domingo, 8 de octubre de 2023

20-20 Y DESPUÉS (Capítulo *16 )

 


Este relato es FICCIÓN



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        Minutos después Genaro irrumpe en el departamento todo agitado, abriendo los ojos como un personaje histriónico de Gasalla. De la agitación que trae, apenas tiene aire para hablar.

       —No me digas nada: te meabas encima y no llegaste— le dice Eusebio.

       Genaro se mira el pantalón.

       —No,  me lo llevé puesto al portero, estaba baldeando la vereda.  ¡Me están persiguiendo!

      Ay, Genny, qué pasa  le dice Paz, azorada. 

      Genny prácticamente se abalanza sobre Eusebio y lo tironea de la manga del buzo.

    ¡Los del tatuaje hipnotizante son una mafia! ¡Me venían siguiendo con un chumbo! [pistola].

       Eusebio y Paz se quedan mirándolo, atónitos.


    


          Es solo la chicharra del portero eléctrico, pero para Genaro suena como el ruido de la picana que ha visto en una película sobre las torturas de la dictadura militar.

               —Euse, ¡es el tipo, es el tipo!

             Paz le cree a Genaro, se impulsó de la silla como un resorte, abre los ojos como una coneja.

         —¡Pará, soltame un poco, paparulo! — le dice Eusebio a Genny —. Mirá cómo me estás dejando. Es Nuria. Además, ¡quién te va a perseguir!, seguramente alguien que cagaste con tus sesiones energéticas.

             —¿No será nomás? Si es Nuria, entraría directo, ¿no le diste llave a tu hija? — dice Paz mirando a un lado y al otro, se lleva la mano a la boca.

            Eusebio se levanta actuando sin darse cuenta (?) el manly hero de alguna serie de televisión vintage, y contesta el portero:

               —Hola [...] Esperame mi amor, ahí bajo.

           —¡Te juro que el tipo venía detrás mío un chumbo así, así! —, gesticula Genaro.

          —Me guardo el chiste por la señorita aquí presente.

            —¡Dale, fijate, machirulo de la disidencia controlada! —, Paz reta a Eusebio.

 

 

  

 

             —Justo ahora. ¿Quién será? ¡Lara!, ¿podés fijarte?, estoy re ocupado con esto.

              —Pa, mami no tá — dice el nene de Esteban  —. Diko enteguida vene.

         Esteban se asegura de guardar lo que estaba redactando en pantalla y se levanta para dirigirse a la puerta de calle. Al abrirla, enfrenta unos ojos grandes y penetrantes a los que la tarde luminosa en la calle no les resta intensidad.

            —Tamara, qué sorpresa — le dice Esteban a la vez que saluda a un vecino que pasa haciendo una mueca picaresca por la mujer despampanante que está a la puerta, se rasca la cabeza y le dice a la chica —: Lara debe haber salido por acá cerca, pero… pasá, pasá. — Tamara cruza el umbral, y una vez dentro, permanece callada por más tiempo del que se puede considerar normal, con los ojos anclados en Esteban. El casanova latente en este hace que escanee de pies a cabeza a la amiga de su mujer y no puede evitar la torpeza al hablar —. Que…que…qué bien que est… ¿Todo bien, Tamara? —  Espera que ella diga algo, pero ni siquiera un hola —. Te noto medio… no sé, rara...

           Tamara lo sigue mirando de una manera extrañamente sugestiva e impersonal a la vez, tan así que él puede reparar sin disimulo en que ella está producida, como suele decirse. Es evidente que se tomó tiempo para aplicarse maquillaje con el mismo empeño que pone Lara cuando tienen que ir a un evento social: los párpados están dotados de una profundidad ideal, las pestañas lucen realzadas y aumentadas como para cosquillear cual mariposas sobre la sien de alguien, y el cutis luce casi sin imperfecciones en un degradé de tonalidades. Pasado los labios ligeramente separados y tentadores como una manzana en su esplendor, el close up que hacen los ojos de Esteban aprecia más detalles a medida que desciende hacia las partes más exuberantes de ella,  ataviadas con un vestido que no le llega a las rodillas y se ajusta a su esbelta y ondulada figura; los hombros están al descubierto porque el vestido es strapless. “¿Tendrá una fiesta a esta hora? Está muy distinta de cuando nos reunimos en el bar”.  El perfume que se desprende de su cuello adornado con una gargantilla de zafiro rosado conspira con el ello (Id - si pensamos en Sigmund Talmud Babilónico Freud) de este afanado estudiante, y lo debilita acrecentando las pulsiones que lo dominaban en el pasado. Pero una sonrisa mazzinezca (por no repetir el adjetivo enigmática) de ella  pareciera anticipar una propuesta que Esteban escucha en su cabeza y que tiene el efecto de un dardo narcótico que lo vulnera más y más con el paso de los segundos.  Y cuantos más segundos palpita Esteban así, más se convence de que no es cierto que él puede controlar la situación y no a la inversa. De hecho, cae en la cuenta de que se está abanicando con la hoja A4 que es el borrador con tachaduras y anotaciones de su ensayo. El caso de Eusebio es distinto: él no solo es propenso a que la situación lo controle de una, sino que no puede evitar aprovecharla para reciclar/refrescar su thesaurus adictivo (Is it gape, stare or gaze? Maybe gape…  ), aun cuando quien tiene enfrente lo está comiendo con la mirada como ocurre ahora. En comparación, posiblemente Esteban sea más de carne y hueso porque…:

               —Tami… --- atina a pronunciar, y traga saliva.

               —¡Pa! Quero ver lo dibukitos en iutúb.

          Esteban voltea. El nene vino de la sala y está paradito en el umbral del recibidor. Se debe haber cagado encima, se dice Esteban reaccionando parcialmente, porque su sentido olfativo cancela cualquiera que sea la fragancia que lo está cautivando. Tal vez el nene ya le pidió que lo llevara al baño y, tan ocupado que está papá con terminar el bendito ensayo, no lo escuchó. Justamente, el papá re emerge e intenta acudir al rescate.

              —Ya voy, papi, esperame un poquito, ¿sí?

             Esteban mira a Tamara. La actitud provocativa de ella no se inmuta ni cesa de estimular las pulsiones que compiten con el circuito sináptico del córtex del estudiante, reacciones químicas que le advierten del peligro. Y entonces Esteban comprende lo que debió saber apenas la vio al abrir la puerta. Tiene que tratarse del mismo efecto bajo del cual estuvo la vecina de Eusebio, Paz. ¡Eso es! ¡Ahí está, lo está viendo: es el reptil hipnotizante, como puso Genny en el grupo de Wasap! El vestido lo deja al descubierto a la altura del área vacunatoria del brazo. Tamara debe haber extraído los ahorros de su matrimonio bajo el influjo de ese dragón púrpura y azulado que pareciera latirle en la superficie de la piel.

       Entonces Esteban le habla en voz queda, casi susurrante por miedo de provocarle algún tipo de shock:

         —Tamara. ¿Me escuchás? Por favor, sentate acá —. Ella se sienta, y él le chasquea los dedos delante de la cara. La mirada de ella parecerá hipnótica, pero al mismo tiempo la actitud es claramente volitiva. La mano de Esteban, que ahora se mueve en círculo delante de sus ojos, es súbitamente atrapada por sus tersas manos de uñas adornadas. El que era antes de sentar cabeza reemerge automáticamente desde profundidades del confinamiento para acecharlo; aún así, el padre de entrecasa sigue luchando estoicamente para no bajar la guardia —: Sentate, Tamara —insiste angustiado—, quedate quieta un momento, está mi nene, por favor— le dice casi en un siseo desesperado. Ella obedece.

        Se da vuelta para ver a su hijo, pero él no está ahí, regresó a la sala. Entonces, antes de volverse a ella, siente que lo toca debajo de la cintura. La reacción neurovascular es difícil de contener y el jogger no ayuda. En ese momento se ve obligado a forcejear con Tamara, que ahora está sentada. El escaneo desciende un poco más: los muslos y las rodillas de ella convergen en forma de una “A” suculenta e invertida, donde el palito del medio es el borde del vestido. Una de las manos que luce anillos le atraparon la remera desteñida de The Clash y  la otra pretende ir por más. Tiene que sujetarla de las muñecas. Por momentos Esteban parece estar maniobrando el volante de un camión para esquivar obstáculos al desplazarse en punto muerto cuesta abajo. Vuelve a sentir el olor a caquita mientras el forcejeo se torna más y más dramático.

               —Papi, ¿qué ta chendo cona tenora?

               ¡CHAF!

               No le quedó alternativa.  El recurso que ha visto en tantas películas, cuando a algún personaje le da un ataque de histeria o acaba de proferir un insulto imperdonable. Fue tan sonoro el cachetazo que hasta le dio pena y se sintió un cobarde. Algún día, el tópico me iba a ocurrir a mí, se dice Esteban. Es un extraño punto en común entre este muchacho y su compañero Eusebio, los lugares comunes los tienen rodeados últimamente. Justo a ellos, que se hicieron conscientes del efecto replicador que ejerce el mundo del entretenimiento. Sin embargo, dio resultado porque Tamara se quedó quieta, aunque alterado quedó él. Si pudiera verse en el espejo encontraría que su rostro casi parece la pulpa  de una sandía.

              Y, no, no podía faltar el segundo tópico in a row:

              —¡¿Qué está pasando acá?!

             Lara encuentra a su marido de pie frente a Tamara con el jogger un poco bajo, por lo cual se ve el boxer estampado que le regaló. Este se quedó sujetando las muñecas de ella, quien, con el cabello cubriéndole un ojo parece Rita Hayworth después de que Glenn Ford la despeinó de un cachetazo.  Quien gira primero para enfrentar a Lara es él y, segundos después, ella. Esteban le suelta las muñecas como si cayera en la cuenta de que están a punto fragua; se agacha rápidamente y manotea del piso la maltratada hoja borrador de su ensayo (“qué suerte que me la traje sin darme cuenta"). A Tamara, de pronto, se la advierte confundida, como si se hubiera despertado de golpe de una pesadilla espantosa, porque mira desorientada alrededor y también a Esteban y a Lara. Todos están anonadados. Esteban es demasiado joven aún como para preocuparse por cuestiones cardíacas, pero su canción guilty-pleasure, Tell it like it is (en la versión de Don Johnson), que en secreto pareció musicalizar los primeros instantes al abrirle la puerta a Tamara, terminó convirtiéndose en Heartbeat/ I’m looking for an enalapril / Get me just one! 

           Quién sabe si ahora Esteban logrará enviar el ensayo en el plazo previsto por la simpática y oficialista profesora de Historia Social del Mundo Contemporáneo.

 

             

 

          Una semana después, en el piso alto de su bar favorito, Eusebio no puede concentrarse en la lectura de un texto de Gayatri Spivak, "La Política de la Traducción", porque se distrae contemplando a un grupo de gente mayor haciendo ejercicios en el parque. Cada vez hay más personas que trabajan ofreciendo estas actividades (como se vio, Genaro está entre ellas). Es como dijo uno de sus profesores hace un tiempo, que la educación tiene que ser repensada, rediseñada; no para preparar a la gente para que marchen a las fábricas sino para dedicarse a la prestación de servicios. Esteban había acotado algo sobre la imposición de la división internacional del trabajo, dejando en claro que la suya no era una interpretación de la izquierda si bien había empleado sus términos. Y agregó que de todas maneras existe una mejor educación, una que seguramente inspira a los privilegiados que la reciben reflexiones “superadoras” como las que acababa de impartir el profe. Esa mejor educación no prepara para la actividad primaria ni secundaria ni terciaria, ni aún para la cuaternaria, y que es la educación VIP que está reservada para formar a los que arrían al gran ganado por cuenta y orden de… Y en ese momento Esteban hizo algo con la mano, un  gesto o pose. Eusebio no entendió en ese momento por qué imitó la manera en que algunos próceres posan en los retratos, entre los cuales después se acordó de los cuadros de Napoleón y de Cornelio Saavedra. Y este Esteban, con esa  cara de muchacho encantador, se lo dijo nomás al profe: una educación como la que se imparte en la universidad a la que asistió usted.  Hay algo en Esteban que fascina y a la vez perturba a Eusebio, el hecho de que parezca no tener tacto cuando surgen estos temas. 

         Y Eusebio cierra el PDF de Spivak con un gesto de desdén, para repasar el borrador de su diario que tiene abandonado desde hace un par de semanas de intenso trajín, entre el trabajo, la facultad y el asunto del “reptil hipnotizante”. Primero se pone a leerlo antes de ponerse a editar:

         Estoy teniendo una seguidilla de sobresaltos. Digo sobresaltos porque no quiero decir emociones fuertes. Bueno, sí, si provocaron que mis intestinos se aflojaran por un momento entonces se pueden llamar emociones fuertes. Me estoy refiriendo primero a Paz. ¿Se imaginan, yo papá otra vez, unido de por vida con mi vecina? Me trastornaría la vida, me terminaría deconstruyendo. Todo por un instante en que perdés el control. No, no, la verdad es que no hubiera sido por responsabilidad exclusivamente mía. Y no quiero volverme a acordar de cómo ocurrió. No quiero ser padre otra vez. Por ahora. La verdad es que con Paula habíamos buscado el segundo no mucho antes de la cagada que me mandé y por la cual nos separamos,  algo de lo que no voy a escribir acá. Solo digo que si pudiera volver al momento en que me entusiasmé demasiado pretendiendo ayudar a esa compañera de enfermería de Paula con la práctica de lectocomprensión de inglés para un examen de ellas, le diría a esa compañera disculpame no tengo tiempo entre el trabajo y la facu. ¿Por qué no probás con la AI?  Aunque claro, por aquel año todavía esta ciberbestia no existía. Ahora Paula está feliz  al lado del pulóver de wachiturro, y si te ponés a discutir con ella sobre lo que le pasa al mundo, ahora es más "Laudato Sí", que el Papa.

       Vuelvo a admitir que soy el colmo de los posesivos. Tengo absolutamente en claro que Paz no es la mujer con la que quisiera compartir mi vida, sin embargo, al mismo tiempo, cuando todavía me recuperaba del susto, esta me sale que conoció a un hombre fuera de serie. No me gustó escuchar eso. Aunque Paz nunca me lo dijo, algo tácito en nuestra relación de vecinos me hacía creer que el fuera de serie es justamente un servidor. Ah, antes de que irrumpiera Genaro, todo asustado él diciendo que lo venían persiguiendo, tuve que soportar [buscar otra palabra] a Paz, ok, escuchar lo que tenía para contarme sobre el colibrí fuera de serie que tuvo que esperar hasta ahora para conocer. Me contaba todo sobre él; yo no lograba cambiar de tema, que Damián esto, que Damián lo otro. Por momentos yo procuraba hacer lo que aconseja un libro de Mindfulness que me había regalado Paula (y que terminé regalando a un Centro Cultural de la Cámpora para que sepan qué hacer cuando la gente despierte y deje de votar a los del jet-set corrupto que representan a las clases vulnerables y se esperancen después con pseudoliberales como el León de Judá).  Me acuerdo de que en ese libro de Mindfulness decía que cuando se te viene encima la ola gigante, en lugar de entrar en pánico, lo mejor es meterse en sentido contrario, por debajo de la ola. Quiero decir que yo mismo le preguntaba a Paz por esto o lo otro sobre el fuera de serie, Damián. ¡Para qué! Llegué a enterarme hasta de que usa boxers con botoncitos. Qué insufrible, o qué malo que debo ser yo. Cuando me contó que era fanático de River y que no se perdía un partido,  dije para mis adentros que su Damián no era más que otro cabeza de pelota, y en fin. Pero hete aquí que me llevé una sorpresa cuando me enteré de que el hincha millonario también lo era de la guita real. Paz me dijo que Damián daba clases sobre educación financiera, y que ella empezó a poner en práctica sus consejo$, que colocó sus ahorros en algún instrumento financiero o no sé cómo me dijo, y que quedó entusiasmada con el giro que dio su percepción afectivo/sentimental sobre lo que debería ser una pareja.   Y me contaba más maravillas a las que no pude prestar mucha atención porque me quedé procesando algunas cosas que comentó. Lo cierto es que sin que me lo haya dicho expresamente, yo volví a ser para ella tan solo un epítome antisistema, alguien que hace bien en no meterse en el apasionante mundo de la pelotita pero que tampoco apue$ta mucho en el juego de la vida.  Al margen, me doy cuenta ahora de que hay algo que nunca conté acá: que la pareja de mi ex también es un wizard de las finanzas y que, por lo que me contó Genaro, asesora mucho a Paula al respecto. Odio tener que pensar que los sentimientos, el amor, o las cosas en las que uno cree terminan supeditados al poder del dinero. Billetera mata galán, pero tengo que admitir que Silvio en este caso es un galán con billetera. Me estoy acordando de Darío, a veces lo critico y a veces quisiera ser un creyente como él. "La raíz de todos los males es el amor al dinero..."   Y ahora que Paula dejó atrás al conservador antisistema que le gusta escribir con la mirada perdida …  ¡tengo que volver al texto de Spivak!    [editar - Ey, tampoco me gusta esto – lo vuelo de una o  no???]  … 

 

 

 

 

Nota del autor:  Al igual que me ocurrió antes de subir el capítulo 6, perdí el borrador de este capítulo completo. Así que debo interrumpir el presente capítulo acá.

 



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