con sus aventuras de ganador, supuestamente yo tenía muy poco para contar.  Por eso cuando lo vi a Genaro tan dicharachero con Paz, dije para mis adentros, envidioso, ¡qué flor de arbolito de navidad! Y sí, qué basura puedo ser a veces.

  Pasé al lado de ellos, saludé sin detenerme, abrí la puerta y me fui directo al ascensor. Si bien no miré detenidamente la cara de Paz, no noté algún indicio de hostilidad o resentimiento, sino lo contrario: una expresión como si quisiera pedir disculpas por lo de mi ojo. Mientras guardaba la mercadería en la alacena, no veía la hora de que este Genaro viniera, así me enteraba de qué estaban charlando, aparentemente tan animados.

   Media hora después, Genaro estaba picando las verduras en la cocina, también iba meciendo con una cuchara lo que se cocía en una olla. Me acerqué y me paré al costado de él mirándolo trabajar. No sabía cómo preguntarle  en qué andaba con mi vecina. Este ya conocía mi táctica de inducir a que la otra persona hable sin que uno necesariamente pregunte algo. Debo confesar que yo odiaba cuando otros me lo hacían y terminé adoptando eso.   

   —La conductora de "Utilísima Cocina" viene a decirme que nos vamos a una tanda publicitaria. ¿Querés probar un poquito? Igual falta, falta. 

   —Nunca cambiaste, Genny. Diría que estás peor. Che, de todo lo que hiciste estos años, ¿de qué viviste principalmente? 

   —Qué vueltero que sos. 

   Genaro tenía la sonrisita de que dominaba la situación.

    —OK. Sin vueltas. Si te dignás, soy todo oídos.

    —Paz gusta de vos, o al menos está interesada. Vamos a partir de esa premisa. ¿Correcto?

    —Parece que sí, no sé. No me hago cargo de eso, es un problema de ella. Pero contame algo que no sepa.

    —Ayyy. ¿Y vos?

   —¿Yo qué?  Mi mente está en otra mujer.

   —Pasa que ya es un poco tarde. —Genaro vertió las verduras que cortó en la olla y me miró a la cara —. Habrás notado que Silvio la tiene deslumbrada a Paula… —      Gesticulé una indiferencia antipática. Este volvió su atención a la olla —. Che, se renotaba la competencia  cuando estuvimos en el patio de comidas ese. El otro no te seguía la bola, sus ojos de Porto de Galinhas eran solo para Paula, y los de ella para él, mientras vos hacías tu galantería alternativa… Lamentable. Te lo digo de onda.

    —Listo, ya fue, ya fue. Tenés razón. Ahora, por favor, Genaro, ¿de qué hablabas con Paz? ¿Te dijo algo de mí?

    —Y vos que me criticabas por ver esas comedias yanquis, ah, ¡y las de Adrián Suar! Esa noche estabas igual.

    —Genaro, ¡la concha de tu hermana!  Comé vos solo, yo me mando a mudar, como afuera. Tengo que encontrarme con Esteban.

    That did the trick, again. Al rato estábamos a la mesa almorzando. Genaro estaba dispuesto a colaborar. Para que supiera por qué yo estaba interesado en saber de qué charlaba con mi vecina le conté todo sobre el caso de su amnesia. Cuando digo todo incluye la mañana aquella en que entré a su departamento con la llave que ella me pasó por debajo de la puerta, y después todo lo que pasó la noche de la calabresa, que ya conté en su momento. Tuve que soportar que este guacho se cagara de la risa y se divirtiera como nunca. Lo cagaba a pedos y ¡ya no te cuento más un carajo!, pero el jájaráajarajará acelerado de este no paraba; no sé exactamente qué le divertía tanto. Me decía perdoname Euse, no te enojes pero me imagino la situación, y no podía mantenerse serio. Entonces le pegaba un poco en broma, hasta le hice el candado de los luchadores, que le hizo prevenirme que él era de carne y hueso, con lo cual lo solté enseguida y le dije solemnemente serio que nunca dejemos de respetar nuestros límites de parientes.  Genaro se puso serio también y a continuación me mencionó como al pasar algo interesante relacionado  con un tatuaje que le encontró a Paz en el brazo cuando estuvieron charlando hacía minutos en la entrada del edificio. Yo que la conozco hace ya unos cuantos años, jamás había reparado en que lo tenía. De hecho los tatuajes nunca me interesaron, al margen de no tener precisamente una opinión linda de las personas que se los hacen. 

    Lamentablemente, como dije, estos días estoy cansado como para escribir y sobre todo para editar, así que esta última entrada tal vez no se lea como quisiera. Hay mucho que quisiera contar ya, ya mismo, pero que no podré hacerlo por ahora. Necesito descansar unos días sin tocar un teclado más que para trabajar y para hacer mis tareas. Creo que dejo lo siguiente, así como lo tipeé, en bruto. 

    Después de comer con Genaro, hice una siesta y al levantarme salí a encontrarme con Esteban como habíamos acordado. Quedamos en que él me tenía que contar novedades de Tamara; yo a su vez estaba ansioso por contarle lo que me dijo Genaro sobre el tatuaje de mi vecina, algo que aparece en común en ambos fenómenos/episodios psiquiátricos. Lo único es que, claro, ahora debería invitar a Esteban a casa, como una forma de corresponder el aporte que hizo mi excuñado. Me doy cuenta de que este sueña, sueños vanos, pero sueña. Hice bien en no prometer nada al salir de casa, no quería que Esteban se sintiera incómodo con este demasiado inclinado-a-la-sociabilidad-de Genaro, así que, si a Esteban y a mí se nos ocurría ir a tomar algo a otro lugar, lo lamento por el otro. Que se joda por fijarse en alguien con quien no tiene chance para sus caprichos. Al que le conviene despertar a la realidad es a él.

    Iba caminando rápido hacia el bar en el que acordamos encontrarnos, que se encuentra en la avenida comercial del barrio, a pocas cuadras de donde vivo. Para cortar camino, tenía que atravesar el parque que tengo enfrente cuando escribo en mi bar favorito los findes a la mañana. Llegando al centro del parque oigo que me llama una voz que me es familiar, de alguien que estaba sentado en un banco. Me di vuelta para ver quién era:

     —¿A dónde vas tan apurado?

   Era mi amigo Darío. Me dijo que estaba esperando a sus hijos, que estaban en una peluquería a una cuadra de ahí. Nos saludamos, que qué tal y demás.

    —Y Mati, ¿cómo anda? ¿Le fue bien con su presentación oral?

   —Sí, sí. Me contó que le pusieron una nota buena, una "A". Estaba contento. Gracias, Euse. Me dijo que no le quisiste cobrar. Pero, por favor, estás ocupando tu tiempo, y más, me dijo Mati. Cobranos lo que corresponde.

    —No, no se preocupen. Veo que Mati tiene muchas ganas de estudiar. Cuando es así, si tengo tiempo puedo ayudar con gusto.

     —Bueno, gracias. Qué copado, Euse. Ah, ahí vienen mis pibes.

   Miré hacia el costado y se acercaban Mati con uno de sus hermanos. Parecía que se acaban de hacer ese corte rapado que está de moda. Mati también me agradeció y me contó cómo había sido la presentation de "Animal Farm". La verdad que quería escucharlo, pero al mismo tiempo no quería llegar tarde a la cita con Esteban. Al consultar discretamente el wasap, leí que él venía atrasado, así que me relajé y pude charlar mejor con Mati, que me contaba:

     —...entonces les propuse a mis compañeros que pensaran en comparaciones entre los personajes de la Granja de los Animales [ver el capítulo 8 de este diario] y lo que pasa en la realidad con los políticos de los países—, me contaba Mati entusiasmado—. Y a un compañero se le ocurrió que las ovejas de la Granja podían ser los medios de comunicación que todo el día están bla bla bla para tapar lo que la gente necesita decir cuando el gobierno quiere hacer algo con lo que no están de acuerdo. El profesor ponía caras raras, pero le pareció interesante.

   —¡Claro! Lo que la gente quiere expresar, no lo que los medios quieren ponerle en la cabeza a todos. Porque la gente no votó a los periodistas ni a esos para los que trabajan; tampoco votó a los funcionarios del gobierno para que saquen leyes que beneficien a los vampiros gordos de afuera y de dentro del país. Por eso los medios están mee meee meee meeee.

   —¡Sí! Este compañero lo dijo más o menos así —, replicó Mati. Digo "replicó", en el sentido de que "replicó el viento de cambio", aunque fuera en realidad apenas un soplo. 

    Ambos rebosábamos de exultación. No podía creer lo que generó la actividad que le habían asignado a Mati en su profesorado. ¿Alguien se acuerda de las palabras con que terminaba la película Terminator 2? uno de los incontables productos de Hollywood que han ejercido el efecto de preparar a la gente para el futuro que ya está aquí (como en una canción de Los Redonditos de Ricota).  Bueno, ahora quisiera copiarme un poco y decir mi frasecita: al escuchar a este pibe, sentí que existe una lucecita de esperanza para la libertad de la gente en el futuro, para el que no creo que haya que esperar mucho a que llegue. 

   Tenía un bonus para contarle a Esteban dentro de un rato cuando nos encontráramos.

 








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