martes, 15 de agosto de 2023

20 - 20 y DESPUÉS (Capítulo 15)

 


Este relato es FICCIÓN


LINK AL CAPÍTULO ANTERIOR 👈







            


                                      15

 

 

         Situaciones paralelas: la que vimos de los aspirantes a traductores en el capítulo anterior, y ahora esta otra, que tiene lugar en la casa de Darío, amigo de la infancia de Eusebio. Porque, ¿no se trata acaso de dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios?

 

 

       —Siempre viendo a esos muñequitos amarillos—, le dice Darío a Nahuel, su hijo menor—. Más vale que ya hayas terminado la tarea que estabas haciendo.

             —Sí, pa, ya hice casi todo. Por eso me puse a ver a los muñequitos.

              —A ver…

              —El señor Flanders hasta ahora no apareció, quedate tranquilo.

              —No, a ver, mostrame la tarea que hiciste.

                   Sin dejar de mirar la pantalla, Nahuel le alcanza unas hojas que imprimió. Darío las toma, les echa un vistazo y lee en voz queda:

              “El Giro Copernicano: Hacé una reseña explicando qué es el Geocentrismo y el Heliocentrismo. Desarrollá brevemente quiénes fueron Copérnico, Galileo, Newton y Kepler, y cuáles han sido sus aportes al conocimiento de la correcta cosmología de la Tierra. Trabajo individual.

               Debajo está la información que encontró Nahuel con la que  desarrolló punto por punto cada una de las consignas.  Sin duda, lo único que tuvo que hacer fue guglear y después resumir. En la época de Darío no existía este recurso maravilloso del internet; él tenía que levantarse temprano para ir hasta una biblioteca pública. Recuerda que las ideales, por contar con la mayor variedad y calidad de libros, eran la Biblioteca del Congreso y la de La Caja de Ahorro, ambas ubicadas en la Plaza de los Dos Congresos. Si bien había que hacer la búsqueda en unas tarjetitas mecanografiadas que se encontraban embutidas en unos cajoncitos-nicho, no era imposible que todo se pudiera encontrar allí. De todas maneras, piensa Darío, el saber oficialista está en cualquiera de las modalidades, del pasado y de hoy. Y, paradójicamente, por muy prodigiosa que sea esta “Biblioteca de Alejandría” de la era digital, que favorece un estilo de investigación mecánica y facilista, a través de ella también se puede encontrar información a la que difícilmente se podía acceder hasta el tiempo presente. Por algo en el libro de fe de Darío dice que “Nada hay encubierto que no haya de ser revelado, ni oculto que no haya de saberse”.

              Al devolverle las hojas a su hijo, Darío levanta la vista hacia el televisor instalado en la pared; allí sigue la “familia más famosa de la televisión”, que ya lleva acaparando casi toda la tarde de los sábados de forma ininterrumpida desde hace más de una década. Aparentemente, la serie no deja de fascinar a los fanáticos, aunque se trate de los mismos capítulos una y otra vez. Darío escucha que sus hijos repiten de memoria los remates de los desopilantes diálogos que se suceden a un ritmo tal que no deja espacio para reflexionar sobre qué hay entre líneas, sino que, al contrario, imprimen de esa manera una mentalidad cínica en el televidente.  La escena en la pantalla ese momento es por demás imaginativa, una “genialidad original”, piensa este padre viudo: En un estadio de béisbol colmado de espectadores, hay un pitcher disfrazado de Papá Noel (Santa Claus) que lanza la pelota a un bateador que, a su vez, le pega con tal fuerza que la pelota va como un proyectil hasta impactar literalmente contra el cielo que se ve sobre el estadio; entonces este se quiebra como si consistiera en una cúpula de vidrio. Inmediatamente, a través de la rotura cae una enorme catarata de agua que deja sumergidos a todos los personajes en el estadio.

              —Guau, impresionante—, comenta irónico Darío.

              —¿Viste que son geniales? Son los mejores de todos los tiempos. Mati también los ama.

              Pero Darío le responde llevando la atención a la tarea de su hijo:

              —Nahuel, es lamentable que te tengan que evaluar con todo esto que pusiste acá. Lo digo porque lo que quieren que aprendas no es verdad, no es así. Ya se los expliqué. ¿Se acuerdan?

           Hay una interrupción publicitaria en la serie de Matt Groening. Nahuel mira a su papá con cara de resignación.

            —Pero pa, si pongo lo que nos dijiste de cómo es la Tierra de verdad, no apruebo la materia nunca. Solo vos crees en eso. El profesor me va a preguntar, ¿tu papá es astrofísico? ¿Querés que todos en la clase se rían de mí? Si se ríe el profesor, ¡imaginate los demás!

            —No, tu papá no es astrofísico, pero entendió la Palabra de Dios en la primera página de la Biblia y en muchas de sus otras partes. ¡Ahí se revela cómo es la Tierra, y dónde están la luna y el sol. ¡El que busca la verdad la encuentra, y al que llama a la puerta se le abrirá! —. El gesto de resignación en la cara de Nahuel se acentúa. Darío sigue—. Por eso, hijo, entregá el trabajo, lo que el colegio espera que aprendas. Yo les dije también a ustedes que el mundo yace bajo el poder del maligno, el mentiroso, el que oculta la verdad de Dios.

           La mirada de Nahuel vuelve a la pantalla. Le dice a su papá:

            —Es algo que pasó en este capítulo, el agua que cae, ¿no? Me acuerdo de que una vez le dijiste algo a Mati, que hay aguas arriba, encima del cielo, como lo que pasa en este capítulo... ¡Es una locura!  El profesor me va a bardear delante de todos como hace cada tanto con alguno de la clase…

         —No, Nahuel. No quiero que tengas problemas. Vos entregá ese trabajo práctico como lo hiciste. Fijate que hayas pasado bien esos “datos”, la información que encontraste. Y que el colegio y el profesor se metan bien en el bolsillo su programa de estudio. ¿Sabés? No tiene sentido discutir con los incrédulos, con los que creen en los argumentos de la falsamente llamada ciencia. Vos tenés que terminar el secundario, y después si querés (que creo que es lo mejor para vos), seguir estudiando. Quiero que vos y tu hermano sepan la verdad, las cosas cómo son; no lo que quieren que creamos. Pero saber la verdad no para tener ventajas sobre los demás, como hacen algunos… —, le dice Darío caminando hacia la cocina. Si pudiéramos asomarnos a su mente, veríamos desfilar a una pléyade de personajes destacados de la ciencia y la historia del mundo, los "algunos". Curioso cómo coincide Darío en esto último con un agnóstico y un ateo como lo son Eusebio y Esteban respectivamente—. Me voy a hacer unos metejirillos con unos bizcochirillos… ¿Querés?

     —Ah, ¿viste cómo te enganchás vos también?

     —Pero che, ustedes que viven haciendo memes… ¡Hace como veinte años que los están pasando! Antes yo también los veía. Y justo que enganché [Darío apunta al televisor] cómo se burlan en la cara de todos con el cielo que se rompe y la catarata que cae, ahora me gustan menos estos muñequitos “inteligentes". El enemigo es muy astuto.

 

 



 

              —...no, no me parece una locura lo que me decís que pasó conmigo. En serio, Euse.

              Eusebio, que estaba terminando de editar un trabajo práctico en grupo para la facultad a través de google.docs, mira con curiosidad hacia Paz que está a su lado cebando mates para ambos. No se lo dice, pero se pregunta si ella está siendo sincera (considerando los incidentes que ocurrieron entre ellos) o se propone algo que él no sabe qué puede ser esta vez. 

              —Claro, pasa que después te vas a olvidar… —, le responde Eusebio y da un sorbo largo a la bombilla. Y para evitar que nuevamente se genere tensión debido a su desconfianza, agrega un cumplido—: Che, enseñame cómo hacés para que me salga así de rico. Bueno, ahora no —, le dice señalando la pantalla de su tablet donde está el .doc en modo de edición.

              —Obvio. Te venís otro día a casa. Y te preparo unas tortas fritas que te los vas a chupar.

              Aunque le retruca preguntando si no tendrán esos sellos “alto en grasas saturadas", lo cual le provoca una carcajada, por dentro a Eusebio le cuesta creer que Paz se comporte como si nada, tan jocosa como él, y, sobre todo, que admita su propio comportamiento extraño.

            —Ya casi tengo listo esto. Después mis compañeros lo verán, y comentarán. Tomá. Che, y… entonces, ¿en serio no te parece una locura lo de tu amnesia? Casi me trataste de psico-broter, eh…

              —¡Psicobroter! —. Paz le festeja la ocurrencia, y a la vez dispara una contra acusación velada—:  Bueno, supongo que un poco psicobroter debo haber sido yo también ¿no? —.  Y continúa seria —: La vieja (Águeda, la vecina de ambos del 5to E) será medio chusma, pero si dice que me vio haciendo cosas que yo no recuerdo para nada, tengo que preocuparme. A Águeda le caigo bien, la conozco. Es tan chusma como fiel.      

          —Pero lo que pasó en tu casa conmigo…  ya sabés, y perdoná que saque el tema de nuevo…

             —Ya te dije: había estado en la despedida de una amiga que se casaba. Sé que tomé bastante. Es posible que haya pasado lo que decís, la verdad no me acuerdo. Me hubiera gustado estar sobria… —, dice inesperadamente haciendo un pucherito. Eusebio no sabe cómo reaccionar, toser sería muy trillado, su mirada viene y va un par de  veces de la cara de Paz a la pantalla de la tablet, no sabe bien qué decir para no rechazarla.

           De pronto la mirada de ella adquiere una expresión diferente de su característica actitud femi-combativa, una forma de mirar que anticipa palabras cargadas de emoción: Euse, creo que este es el momento para decírtelo…

              Eusebio se queda callado, fija la mirada en ella levantando el mentón y las cejas un par de veces. Como Paz se queda sonriendo cual si estuviera congelada, Eusebio vuelve a la pantalla, borra y vuelve a tipear un par de caracteres en el .doc  de su tarea como para mitigar la necesidad  apremiante de inquirir sobre esa expresión soñadora que está irradiando ella.

           —Nuria se va a poner contenta cuando sepa que va a tener un hermanito… 

       Ahí está Paz sonriéndole beatíficamente como un cuadro de la Virgen María, pero sin velo y con mechitas de colores. En los dos o tres segundos de silencio que siguen, como en esa creencia de la película que se proyecta en la mente segundos antes de morir, se recrea en Eusebio el momento en que tuvieron sexo la mañana de la resaca: una mano se tiende para alcanzar los preservativos de la mesita de luz. Él está seguro de que se puso uno, tal vez no el más apropiado sizewise. Vuelve a mirar a Paz enfrente de él sosteniendo el mate con esas manos cuyas uñas se le antojan como las cuchillas filosas de Freddy Krugger, ¡es que le gusta esa moda Nosferatu! Y los recuerdos se vuelven a reproducir instantáneamente: con esas uñas así de amenazantes y adornadas con brillantina, Paz corta el envoltorio plástico y extrae el anillo de látex, cuyo cuerpo comprimido y lubricado está listo para ser desenrr…  A Eusebio no le gustaba que Paula usara las uñas así, le causaban impresión.  ¿¿¿Son tuyas o son postizas, Pau???  Se ve que a Silvio Mazzini no le da miedo que lo lastimen, se le ocurre ahora.  No recuerda qué le respondió su ex. Y ahora, ¿un hermanito para Nuria de su mami, la revoleadora de botellas? Con Paz mirándolo así, Eusebio se pregunta cuál de las dos es más desconcertante,  ella o su ex.

              Y lo sobresalta una carcajada de la bruja de Blancanieves que lanza Paz  al ver la cara que ha puesto el vecino aspirante a traductor.  Ella se lleva la bombilla a la boca haciendo un gesto provocativo.

              —¡Mentira boludo! [risas] ¡La cara que pusiste! [más risas]. ¡Nah, nada que ver, quedate tranquilo…!

            Paz se esfuerza por dejar de reír e insiste en que fue una broma. Eso sí, el quedate tranquilo resonó con tal estridencia que Eusebio quisiera que esta chica ajuste el volumen de su voz con algún software indicado para normalizar audio. De todas maneras, este recupera la respiración y pretende negar el shock de pánico del que fue presa por un instante reaccionando de la manera más temeraria e imprudente, como admitió para sí  más tarde, porque cabeceó hacia la puerta de su habitación:

        —Mirá que estoy solo y con ganas atrasadas, eh…

        Si hay algo que tiene claro en esta vida es que lo acaba de decir es en broma.

      —Paso. Nada que ver. Estoy en otra, mi huidizo y estimado vecino —, le responde. Y dosificando la medida de orgullo y despecho que aún la recorre como el gas de una serpentina dentro de una heladera doméstica, anuncia —: Estoy en una relación. Estoy saliendo con un tipo fuera de serie. Tuve que esperar hasta ahora para conocer a un hombre así —, agrega, como hace con el agua al mate para pasárselo con algo de brusquedad a su vecino. Este lo alza como una copa para brindar. El color ya regresó a su rostro:

      —Me alegro mucho por ti, Paz, de veras que me alegro. [Ay, te me hacés el locutor de español neutro, se superpone Paz] Después brindamos bien, con alguna bebida apropiada en envase  eco friendly. Y escúchame Paz, al margen de todo, tú siempre serás mi gordita hermosa…

      —¿Gordita? ¡Andate a la puta que te parió! — le dice riendo. De hecho, ambos festejan las chanzas como siempre lo han hecho.

      —Lo único… no me lo vayas a lastimar ahí al príncipe azul… — le dice Eusebio, señalándole las uñas.

       —Ay, qué guacho que sos.

      —Che, Paz. Ahora, fuera de broma: quisiera que hablemos más de la amnesia —.  Paz se pone seria aunque abre los ojos como un personaje de caricatura japonesa. No entiende por qué Eusebio le mira un punto de su cuerpo que no es precisamente la cara ni el busto —. Dos cosas —, sigue él—: ahora que estás más feliz [ella, en una octava más alta ¡sos terrible, qué guacho!], no ya ya mismo en realidad: ¿me dejás ver el tatuaje que tenés en el brazo, cerca del hombro?

        —¿Hm? Te contó Genny.

     —Sí. Y, además, quisiera que conozcas a un compañero, un amigo casi, que sabe mucho de esta clase de amnesia rara. Es un muchacho serio, bah, quiero decir que es un padre de familia.

    —¿Esteban? ¡Si me habrá hablado Genny de Esteban!

    —Veo que vos y Genaro entraron en confianza. Bueno, ¿qué decís?

    Paz lo mira y se palpa el punto del brazo donde está el tatuaje debajo de la remera de manga larga que tiene puesta.

    —Ah pero si querés hacerte este tatuaje, la promo donde me lo hice ya no está más, se terminó.

    —¿Ah sí? Seguramente también vamos a hablar de dónde y quiénes te hicieron ese tatuaje.

    —Qué raro que te interesen estas cosas, pero dale. Che, pero ¡qué misterio! Algo me contó Genny sobre información que le mandó Esteban. Tienen que explicarme todo, che, ¿será verdad eso, lo del control mental? —. De repente, suena un par de veces el portero eléctrico —. Tenés  gente, igual ya me iba.

      —Ah, es que no vi que me llegaron varios mensajes —, dice Eusebio viendo su celular —. ¿Sabés qué? ¿Te podrías quedar un poco más?  Me avisa Genaro que está llegando —. Eusebio queda anonadado al reproducir un audio con la voz jadeante y agitada de Genny anunciando que tiene novedades sobre los tatuajes —. No sé en qué andará este loco. Justo, lo que estamos hablando…

      —Tenía que cocinar, pero no hay drama, me quedo. Ya sé: ¡Pedidos Ya!

     El recuerdo del porrón de cerveza que le impacta en el ojo hace que se le marquen a Eusebio unas arrugas profundas alrededor de los ojos.


 

 

         Después de haber pasado por el local de tatuajes para encontrar a Caio, Genaro dirigía una de sus clases de stretching sobre el césped del parque cercano a la casa de Eusebio. Participaban sus seis alumnos y alumnas habituales que lo habían esperado por casi diez minutos; uno de ellos prestaba el parlante para amplificar la música del celular de Genaro. Mientras éste les mostraba un determinado ejercicio de estiramiento espinal, advirtió a un extraño que lo observaba atentamente sentado en un banco a pocos metros de donde trabajaban los del grupo. Genaro creyó al principio que se trataba simplemente de algún interesado en la actividad, pero al cabo de un rato de ver que este parecía en realidad estar más interesado en él, empezó a fantasear con que sus habilidades podían atraer admiradores casuales, vanidad suya que no tardó en encender un spotlight imaginario sobre sus movimientos al frente del grupo. No está nada mal el regordetón de rulos, se decía Genaro, y le iba devolviendo las miradas, no precisamente de manera disimulada. Pero ¿qué onda con ese aire misterioso, esos lentes oscuros? ¿No lo había visto ya en otro lugar hace poco?

           Un rato más tarde, estando de espalda a sus alumnos y agachado con las piernas separadas para tomarse las pantorrillas con las manos, Genaro ve de forma invertida a otro hombre, igual de misterioso por el tapabocas negro que usa, aproximarse a su extraño espectador. Nota que se dicen algo entre ellos, entonces el recién llegado se sienta en el banco y el admirador extraño se levanta para alejarse por el sendero que lleva hacia el subte. Girando un poco en la postura en que está, Genaro también advierte la presencia de una mujer que andaba por allí cerca; esta se une al que se va y ambos apresuran el paso. No llegó a fijarse bien en la cara de la mujer, pero por la forma de llevar el pelo y la ropa, enseguida se da cuenta de que se trata de la que lo recibió de mala manera en el local de los tatuajes hace ya casi dos horas. Los alumnos ven que el profesor abandona rápidamente la postura y se queda tieso mirando hacia esos dos que se alejan. Es muy posible ---se dice Genaro--- que el tipo sea el mismo que manoteó la estatuilla hacia el interior del espacio que cubría la cortina. 

           Aldana,  una del grupo, se da vuelta siguiendo la mirada alarmada del profesor, y se da cuenta de que también mira a un tipo que usa un tapabocas negro (como en los momentos más paranoitrágicos del 20-20) que está sentado a pocos metros del grupo. Hasta a ella le parece que el del tapabocas tiene un aspecto que mete miedo. Y no está equivocada: Genaro lo enganchó justo cuando una mano de aquel pasa rápidamente un objeto del cinturón al bolsillo de su campera. La mano, notó Genaro, no pudo cubrir la culata de un revólver.

        —Vení acá, Aldi. — dice Genaro casi gritando. La alumna se acerca, y él les dice tartamudeando un poco a los demás del grupo —: Chiques, dejo a Aldi a cargo de la clase los diez minutos que quedan. Me tengo que ir urgente, me me surgió un… un … me…  Aldi, mi amor, repitan los ejercicios de las pantorrillas. Me llevo el celu. Pongan la música que quieran. ¡Nos veeemos, chiiqueeees…!

         —¡Genny, cualquier cosa, tengo papel higiénico en la mochila! —, le grita otro del grupo al profesor que se aleja, exagerando un poco, con la velocidad de un guepardo en una sabana africana.

        El extraño del tapabocas se eyecta del banco y se lanza a la persecución.  Las piernas  largas y el inmejorable estado físico del profe ya le permitieron  alcanzar la avenida, esquivando y sobresaltando a los numerosos peatones, puesto que ya se encuentra próximo a la boca del subte. Además, derriba sin querer un stand proselitista de JxC, haciendo que la brisa deje flotando algunos volantes con la cara de Patricia Bullrich. ¡Perdón, Brujitaaa!

        El del tapabocas no es tan ágil como Genny, aunque también alarmó a los transeúntes con las frenadas que provocó cuando trató de imitar la peligrosa cruzada que hizo el otro con luz roja. De hecho, el cazador tuvo que retroceder al cordón de la vereda del parque. Con esta breve ventaja Genaro intenta meterse en un taxi, pero su agitación y actitud de fugitivo sospechoso aconseja a los taxistas no levantarlo. ¡Pero no hay un cana [un agente de policía] a la vista, manga de inservibles!, protesta jadeante; aunque justificar por qué está huyendo de esa manera no sería fácil. El otro ya está cruzando la avenida y viene hacia él. Genny entonces atina a seguir la frenética carrera hacia casa, que está a dos cuadras, donde Eusebio todavía está charlando con Paz. Cómo si lo hubiera escuchado, un policía emerge de una galería, por lo cual el cazador debe dejar de correr y disimular de algún modo.

        Minutos después Genaro irrumpe en el departamento todo agitado, abre los ojos como un personaje histriónico de Gasalla. De la agitación que trae, apenas tiene aire para hablar.

       —No me digas nada: te meabas encima y no llegaste—, le dice Eusebio.

       Genaro se mira el pantalón.

       —No,  me lo llevé puesto al portero, estaba manguereando la vereda.  ¡Me están persiguiendo! —.       Ay, Genny, qué pasa, le dice Paz azorada. Genny prácticamente se abalanza sobre Eusebio y lo tironea de la manga del buzo —: ¡Los del tatuaje hipnotizante son una mafia! ¡Me venían siguiendo con un chumbo! [pistola].

       Eusebio y Paz se quedan mirándolo, atónitos.

 

 

             

 

         Hace ya un cuatrimestre que Paula Valverde (ex de Natanael) ha dejado la carrera de Diplomado en Bibliotecología, programa de estudios corto que ofrece la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. No con poco esfuerzo había logrado completar el CBC el año anterior, y en 2022 ya cursaba materias en la sede de Puan. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que a la edad de 32 ya no estaba tan motivada para someterse al trajín de la vida académica que, según la justificación que adoptó, es más apropiado para una chica de menos de 25. Previo a su paso por la Universidad, se  había recibido de Auxiliar de Enfermería en un instituto privado al cumplir los 22, y ha vivido de la profesión hasta el presente,  incluso después de la separación con Eusebio.  El proyecto de la universidad surgió después de una seguidilla de experiencias terribles en la guardia del Hospital Piñero de Bajo Flores. Por ejemplo, una noche mientras ella ayudaba a detener la hemorragia en un delincuente que habían ingresado, ocurría un tiroteo de película a metros de  la entrada a la guardia. En otra ocasión en que se encontraba prácticamente sola, le tocó recibir a un hombre al que su pareja le había... bueno, es posible imaginar lo peor.

          Luego, cuando promediaba el primer cuatrimestre de la carrera, un compañero de clase le pidió acompañarlo a una conferencia que se ofrecía en el auditorio de la Facultad. El tema versaba, tal como figuraba en los afiches y en la gacetilla que se distribuía por email, sobre el Diseño de una nueva sociedad de acuerdo con criterios de sostenibilidad económica, social y ecológica. Paula aceptó al instante puesto que le pareció que interiorizarse de tales temas/causas altisonantes gozaban de gran adhesión por parte de la población respetable/influyente de la sociedad. Ni hablar de que tales inquietudes figuraban con apremio en los contenidos de Sociedad y Estado, y de Introducción al Conocimiento Científico (ambas, materias obligatorias del CBC), amén de que han cobrado innegable vigor a partir del 20-20. Por eso, adoptar este tipo de discursos la ayudarían a construir un perfil acorde con la de una profesional comprometida con la preservación del planeta y el favorecimiento de las energías limpias y cosas así. Además, era importante para ella sintonizar con los comportamientos y modas/actitudes sociales a los que induce poderosamente la mass media. “No quiero ser como el cerrado y retrógrado de mi ex”, se decía Paula.

         La actividad se desarrolló a imagen y semejanza —por así decirlo— de una de las famosas charlas TEDx. Cuando presentaron al segundo orador de noche, hizo su aparición, tanto en el escenario como en la vida de ella, Silvio Mazzini, quien luego de dar una deslumbrante reseña de su perfil académico y profesional, procedió a realizar una impecable presentación provisto de un Power Point de gráficos y fotografías ilustrativas. Paula quedó impresionada con Silvio desde el instante en que lo vio avanzar elegante-sport al centro del escenario. Su destreza oratoria mostraba el dominio de su campo, amén de la efectiva gestualidad corporal que explotaba para transmitirlo. De hecho, tooodos en el auditorio compraron el discurso de Silvio Mazzini. ¿Todos? No. Los Carpenters habrían estado de acuerdo con lanzar otro video promocional para Close to You usando tomas de la cara de Paula cuando observaba la presentación, porque más tarde, el compañero con el que asistió le dijo que ella no había entendido un carajo.

            Finalizada la presentación y al retirarse del escenario con el fervoroso aplauso del auditorio, Silvio pasó frente a Paula, quien, junto al compañero, se encontraba en la segunda fila, cerca del pasillo lateral. Ocurrió que justo antes de desaparecer tras la cortina recogida del escenario, las miradas de Paula y Silvio se encontraron. En ese brevísimo instante, ella sintió sus latidos a destiempo, y experimentó lo que puede causar en una mujer la atracción erótica por alguien.

            Dos semanas después, la Facultad repitió la exitosa charla a pedido de muchos alumnos. Paula volvió a concurrir, "muy interesada" en obtener esta vez con éxito esos conocimientos taaan importantes para la salud de nuestra frágil esfera celeste que vaga erraaaante a través del inconmensurable cosmos (sin derramar sus océanos debido a una causa que Newton creyó dilucidar pero que no se quiso atribuir, como dice Darío) mientras que  los nanomicroscópicos habitantes humanos de la esfera, cuya reproducción conviene detener, valen incluso mucho menos que la preservación de sus seizable materias primas, o dicho en clave de un geodiscurso kisinggeriano: recursos naturales. Sería bueno hacer una exo investigación (luego, cuando el lector lo desee) en torno de las dos palabras que están en cursiva. 

            En este segundo evento, Paula está ubicada en el medio de la primera fila. Es probable que los demás asistentes —particularmente los de las primeras filas— no hayan notado que los ojos color gélido y las sonrisas cinematográficas de Silvio Mazzini por momentos se dirigían a algún asistentx ubicado entre ellos. De hecho, hablando de la esfera celeste que tanto le preocupa también a Billy Gatos,  Paula ya había hecho suyas las dos gélidas de aquel disertante (valga la reiteración del adjetivo), sí, gélidas e  hipnóticas a la vez. Pero por favor, puesto que se está explotando metafóricamente el cuerpo geométrico pitagórico, por si acaso, se habla en este punto de las pupilas del seductor disertante, no de las ubicadas a la altura de la entrepierna. Yet. Aunque, bueno, lo que no se espoilea se puede predecir.

          Esa noche, horas más tarde, mientras se vestía, Silvio observaba a través de un espejo en la pared cómo Paula se secaba el cabello con una toalla que se teñía, ora de azul, ora de púrpura, a causa de la iluminación cambiante del cielo raso en aquella habitación que debían desalojar en breve. La música🔊que envolvía el ambiente hacía que nuestra  Luisa Lane Valverde se resistiera a aterrizar.  Ese fue el comienzo de la transformación de ella en una mujer estilísticamente aggiornada, más papista que el Papa en materia de esta nueva concepción de transformar el mundo en una aldea sustentable [a esta altura ya me estoy encariñando con la palabra, el autor], en alguien muy propensa a no darse cuenta de que “el fin justifica los medios”. Ella supo desde ese momento que jamás debería hablar de estas cosas con el “obcecado objetor” de Eusebio, alguien demasiado analógico como para comprender a tecnoprodigios como Silvio Mazzini. De aquí en más, sin embargo, ya no sería esa Paula que saboreaba la vida como lo hacía antes de que aparecieran los sellitos negros, octogonales y admonitorios “exceso en ganas de disfrutar como antes del 20-20”.  Tan analógico le parecía Eusebio ahora, que él sería incapaz de reiniciar la cama de ambos como lo acababa de hacer este  "ingenierito social" que, dicho sea de paso, luce un tatuaje exótico en el pecho.  Paula llegó a verlo antes de que él terminara de abotonarse la camisa:

        —¿No es medio tenebroso ese pájaro que te hiciste?

       Por toda respuesta, Paula atrapó una sonrisa enigmática de Silvio que le hizo juego con los ojos,  a los que un haz de luz azul ---un blue beam--- proveniente del cielo raso tornó espectrales, sin alma, por la duración de un suspiro. 


  

              





..