domingo, 5 de junio de 2022

20-20 Y DESPUÉS (Capítulo 2)

 

Este relato es FICCIÓN





                     

2


16 de abril


El otro día encontré en el supermercado chino a uno de mis viejos amigos del barrio, Darío. Lo vi haciendo la cola para la caja cuando me acercaba yo también a pagar. La verdad, en ese momento yo no tenía ganas de charlar, y menos de llegar a los temas que surgen cuando me cruzo con Darío. Preferí fingir que no lo había visto y retrocedí hacia el pasillo de los productos de limpieza. Desde la vez en que este amigo me contó que se había bautizado en un ministerio cristiano que yo ni idea, me lo quiero cruzar cada vez menos. Darío siempre fue alguien creyente, de chico era católico como la mayoría en el barrio. Cuando mi mamá nos llevaba a misa a mí y a mis hermanos, Darío se juntaba más con nosotros que con su propia familia. Nos ubicábamos juntos en los bancos de la iglesia; se sabía los himnos de la misa de memoria pero yo nunca encontraba la página con la letra. Eso fue en la época de la primaria y comienzos del secundario.  De todos mis  amigos del barrio sólamente él era así. Los demás de la bandita éramos como todos, pasábamos el tiempo en cosas de pendejos, de los de antes, sin la influencia del cable, netficks u otras fuentes de violencia como dice Darío. Pero él fue un capillero hasta la edad de los 15 más o menos (tenemos la misma edad), después cambió. Por entonces, una vez le pregunté por qué no lo veía más en misa los domingos las pocas veces en que yo iba. Me contestó que lo que aprendió en las clases de historia del colegio lo hizo indignar. "Ah, ¿sí? ¿Y qué aprendiste?" le dije. Me dio a entender con un gesto no quería perder el tiempo conmigo sobre eso. Si "el monaguillo”, como le decían los otros pibes (porque era “puro como su imágen”, el lema de un comercial de café de Argentina), había dejado de ser creyente, su desengaño debió haber sido importante.  Tuvo a continuación su etapa de renegado social o de rebelde sin causa (rebelde sin chaucha, le decíamos) aunque tampoco estaba muy interesado en juntarse con nosotros. Después nuestras vidas se alejaron por un par de décadas más o menos, y se volvieron a cruzar hace no mucho. Cuando charlamos sobre qué había sido de nuestras vidas, me contó que había quedado viudo y que tuvo que criar dos pibes él solo [pibes=niños varones] que ahora están en edad escolar. Como yo también estoy solo porque me separé y mi hija (el único hij@ que tengo) está viviendo con la madre, pensé que en esta época retomaríamos de alguna manera la amistad del barrio. Creo, sin embargo, que va a ser más difícil ahora, lo noto muy firme en sus creencias y eso pone una barrera entre nosotros. Las veces en que nos cruzamos, para mi es mejor que las charlas no pasen de hablar del tiempo y de alguna que otra cuestión de la actualidad. ¿Por qué? ¿Se acuerdan de una vieja canción de los Pet Shop Boys? Justamente a Darío le gustaban los “pechos-voy''; me gustaría poner la traducción al español del tema It’s a sin, así se entiende a qué me refiero.

Ahí estaba mi amigo, controlando el vuelto que le dio la cajera. Yo estaba dispuesto a hacer un poco más de tiempo entre entre las lavandinas y los jabones líquidos, quería evitar que retomáramos la conversación que tuvimos hace poco sobre… la tierra plana. ¡Por Dios! Por ejemplo, él cree que el viaje a la luna es un fraude, que nunca ocurrió. Sí, ¡él cree en eso! Estamos bastante de acuerdo en que tenemos un gobierno títere que se propone ejercer un control espía sobre las personas y que la nueva normalidad impuesta responde a un plan a largo plazo de una élite globalista de personajes que los medios nunca mencionan siquiera y que por eso siguen operando en la oscuridad. Pero lo de la tierra plana… hasta ahí llegamos. Cuando salió eso, le recordé que existieron Copérnico, Newton y Kepler (que tuve que estudiar en mi actual carrera), pero Darío sacudía la cabeza como anticipando que tenía mucho para decir sobre ellos. Por suerte el ringtone de su celular interrumpió el debate.  Ahí aproveché para escaparme, esa fue la última vez que charlamos. Ahora, cuando vi que salía del supermercado chino con las bolsas de sus compras recién me acerqué a la cola de la caja. 


Antes de entrar a mi departamento, voy a tocar la puerta de mi vecina para devolverle el azúcar y los fideos que me dio y que yo dije que iba a reponer. Paz se llama mi vecina. Creo que le gusto, para mí es obvio y ella parece no estar dispuesta a disimularlo. La verdad es que a mí, Paz no me interesa para algo más. Ella se encuentra en las antípodas de Darío y sus pruritos religiosos. Paz no tendría ningún problema en agarrar viaje hacia lo que dé con un mero parpadeo de luz verde. Es por las cosas que dice, si no la malinterpreto. Estaría bueno presentársela a Dari en una reunión que yo podría "improvisar" en casa. Me río nomás con la idea.    El caso es que ella simplemente no me atrae. No es una mina fea en realidad, es solo que no soporto que sea tan oficialista, tan adoctrinada en favor de la nueva normalidad. Me gustaría que supiera que, además, conmigo no suman esos peinados de mechas coloridas o el del flequillo/coleta que no le quedan tan bien a los 30 y tantos, según mis cálculos; mucho menos los borceguíes de plataformas de más de cuatro dedos de alto. Después, está la defensa a capa y espada de la “presidenta”. Tal vez si no fuera por estas cosas, calculo que podría montar una puesta en escena descaradamente copiada de esas comedias románticas que consume. Sex and the City? Qué sé yo. Creo que debe pensar que soy demasiado correcto o tímido pero me sale así con ella, parece que siempre estoy escapando de las insinuaciones o de cuando las situación queda servida en bandeja. Una vez me dijo, "Vos creés en lo de muerte al macho, ¿no?", y yo no pude contener una carcajada. Lo bueno es que Paz  parece no enojarse con mis actitudes de no-acción. No sé qué pensará de mí. Yo no soy un mojigato como Darío, pero reconozco que fui criado a la antigua. Además, algunos comentarios que hace me irritan aunque aunque trato de no demostrarlo. Estuvo protestando porque adondequiera que va, ella va observa que la gente se está relajando en esta cuarta ola de lo que ya sabemos, dice que deberían pedir el pase en todos lados. Si bien yo vengo cumpliendo con las clavadas hipodérmicas —admito que lo hice por cómodo y por conveniencia—, no me gusta nada cómo se dieron las cosas durante el surgimiento y desarrollo de la pandemonia . No quiero pelearme con ella por estas cuestiones como me pasó con otras personas, un par de amigos, por ejemplo. Esto es un poco largo de contar. En fin, antes de entrar en mi departamento, le toqué la puerta para devolverle las cosas de su alacena. Detrás de su puerta se escuchaba esa música latina, pero no me abrió. Me pareció raro.

Dejo el diario por hoy, tengo que ocuparme de mis tareas para la facultad, sé que tengo que leer un montón. No sé si esto se parece a un diario o a otra cosa. Es un diario como dije, un diario a la Eusebio.





23 de abril


Estoy estrenando esta tablet Samsung que me compré porque a mi plata quiero consumirla yo, no la inflación. Es más cómoda para llevar en la mochila. Estoy tomando el desayuno en el piso superior de este bar del que soy habitué, justo enfrente de mi parque favorito. Estamos en pleno otoño, el día está bárbaro, bastante fresco pero soleado. Es solo que la mañana de este sábado me quedará corta para disfrutar: después de esperar por diez minutos en la parada del colectivo [autobús público en Argentina] tuve que regresar a casa por la mordaza que seguro olvidé sobre la mesa, porque si no, no se puede viajar. Esta cosa obligatoria para ciertos casos no deja de irritarme. Ya cumplí incluso con el tercer clavado y empezaron a decir que agarremos otra vez la tabla de surf porque se viene la cuarta/quinta, vaya a saber. Sin embargo, no van a negar que lo que se observa en la calle es gracioso. ¡La gente anda con la máscara del zorro afuera, donde el aire circula! ¿Pero no está acaso permitido no usarla en lugares abiertos? Es difícil librarse del miedo que se infundió durante aquel año negro del comienzo de esta década, con esas imágenes virtuales de entidades microscópicas que se movían y giraban como criaturas del mundo subarino detrás de los comunicadores en la televisión. Quedate en casa, quedate en casa, quedate en casa. Un conocido que reencontré después de unos años me contó que atravesó por un cuadro depresivo. Yo tengo la suerte de tener un empleo de esos que se consideran esenciales, así que zafé porque podía rotar con mis compañeros de trabajo y viajar hacia la oficina cada dos semanas. ¡Qué desesperante hubiera sido quedarme en casa todo el tiempo cuando no tenía teletrabajo, en la época más dura de los encierros! Esos

meses fueron una experiencia espantosa que ojalá no tengamos que repetir, aunque —por las declaraciones que hacen los especialistas— podríamos tener un reprise. Hay mucho que quisiera contar sobre esa época, no lo haré ahora. 

Volviendo al amor por el bozal que tiene la gente que veo en la calle, simplemente pienso que si ya te han picado, y si el gobierno —tan "comprometido" con el bienestar de las personas— permite que no lo uses en espacios abiertos, entonces el miedo quedó como un  tatuaje límbico. ¿Y cómo se podría exorcizar ese miedo? Las voces autorizadas en las pantallas exhiben sus credenciales; ¿quién puede entonces cuestionar lo que dicen esas voces prestigiosas y de autoridad por sobre el resto de los mortales? Nuevamente hay mucho que quisiera decir al respecto, pero en esta tablet con un teclado virtual no es muy cómodo escribir. Lo que sí me pregunto es, ¿cómo es que nadie se dio cuenta? Lo estoy viendo en este mismo bar ahora: ¡he ahí la solución para exorcizar el miedo de las personas a dejar el bozal cuando la situación no lo requiere! Lo que se debería hacer es invertir sumas ínfimas de dinero (ínfimas en comparación con los miles de millones que se pagan a los órganos crediticios internacionales) para implementar mesas que se mueven por las veredas o por las calzadas, mesas con ruedas y sillas alrededor. Sentadas a la mesa, la gente iría viajando como si estuvieran comiendo, de hecho podrían hacerlo: desayuno, almuerzo,  merienda, cena. Che ¿me pasás el azúcar, que me bajo en la esquina? Se podría lograr que la gente creara relaciones familiares extendidas. Además, de una vez por todas, se destruiría la hipótesis ridícula de las “burbujas familiares''. Y a la política globalista le vendría bien, ya que el tecnato de billonarios  está promoviendo una especie de nuevo socialismo, así que tan descabellada no parece la idea de los "colectivos-mesa". Y si fueran impracticables debido a muchas limitaciones, ¿dónde están las mentes creativas y emprendedoras de la nueva era sustentable para que adecuen las cosas? 

No, no, fuera de broma: cuando pasen por las ventanas de los bares y restaurantes fíjense cómo la gente (la gente que puede) encuentra con toda naturalidad su momento de sosiego respiratorio; no se aprecia en sus rostros la menor sombra de aprensión. Eso sí, en este tipo de lugares cerrados, si te levantás para caminar hacia al baño, ¡tenés que usar el bozal! ¿o sos un desconsiderado?

Aprieto el botoncito para llamar al mozo. No es muy cómodo tipear en esta tablet. 



 

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