sábado, 30 de marzo de 2024

20-20 y DESPUÉS - Capítulo 19


 

Este relato es FICCIÓN



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                      19



[En la vereda, apartados unos veinte metros de la entrada al bar.]


    —Mirá la cara que trae aquel, parece que se viene haciendo encima, jajaja ¡Ayyyy  y qué apurado! — le dice Genaro a Esteban, a quien lo tenía distraído una chica que cruzaba la avenida hacia la plaza bamboleando el culo. Genaro no se equivoca al intuir que Eusebio provocó algún lío con Silvio.

           —Genny, estaba pensando que si el que te persiguió no sale a buscarte, entonces creo que ya fue, ¿no te parece? —dice Esteban —. Capaz que no era, te perseguiste un poco.

          Ya frente a ellos, antes de hablarles, Eusebio necesita recuperar el aliento.

         —¡Steve, venite con nosotros a casa! — le dice Eusebio a Esteban, palmándole brazo; este lo mira desconcertado:

        —¿Steve?

        —¡Che, yo lo vi primero!

        Eusebio mira hacia atrás, hacia la puerta del bar esperando ver a Silvio. Al que ve, en cambio, es al hincha, que también salió a la vereda, tenía el gorrito albiceleste de joker estrujado en la mano.

       —Peren, peren… — dice Eusebio sin recuperar todavía su “característica” calma viril —. Vengan conmigo. — Baja presurosamente a la calzada mirando el tráfico como para detener un taxi. Pronto aparece uno y Eusebio se sienta al lado del conductor diciendo ¡suban, rápido!

     —¿Qué pasoóoo? [ondulación tonal sobre la vocal “o”] ¿Dejaste viuda a mi hermana? ¿Querés tomar un taxi? ¡Si vivimos a cinco cuadras! — metrallea Genaro, y mira también hacia la entrada del bar. Cuando ve al hincha que se les acerca, da media vuelta y hace un clavado a los asientos traseros del taxi, seguido de Esteban, que cierra la puerta; y el taxi arranca. Entre los dedos separados de la mano con que tapa su cara, a través de la luneta, Genaro observa al hincha parado en la vereda, puede distinguir que aquel mantiene la fijación en ellos a medida que el taxi se aleja.

     —¡Ay, Genny, pará! — se queja Esteban. Genny tarda un poco en soltarle el muslo cerca de la rodilla.

     —¡Eusebio, contá! ¡Qué pasoóo! — demanda Genaro casi en un tono de histeria.

     —Shhh, calmate. Apenas lleguemos a casa, les cuento todo.

    —¡Lo mataste! ¡Mataste a Silvio!

    —Al que voy a matar es a vos como no dejes de gritar.

    Por el pánico que hay en la cara del taxista, que mira de reojo a Eusebio y a los otros dos de atrás por el espejito retrovisor, lo que necesita Genaro es otro buen sopapo, tal vez no tan sonoro como el que Esteban ligó de su esposa a causa de Tamara.

 

Querido diario, hace varias semanas que te tengo abandonado. Sabés que estos días estoy complicado... [hmm “abandonado” y “complicado” producen un efecto de cacofonía; después las cambio, después de ir al baño y liberarme de una garcofonía que me está molestando acá] ... complicado con las materias que estoy cursando en este segundo cuatrimestre. ¡Y menos mal que son solo cuatro! La que tengo más descuidada es Traducción Literaria, que pensé que me la sacaría de encima de taquito. La profe se pasa de exigente (y está bien que lo sea), quiere que antes de empezar a traducir, incorporemos el modelo de lectura instrumental de la bibliografía. Es la materia que más disfruto, pero, paradójicamente, la que se me está yendo a final. Y en buena parte, por culpa de la locura de los tatuajes y la mafia en la que, ya veremos, está metido... [Ya no me ocurre cómo llamar al infeliz de Mazzini. Igual, mepa que a este párrafo y al que sigue los vuelo.]

Me acostumbré a querer escribir para el diario solamente cuando estoy en mi bar favorito frente al parque. Tendré que suspender estas notas hasta que terminen las clases.  Así que, si alguien encuentra o hackea estos archivos de Word, aclaro que suelo escribir un poco mejor y un poco más ordenado.

En la sala de casa, les conté a los dos lo que había pasado en el baño del bar, les reproduje la conversación de Silvio por Wasap. A Esteban lo noté un poco escéptico:

      —Euse, cuando uno está enojado puede decir que quiere “matar” a alguien, o “hacerlo mierda”, pero no siempre es literal. — Esteban me miraba fijo, como queriendo ver si estaba pasando por un episodio... Cómo se dice... hmm, acá veo que no soy tan resourceful en ciertos campos terminológicos...

      —Sobre este — señalé a Genaro— dijo que a él no le interesa porque es un putito muy cagón que no se entrometería en sus planes.

      Genaro se revolvió en su asiento con la boca abierta; los ojos le relampaguearon de la indignación, e intervino ofendido:

     —¡Ah, ¿sí?! Viste, yo te dije, ese culo pálido nunca me cayó bien. Yo te creo, ¡te creo!

     Esteban y yo nos tentamos por lo de culo pálido y cruzamos una mirada suspicaz.

      —¡No le vi exactamente el culo! Sé que tiene un búho tatuado en el pecho… — Manteníamos la fijación en Genaro, y este se apresuró a aclarar —: Una vez me prendí con ellos cuando estuvieron en una quinta con pileta de una amiga de Paula. 

      Diría que el dato del búho demudó la cara de Esteban poniéndolo nuevamente serio. Y, efectivamente, se le evaporó el escepticismo cuando le aseguré que en el baño del bar yo había visto el logotipo o imagen de un búho en esa carpeta que llevaba Silvio.  El búho. Por inducción podíamos concluir que lo tienen los adeptos al discurso superador de Garcari (perdón, Harari, Yewan Harari). Además les referí:

      —¡Silvio estaba hablando con en hincha que estaba cerca de nosotros en el bar!  —exclamé bastante excitado, por lo cual me salió el gallo Claudio.

      Genaro agregó:

      —Y no sé si vos lo viste, Steve, pero cuando estábamos en vereda esperando, el hincha no nos sacaba los ojos de encima. Lo veía a través del vidrio del bar. ¡Vi que hablaba por el celular!

       —Che, casi que me están haciendo tener miedo — dijo Esteban.

     —Si alguien te pone un dedo encima, lo cago a palos.  O mejor, ¡le invierto la polaridad energética! — A Genaro solo le faltaba de fondo el tema The Glory of Love de Peter Cetera.

       —¡Shhh! — Trataba de no perder otra vez la paciencia. Y súbitamente, poniendo cara de Eureka, me acordé de las hojas debajo del pulóver, que llevaba metido en el pantalón. Le dije a Genaro con una sonrisa ladina—: Qué raro que no me criticaste la manera en que usa la ropa.

       —Siempre fuiste medio croto.

     A Esteban se le fue la sombra de miedo de la cara.

     —Sh sh sh. ¡Silencio!  — Me hacía el canchero, y saqué las hojas A4, diciendo entusiasmado —: Acá puede estar la evidencia para cagar a Silvito. Además, contectando las cosas que surgieron en mis pesquisas, podríamos a descubrir más sobre los tatuajes hipnotizadores, de los que debe saber mucho este hijo de puta. Por eso anda dando órdenes de joder a los que se metan con ellos.

         —Estás dando por hecho que este tipo... — dijo Esteban, pero le hice una seña de que esperara un poco, que ya iba a eso. El otro seguía en la boludez:

     —¿Qué hacés con esos papeles debajo de la ropa? Después el raro soy yo. Comprate un pulóver más abrigado, rata.

        —Antes tendría que contarles lo que estuve descubriendo por ahí — continué, ignorándolo—. Sé que tienen un nuevo local de tatuajes y sé dónde está. Ahora sé quién es realmente tu cuñadito de ojitos celestes.

       —Acá dice Abstract. Es igual que en español, ¿no, Steve, abstract?

      —Genny, vamos por orden, primero que nos cuente qué descubrió, lo del local, y después leemos los papeles esos… — intervino Esteban sonriendo.

      —Sí, Steve, todo…

   Le quité las hojas a este, sacudía la cabeza resignado. Teníamos cosas importantes para averiguar ahí mismo. Esteban se puso serio otra vez:

     —Euse, no sé vos, pero yo tengo que escribir un artículo para Historia y mandarlo cuando antes — Miró su reloj Necesito, tengo que promocionar la materia.

        No sé túuu... pero yióo

     —Mirá, vos y yo solos nos vamos a tu casa — le dije a Esteban, finalmente perdiendo la paciencia.

       —El hincha… ¡bang! ¡bang! —  dijo Genaro gesticulando con los dedos. No se inmutó por la amenaza.

       Viéndolo, Esteban me sacó los papeles, se los devolvió a Genaro, y dijo “Dale, Euse, somos todo oídos.”


[A continuación, corregir la puntuación y ordenar la estructura narrativa, ¡pero cuando termine el cuatrimestre!]


Estaba volviendo a casa, recaliente, porque el bar tenía el televisor prendido, ¡a esa hora! Pasaban un partido, de la selección, creo. Un par de tipos estaba debatiendo casi a los gritos ahí, en mi mesa… [a Genaro: ] Me volvés a interrumpir y te juro que nosotros nos vamos. No, no: mejor vos te vas de esta casa, a dónde no me importa, pero te vas… ¿fui claro?… Bueno, entonces, en la calle de casualidad, veo a un chico que estaba por cruzar la avenida a mi lado. Era Mati. Mati es el hijo de Dario, un amigo del barrio; hace un tiempo lo ayudé con una materia… ¿Te acordás de que te conté, Esteban? El que hizo una presentation de "Animal Farm" (George Orwell). Vos [a Genaro] seguro que lo viste acá [en casa] el día que llegaste. Bueno, íbamos charlando mientras caminábamos juntos. Le pregunté por su profesorado y bla bla; y me cuenta que él debería estar estudiando un montón, que en vez de eso estaba yendo a un local donde se enteró que hacen unos tatuajes “muy locos”. Obvio, me dice eso y se me enciende la alarma.  Le hablé sobre cierto tipo de tatuaje que nunca debería hacerse. Claro, imaginen, si le decía el porqué, las cosas que sabemos, de golpe, el pibe se cagaba de la risa o me miraba raro.  De repente agarra y me muestra una foto de su celular, la foto del brazo de alguien con un dragón de colores tatuado. Sí, el mismo diseño, como el que tienen Tamara y Paz. Yo me quedo duro y casi que le grito ¡justamente son esos! ¡No te lo hagas nunca, por favor! Digan que el pibe es copado, creo que me respeta porque lo ayudé, me tuvo paciencia cuando traté de contarle, no con los pormenores, claro. Por la forma en que me miraba, no lo podía convencer. No me bardeó, pero me mencionó películas que tratan de cosas así. [¡La técnica del primado negativo! — saltó Esteban—. Encima estos pibes viven viendo películas. Los tecnopsicópatas podrían hacerle a la gente lo que quieran, nadie va a enterarse de que actúan delante de sus narices. —Continué:]. Y le pregunto quién se hizo el tatuaje de la foto. Me dijo que uno que a veces se prende cuando juegan a la pelota en el club del barrio. Le pregunté que dónde está, dónde vive. Y claro, le extrañó que le preguntara. Dijo que no sabe, que solo lo ve en la cancha del club. Volví a desalentarlo, le conté de los casos de Paz y de Tamara lo mejor que pude para que me diera bola. Qué pensaría de mí. Hasta le recordé que, como soy amigo de la infancia de su papá, puede creer que realmente que me preocupo por él. Ahí me entero de que justamente a Darío tampoco le gustan los tatuajes, y que, al margen, Mati tiene diferencias con él sobre la religión. Les cuento, Darío es muy religioso, evangelista, o no sé qué es; debe ser por eso que no quiere que los hijos usen tatuajes ni aritos ni nada del “mundo”. Mati dice que él ya puede tomar sus propias decisiones y que no quiere saber nada con las ideas del padre. Y bueno, yo insistía en convencerlo de que esos tatuajes del dragón son una mierda. Mati estaba decepcionado, tiene las reganas de hacerse el tatuaje, ¡todo el mundo anda tatuado! Además, me dijo que el pibe que se hizo el dragón —o sea, el que ve en el club— le contó que ese diseño es muy exclusivo, que los del local no quieren que se haga muy conocido por ahora. Por eso, él estaba yendo al local para ver si conseguía que se lo hicieran. Mati me dijo que al otro pibe —ah, se llama Iñaki, me dijo— le encargaron mucho que no corra la bola de quiénes y dónde se lo hizo.  Tamara nos contó que le habían dicho más o menos lo mismo, ¿se acuerdan? Este pibe, lo mismo. Yo me olvidé de mis tareas para la facu y la cabeza me empezó a hacer clik, click, click... [Cierto, Euse, y justo en este momento en que termina el cuatrimestre— comentó Esteban algo angustiado. Continué, a pesar de que tenía razón:] 

Al llegar a la próxima esquina, fingí que nos despedíamos; Mati continuaba yendo hacia el local. Yo lo iba siguiendo, me iba ocultando de él. Por suerte no me vio. El local está en la calle Salcedo, a metros de avenida Chiclana. No está en una galería, es una casa. Para que tengan idea, del bar está a unas diez cuadras más o menos [Del bar donde estuvimos los tres, no de la buhardilla predilecta de James Bomb, que también está enfrentado al mismo parque  dijo Genaro]. 

En esos segundos, antes de que el pibe tocara el timbre de la casa, se me ocurrió una locura: tengo el wasap de Darío. Por suerte, vi que estaba en línea, lo llamé y le dije directamente Darío, llamalo a Mati, se está por tatuar un dragón. Ese tatuaje de dragón es algo malo. ¡No dejes que se lo haga!   Menos mal que lo mandé al frente así de una, sin rodeos. Se ve que con el hijo ya discutieron por el tema, lo mismo que me pasó a mí con Nuria. Solo mencionar la palabra dragón, y Darío me hizo caso casi sin interrumpirme ni pedirme que le explicara; me agradeció que le hubiera avisado, que no me preocupara, que el pibe no se va a enterar de que lo llamé. ¡Ya lo estoy llamando. Gracias, Euse! y  cortó. 

Yo lo seguía observando al pibe, oculto detrás de un contenedor de basura, alejado unos metros.  Atendió el llamado mientras buscaba el timbre en junto a la puerta. Se puso atento a la comunicación, tenso. Y regresa caminando rápido por donde había llegado. Pasó de largo por donde estaba oculto. Me puse a seguirlo sigilosamente, solo unos metros. Dejé que se alejara un poco y lo llamé al wasap con la excusa de que olvidé contarle que tenía un material que podría servirle mucho para sus clases. No me contestó, pero me mandó un audio contándome que volvía a casa para ver qué le pasaba a Darío. Joya, me dije. Creo que lo salvé del dragón de mierda. Qué habrá pasado después con Mati y el padre, no tengo idea.

Bueno, ahora fui yo hasta la puerta de la casa esa y toqué el timbre (había varios, toqué todos) y al rato sentí que había alguien detrás de la puerta, a lo mejor me estaría espiando por el ojo mágico, no sé; cuestión que tardó en abrirme. Era una mujer. A ver, solo como para describirla, la mujer era medio marimacho [miré la reacción de Genaro y traté de no ser tan forro], era una mina sin maquillaje, bah, tenía los labios oscuros, solo eso, era… de facciones angulares, peinada… a lo Matrix, pero sin anteojos. Me hice pasar por alguien que quería un tatuaje. Claro, de entrada, no tenía que mencionar nada sobre el famoso modelo. Y ¿saben?, me salió bien, no debo ser mal actor. Mi experiencia más reciente había sido en la última sesión con mi terapeuta [Con una mirada mantuve callado a Genaro].

      —¿Tatuajes? No, nada que ver. Te dijeron mal — me contestó la mujer mirándome de pies a cabeza. No abrió la puerta del todo, estaba asomada. No podía disimular la inquietud que le provocaba, ¿quién será este? Hizo el ademán de cerrar la puerta como para que me fuera.

      Y ahí me acordé de este basura y me aventuré, para bien o para mal, lo que dé, me dije. Estaba jugado.

      —Entonces se ve que Silvio me dio mal dirección… ¡No, pero es acá! — insistí, mirando el número en la puerta y girando la vista hacia la calle como para confirmar que era la dirección.

     —¿Silvio te mandó?

     —Claro, Silvio. Es cliente del banco donde trabajo. Andá a este lugar, que ahí tienen varios modelos de tatuajes —me dijo —. Pediles que te hagan el mejor que tienen ahí. Andá de mi parte.

     —Bueno, en realidad, otra persona hace los tatuajes. —Noté que la mujer se ablandó un poco, un poco nomás—. Por eso te dije que yo nada que ver. A ver, esperá un poco. —Antes de cerrar la puerta me preguntó el nombre. Le mandé el primero que me vino a la cabeza. No me acuerdo, creo que le dije Pedro.  Y también le mentí—: Soy el empleado del Banco BNL, el que está en la tesorería.

    —El BNL no existe hace mucho — apuntó Esteban.

    Claro, era la idea. Pensé en el caso de Tamara.

    ¡Ajá!

      Cerró la puerta; yo quedé afuera, repitiéndome, bueno, estoy jugado, que surja lo que surja. Y ¿saben por qué se me ocurrió mencionar a Silvito? Y lo que sigue demuestra, al menos a mí, que aquello de la intuición... [Genaro puso cara de impaciencia. Salté la opinión y continúe:] Resulta que éste —Silvio— le recomendó a mi nena un lugar para que se haga el tatuaje que viene pidiendo tanto. Él está en el tema. No sé qué tiene que hacer un ingeniero informático (me lo confirmó Paula), una de sus profesiones, manejando un vulgar negocio de tatuajes. Tenía el pálpito de que estaba involucrado con estas cosas.

Y escuchen esto: hace poco abro la puerta de casa y encuentro a Paz en el pasillo, tenía la mirada pérdida, era otro trance hipnótico. Me pidió que la dejara entrar. Para qué, le pregunté. Para estar con vos, me respondió; con la expresión me decía exactamente para hacer qué. Le pregunté quién la mandó a verme, y me respondió “él”.

    —¿Cómo se llama él? ¿quién es?

    Entonces reaccionó… quiero decir, volvió en sí, parcialmente. Si bien la notaba confundida, insistí con la pregunta antes de que despertara del todo:

    —¡¿Quién te manda a mí, Paz?!

    — El que maneja el auto al que subiste con Genaro y con Nuria, me dijo.

    —¿Silvio Mazzini? —presioné.

    No sé. El que dio un seminario en mi facultad.

    —¿Qué estudia ella? —preguntó Esteban.

    —Está en el “Curso de Género UBA”, en Filosofía y Letras —, se adelantó Genaro.

   —Eso mismo —dije —. "El que manejaba el auto". En mi cabeza escuché ¡cha cha cha chaaán! Me quedé con eso, no me dejó dormir por un par de noches, pero lo tuve que olvidar, dejar eso congelado, de otro modo, no podía estudiar para el integrador de Traducción Literaria. — Miré a Esteban —: Sé que estás complicado como yo, preferí no decirte nada por el momento. Tampoco a mi terapeuta se lo quise decir, no quería que me diagnosticara alguna psicopatología. Obvio que le prohibí a Nuria terminantemente que se haga nada.

    Y a mí no me contaste— protestó Genaro. Como respuesta solo sacudí la cabeza. La razón es que Genaro iba a creer que los celos me estaban enloqueciendo. Además, este se cagó de la risa cuando le conté de la encamada con Paz en ese trance que había tenido  ella en su casa. 

Pero les sigo contando de cuando estuve en esa casa. Al rato, se abre la puerta otra vez y la mujer me dice pasá. La sigo por un pasillo largo —el lugar es como un PH— hasta el final. Mientras, me iba diciendo que no pueden ubicar a Silvio por teléfono, pero que, si él me dijo que viniera a la casa, me iba a llevar con el tatuador. Quiere decir que el chabón ahí es como un jefe, tiene poder.

Entramos a un departamento y me dejó esperando en una salita mientras ella entró a otro cuartito que había detrás de una cortina. Yo miraba todo alrededor. En la salita no había más que un sofá, un par de muebles y nada más. La mujer sale enseguida del cuartito diciendo que el tatuador debe haber ido al baño, que, pensé, estaría tras una de las puertas que pasamos de largo por el pasillo. Me pidió que esperara afuera, en el pasillo, que ella iba a buscarlo. Mientras tanto, ella iba chequeando el celular, estaría pendiente de si Silvio le respondía. Cuando vi que se metió en una de las puertas de adelante, empujé la puerta y me metí otra vez a la salita. Me asomé adentro, detrás de la cortina. ¿Y a que no saben? Ahí dentro, estaba el búho siniestro en un póster sobre la pared. Había un diván que deben usar para tatuar a la gente, había maquinitas, no sé, que deben usar para trabajar, frascos oscuros y rotulados, todo sobre un mueble. Pero lo que me llamó más la atención fue que hubiera una PC, estaba cubierta con una funda, me di cuenta porque asomaba el CPU, que era de esos modelos pequeños. [Genaro apuntó: --- Ay, no es ningún misterio que los tatuadores usen computadoras. Guglean modelos para los clientes. Y seguro que ahí tienen además una impresora] . No sé continué—. Había también un par de pantallas instaladas contra la pared; no parecían televisores plasma, eran como monitores. Y encima de un escritorio había una especie de consola… [Wow — dijo Esteban que me seguía reatento—: Euse,  tiene razón él, ¡estabas hecho un James Bomb!  —Continué:]… y un cablerío que salía de la consola y contectaba estas cosas electrónicas que mencioné. De pronto escuché el ruido de que alguien se acercaba. Y saben qué: tuve reacciones buenas a pesar del estupor. Menos mal que trajinaba la mochila con mis cosas de la facu para ir al bar, porque justo cuando salgo encuentro a la mujer en la puerta; ¡la cara de orto que me puso! [Mientras les contaba no podía evitar una risita de los nervios por revivir la aventura] Le dije que entré a agarrar la mochila que dejé sobre el sofá.

     —No puedo ubicar a Silvio en el celular. Vení otro día, hoy el tatuador no puede.

     —¿No  podría mostrarme los modelos que tiene?

     —No. Otro día — me ladró con una voz de Sandra y Celeste.

     —Qué basura — me dijo Genaro. La verdad es que sí, puedo ser una basura a veces. Tengo que controlarme. Evidentemente, a Genaro le daba bronca que no le haya contado lo que descubrí de Silvio a través de Paz. Pero, no, no me podía controlar:

     —¿Qué basura? Acá el basura es tu cuñado, el jefe de una banda nefasta. ¿Quién va a poder descubrirlos y denunciarlos? ¿Acusarlos de qué? Imaginate si vamos a la policía a contar los casos de Paz y Tamara (hasta donde sé, ellas mismas nunca se animaron a ir a denunciar a nadie), o si vas vos a contar la conexión que hay con lo que nos contaste sobre Bruce en Los Angeles…

      —Claro, sin pruebas concretas no se puede denunciar a nadie. Tampoco ir a la televisión, aunque tal vez podría ser —opinó Esteban— una historia para alguno de esos programas bizarros, a Crónica TV, pero si la producción del programa se pone a investigar, se armaría un flor de escándalo, el que denuncia quedaría escrachado, y encima se viraliza todo como una locura.

      — Sí —, le di la razón a Esteban. Supongo que la impotencia nos oprimía —. Ahora sí, ¿qué dicen estos papeles? A lo mejor acá encontramos alguna evidencia concreta para denunciar a la mafia de los tatuajes.

       Esteban se los pidió a Genaro y empezó a leer. Al terminar una hoja, agarró otra tratando de encontrar continuidad en el texto, en vano. Le conté que las hojas se desordenaron porque las había revoleado por el aire. Después de leer todas [estaban en inglés], Esteban dijo desencantado:

     —No dice mucho, che. Es solo parte de un paper donde, además, se interpela a la comunidad académica/universitaria a fortalecer la difusión de un estilo de vida cada vez más sustentable en la sociedad, es decir,  los profesionales deberían dar el ejemplo de quedarse encerrados en sus casas como ratas, comiendo solamente carne artificial fabricada con impresoras Rycco, en fin, el tipo de concerns de las ONGs con sus consabidos challenges. —Me pasó una de las hojas y agregó—: Acá yo veo que se pide una contribución indirecta con lo de romper piernas para después vender muletas, bah, más de lo mismo. No… no dice nada sobre una tecnología para hipnotizar a la gente usando tatuajes. Aunque…  ¡miren esto! En esta hoja, que tiene la bibliografía, se menciona a Yuval Garcari, el que cree que el libre albedrío es algo de la Edad Media…

     —Y en esta dice algo sobre los... Neuro...de re chos... Neuroderechos en Argentina —dijo Genaro— ¿Eso con qué se come?

    Esta vez no reté a Genaro por quedarse con una de las hojas A4. No lo reté porque Estaban y yo nos quedamos mirándonos el uno al otro, seguramente recordando un debate algo subido de tono en clase, entre Estaban y el profesor de Filosofía de las Ciencias.

   —Genny, ¡buenísmo! ¿Me prestás eso? — dijo Esteban, enormemente complacido. Creo que va a lamentar el impulso que tuvo de extender un brazo para palmear afectuosamente a Genaro, y alborotarle el pelo como a un escolar.

     Viendo la reacción/expresión de Genaro, sentí algo de lástima por él. No sé por qué se ilusiona con alguien como Esteban, alguien que no lo puede corresponder. ¿No ve que le está respondiendo los wasap a la mujer? Ojalá encuentre a alguien como él que pueda darle bola.  No, no, lo que sentí por Genaro es otra cosa — tengo que confesarlo en mi diario personal—: creo que siento envidia. Yo no estoy enamorado de nadie. A Paz le hice arrancar lo que sentía por mí, y se fue a buscar a alguien más, Damián, creo que era. Y lo que siento por Paula no es otra cosa que celos, no creo que la siga amando. Soy posesivo, es la verdad, y ahora pretendo justificar mi actitud sabiendo con qué clase de persona se metió. Su ingenierito

      Lo que importa ahora es que sabemos un poco más sobre la mierda en la que está involucrado el ingenierito. Este debe ser una especie de CEO de un proyecto subsidiario de CanÉlon, pero a la vez, después de leer esas pocas hojas A4 que me traje, se ve que también trabaja para otro tipo de intere$es. La verdad es que no pasan de ser puras especulaciones. ¿Para quién trabaja Mazzini, anyway? Es que las redes complejas de poder que influyen en la economía mundial y la toma de decisiones a nivel internacional —las élites proglobalismo— deben estar divididas en familias, facciones, realms, fondos comunes/buitres de inversiones que compiten entre sí por la hegemonía global. Y si es así, todo esto no debería quitarnos mucho el sueño porque, ¿qué tanto pueden hacer ante semejante bestiario dos pobres estudiantes de traducción más un freak enamoradizo? Porque por más que pataleemos en clase y nos pongamos a discutir con algunos profesores, veo que pasamos como un par de hinchapelotas que no ven que los demás solo quieren recibirse cuanto antes y obtener prestigio y poder/guita en la sociedad, o tan simplemente, to get by. Lo que sí puede hacer quien esto escribe es meterle la carpeta con el búho por el orto y bajarle un par de dientes al que le anduvo recomendado sobre de tatuajes a mi hija, si ella se lo hace. Ya la estoy llamando a Nuria para recordarle que le tengo terminantemente prohibido que se haga algo en la piel. Ahora me hago de la vieja escuela, la del cinturón, ¡qué tanto, carajo!